Juan 3:3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios.
4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede
un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre
de su madre, y nacer?
5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y
del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
6 Lo que
es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
Gennao
(γεννάω) engendrar.
Se traduce con el verbo nacer.
Nicodemo temía, o se avergonzaba de ser visto con Cristo, por tanto,
acudió de noche. Cuando la religión está fuera de moda, hay muchos Nicodemos,
pero aunque vino de noche, Jesús lo recibió, y por ello nos enseña a animar los
buenos comienzos, aunque sean débiles. Aunque esta vez vino de noche, después
reconoció públicamente a Cristo. No habló con Cristo de asuntos de estado,
aunque era un gobernante, sino de los intereses de su propia alma y de su
salvación, hablando al respecto de una sola vez.
Nuestro Salvador habla de la necesidad y naturaleza de la regeneración
o nuevo nacimiento y, de inmediato llevó a Nicodemo a la fuente de santidad del
corazón.
El nacimiento es el comienzo de
la vida; nacer de nuevo es empezar a vivir de nuevo, como los que han vivido
muy equivocados o con poco sentido. Debemos tener una nueva naturaleza, nuevos
principios, nuevos afectos, nuevas miras. Por nuestro primer nacimiento somos
corruptos, formados en el pecado; por tanto, debemos ser hechos nuevas
criaturas. No podía haberse elegido una expresión más fuerte para significar un
cambio de estado y de carácter grande y muy notable. Debemos ser enteramente diferentes
de lo que fuimos antes, como aquello que empieza a ser en cualquier momento, no
es, y no puede ser lo mismo que era antes. Este nuevo nacimiento es del cielo, y tiende al cielo. Es un regalo de Dios, somos
engendrados con el gen de Dios, en el corazón del pecador por el poder del
Espíritu Santo. Significa que algo es hecho en nosotros y a favor de nosotros
que no podemos hacer por nosotros mismos. Algo obra por lo que empieza una vida
que durará por siempre. Nada ni nadie puede quitar ese gen, la nueva naturaleza
que Dios ha implantado en nosotros. De otra manera no podemos esperar un
beneficio de Cristo; es necesario para nuestra felicidad aquí y en el más allá.
Nicodemo entendió mal lo que dijo Cristo, como si no hubiera otra
manera de regenerar y moldear de nuevo un alma inmortal que volver a dar un
marco al cuerpo. Sin embargo, reconoció su ignorancia, lo que muestra el deseo
de ser mejor informado. Entonces, el Señor Jesús explica más. Muestra al Autor
de este bendito cambio. No es obra de nuestra sabiduría o poder propio, sino
del poder del bendito Espíritu. Somos formados en iniquidad, lo que hace necesario
que nuestra naturaleza sea cambiada. No tenemos que maravillarnos de esto,
porque cuando consideramos la santidad de Dios, la depravación de nuestra
naturaleza, y la dicha puesta ante nosotros, no tenemos que pensar que es raro
que se ponga tanto énfasis sobre esto.
La obra regeneradora del Espíritu Santo se compara con el agua. No se trata que sean salvos todos aquellos
bautizados, y sólo ellos; pero sin el nuevo nacimiento obrado por el Espíritu,
nadie será súbdito del reino del cielo.
El viento sopla de donde quiere hacia
nosotros; Dios lo dirige. El Espíritu envía sus influencias donde, y cuando, y
a quien, y en qué medida y grado le plazca. Aunque las causas estén ocultas,
los efectos son evidentes, cuando el alma es llevada a lamentarse por el pecado
y a respirar según Cristo.
La exposición hecha por Cristo de la doctrina y la necesidad de la regeneración
pareciera no haber quedado clara para Nicodemo. Así, las cosas del Espíritu de
Dios son necedad para el hombre natural. Muchos piensan que no puede ser
probado lo que no pueden creer.
El discurso de Cristo sobre las verdades del evangelio, muestra la
necedad de aquellos que hacen que estas cosas sean extrañas para ellos; y nos
recomienda que las investiguemos. Jesucristo es capaz en toda forma de
revelarnos la voluntad de Dios; porque descendió del cielo, y aún está en el
cielo. Aquí tenemos una nota de las dos naturalezas distintas de Cristo en una
persona, de modo que es el Hijo del Hombre, aunque está en el cielo. Dios es “EL QUE ES”y el cielo es la habitación de
su santidad. Este conocimiento debe venir de lo alto y solo puede ser recibido por fe.
Jesucristo vino a salvarnos sanándonos, como los hijos de Israel,
picados por serpientes ardientes fueron curados y vivieron al mirar a la
serpiente de bronce, Números 21, 6-9. Vemos
en esto la naturaleza mortal y destructora del pecado. Las conciencias vivificadas, de pecadores condenados, dirán que, por
encantadoras que sean las seducciones del pecado, al final muerde como
serpiente. El único remedio poderoso contra esta enfermedad fatal es Cristo. Aquel
a quien ofendimos es nuestra Paz, y la manera de solicitar la curación es
creer. Si alguien hasta ahora toma livianamente la enfermedad del pecado o el
método de curación de Cristo, y no recibe a Cristo en las condiciones que Él
pone, su ruina pende sobre su cabeza. Mirad y sed salvos, mirad y vivid; alzad los
ojos de la fe a Cristo crucificado. Mientras no tengamos la gracia para hacer
esto, no seremos curados, sino seguiremos heridos por los aguijones de Satanás,
y en estado moribundo.
Jesucristo vino a salvarnos perdonándonos, para que no muriéramos por
la sentencia de la ley. He aquí el evangelio, la verdadera, la buena nueva. He
aquí al amor de Dios al dar a su Hijo por el mundo. Tanto amó Dios al mundo,
tan verdaderamente, tan ricamente. ¡Mirad y maravillaos, que el gran Dios ame a
un mundo tan indigno!
Aquí, también, está el gran deber del evangelio: creer en Jesucristo.
Habiéndolo dado Dios para que fuera nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, nosotros
debemos darnos para ser gobernados y enseñados, y salvados por Él. He aquí el
gran beneficio del evangelio, que quienquiera que crea en Cristo no perecerá
mas tendrá vida eterna. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo
mismo, y de ese modo, lo salvaba. No podía ser salvado sino por medio de Él; en
ningún otro hay salvación.
De todo esto se muestra la dicha del creyente verdadero: el que cree
en Cristo no es condenado. Aunque ha sido un gran pecador, no se le trata según
lo que merecen sus pecados.
¡Cuán grande es el pecado de los incrédulos! Dios envió a Uno que era
el más amado por Él, para salvarnos; ¿y no será el más amado para nosotros?
¡Cuán grande es la miseria de los incrédulos! Ya han sido condenados, lo que
habla de una condenación cierta;
una condenación presente. La
ira de Dios ahora se desata sobre ellos; y los condenan sus propios corazones.
También hay una condenación basada en
su culpa anterior; ellos están expuestos a la ley por todos sus pecados;
porque no están interesados por fe en el perdón del evangelio. La incredulidad
es un pecado contra el remedio. Brota de la enemistad del corazón del hombre
hacia Dios, del amor al pecado en alguna forma. Como también la condenación de
los que no quieren conocer a Cristo. Las obras pecadoras son las obras de las
tinieblas. El mundo impío se mantiene tan lejos de esta luz como puede, no sea
que sus obras sean reprobadas. Cristo es odiado porque aman el pecado. Si no
odiaran el conocimiento de la salvación, no se quedarían contentos en la
ignorancia condenadora.
Por otro lado, los corazones renovados dan la bienvenida a la luz. Un
hombre bueno actúa verdadera y sinceramente en todo lo que hace. Desea saber
cuál es la voluntad de Dios, y hacerla, aunque sea contra su propio interés
mundanal. Ha tenido lugar un cambio en todo su carácter y conducta. El amor a
Dios es derramado en su corazón por el Espíritu Santo, y llega a ser el
principio rector de sus acciones. En la medida que sigamos bajo una carga de
culpa no perdonada, solo podemos tener un temor servil a Dios, pero cuando nuetras
dudas se disipan, cuando vemos la base justa sobre la cual se edifica nuestro
perdón, lo asumimos como si fuera propio, y nos unimos con Dios por un amor sin
fingimiento. Nuestras obras son buenas cuando la voluntad de Dios es la regla
de ellas, y la gloria de Dios, su finalidad; cuando se hacen en su poder y por
amor a Él; y no a los hombres.
La regeneración, o el nuevo nacimiento, es un tema al cual el mundo
tiene aversión; sin embargo, es la gran ganancia en comparación con la cual
todo lo demás no es sino fruslería.
¿Qué significa que tengamos comida para comer con abundancia, y una
variedad de ropa para ponernos, si no hemos nacido de nuevo? ¿Si después de
unas cuantas mañanas y tardes pasadas en alegría irracional, placer carnal y
desorden, morimos en nuestros pecados y yacemos en el dolor? ¿De que vale que
seamos capaces de desempeñar nuestra parte en la vida, en todo otro aspecto, si
al final oímos de parte del Juez Supremo: “Apartaos de mí, no os conozco, obradores
de maldad?”