2Co 5:17 De manera que si alguno es en Cristo, nueva
criatura es. Lo viejo se pasó ya: he aquí todo es hecho nuevo.
2Co 5:18 Y todas las cosas son de Dios, el cual nos
reconcilió consigo por JesuCristo, y nos ha dado el ministerio de la
reconciliación.
2Co 5:19 Es a saber, que Dios estaba en Cristo
reconciliando el mundo consigo, no imputándoles sus pecados, y ha entregado a
nosotros la palabra de la reconciliación.
2Co 5:20 Así que embajadores somos de Cristo, como si
Dios os rogase por nosotros: os suplicamos de parte de Cristo, que os
reconcilieis con Dios.
2Co 5:21 Porque a él que no conoció pecado, hizo pecado
por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
Los
cristianos somos nuevas criaturas desde nuestro
interior. El Espíritu Santo nos da vida nueva y ya no seremos los mismos jamás.
No hemos sido reformados, rehabilitados o reeducados; somos una nueva creación,
viviendo en unión vital con Cristo (Col_2:6-7). Convertirnos no es meramente
dar la vuelta a una hoja nueva, sino empezar una vida nueva bajo un nuevo
Maestro. Pablo llega, como
acostumbraba, de una situación concreta y determinada a un principio básico de
toda la vida cristiana: Cristo murió por todos. Para Pablo, un cristiano es, en
su frase favorita, una persona en Cristo; y por tanto, la vieja personalidad
del cristiano murió con Cristo en la Cruz y resucitó con Él a una nueva vida,
de forma que ahora es una nueva persona, tan nueva como si Dios la acabara de
crear. En esta novedad de vida, el cristiano ha adquirido una nueva escala de
valores. Ya no aplica a las cosas el baremo del mundo. Hubo un tiempo en el que
Pablo mismo había juzgado a Cristo según su tradición, y se había propuesto
eliminar Su recuerdo del mundo. Pero ya no. Ahora tenía una escala de valores
diferente. Ahora, el Que había tratado de borrar era para él la Persona más
maravillosa del mundo, porque le había dado la amistad de Dios que había
anhelado toda la vida.
Dios nos atrae hacia sí mismo (nos reconcilia),
borra nuestros pecados (Efes_2:13-18) y nos hace justos. Dejamos de ser
enemigos, extraños o extranjeros para Dios, cuando confiamos en Cristo. Al
reconciliarnos con Dios, tenemos el privilegio de animar a otros para que hagan
lo mismo, y de esa manera somos aquellos que tienen "el ministerio de la
reconciliación".
Un embajador es un representante oficial de un país
en otro. Como creyentes, somos embajadores de Cristo, enviados con su mensaje
de reconciliación al mundo. El embajador de reconciliación tiene una
responsabilidad muy importante. No debemos cumplir esta responsabilidad en
forma liviana. ¿Cuán bien está cumpliendo su responsabilidad como embajador de
Cristo?
Cuando confiamos en Cristo, hacemos un trato:
nuestros pecados por su justificación. Nuestro pecado fue vertido en Cristo
cuando fue crucificado. A esto se refieren los cristianos cuando hablan del
sacrificio de Cristo por el pecado. En el mundo se negocia cuando dos personas
intercambian bienes de valor equivalente o relativamente iguales. Pero Dios
ofrece cambiar su justicia por nuestro pecado, algo de valor inmensurable por
algo que no vale nada. Cuán agradecidos debiéramos estar por su benevolencia
con nosotros.
El cargo que Pablo dice que Dios le ha asignado para
su gloria y trabajo es el de embajador de Cristo. El término griego que usa
(presbeutés) es una gran palabra. Tenía dos acepciones que correspondían a la
palabra latina de la que era traducción (legatus).
(i) Las provincias romanas se dividían en dos
clases. Algunas estaban bajo el control directo del senado, y otras bajo el del
emperador. La diferencia dependía de lo siguiente: las provincias pacíficas en
las que no había tropas romanas eran las senatoriales; las levantiscas, en las
que se estacionaban tropas, eran las imperiales. En estas últimas, el que
administraba cada una de ellas de parte del emperador era el legatus o
presbeutés. Así es que la palabra representaba en primer lugar a la figura del
que había sido comisionado personalmente por el emperador, y Pablo se
consideraba designado por Jesucristo para la obra de la Iglesia.
(ii) Pero presbeutés y legatus tenían un sentido
todavía más interesante. Cuando el senado romano decidía que un país había de
convertirse en provincia, le enviaban de entre sus miembros a diez legati o presbeutai,
es decir, delegados, que, juntamente con el general victorioso, concertaban los
términos de la paz con el país vencido, fijaban los límites de la nueva
provincia, trazaban una constitución para su nueva administración, y por último
volvían para someter sus acuerdos a la ratificación final del senado. Eran
responsables de introducir nuevos pueblos en la familia del imperio romano. Así
era como se consideraba Pablo: el que presentaba a otros las condiciones de
Dios para que entraran a formar parte como ciudadanos de Su Reino y como
miembros de Su familia.
No hay mayor responsabilidad que la del embajador.
(i) Un embajador de España es un español que reside
en otro país. Pasa la vida entre personas que en muchos casos hablan una lengua
diferente, tienen tradiciones diferentes y tienen otra manera de vivir. El
cristiano se encuentra en ese caso: vive en el mundo; toma parte en la vida y
las actividades del mundo; pero es ciudadano del Cielo. En este sentido, es un
extranjero. El que no esté dispuesto a ser diferente no puede ser cristiano.
(ii) El embajador habla en nombre de su propio país.
Cuando el embajador español habla como tal, su voz es la voz de España. Hay
situaciones en las que un cristiano tiene que hablar en nombre de Cristo. En
las decisiones y consejos del mundo, la suya debe ser la voz de Cristo que
presenta Su mensaje en aquella situación.
(iii) El honor de su país está en las manos del
embajador. Por él se juzga a su país. Se escuchan sus palabras y se observan
sus acciones y se dice: «Eso es lo que dice y hace tal o cual país.» Lightfoot,
el famoso obispo de Durham, dijo en un culto de ordenación: «El embajador
cuando actúa, no actúa sólo como agente, sino como representante de su
Soberano... El deber del embajador no se limita a comunicar un mensaje
determinado o a seguir una cierta política, sino que también está obligado a
vigilar las coyunturas, a estudiar los caracteres, a buscar las oportunidades,
para presentárselas a su audiencia de la manera más atractiva posible.» La gran
responsabilidad del embajador es representar y presentar a su país a aquellos
entre los que vive.
Aquí tenemos el privilegio más honroso del cristiano
y su responsabilidad más sobrecogedora. El honor de Cristo y de Su Iglesia
están en sus manos. Con sus palabras y con sus acciones puede hacer que se
estime -o desestime- a su Iglesia y a su Soberano.
Este es el asunto principal del cristianismo. ¿Era
Dios (ejemplo: el Dios, el YHWH del Antiguo Testamento) en Jesús de Nazaret,
reconciliando el mundo a sí mismo (Gálatas 1:3-4)? Si es así, el cristianismo
es verdadero; si no es así es falso. ¿Es Jesús verdaderamente la totalidad de
Dios (Juan 1:1-14; Colosenses 1:15-16; Filipenses 2:6-11; Hebreos 1:2-3)? ¿Él
es verdaderamente el único camino a la reconciliación y al perdón (véase Juan
14:6)? ¡De ser así, entonces el Evangelio es la información más importante que
la gente oirá! Debemos de decir la verdad; debemos de predicar el Evangelio;
debemos de exaltar a Cristo; debemos de ofrecer una salvación gratis a un mundo
perdido.
Tenemos que fijarnos en el mensaje de Pablo: "
¡Reconciliaos con Dios!» El Nuevo Testamento nunca nos habla de que Dios tenga
que reconciliarse con la humanidad, sino siempre de que la humanidad tiene que
reconciliarse con Dios. No se trata de aplacar a un Dios airado. Todo el plan
de salvación tiene su origen en Dios. Fue porque Dios amaba al mundo de tal
manera por lo que envió a Su Hijo. No es que Dios no tenga interés en la
humanidad, sino viceversa. El mensaje de Pablo, el Evangelio, es la invitación
de un Padre amante a Sus hijos descarriados para que vuelvan a casa, donde los
espera el amor.
Pablo les suplica que no acepten el ofrecimiento de
la gracia de Dios sin sentido. Hay tal cosa como -y es la tragedia de la
eternidad- la frustración de la gracia. Pensemos en términos humanos.
Supongamos que un padre o una madre se sacrifican y trabajan para darles a sus
hijos las mejores oportunidades, rodearlos de amor, planificar su futuro con
cuidado y hacen, en fin, todo lo posible para equiparlos para la vida. Y
supongamos que esos hijos no sienten lo más mínimo su deuda de gratitud ni
ninguna obligación de devolver algo de lo mucho que han recibido siendo dignos
de ello. Y supongamos que los hijos fracasan, no por falta de capacidad, sino
por falta de interés y de voluntad, porque no consideran el amor que les dio
tanto. Eso es lo que quebranta el corazón de los padres. Cuando Dios le da a la
humanidad toda Su gracia, y la humanidad la pisotea para seguir su propio
camino equivocado, frustrando la gracia que podía haberla renovado y recreado,
una vez más Cristo es crucificado, y quebrantado el corazón de Dios.
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