Mar 2:15 Estando luego a la mesa en su casa, muchos
publicanos y pecadores estaban también a la mesa con Jesús y con sus
discípulos, pues eran muchos los que le seguían.
Mar 2:16 Los escribas fariseos, al ver que comía con
pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: «¿Pero es que come con
publicanos y pecadores?»
Mar 2:17 Cuando Jesús lo oyó, les dice: «No necesitan
médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a
los pecadores.»
Una vez más Jesús está lanzando el guante del
desafío a los escribas y los fariseos.
Cuando Mateo se entregó a Jesús, Le invitó a su
casa. Le parecía lo más natural, una vez que había descubierto a Jesús por sí
mismo, el compartir su gran descubrimiento con sus amigos -y sus amigos eran
como él. No podían ser de otra manera.
Mateo había escogido un trabajo que le excluía de la sociedad de todas las
personas ortodoxas y respetables, y había tenido que buscar sus amigos entre
los marginados como él. Jesús aceptó encantado aquella invitación; y aquellos
marginados de la sociedad decente buscaron Su compañía.
No hay nada que pueda mostrar mejor la diferencia
que había entre Jesús, y los escribas y los fariseos y las buenas personas
ortodoxas de Su tiempo. Estos no eran la clase de gente cuya compañía habría
buscado un pecador. Le habrían mirado con una actitud de condenación y de
superioridad erogante. Se le habrían helado hasta los huesos en tal compañía
aun antes de ser admitido en ella.
Había una clara diferencia entre los que guardaban
la Ley y los que aquellos llamaban la gente de la tierra, que eran las personas
corrientes que no cumplían todas las reglas y normas de los escribas. Los
primeros tenían prohibida toda relación con los segundos en absoluto. No debían
hablar con ellos, ni hacer un viaje con ellos. El casar a una hija con uno de
ellos les parecía tan horrible como entregársela a una fiera. No debían aceptar
hospitalidad de ninguno de ellos ni ofrecérsela. Por el hecho de ir a la casa
de Mateo y sentarse a la mesa en compañía de aquella gente, Jesús estaba
desafiando los convencionalismos ortodoxos de Su tiempo.
No tenemos que suponer ni por un momento que todos
esos fueran pecadores en el sentido moral de la palabra. La palabra pecador
(hamartólós) tenía dos significados. Quería decir una persona que quebrantaba
la Ley moral; pero también querían decir una persona que no cumplía la ley de
los escribas. El hombre que cometía adulterio y el que comía cerdo eran
pecadores los dos; el que era culpable de robo o asesinato y el que no se
lavaba las manos todas las veces que requería el ritual eran ambos pecadores.
Entre los invitados de Mateo probablemente habría muchos que habían quebrantado
la Ley moral y que iban por libres en la vida; pero sin duda se incluían muchos
cuyo único pecado era que no observaban las reglas y normas de los escribas.
Cuando acusaron a Jesús de conducta escandalosa, Su
respuesta fue muy sencilla: " Un médico -dijo- va donde se le necesita. La
gente que goza de buena salud no le necesita, y sí los enfermos. Eso es lo que
hago Yo: voy a los que están enfermos del alma y más Me necesitan.»
El versículo 17 está muy concentrado. A primera
vista parece como si Jesús no tuviera interés en las buenas personas; pero el
detalle es que la única persona por la que Jesús no puede hacer nada es la que
se considera tan buena que no necesita nada de Él; y la única persona por la
que Jesús puede hacerlo todo es la persona que es y se sabe pecadora, y anhela
de corazón la cura. No tener ningún sentido de necesidad es haber erigido una
barrera entre nosotros y Jesús; tener un sentimiento de necesidad es poseer el
pasaporte a Su presencia.
La actitud de los judíos ortodoxos para con los
pecado se componía realmente de dos cosas.
(i) Se
componía de desprecio. «El hombre ignorante de Ley -decían los rabinos- no
puede nunca ser piadoso.» El filósofo griego Heráclito era un aristócrata
arrogante. Escitino se propuso poner en verso los discursos de Heráclito para
que la gente menos intelectual pudiera leerlos y entenderlos. La reacción de
Heráclito se plasmó en un epigrama: "Heráclito soy. ¿Por qué me arrastráis
arriba y abajo, vosotros ignorantes? No fue para vosotros para los que yo
trabajé, sino para los que me entienden. Uno de ellos a mis ojos vale treinta
mil, mientras que las hordas innumerables no valen mas que uno de ellos.» La
masa no le inspiraba más que desprecio.
Los escribas y los fariseos despreciaban a las
personas corrientes; Jesús las amaba. Los escribas y los fariseos se colocaban
en sus pequeños pedestales de piedad ritualista, y miraban por encima del
hombro al pecador; Jesús se acercaba a él, y sentarse a su lado le elevaba.
(ii) Se
componía de miedo. Los judíos ortodoxos le tenían un miedo terrible al
contagio del pecado; tenían miedo de que se les pegara algo malo del pecador.
Eran como un médico que se negara a tratar un caso de enfermedad infecciosa no
fuera que la contrajera. Jesús era Uno que se olvidaba de Sí mismo en Su gran
deseo de salvar a otros.
C. T. Studd, el gran misionero de Cristo, tenía un
epigrama de cuatro versos que le encantaba citar:
Hay quienes quieren vivir en el radio
que alcanzan las campanas de su iglesia;
yo tengo mi servicio de rescate
a un palmo del infierno.
El que tiene desprecio y miedo en el corazón no
puede ser nunca pescador de hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario