} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ¿QUÉ TIPO DE TERRENO HAY EN NUESTRO CORAZÓN?

martes, 29 de diciembre de 2020

¿QUÉ TIPO DE TERRENO HAY EN NUESTRO CORAZÓN?

 Mar 4:1   Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar, y se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar.

Mar 4:2  Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina:

Mar 4:3  Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar;

Mar 4:4  y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron.

Mar 4:5  Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra.

Mar 4:6  Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.

Mar 4:7  Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto.

Mar 4:8  Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.

Mar 4:9  Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga.

Mar 4:10  Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola.

Mar 4:11  Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas;

Mar 4:12  para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados.(B)

Mar 4:13  Y les dijo: ¿No sabéis esta parábola? ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas?

Mar 4:14  El sembrador es el que siembra la palabra.

Mar 4:15  Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones.

Mar 4:16  Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo;

Mar 4:17  pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan.

Mar 4:18  Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra,

Mar 4:19  pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa.

Mar 4:20  Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno

 

         Estos versículos contienen la parábola del sembrador. De todas las parábolas que nuestro Señor dijo, ninguna probablemente es tan bien conocida como ésta.

No hay ninguna que sea más fácilmente comprendida por todos, en razón de lo gracioso al mismo que de lo familiar de las figuras que contiene. No hay  ninguna tampoco que sea de una aplicación tan universal y tan perpetua. Mientras que haya una iglesia de Cristo y una congregación de cristianos, tendrá que  emplearse esta parábola.

Su lenguaje no exige explicaciones, pues debemos decir usando las palabras de un escritor antiguo, que "lo que demanda es que se aplique, y no que se  comente" Veamos ahora que nos enseña.

Se nos enseña, en primer lugar, que hay algunos oyentes del Evangelio, cuyos corazones son como los linderos de un campo que dan al camino.

Esos son los que oyen sermones, pero no les prestan atención; que van a un templo por pura forma o moda o por el buen parecer, pero que no toman ningún  interés en lo que allí se predica. Les parece que es tan solo cuestión de palabras y nombres, y de una charla ininteligible. Como no se trata de dinero, ni de  comer o beber, ni de vestidos, ni de diversiones, mientras que están oyendo, se ponen a pensar en otras cosas. Nada les importa que se hable de la Ley o del  Evangelio, ni produce en ellos más efecto que el agua cayendo sobre una piedra. Y al fin se van tan ignorantes como cuando entraron.

Hay millares de los que se llaman cristianos que se encuentran en esa condición espiritual. Apenas hay una iglesia o capilla en que no se encuentra gran  número de ellos. Permiten al diablo que domingo tras domingo arrebate y se lleve la buena semilla que se siembra en la superficie de sus corazones. Pasan las  semanas y van viviendo sin fe, sin temor, sin conocimiento y sin gracia, sin sentir nada, sin cuidarse de nada, sin tomarse ningún interés en la fe, como si  Cristo no hubiera muerto en la cruz. Y en este estado suelen con frecuencia morir, y son enterrados y se pierden también para siempre en el infierno. Es una  pintura muy triste, pero muy verdadera.

Se nos enseña, en segundo lugar, que hay oyentes del Evangelio cuyos corazones son como los pedregales que se encuentran en un campo.

Estos son aquellos en quienes la predicación no produce un efecto profundo, persistente y duradero, sino tan solo impresiones fugitivas. Tienen mucho placer  en oír sermones en que la verdad se proclama; pueden hablar con regocijo y entusiasmo aparentes de la dulzura del Evangelio, y de la felicidad que al  escucharlo experimentan; conmuévanse hasta derramar lágrimas al oír las exhortaciones de los predicadores y hablan con fervor de sus conflictos, de sus  esperanzas, de sus luchas, de sus deseos y de sus temores; pero desgraciadamente no hay firmeza en su fe. "No hay raíces en ellos, así que no duran", en  sus corazones no se descubre la influencia del Espíritu Santo. Sus impresiones son como las calabazas de Jonás que en una noche nacieron y en la misma  perecieron; se desvanecen tan pronto como se presentan. Apenas "las aflicciones y las persecuciones asoman por causa de la palabra", se ausentan y  desmayan. Su bondad viene a ser en último resultado como "la nube de la mañana, o el rocío del alba". Oseas. 6.4. Su fe no tiene más vida en sí que la  flor cortada; no tiene raíces, y pronto se marchita.

Hay muchos en todas las congregaciones de los que oyen predicar el Evangelio, que se encuentran precisamente en esa condición espiritual. No son oyentes  descuidados y desatentos como muchos que ven en torno suyo, y se ven por lo tanto tentados a juzgar bien de su propia condición. Se complacen en la  predicación que escucha, y se lisonjean por ello con la idea de que la gracia ha penetrado en sus corazones; y, sin embargo, están del todo engañados. Las  cosas viejas no han desaparecido; no hay huellas de verdadera conversión en su ser íntimo. A pesar de todos sus sentimientos, sus afectos, sus alegrías, sus  esperanzas y deseos, se encuentran realmente en el ancho camino de la perdición.

Se nos enseña, en tercer lugar, que hay oyentes del Evangelio, cuyos corazones son como las espinas que cubren un campo.

Estos son los que acuden a oír predicar la verdad de Cristo, y la obedecen hasta cierto punto. Su inteligencia la acepta, su juicio la aprueba, su conciencia se  despierta bajo su influencia, la aman, confiesan que es justa, buena y digna de ser aceptada; aún se abstienen de muchas cosas que el Evangelio condena, y  contraen algunos hábitos que recomienda, pero llegan hasta allí, y allí se detienen. No pueden pasar de cierto punto en su fe, como si estuviesen  firmemente atados con cadenas; y el gran secreto que explica su condición es el mundo. "Los cuidados del mundo, y las decepciones de las riquezas, y las  concupiscencias de otras cosas" impiden que la Palabra produzca efecto cumplido en sus almas. Aunque todo aparentemente promete y luce favorable en  cuanto se refiere a su condición espiritual, permanecen inertes. Nunca se elevan al tipo acabado del cristianismo del Nuevo Testamento; ningún fruto en ellos  llega a la perfección.

Pocos ministros fieles de Cristo se encuentran que no puedan referir casos semejantes, y son, en verdad, los que causan más compasión. Van hasta cierto  punto y de allí no pasan, ven algo pero no lo ven todo, aprueban hasta cierto grado y, sin embargo, no dan su corazón a Cristo; tal condición es deplorable. Y  la única opinión que podemos formar de semejantes personas es, que sin un cambio decidido nunca podrán entran en el reino del cielo. Cristo quiere poseer  nuestros corazones. "Si un hombre es amigo del mundo, es enemigo de Dios" Santiago 4.4

Se nos enseña, por último que hay oyentes del Evangelio, cuyos corazones son como la buena tierra que se encuentra en un campo.

Estos son los que reciben realmente en lo íntimo de sus corazones la verdad de Cristo, la creen implícitamente y la obedecen minuciosamente. En estos  aparecerán los frutos de la verdad en los resultados uniformes, claros e inconcusos que revelan los sentimientos del corazón y que se pintan en los actos todos  de la vida. Cristo será entonces verdaderamente amado, se confiará en El, será seguido, amado y obedecido. La santidad se mostrará en sus conversaciones, en  su humildad, paciencia, dulzura y caridad. Habrá algo en ellos que pueda verse, porque las obra el Espíritu Santo no pueden ocultarse.

En donde quiera que el Evangelio sea predicado fielmente, se encontrarán siempre personas cuyas almas se encuentren en esa condición. Diferirán mucho en  los grados de su progreso espiritual, pues algunos producirán frutos como treinta, otros como sesenta y algunos como ciento; pero la calidad de esos frutos  será la misma, pues provienen de la semilla que cayó en buen terreno.

Habrá en ellos arrepentimiento visible, fe visible en Cristo y santidad de vida visible. Sin esto no hay fe que salve.

Y ahora preguntémonos ¿Qué somos? ¿En qué clase de oyentes deberemos clasificarnos? No olvidemos nunca que hay tres maneras de oír la predicación sin  provecho y solo una de oírla con ventaja. No olvidemos nunca que solo uno es el signo infalible de haber sido oyente de corazón, y ese signo es dar frutos. Ser  estéril es encontrarse en el camino del infierno.

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