Mar
2:23 Un día de sábado iba él atravesando
un campo de mieses, y sus discípulos, según pasaban, se pusieron a arrancar
espigas.
Mar
2:24 Y le decían los fariseos: «Oye,
¿por qué hacen éstos en sábado lo que no está permitido?»
Mar
2:25 Y él les contesta: «¿Es que nunca
habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre, él y los
suyos:
Mar
2:26 que entró en la casa de Dios, en
tiempos del pontífice Abiatar, y comió los panes ofrecidos a Dios, los que sólo
a los sacerdotes es lícito comer, y los repartió también entre sus compañeros?»
Mar
2:27 Y añadió: «El sábado se instituyó
para el hombre, no el hombre para el sábado.
Mar
2:28 Así pues, también del sábado es
señor el Hijo del hombre.»
Una vez más Jesús entró en conflicto con las reglas y
normas de los escribas. Cuando Él y Sus discípulos iban pasando por unos
trigales en sábado, Sus discípulos se pusieron a arrancar espigas y a comerse
los granos. Cualquier otro días de la semana aquello estaba totalmente
permitido (Deuteronomio 23:25). Siempre que el viajero no usara una hoz, podía
arrancar las espigas. Pero esto lo hicieron un sábado, y el sábado estaba
terminantemente prohibido hacer ningún trabajo: Los trabajos se clasificaban en
treinta y nueve categorías diferentes, que se llamaban " los trabajos
padres,» cuatro de los cuales eran segar, aventar, trillar y preparar una
comida. Con su acción, los discípulos eran culpables de haber quebrantado estas
cuatro prohibiciones. A nosotros nos parecerá algo fantástico; pero para los
rabinos judíos era una cuestión de pecados mortales y de vida o muerte.
Los fariseos aprovecharon inmediatamente la ocasión
para acusar a los discípulos de Jesús de quebrantar la Ley. Sin duda esperaban
que Él los parara inmediatamente. Pero Jesús les contestó en su propio
lenguaje. Citó la historia que se cuenta en 1Sa_21:1-6. David iba huyendo para
salvar la vida; llegó al tabernáculo de Nob; pidió algo de comida, y no había
más que los panes de la proposición. Exo_25:23-30 nos dice lo que era este pan. Consistía en
doce panes que se colocaban en una mesa de oro de un metro de longitud por
medio de anchura y medio de altura. La mesa estaba en el tabernáculo delante
del lugar santísimo, y los panes eran una especie de ofrenda a Dios. Se
cambiaban una vez por semana; los que se retiraban podían comerlos los
sacerdotes, pero nadie más (Lev_24:9). Sin embargo entonces, en su necesidad,
David y sus amigos comieron de aquel pan. Jesús mostró que la misma Escritura contiene
un precedente de que la necesidad humana tiene prioridad aun sobre la Ley
divina.
" El sábado -les dijo- fue hecho por causa del
hombre, y no el hombre por causa del sábado.» Era evidente: El ser humano fue
creado antes de que se promulgaran las elaboradas leyes del sábado. El ser
humano no fue creado para ser la víctima y el esclavo de las reglas y .normas
sabáticas, que se hicieron en un principio para hacerles la vida mejor y más
fácil a las personas. El hombre no debe ser un esclavo del sábado, que existe
realmente para su bien.
Este pasaje nos enfrenta con algunas verdades
esenciales que sería peligroso olvidar.
(i) El Cristianismo no consiste en cumplir normas y reglas. Vamos a referirnos a un asunto parecido al de este
pasaje evangélico. La observancia del Día del Señor -es lo que quiere decir la
palabra domingo- es importante; pero si el Cristianismo consistiera en no
trabajar e ir a misa o al culto el domingo, rezar o leer la Biblia y abstenerse
de ciertas cosas, ser cristiano sería muy fácil. Siempre que nos olvidamos del
amor y del perdón y del servicio y de la misericordia que son el corazón del
Cristianismo, y los sustituimos por el cumplimiento de reglas y normas, el
Cristianismo ha perdido su esencia. Cristianismo siempre ha consistido mucho
más en hacer cosas que en abstenerse de hacer cosas.
(ii) La primera obligación es la de atender a la necesidad humana.
Hasta todos los catecismos y las confesiones admiten que es perfectamente legal en el Día
del Señor cumplimiento del deber y la práctica de las buenas obras y
misericordia. Si la religiosidad de una persona no la mueve a ayudar a los que
están en necesidad, su religión no merece nombre. La gente importa más que los
sistemas; las persona son mucho más importantes que el ritual; la mejor manera
honrar a Dios es ayudar a nuestros semejantes.
(iii) La mejor manera de usarlas cosas santas es usarlas para
ayudar a nuestros semejantes necesitados. En realidad, esa es la
única manera de dedicarle las cosas a Dios.
Una de las historias más encantadoras es la de El Cuarto Rey Mago. Se llamaba Artabán. Había decidido seguir la estrella, y llevaba un zafiro, un rubí y una perla de precio incalculable como regalos para el Rey. Iba cabalgando a toda prisa para encontrarse en el lugar convenido con sus, tres amigos Melchor, Gaspar y Baltasar. Iba con el tiempo justo; le dejarían atrás si llegaba tarde. Pero de pronto vio una figura confusa en el suelo por delante de él. Era otro viajero, que había contraído unas fiebres. Si Artabán se detenía a ayudarle, perdería a sus amigos. Y se detuvo a ayudar al necesitado hasta que se puso bueno. Pero ahora estaba solo. Necesitaba amellos y mozos que le ayudaran a cruzar el desierto, porque había perdido a sus amigos y su caravana. Tuvo que vender el zafiro para cubrir sus necesidades; Le dio pena que esa preciosa joya no fuera para su Rey.
Siguió su viaje, y a su debido tiempo llegó a Belén; pero de nuevo era demasiado tarde. José y María y el Niño se habían ido. Entonces llegaron los soldados para cumplir las crueles órdenes de Herodes y matar a todos los niños. Artabán estaba en una casa en la que había un niño. Los soldados llegaron a la puerta. Se oía a las otras madres llorar su desconsuelo. Artabán se puso a la puerta, alto y oscuro de piel como era, con el rubí en la mano, y sobornó al capitán para que no entrara. Así se salvó el niño de la casa, y la madre estaba gozosa; pero Artabán ya no tenía el rubí para su Rey.
Durante años vagó por todas partes buscando en vano
a su Rey. Más de treinta años después llegó a Jerusalén. Había una crucifixión
aquel día. Cuando Artabán se enteró de que era a Jesús al Que iban a
crucificar, comprendió que era su Rey, y se dirigió a toda prisa al Calvario.
Podría ser que su perla, la más maravillosa del mundo, pudiera comprar la vida
del Rey.
Calle abajo corría una joven huyendo de un grupo de
soldados. "¡Mi padre tiene deudas -gritaba-, y me van a vender como
esclava para pagarlas! ¡Sálvame!» Artabán vaciló un instante; pero en seguida
sacó la perla, y se la dio a los soldados para comprar la libertad de la joven.
De pronto los cielos se oscurecieron. Hubo un
terremoto, y una piedra volante le golpeó a Artabán en la cabeza. Cayó medio
inconsciente en el suelo, y la chica le sujetó la cabeza en su regazo. De
pronto, él empezó a mover los labios: "No, Señor, ese no puedo ser yo;
porque ¿Cuándo Te he visto hambriento y te he dado de comer? ¿O sediento y Te
he dado de beber? ¿Cuándo Te he recibido cuando eras forastero? ¿O desnudo y Te
he vestido? ¿Cuándo he sabido que estabas en la cárcel y he ido a visitarte?
Llevaba treinta y tres años buscándote; pero no había visto nunca Tu rostro, ni
Te he prestado ningún servicio, mi Rey." Y entonces se oyó una voz, como
un susurro que llegara de muy lejos: "De cierto te digo, que en cuanto lo
has hecho con Mis hermanos necesitados, Me lo has hecho a Mí." Y Artabán
sonrió al morir, porque supo que el Rey había recibido sus dones.
La mejor manera de consagrarle cosas a Dios es
usándolas para ayudar a los necesitados. Se ha sabido de niños a los que no se
permitía entrar en una iglesia porque era un monumento y estaba llena de cosas
valiosas. Desgraciadamente puede que una iglesia esté más preocupada por la
solemnidad de su ritual que de ayudar a los humildes y aliviar a los pobres. Pero
las cosas realmente sagradas se deben usar para remediar el dolo y la
necesidad. Los panes de la proposición no fueron nunca tan sagrados como cuando
se usaron para alimentar a un hambriento. El sábado no fue nunca tan sagrado
como cuan se usó para ayudar a los necesitados. El árbitro final acerca de uso
de todas las cosas es el amor y no la ley.
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