Mar 3:13 Sube luego al monte, llama junto a sí a los
que quería, y ellos acudieron a él.
Mar 3:14 Escogió doce, para
que estuvieran con él y para enviarlos a predicar,
Mar 3:15 con poder para
arrojar los demonios.
Mar 3:16 Escogió, pues, a los
doce: Simón. a quien puso el sobrenombre de Pedro;
Mar 3:17 Santiago, el de
Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a quienes puso el sobrenombre de
Boanerges, es decir, hijos del trueno;
Mar 3:18 Andrés y Felipe,
Bartolomé y Mateo, Tomás y Santiago, el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo
Mar 3:19 y Judas Iscariote,
el que luego lo entregó.
Jesús
había llegado a un momento muy importante de vida y obra. Se había presentado
con Su mensaje; había seguido Su método; había recorrido Galilea predicando y
sanando. Para entonces ya había hecho un impacto considerable la opinión
pública. Ahora tenía que enfrentarse con dos problemas muy prácticos. En primer
lugar, tenía que encontrar, manera de hacer que permaneciera Su mensaje en caso
de algo Le sucediera a Él, y que ese algo había de sucederlé no lo dudaba.
Segundo, tenía que encontrar la manera de extender Su mensaje; y en una edad en
que no había tal cosa como periódicos o libros, ni ninguna manera de alcanzar
grandes audiencias a la vez, esa no era una tarea fácil. No había nada más que
una forma de resolver los dos problemas: tenía escoger algunas personas para
escribir Su mensaje en corazones y vidas, y que salieran de Su presencia para
decirlo a los cuatro vientos. Eso exactamente es lo que Le vemos hacer aquí.
Es
significativo que el Cristianismo empezó con un grupito. La fe cristiana es
algo que estaba diseñado desde el principio que se había de descubrir y vivir
en compañía. La esencia de la manera de vivir de los fariseos era que separaba
a los hombres de su entorno. El mismo nombre de fariseo quiere decir separado;
la esencia del Cristianismo es que vincula a cada uno con sus semejantes, y le
presenta la tarea de vivir en compañía con los demás.
Además,
el Cristianismo empezó con un grupo muy heterogéneo. En él se encontraban los
dos extremos: Mateo era cobrador de contribuciones, y por tanto un marginado;
era un renegado y un traidor a sus compatriotas; y Simón el Cananeo, al que
Lucas llama correctamente el Celota; y los zelotes eran una pandilla de
nacionalistas ardientes y violentos que se comprometían hasta a cometer
crímenes y asesinatos para librar a su país del yugo extranjero. El hombre que
había perdido totalmente el sentido de patriotismo y el patriota fanático estaban
juntos en aquel grupo, y sin duda habría entre aquellos dos extremos toda clase
de trasfondos y opiniones. El Cristianismo empezó insistiendo en que las
personas más diferentes deben vivir juntas, y ofreciéndoles la oportunidad de
hacerlo conviviendo con Jesús. A juzgar por los baremos del mundo, los hombres
que escogió Jesús no tenían ninguna cualificación especial. No eran ricos, ni
tenían una posición social especial, ni tenían una cultura elevada, ni tenían
preparación teológica, ni tenían una posición elevada en la iglesia. Eran doce
personas normales y corrientes. Pero sí tenían dos cualificaciones especiales.
La primera: habían sentido la atracción magnética de Jesús. Había algo en Él
que les había hecho querer tenerle por Maestro. Y la segunda: tenían el coraje
de mostrar que estaban de Su parte. No nos equivoquemos: aquello requería
coraje. Ahí estaba Jesús, pasando tranquilamente por alto normas y reglas; ahí
estaba Jesús siguiendo un camino que conducía inevitablemente a una colisión
con los líderes ortodoxos; ahí estaba Jesús, ya marcado como pecador y como
hereje; y sin embargo tuvieron el coraje de asociarse con Él. Ningún grupo de
hombres lo arriesgó todo nunca antes ni después a una esperanza trasnochada
como aquellos galileos, y ninguna banda de hombres lo hizo ni lo haría nunca
jamás con los ojos más abiertos que ellos. ¿Por qué Jesús escogió
doce hombres? El número doce corresponde a las doce tribus de Israel
(Mat_19:28), con lo cual se muestra la continuidad entre el antiguo sistema religioso
y el nuevo basado en el mensaje de Jesús. Muchos seguían a Jesús, pero los doce
recibieron la preparación más intensa. Podemos ver el impacto de estos hombres
en el resto del Nuevo Testamento. Aquellos Doce tenían toda clase de faltas;
pero dijérase lo que se dijera de ellos, amaban a Jesús y no tenían miedo de
decirle al mundo que Le amaban -y eso es ser cristianos.
Jesús
los eligió con dos propósitos. Primero, los eligió para que estuvieran con Él;
los eligió para que fueran Sus constantes y fieles compañeros. Otros podrían ir
y venir; la multitud podría estar allí un día y no al siguiente; otros puede
que fluctuaran y cambiaran en su relación con Él; pero estos Doce habían de
identificar sus vidas con Su vida y vivir con Él todo el tiempo. Segundo, los
eligió para enviarlos. Quería que fueran Sus representantes; que les hablaran a
otros de Él. Ellos mismos habían sido ganados para que pudieran ganar a otros.
Para
la tarea, Jesús los equipó con dos cosas. En primer lugar, les dio un mensaje.
Habían de ser Sus heraldos. Un sabio dijo una vez que nadie tiene ningún
derecho a ser maestro; a menos que tenga una enseñanza propia que ofrecer, o la
enseñanza de otro que desee apasionadamente propagar. La gente siempre
escuchará al que tenga un mensaje. Jesús les dio a Sus amigos algo que decir.
Segundo, les dio un poder. También habrían de echar demonios. Porque estaban en
Su compañía, algo de Su poder se reflejaba en sus vidas.
Si
queremos aprender lo que es el discipulado, haremos bien en fijarnos en estos
primeros discípulos.
Sabemos
por los otros Evangelios que Jesús subió al monte a orar porque debía tomar una
decisión muy importante. El mismo Hijo de Dios necesitaba hallar un lugar donde
pudiera estar a solas con Dios, ya que no había silencio en ninguna otra parte.
Jesús nos ha enseñado a buscar la soledad para orar si es posible (Mat. 6:6).
Cuando Jesús nos llama a responder,
su amor nos obliga a seguirle. Estos doce eran el
“equipo” de Jesús señalados para trabajar con él y unos con otros. El hace
alusión en términos de su familia más amplia en los versúclos. 31-35. Mar. en
ningún lugar los denomina “apóstoles”, aunque este es el nombre por el que
fueron conocidos más tarde. Por esta razón algunos traductores omiten esta
palabra aquí. Pero, si usamos el nombre o no, ellos fueron los misioneros de
Jesús; y el misionero Marcos lo sabía muy bien. Podemos observar lo que
significa “apóstol” en el v. 14. Jesús escogió a estos va rones para enviarlos
a predicar las buenas nuevas, al igual que lo estaba haciendo él. Sin embargo,
antes de que estuvieran listos ara predicar las buenas nuevas tendrían que
pasar tiempo con Jesús para aprender a modelar la vida de ellos por la de él.
Si no seguimos el ejemplo de ellos, nuestra predicación será como altoparlantes
propagando fuertemente algo sin sentido.
Además,
tuvieron que demostrar el poder de Jesús y el Espíritu conquistando al enemigo,
como lo había hecho Jesús. Él les había dado su poder para echar fuera los
demonios (Mat. agrega el poder para sanar enfermedades en su nombre). Ambas
cosas eran señales de la llegada del reino de Dios. Es importante tomar nota de
que Jesús compartió su poder con humanos muy imperfectos, como nosotros. En
realidad, Marcos, en todo su Evangelio, enfatiza las imperfecciones de los doce
y en particular las de Pedro, quien de muchas maneras era el líder. Al hacerlo,
Marcos simplemente estaba estableciendo los hechos; no estaba procurando
minimizar a los apóstoles, como algunos han sugerido. Hace que la gracia de
Dios sea tanto más maravillosa (como lo vio Pablo; 2 Cor. 4:7) ya que no hay superhombres ni supermujeres
en el NT, solamente pecadores salvos por gracia. Los demás evangelistas
querían mitigar el impacto de algunos de los relatos, pero Marcos quiere
mostrarnos que los apóstoles eran humanos tal como nosotros, con todas nuestras
debilidades. Los “santos” del NT no tienen aureolas relucientes en derredor de
sus cabezas; ¡esto fue una invención de la iglesia romanista más adelante!
Nunca
se podrá encarecer demasiado lo importante de esta regla para los intereses de
la verdadera religión. No serán nunca demasiado estrictos y minuciosos los ministros de la iglesia en las
indagaciones que hagan respecto al carácter espiritual de los candidatos para órdenes.
Un ministro no convertido es
completamente incapaz de ejercer su misión. ¿Cómo podrá hablar con
experiencia de la gracia que nunca ha sentido? ¿Cómo recomendará a su
congregación ese Salvador que el mismo
no conoce sino de manera intelectual nada más? ¿Cómo presentará a las almas la
necesidad urgente de la conversión y del nuevo nacimiento, que él no ha experimentado? ¡Qué miserablemente se
equivocan los padres que persuaden a sus hijos para que se dediquen al
ministerio, tan solo para obtener una buena
ofrenda, o escoger una profesión respetable! ¿Qué otra cosa es eso sino
persuadirlos a que digan lo que no es verdad, y a que tomen el nombre del Señor
en vano? Los ministros no convertidos,
los ministros mundanos son los que más daño hacen a la causa del cristianismo.
Son apoyo de los infieles, alegría del
diablo y ofensa a Dios.
Otro
detalle que recalca lo “común” de los apóstoles era que la mayoría tenía
sobrenombres, algunos dados por Jesús mismo. En la mayor par te del mundo, las
personas son conocidas por sus sobrenombres que describen su manera de ser en
vez de sus verdaderos nombres. Estos discípulos eran gente real. Así
que tenemos a Simón, a quien Jesús le dio el sobrenombre de “Pedro” o “la
roca”; luego Jacobo y Juan, a quienes denominó hijos del trueno (o “Rayos y
Centellas”, como decimos hasta hoy). Tomás fue llamado “el mellizo”, y otro
Simón fue llamado “el Zelote” que puede haber sido una referencia a su “celo”
por la causa nacionalista de Israel. El sobrenombre de Judas, “Iscariote”
también puede haber estado conectado con el mismo movimiento. Cuando recordamos
al jactancioso Simón, quien negó a Jesús, a Tomás quien dudó de él, a Jacobo y
Juan quienes fueron ambiciosos, y a todos los demás discípulos, quienes
salieron corriendo asustados cuando Jesús fue detenido, no estamos glorificando
sus flaquezas, sino al Dios que puede usar a gente débil como ellos, y como
nosotros (2 Cor. 12:9).
Los
doce apóstoles de nuestro Señor eran, sin duda alguna, una clase distinta de hombres. Cuando murieron, no
tuvieron sucesores, así que estricta y literalmente no se puede decir que hay
sucesión apostólica. A nadie puede
llamarse realmente "sucesor de los apóstoles", si no hace
milagros, como ellos, y como ellos es infalible en su enseñanza. Pero, a pesar
de esto, no debemos olvidar que en
muchas cosas los apóstoles fueron elegidos para servir de modelos y de ejemplos
a todos los ministros del Evangelio. Teniendo esta circunstancia presente podemos deducir
lecciones muy útiles de este pasaje en referencia a los deberes de un fiel
ministro.
Un
ministro fiel debe, como los apóstoles, mantenerse en íntima comunión con
Cristo. Debe estar mucho "con El" Debe frecuentar la compañía
"del Hijo," y morar en El.
Debe separarse del mundo, y sentarse diariamente, como María, a los pies de
Jesús para oír su palabra. Debe estudiarlo, copiarlo, asimilarse su Espíritu, seguir sus huellas. Debería
empeñarse en adquirir la facultad de decir, cuando sube al púlpito, "lo
que hemos visto y oído, eso mismo os declaramos" 1Juan 1.3 El ministro fiel debe ser
predicador como los apóstoles. Este debe ser su principal trabajo y en el
concentrar sus pensamientos. Debe considerar la predicación como muy por encima de la administración de
los sacramentos. 1 Cor. 1.17. Un ministro que no predica no sirve de mucho a la
iglesia de Cristo; es un faro sin lámpara,
un trompetero silencioso, un vigilante dormido y un fuego pintado.
Un
ministro fiel debe oponerse como los apóstoles a todas las obras del diablo.
Aunque no llamado en el día a lanzar los espíritus malos del cuerpo, debe
de estar siempre dispuesto a resistirse
a los planes del diablo, y a denunciar los lazos que le tiende al alma. Debe
manifestar las consecuencias que producen el
gusto por las carreras de caballos, los teatros, los bailes, el juego,
la borrachera, la profanación del día del Señor, y todos los placeres
sensuales. Cada época tiene sus
tentaciones especiales, pues muchas son las tratas de Satanás; pero cualquiera
que sea el camino que haya escogido el diablo para urdir sus engaños, allí debe estar dispuesto y preparado el
ministro a oponérsele y a hacerle resistencia.
¡Cuán
grande es la responsabilidad de los ministros! ¡Cuán trabajosa su obra, si
cumplen con su deber! ¡Cuánto necesitan de las plegarias de todos los que oran para robustecer y sostener sus manos! No
es de admirarse que S. Pablo diga con tanta frecuencia a las iglesias,
"Orad por nosotros.
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