Mar 3:20
Y otra vez se juntó la multitud, de tal manera que ellos ni aun podían
comer pan.
Mar
3:21 Y como lo oyeron los suyos,
vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí.
Mar
3:22 Y los escribas que habían venido de
Jerusalem, decían que tenía a Belzebú, y que por el príncipe de los demonios
echaba fuera los demonios.
Mar
3:23 Y llamándoles, les dijo por
parábolas: ¿ Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás?
Mar
3:24 Y si un reino contra sí mismo fuere
dividido, no puede permanecer el tal reino.
Mar
3:25 Y si una casa fuere dividida contra
sí misma, no puede permanecer la tal casa.
Mar
3:26 Y si Satanás se levantare contra sí
mismo, y fuere dividido, no puede permanecer; mas tiene fin.
Mar
3:27 Nadie puede saquear las alhajas del
valiente entrando en su casa, si ántes no atare al valiente; y entónces
saqueará su casa.
Mar
3:28 De cierto os digo, que todos los
pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias
cualesquiera con que blasfemaren:
Mar
3:29 Mas cualquiera que blasfemare
contra el Espíritu Santo, no tiene perdón para siempre; mas está expuesto a
juicio eterno.
Mar
3:30 Porque decían: Tiene espíritu
inmundo.
Mar
3:31 Vienen pues sus hermanos y su
madre, y estando de fuera, enviaron a él llamándole.
Mar
3:32 Y la multitud estaba asentada alrededor
de él, y le dijeron: He aquí, tu madre y tus hermanos te buscan fuera.
Mar
3:33 Y él les respondió, diciendo:
¿Quién es mi madre, y mis hermanos?
Mar
3:34 Y mirando al derredor a los que
estaban sentados en derredor de él, dijo: He aquí mi madre, y mis hermanos.
Mar
3:35 Porque cualquiera que hiciere la
voluntad de Dios, éste es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.
Sabemos
todos cuan penoso es que nuestra conducta sea mal juzgada e interpretada,
cuando obramos bien. Nuestro Señor Jesucristo, durante su ministerio terreno, tuvo continuamente que someterse a
esa prueba, y es una comprobación de ello el pasaje que comentamos. Los
"escribas que habían venido a
Jerusalén" vieron los milagros que hacía, y no podían negar su
realidad. ¿Qué hicieron entonces? ¡Acusaron a nuestro bendito Salvador de estar
en liga con el diablo y unido a él!
Decían. "Tiene a Belcebú, y por el príncipe de los demonios lanza los
demonios.”
Hay
en la respuesta que dio nuestro Señor a esa maligna acusación expresiones en
que debemos fijar nuestra atención. Veamos qué lecciones encierran para nuestro bien.
Esta
es la enseñanza que más se destaca en relieve en la primera parte de la réplica
de nuestro Señor dio a los escribas. Prueba que es un absurdo suponer que Satanás "lanzará a Satanás" y
contribuyera así a destruir en su propio poder. Apela el hecho notorio, que aun
sus enemigos tienen que aceptar, que no puede
haber fuerza donde existe división. "Si un reino está dividido
contra sí mismo, ese reino no puede subsistir..
Esta
es una verdad a que no se presta la consideración que demanda. En ningún otro
particular ha producido tanto daño el abuso del derecho de juicio individual. Las divisiones de la iglesia son una gran causa de la debilidad de la
iglesia visible. Absorben la energía, el tiempo y el poder que
pudieran empleare en cosas mejores, y
suministran a los incrédulos un argumento contra la verdad del cristianismo. Trabajan
a favor del diablo y por eso Satanás es el
principal promotor de las divisiones religiosas. Si no puede destruir el
cristianismo, se esfuerza en hacer que los cristianos disputen entre ellos, y
arma a los unos contra los otros. Nadie
mejor que el diablo sabe, que "dividir es conquistar".
Hagamos
la resolución, en cuanto de nosotros dependa, de evitar toda diferencia,
disensiones y disputas en religión; contemplémoslas con horror y aborrecimiento como plagas de las iglesias.
Seamos celosos, y nunca lo seremos demasiado, de las verdades y de los dogmas
salvadores; pero es muy fácil
equivocarse y tomar una escrupulosidad mórbida por delicadeza de
conciencia, y un celo en defender fruslerías por celo en pro de la verdad. Es
justificable la separación de una
iglesia tan solo cuando esta se separa del Evangelio. Estemos siempre
dispuestos a hacer muchas concesiones y muchos sacrificios en bien de la unidad y de la paz.
Debemos
notar, en segundo lugar, la gloriosa declaración que en estos versículos hace
nuestro Señor respecto al perdón de los pecados. Dice que "todos
los pecados serán perdonados a los hijos
de los hombres, y cualesquiera blasfemias con que blasfemaren”.
Algunas veces los
cristianos se preguntan si han cometido el pecado de blasfemar contra el
Espíritu Santo. Este no es un pecado del cual los cristianos deben preocuparse,
pues se trata de una actitud de incredulidad y falta de arrepentimiento.
Rechazar a propósito la acción del Espíritu Santo es blasfemia porque es
rechazar a Dios mismo. Los dirigentes religiosos acusaron a Jesús de blasfemia,
pero irónicamente blasfemaron cuando cara a cara lo acusaron de estar poseído
por Satanás.
Estas
palabras pasan desapercibidas para muchas personas o son oídas con indiferencia
sin descubrir en ellas ninguna belleza especial; pero el hombre que tiene la convicción de sus pecados y que
siente profundamente la necesidad de perdón, esas palabras son dulces y
preciosas. "Todos los pecados serán
perdonados". Los pecados de la juventud y de la ancianidad, los de
pensamiento, de obra, de lengua y de imaginación, los pecados de los
perseguidores como Saulo, los de los
idólatras como Manasés, los de los enemigos declarados de Cristo, como fueron
los judíos que lo crucificaron, los pecados de los que abandonan a Cristo y de Él se separan, como
Padre, todos, todos pueden ser perdonados. La sangre de Cristo puede lavarlos
todos; la justicia de Cristo puede
cubrirlos todos, y ocultarlos a los ojos de Dios.
La doctrina que aquí se
establece es la corona y la gloria del Evangelio.
Lo primero que propone al hombre es libre perdón, absolución entera,
remisión completa, sin dinero y sin
precio. "Por este hombre se os anuncia la remisión de los pecados: y en Él
es justificado todo aquel que creyere" Hechos 13.38-39.
Aceptemos
esta doctrina sin dilación si antes no lo hemos hecho; tanto nos interesa a
nosotros como a los demás. Nosotros también si hoy nos acercamos a Cristo, podemos ser perdonados., "Aunque
nuestros pecados hayan sido como escarlata, quedarán blancos como la
nieve" Isaías 1.18 Adhirámonos firmemente a esta doctrina si es que ya la
hemos aceptado. Quizás nos sintamos algunas veces desfallecidos, indignos y
abrumados; pero si verdaderamente nos
hemos acercado a Cristo, nuestros pecados quedarán perdonados. Dios los
apartará de su vista, los borrará del libro de los recuerdos, los hundirá en el fondo del océano. Creamos y no
tengamos miedo.
Debemos
notar, por último que es posible que el alma de un hombre quede perdida para
siempre en el infierno. Las palabras de nuestro Señor son muy claras y muy preciosas. Habla de uno que "nunca
recibe perdón, sino que está en peligro de condenación eterna.
No
hay duda que esta es una verdad terrible; pero es una verdad y no podemos
cerrar los ojos a ella. La encontramos proclamada una y otra vez en las sagradas Escrituras. Para presentarla de una
manera clara y no dar lugar a equivocaciones se multiplican en la Biblia
figuras e imágenes de toda clase, y se
emplea toda clase de lenguaje. En una palabra, si no hay lo que se llama
"condenación eterna" podemos arrojar la Biblia a un lado y decir que
sus palabras nada significan.
Gran
necesidad hay en todos nuestros tiempos de presentar constantemente ante los
ojos de los hombres esta verdad terrible. Se han presentado maestros que atacan abiertamente la doctrina de la
eternidad de las penas, o hacen esfuerzos en explicarla de manera que de hecho
la refutan. Los oídos de los hombres han
sido agradablemente lisonjeados con argumentos plausibles acerca del
"amor de Dios" y de lo imposible que es que un Dios amoroso permita
un infierno eterno. Se dice que la
eternidad de las penas es tan solo una "cuestión especulativa"
respecto a la cual se puede creer lo que a cada cual le placa. En medio de este diluvio de falsas doctrinas abracemos
con firmeza la verdad antigua. No nos avergoncemos de creer que hay un Dios
eterno, un cielo eterno y un infierno
eterno. Recordemos que el pecado es un mal infinito, que exige una
expiación de valor infinito para librar al creyente de sus consecuencias y que
arrastra consigo una pérdida infinita al
incrédulo que rechaza el remedio que para el proveyó. Después de todo,
apoyémonos en las aseveraciones claras de la
Escrituras, como es la que tenemos ahora ante nuestros ojos. Un texto
claro vale por mil argumentos abstrusos.
Finalmente,
si es verdad que haya una "condenación eterna" seamos muy diligentes
para evitar nosotros incurrir en ella. No nos detengamos, escapemos para salvar la vida. Gen. 18.16-17. Refugiémonos
en la esperanza que nos abre el Evangelio, y no descansemos hasta que sepamos y
sintamos que nos hallamos seguros. Y no
nos avergoncemos nunca, de buscar esa seguridad; avergoncémonos, si, del
pecado, de la mundanalidad y del amor del placer: pero no de los esfuerzos que hagamos en libertarnos de un
infierno perdurable.
Por
último, Jesús dio una severa advertencia acerca del único pecado imperdonable
en la Biblia: el pecado en contra del Espíritu Santo. Esto parece ser cerrar
deliberadamente el corazón y la mente al testimonio del Espíritu acerca de
Jesús, algo que los maestros habían demostrado en su culpabilidad. El
torcimiento de la verdad tan deliberado y a propósito hace que el
arrepentimiento y la salvación sean imposibles, ya que se ha cerrado la única
puerta de la salvación que Dios ha abierto. No es que Dios no esté dispuesto a
perdonar, sino que tal persona no quiere recibir el perdón del Señor. Si aún
tememos que seremos culpables, es una señal clara de que no hemos cometido el
peor de los pecados y que no estamos en peligro de cometerlo. En verdad, como
ha sido dicho muchas veces, lo marcado está del otro lado: la preciosa verdad
es que todos los demás pecados pueden ser perdonados. El sostener fuertemente
estas verdades ha de ayudar a muchas almas sensibles a no tener agonía,
especialmente a aquellos que, en tiempos de persecución, han sido obligados a
blasfemar contra Cristo. Podemos recordar a Saulo de Tarso, quien procuraba
hacer blasfemar a los primitivos cristianos de origen judío (Hech. 26:11), o a
las dictaduras de diversas clases en nuestros días. Pedro blasfemó y juró que
él no conocía a Jesús, y si él pudo arrepentirse y ser perdonado, igualmente nosotros
podemos ser perdonados.
De
suma importancia especialmente en un mundo donde Satanás parece tan poderoso,
es que nos demos cuenta de que el enemigo ya ha sido derrotado. Cada vez que en
el Evangelio de Mararcos Jesús echa fuera a Satanás de la vida de un hombre o
una mujer y libera a la persona de ese poder, tenemos otra prueba más. La
derrota de Satanás es segura a pesar de que aún pueda demostrar su poder en
religiones no cristianas (los cristianos del Tercer Mundo sabrán que mientras
pueda haber algo de verdad en esas religiones, también con frecuencia tienen
algo de demoníaco), con “magia” y “encantamientos”, o en el avivamiento del
satanismo y de lo oculto en el mundo occidental de hoy. El fuerte ya ha sido
conquistado y atado: la batalla ya ha sido peleada y ganada, y ahora sólo hay
operaciones de “limpieza”. La referencia a las posesiones desaparecidas indica
que aquellos que eran poseídos por el enemigo anteriormente ahora pueden ser
libres.
María
era la madre de Jesús (Luc_1:30-31) y sus hermanos sin duda eran los hijos que
María y José tuvieron después de Jesús. Muchos cristianos, sin embargo, creen
la antigua tradición según la cual María tuvo un solo hijo. Si esto es verdad,
tal vez los "hermanos" de Jesús eran sus primos (en esa época se
acostumbraba llamar hermanos a los primos). Hay quienes dan otra alternativa:
cuando José se casó era viudo y estos hermanos de Jesús eran hijos del primer
matrimonio de José. En ese caso, serían medios hermanos de Jesús (Mar_6:3-4).
Según vemos en el versículo 21, la familia de Jesús no logró entender a
plenitud el ministerio de Jesús. Jesús explicó que nuestra familia espiritual establece
relaciones que en último término pueden ser más importantes y perdurables que
las relaciones formadas en nuestras familias carnales.
La
familia de Dios es de brazos abiertos y no excluye a nadie. Aunque Jesús amaba
a su madre y a sus hermanos, también amaba a quienes lo amaban. Jesús no hacía
acepción de personas, sino que concedía a todos el privilegio de obedecer a
Dios y ser parte de su familia. En nuestro mundo, cada vez más computarizado e
impersonal, las relaciones afectuosas entre los miembros de la familia de Dios
adquieren una mayor importancia. La iglesia puede dar amor y cuidado personal
que mucha gente no encuentra en ninguna otra parte.
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