Mar 4:33
Con muchas parábolas como estas les hablaba la palabra, conforme a lo
que podían oír.
Mar 4:34
Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos* en particular
les declaraba todo.
* Talmid: talmidim,
pl; talmidah, fem; discípulo, estudiante. La relación entre un talmid y su rabí
era muy estrecha: no sólo el talmid aprendía los hechos, procesos de
razonamiento y como llevar a cabo prácticas religiosas de su rabí, sino también
lo consideraba a él como a alguien a quien imitar en conducta y carácter (Mt 10:24-25, Lc 6:40, Jn 13:13-15) El rabí era considerado responsable por sus
talmidim (Mt 12:22, Lc 19:39, Jn 17:12).
Aquí tenemos una definición breve pero perfecta
tanto del sabio maestro como del alumno sabio. Jesús acomodaba Su enseñanza
a la capacidad de Su audiencia. Esa es la primera necesidad de la enseñanza
sabia.
Hay dos peligros que un maestro sabio debe evitar a
toda costa.
(a) Debe
evitar todo exhibicionismo. El deber de un maestro no es llamar la
atención, sino dirigir la atención a su tema. El deseo que exhibirse puede
hacer que uno intente alucinar a expensas de la verdad. Puede hacerle pensar
más en las maneras sorprendentes de decir una cosa que en la cosa misma. O
puede hacerle desear desplegar su propia erudición hasta tal punto que se hace
tan oscura y elaborada y rebuscada que las personas normales no le pueden
entender en absoluto. No hay ninguna virtud en hablar por encima de las cabezas
de la audiencia. Como ha dicho alguien: «El tirar por encima del blanco sólo
demuestra que se es mal tirador.» Un buen maestro debe estar enamorado de su
asignatura, y de sus alumnos, pero no de sí mismo.
(b) Debe
evitar un sentimiento de superioridad. La verdadera enseñanza no
consiste en decirle cosas a la gente, sino en aprender juntamente. La idea de
Platón era que la enseñanza quería decir sencillamente extraer de la mente y la
memoria de los alumnos lo que ya sabían. El maestro que se pone en un pedestal
y habla de arriba abajo no tendrá nunca éxito. La verdadera enseñanza consiste
en compartir y en descubrir la verdad juntos. Es una exploración en equipo de
los paisajes de la mente. Bien lo dijo Antonio Machado:
“¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a
buscarla. La tuya, guárdatela.”
Hay ciertas cualidades que siempre debe tratar de
adquirir el que desea enseñar.
(a) El
maestro debe tener comprensión. Una de las grandes dificultades del
experto es comprender por qué el no experto encuentra una cosa tan difícil de
entender o de hacer. Al maestro le es necesario pensar con la mente del alumno,
y ver con los ojos del alumno antes de poder realmente explicar o impartir
ninguna clase de conocimiento.
(b) El
maestro debe tener paciencia. El rabino judío Hillel establecía: «Un
hombre irascible no puede ser maestro,» e insistía en que la primera cualidad
esencial de un maestro es la tranquilidad. Los judíos establecían que si un
maestro se daba cuenta de que sus alumnos no comprendían una cosa tenía que
empezar otra vez desde el principio sin rencor ni irritación, y explicarlo todo
de nuevo. Eso era precisamente lo que hacía Jesús siempre.
(c) El
maestro debe tener amabilidad. Las reglas de la enseñanza judía
prohibían los castigos excesivos, especialmente los que humillaran al
estudiante. El deber del maestro era siempre animar, y nunca desanimarlos Anna
Buchan cuenta que su anciana abuela tenía una frase favorita: «Nunca desanimes
a un joven.» Al maestro le es fácil usar el látigo de la lengua con un discípulo
de mente saltarina. A menudo es una tentación a apuntarse un tanto haciendo de
ese alumno la meta de sarcasmos y agudezas que le convierten en el hazmerreír
de la clase. El maestro que es amable nunca lo haría.
Este pasaje también nos muestra al alumno sabio. Nos
pinta el cuadro del círculo íntimo al que Jesús podía explicar las cosas real y
verdaderamente.
(a) El
alumno sabio no se olvida cuando se marcha de la clase. Cuando se va,
piensa en lo que ha oído. Lo rumia hasta digerirlo y asimilarlo. Epicteto, el
sabio maestro estoico, solía molestarse con algunos de sus alumnos. Decía que
las personas deberían usarla filosofía que aprendían, no para discutir, sino
para vivir. En una metáfora cruda, decía que las ovejas no vomitan la hierba
para que vea el pastor cuánto han comido, sino la digieren y la convierten en
lana y leche. El alumno sabio se va, no para olvidar lo que ha aprendido, ni
para presumir de ello, sino para meditarlo reposadamente hasta descubrir lo que
quiere decir en su caso y en su vida.
(b) Por
encima de todo, el alumno sabio busca la compañía de su maestro.
Después de oír a Jesús, las muchedumbres se dispersaban; pero había una pequeña
compañía que se quedaba con Él y no tenía prisa en marcharse. Era a ellos a los
que Jesús desarrollaba el sentido de cada cosa. En último análisis, si uno es
de veras un gran maestro no es tanto su enseñanza lo que se quiere conocer,
sino a él mismo. Su mensaje siempre consistirá, no tanto en lo que dice sino en
cómo es. Él
que quiere aprender de Cristo debe buscarle y estar en Su compañía. Si lo hace
ganará, no sólo conocimientos, sino la vida misma.
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