} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NECESITADOS DE CRISTO

domingo, 24 de enero de 2021

NECESITADOS DE CRISTO


Mar 5:21  Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar.

Mar 5:22  Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies,

Mar 5:23  y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá.

Mar 5:24  Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban.

Mar 5:25  Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre,

Mar 5:26  y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor,

Mar 5:27  cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto.

Mar 5:28  Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva.

Mar 5:29  Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote.

Mar 5:30  Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?

Mar 5:31  Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?

Mar 5:32  Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto.

Mar 5:33  Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.

Mar 5:34  Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.

 

       El asunto principal de estos versículos es la curación milagrosa de una mujer enferma. ¡Grande es la experiencia de nuestro Señor en casos de enfermedad!  ¡Grande su simpatía con sus miembros enfermos y adoloridos! Se representan generalmente los dioses paganos terribles y poderosos en los combates,  gozándose en derramar sangre, patronos de los fuertes y amigos de los guerreros. El Salvador de los cristianos se nos presenta siempre dulce, de fácil acceso,  medico de los corazones desgarrados, refugio de los débiles y de los desamparados, consolador de los afligidos, el mejor amigo de los enfermos. ¿Y no es este  precisamente el Salvador que necesita la humana naturaleza? El mundo está lleno de dolores y angustias; los débiles son en el más numerosos que los fuertes.

Veamos en estos versículos la desgracia que el pecado ha traído al mundo. Leemos que una persona tuvo una enfermedad penosa por doce años; había  "sufrido mucho con los médicos y gastado todo lo que tenía, sin estar mejor por eso, sino más bien peor". Había hecho mil pruebas en vano; la ciencia médica  había sido impotente para curarla y había pasado doce años angustiosos en luchar con la enfermedad, sin que el alivio, pareciese más próximo que al  principio. "La esperanza diferida" podría bien "enfermar su corazón" Prov. 13.12.

¡Qué maravilloso es que no aborrezcamos el pecado más! Pues él es la causa de todos los dolores y las enfermedades del mundo. Dios no crió al hombre para  que fuese una criatura inválida y llena de dolores. El pecado, y nada más que el pecado, produjo todos los males a que está sujeta la carne. Al pecado debemos  los agudos dolores, las enfermedades asquerosas y todas las dolencias humillantes que agobian nuestros pobres cuerpos. Tengamos presente esto siempre, y  odiemos el pecado con un odio santo.

Notemos, en segundo lugar, cuan diferentes son los sentimientos que llevan a las personas cerca de Cristo. Se nos dice en estos versículos, que, "mucha gente  seguía" a nuestro Señor "y lo sofocaba". Pero solo una persona se nos habla que "se adelantó por detrás al través del gentío" y lo tocó con fe y quedó curada.

Muchos seguían a Jesucristo por curiosidad, y ningún beneficio recababan; una persona, solo una, lo siguió sintiendo profundamente su necesidad, y  convencida del poder que tenía nuestro Salvador para aliviarla, y esa sola recibió una gran bendición.

Vemos que lo mismo acontece continuamente en la iglesia de Cristo aun al presente. Turbas numerosas concurren a los templos y llenan sus bancos;  centenares se acercan a la mesa del Señor y reciben el pan y el vino; pero de todos estos adoradores y comulgantes, cuan pocos obtienen realmente algo de  Cristo. La moda, la costumbre, la excitación el prurito de oír, son los verdaderos móviles de la mayoría. Son pocos los que toca a Cristo con fe y se vuelven a  su casa "en paz". Puede que esto parezca duro, pero desgraciadamente es la verdad.

Notemos, en tercer lugar, cuan inmediata e instantánea fue la cura de esta mujer. Apenas tocó los vestidos de nuestro Señor que quedó curada; lo que había  estado en vano anhelando por doce años, quedó hecho en un momento. La cura que muchos médicos no había podido conseguir fue lograda en un instante.

"Sintió en su cuerpo que estaba curada de aquella plaga".

No debemos dudar que esta cura es un emblema de las que el Evangelio realiza en las almas. La experiencia de muchas conciencias cargadas ha sido  exactamente la de esa mujer enferma. Muchos hombres han pasado años dolorosos y angustiados en busca de paz con Dios, y no pudieron encontrarla;  apelaron a remedios mundanos, y no hallaron alivio; se cansaron yendo ya a un lugar ya a otro, a esta iglesia y a aquella, y se encontraron después de todo  "nada mejorados, sino más bien peores". Pero al fin encontraron reposo, y ¿en donde? Lo encontraron, lo mismo que esta mujer, en Jesucristo. Han  suspendido sus propias obras, han abandonado el empeño de buscar alivio en sus propios actos y esfuerzos. Se han acercado a Jesucristo, como pecadores  humildes y se han confiado en su misericordia; e inmediatamente la carga ha desaparecido de sus hombros; el decaimiento se ha convertido en alegría y la  ansiedad en paz. Un solo toque con verdadera fe puede hacer más por el alma que mil austeridades impuestas voluntariamente. Fijar una mirada en Jesucristo  es más eficaz que años de cilicio y de ceniza. No lo olvidemos mientras vivamos; dirigirnos personalmente a Cristo es el secreto real para logra paz con Dios.

Notemos, en cuarto lugar, cuan propio es que los cristianos confiesen ante los hombres el beneficio que de Cristo reciben. Vemos que no se le permitió a esta  mujer retornar a su casa, así que estuvo curada, sin que publicara su cura. Nuestro Señor averiguó quien lo había tocado, y "miró en torno suyo para ver a la  que lo había hecho". No hay duda que sabía perfectamente el nombre y la historia de aquella mujer, no necesitaba que nadie se lo dijese; pero quería enseñarle  a ella y a todos los que lo rodaban, que las almas curadas deben reconocer en público las mercedes recibidas.

Esta es una lección que harían bien en recordar a todos los verdaderos cristianos. No avergoncemos de confesar a Cristo ante los hombres, y de que otros  sepan lo que ha hecho por nuestras almas. Si hemos encontrado paz por medio de su sangre y hemos sido renovados por su Espíritu, no debemos evitar  confesarlo en todas ocasiones. No es necesario anunciarlo a son de trompeta por las calles, y obligar a todo el mundo a escuchar nuestra historia. Lo que se  requiere de nosotros es la voluntad de reconocer a Cristo por nuestro Maestro, sin temer el ridículo o la persecución que esa confesión pudiera acarrearnos. No  se exige más de nosotros; pero no debemos contentarnos con menos. Si nos avergonzamos de Jesucristo ante los hombres, El se avergonzará un día de  nosotros ante su Padre y los ángeles.

Notemos, en último lugar, que gracia tan preciosa es la fe. "Hija" dice Nuevo Testamento Señor a la mujer curada, "tu fe te ha sanado; vete en paz.

De todas las gracias cristianas, ninguna se menciona tanto en el Nuevo Testamento como la fe, y ninguna es tan altamente recomendada. Ninguna otra gracia  redunda tanto en Gloria de Cristo. La esperanza despierta un ardiente anhelo de las cosas buenas que han de venir; el amor forma un corazón lleno de ardor y  voluntad; la fe trae las manos vacías, todo lo recibe, y nada puede dar en retorno. Ninguna gracia es tan importante para el alma del cristiano. Principiamos por  la fe, por la fe vivimos, en la fe nos apoyamos; caminamos por la fe y no por la vista; por la fe vencemos; por la fe logramos paz; por la fe descansamos.

Ninguna gracia debería ser para nosotros asunto de más meditaciones. Deberíamos preguntarnos con frecuencia "creo realmente" ¿Es mi fe verdadera,  genuina, don de Dios.

No descansemos hasta no responder satisfactoriamente estas preguntas. Cristo no ha cambiado después del día en que la mujer fue curada, es aún benigno y  poderoso para salvarnos. Solo necesitamos hacer una cosa, si queremos salvarnos: la mano de la fe, toquemos con ella a Jesús y nos sanará.

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