Rom 8:12 Así que, hermanos,
deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
Rom 8:13 porque si vivís
conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de
la carne, viviréis.
Rom 8:14 Porque todos los que
son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Rom 8:15 Pues no habéis
recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
Rom 8:16 El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
Rom 8:17 Y si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos
juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
Pablo nos
presenta otra gran alegoría de las suyas, con las que nos describe la nueva
relación que tenemos los cristianos con Dios. Dice que el cristiano es adoptado
como hijo en la familia de Dios. Para entender la profundidad del sentido de
este pasaje tenemos que saber algo de lo seria y complicada que era la adopción
entre los romanos.
Lo que hacía de la adopción un asunto tan complicado
y difícil era la patria potestas
romana; es decir, la autoridad del padre sobre toda la familia. El
padre tenía poder para disponer absolutamente de la familia; y, en los primeros
tiempos, hasta de vida o muerte. En relación con su padre, un hijo nunca
alcanzaba la mayoría de edad; siempre estaba bajo la patria potestas, y era
propiedad absoluta de su padre, que podía disponer de él como quisiera. Ya se
comprende que esto convertía la adopción por otra familia en un paso difícil y
serio. Por la adopción, una persona pasaba de estar bajo una patria potestas a
estar bajo otra.
Tenía
dos etapas. La primera se llamaba
mancipatio, y se llevaba a cabo
mediante una venta simulada en la que se usaban simbólicamente unas monedas y
una balanza. El simbolismo de la venta se llevaba a cabo tres veces: el padre
hacía como que vendía a su hijo dos veces, y otras dos volvía a comprarlo; pero
la tercera vez ya no le compraba, por lo cual se consideraba que quedaba rota
la patria potestas. Luego seguía la ceremonia de vindicatio. El padre adoptante
se dirigía al praetor, uno de los magistrados romanos, y presentaba el caso
legal para la transferencia a su patria potestas de la persona que iba a
adoptar. Cuando todo esto se completaba, quedaba consumada la adopción. No cabe
duda de que era un proceso sumamente serio e impresionante.
Pero aún nos interesan más para comprender la
alegoría de Pablo las consecuencias de la adopción. Las principales eran
cuatro:
(i) La persona adoptada perdía todos los derechos
que le hubieran correspondido en su vieja familia, y adquiría todos los de un hijo legítimo de la nueva familia.
En el sentido legal más estricto, adquiría un nuevo padre.
(ii) Automáticamente
quedaba constituido heredero de las propiedades de su nuevo padre. Aunque
después le nacieran a éste otros hijos, eso no afectaba a sus derechos. Sería
inalienablemente coheredero con ellos.
(iii) Para
la ley, la vida anterior de la persona adoptada se borraba completamente.
Por ejemplo: si tenía deudas, quedaban canceladas. Se le consideraba una nueva
persona que empezaba una vida nueva sin la menor vinculación con el pasado.
(iv) Para la ley era hijo de su nuevo padre en
todos los sentidos. La historia de Roma contaba un caso que dejaba bien
claro hasta qué punto esto era verdad. El emperador Claudio adoptó a Nerón para
que le sucediera en el trono. No eran parientes antes. Claudio ya tenía una
hija, Octavia. Para consolidar la alianza Nerón se quería casar con ella; no
había entre ellos ningún lazo de consanguinidad; sin embargo, para la ley eran
hermanos, así es que no se podían casar a menos que el senado romano dictara
una ley especial.
Eso es lo que está pensando Pablo aquí. Y usa además
otra figura de la adopción romana: dice
que el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu de que somos de veras
hijos de Dios. La ceremonia de adopción se llevaba a cabo en presencia
de siete testigos. Supongamos que el padre adoptante muriera, y se pusiera en
duda el derecho a la herencia del hijo adoptivo; uno o más de los siete
testigos se personaría y juraría que la adopción había sido genuina. Así
quedaba garantizado el derecho de la persona adoptada. En nuestro caso, dice
Pablo, es el mismo Espíritu Santo el que da testimonio de que Dios nos ha
adoptado como sus hijos.
Vemos que todos los pasos de la adopción romana
tenían un significado concreto para Pablo como ejemplo de nuestra adopción en
la familia de Dios. Hubo un tiempo en el que estábamos bajo el control
absoluto de nuestra naturaleza humana pecadora; pero Dios, en su misericordia, nos ha tomado
como su exclusiva posesión. El
pasado ya no tiene ningún derecho sobre nosotros; Dios es el único que tiene derecho absoluto.
El pasado está cancelado, y las deudas borradas; empezamos una vida nueva con
Dios, y somos herederos de todo lo que es suyo. La regeneración por el Espíritu
Santo trae al alma una vida nueva y divina, aunque su estado sea débil. Los
hijos de Dios tienen al Espíritu para que obre en ellos la disposición de
hijos; no tienen el espíritu de servidumbre, bajo el cual estaba la Iglesia del
Antiguo Testamento, por la oscuridad de esa dispensación. El Espíritu de
adopción no estaba, entonces, plenamente derramado. Y, se refiere al espíritu
de servidumbre, al cual estaban sujetos muchos santos en su conversión.
Muchos se jactan de tener paz en sí mismos, a
quienes Dios no les ha dado paz; pero los santificados, tienen el Espíritu de
Dios que da testimonio a sus espíritus que les da paz a su alma.
Aunque ahora podemos parecer perdedores por Cristo,
al final no seremos, no podemos ser, perdedores para Él. Ahora somos
coherederos con Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios. Lo que Cristo hereda,
nosotros lo heredamos también. Si Cristo tuvo que sufrir, nosotros también
heredamos ese sufrimiento; pero como Cristo resucitó a la vida y a la gloria,
nosotros también heredamos esa vida y gloria.
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