} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA ENTRADA DEL REY EN JERUSALÉN

martes, 15 de junio de 2021

LA ENTRADA DEL REY EN JERUSALÉN

 

 

Mar 11:1  Cuando se acercaban a Jerusalén, junto a Betfagé y a Betania, frente al monte de los Olivos, Jesús envió dos de sus discípulos,

Mar 11:2  y les dijo: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego que entréis en ella, hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado; desatadlo y traedlo.

Mar 11:3  Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso? decid que el Señor lo necesita, y que luego lo devolverá.

Mar 11:4  Fueron, y hallaron el pollino atado afuera a la puerta, en el recodo del camino, y lo desataron.

Mar 11:5  Y unos de los que estaban allí les dijeron: ¿Qué hacéis desatando el pollino?

Mar 11:6  Ellos entonces les dijeron como Jesús había mandado; y los dejaron.

Mar 11:7  Y trajeron el pollino a Jesús, y echaron sobre él sus mantos, y se sentó sobre él.

Mar 11:8  También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino.

Mar 11:9  Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna!(A) ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

Mar 11:10  ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!

Mar 11:11  Y entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce.

 

 

                  El acontecimiento descrito en estos versículos es una excepción muy notable en la historia del ministerio terrenal de nuestro Señor Jesucristo. Hemos llegado a la última etapa del viaje de Jesús. La había precedido la retirada alrededor de Cesarea de Filipo en el extremo Norte; luego habían pasado un tiempo en Galilea; habían estado después en las montañas de Judasa y en Transjordania; habían pasado por Jericó, y ahora llegaban a Jerusalén.

Generalmente hablando,  vemos a Jesús evitando la publicidad, habitando con frecuencia en los desiertos, y realizando así la profecía que había anunciado, que "no gritaría, ni lucharía,  ni dejaría oír su voz en las calles. “En este caso, y solo en este, parece que nuestro Señor abandona su carácter privado, y deliberadamente hace fijar en El la  atención pública. Hace una entrada pública en Jerusalén a la cabeza de sus discípulos; entra voluntariamente cabalgando en la ciudad, rodeado de una gran  muchedumbre, que grita, ¡Hosanna,! como cuando el rey David volvía en triunfo a su palacio. 2 Samuel 19.40. Todo esto también tuvo lugar en una época en que  millares de judíos se reunían de todas partes en Jerusalén para celebrar la Pascua. Bien podemos creer que la santa ciudad resonó con las nuevas de la llegada  de nuestro Señor. Probable es que no hubo una casa en Jerusalén en que no se supiese la entrada del profeta de Nazaret y en que aquella noche no se hablase  de ella.

Recordemos siempre estas cosas al leer esta parte de la historia de nuestro Señor. Por algo es que se relata cuatro veces en el Nuevo Testamento esta entrada  en Jerusalén. Es evidente que tiene por objeto que los cristianos estudien con especial atención la escena de la vida terrestre de Jesús. Estudiémosla con ese  espíritu, y veamos qué lecciones prácticas podemos aprender en este pasaje para bien de nuestras almas.

Observemos, en primer lugar, cuan público hizo intencionalmente nuestro Señor el último acto de su vida. Vino a morir a Jerusalén, y quiso que toda  Jerusalén lo supiese. Cuando enseñaba las doctrinas más profundas del Espíritu, no hablaba regularmente sino con sus discípulos. Cuando decía sus parábolas,  no se dirigía frecuentemente sino a una multitud de galileos pobres e ignorantes. Cuando hacia sus milagros, era generalmente en Capernaúm, o en la tierra de  Zabulón y Neftalí. Pero cuando llegó el momento en que debía morir, hizo su entrada pública en Jerusalén. Llamó hacia El la atención de los gobernadores, de  los sacerdotes y ancianos, de escribas, griegos y romanos. Sabía que iba a verificarse el acontecimiento más portentoso que había tenido lugar en este mundo.

El Hijo Eterno de Dios iba a sufrir por los hombres pecadores, el gran Cordero Pascual iba a ser sacrificado, la gran expiación iba a realizarse. Por tanto  ordenó que su muerte fuese en grado eminente pública. Arregló las cosas de manera que todos los ojos en Jerusalén se fijasen en El, y que cuando muriera,  presenciaran su muerte muchos testigos.

He aquí una prueba más de la importancia indecible de la muerte de Cristo. Conservemos como un tesoro sus palabras; tratemos de imitar su santa vida; apreciemos en lo que vale su intercesión; y deseemos con ansia su segunda venida; pero no olvidemos que su muerte en la cruz es el hecho que corona todo lo que de Jesucristo sabemos. De esa muerte dimanan todas nuestras esperanzas; sin ella no podríamos asentar nuestras plantas en nada sólido. Demos, según. vayamos viviendo, más y más valor a esa muerte, y cuando pensemos en Cristo, que nada nos regocije más que el gran hecho que por nosotros murió.

Observemos, en segundo lugar, en este pasaje, la pobreza voluntaria a que se sometió nuestro Señor, cuando estuvo en la tierra. ¿Cómo entró en Jerusalén  cuándo llegó a ella en esta ocasión tan notable? ¿Vino en un carro real, con caballos, soldados, y gran séquito, como los reyes de la tierra? Nada de eso se nos  dice. Leemos que pidió prestado un pollino para ese acto, y que montó sirviéndole de silla los vestidos de sus discípulos. Esto estaba en armonía con todo el  tenor de su ministerio. Nunca poseyó ninguna de las riquezas de este mundo. Cuando cruzó el mar de Galilea lo hizo en un bote prestado; cuando cabalgó para  entrar en la santa ciudad, fue en un animal prestado, y cuando fue sepultado, lo enterraron en un sepulcro prestado. Pero debemos fijarnos bien en lo que estaba haciendo. Había un dicho del profeta Zacarías (Zac_9:9 ): " ¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene a ti, justo y salvador, pero humilde, cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.» Todo el impacto está en que el Rey venía en son de paz. En Palestina, el asno no era una acémila despreciada, sino un animal noble. Cuando un rey iba a la guerra, su montura era un caballo; pero cuando iba en son de paz, cabalgaba en un asno. Ahora el burro es el paradigma del desprecio divertido, pero en los tiempos de Jesús era una montura de reyes. Pero debemos advertir la clase de Rey que Jesús proclamaba ser. Vino manso y humilde, pacíficamente y para traer la paz. Le saludaron como Hijo de David, pero no Le comprendieron.

Tenemos en estos hechos tan sencillos una muestra de esa mezcla maravillosa de debilidad y poder, de riqueza y pobreza, de divinidad y humanidad, que  descubrimos tan a menudo en la historia de nuestro bendito Salvador. ¿Quién, si lee los Evangelios con cuidado, puede dejar de observar, que Aquel que tuvo  poder para alimentar a millares de personas con unos pocos panes, estaba algunas veces hambriento; que Aquel que podía curar a los inválidos y enfermos, se  encontraba algunas veces cansado; que Aquel que podía lanzar los demonios con una palabra, se vio también tentado; y que Aquel que podía resucitar a los  muertos, iba a someterse a la muerte? Lo mismo descubrimos en el pasaje que meditamos. Vemos el poder de nuestro Señor al dominar las voluntades de una  vasta multitud de hombres y hacerles que lo lleven a Jerusalén en triunfo, y al mismo tiempo vemos su pobreza al verse obligado a pedir prestado un pollino  para cabalgar en él en su entrada triunfal. Todo esto es maravilloso, pero muy apropiado. Justo es y debido que no olvidemos la unión de la naturaleza humana  y de la naturaleza divina en la persona de nuestro Señor. Si contempláramos tan solo sus actos divinos podríamos olvidar que era hombre. Si lo observáramos  tan solo en sus momentos de pobreza y debilidad, olvidaríamos que era Dios. Pero se quiere que veamos en Jesús la fuerza divina y la debilidad humana  unidas en una persona. No podemos explicar ese misterio, pero podemos consolarnos con la idea de que "es nuestro Salvador, nuestro Cristo; capaz de  simpatizar porque es hombre, pero Omnipotente para salvarnos porque es Dios...

Finalmente, veamos en ese hecho tan simple, de haber cabalgado nuestro Señor en un asno, una prueba más de que la  pobreza no es pecado. No hay duda que pecaminosas son las causas que producen mucha de la pobreza que vemos en torno  nuestro. Borrachera, despilfarro, libertinaje, deshonestidad, pereza, todo esto es malo ante Dios, y produce la mayor parte  de las miserias del mundo. Pero nacer pobre, no heredar nada de nuestros padres, trabajar con nuestras manos para ganar  nuestro pan, no tener tierras que nos pertenezcan, eso, sí, que no es pecado ni remotamente. El pobre honrado es tan  respetable a los ojos de Dios como el rey más opulento. El Señor Jesucristo era pobre; no tenía plata ni oro; no tenía  muchas veces en donde reclinar su cabeza. Aunque era rico, se hizo pobre por amor a nosotros, y estar colocado en sus  propias circunstancias, no puede ser malo en sí. Cumplamos con nuestro deber en la condición que Dios nos ha impuesto, y  si juzga conveniente mantenernos pobres, no nos avergoncemos de .ello. El Salvador de los pecadores se ocupa de  nosotros, como de los demás. El Salvador de los pecadores sabe lo que es ser pobre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario