} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: PERDONA Y ORA CON FE

lunes, 28 de junio de 2021

PERDONA Y ORA CON FE

Mar 11:20  Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces.

Mar 11:21  Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.

Mar 11:22  Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios.

Mar 11:23  Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho.

Mar 11:24  Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.

Mar 11:25  Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.

Mar 11:26  Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas.

  

Aprendemos en estas palabras de nuestro Señor Jesucristo la inmensa importancia de la fe.

Es una lección que nuestro Señor nos transmite primero por medio de un dicho proverbial. La fe hace al hombre capaz de dar cima a empresas, y de superar  dificultades tan grandes y formidables, como remover una montaña, y arrojarla al mar. Trata después de grabar más profundamente en nosotros esa lección  exhortándonos a ejercitar la fe cuando oramos. "Todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y os vendrá." Esta promesa debe, por supuesto,  aceptarse con ciertas modificaciones razonables. Se supone que un creyente pedirá lo que no es pecaminoso, y solo lo que esté en armonía con la voluntad de  Dios. Cuando pide tales cosas, debe creer con confianza quo su plegaria será oída. Digamos usando las palabras de Santiago, "Demande con fe, no dudando  nada." Sant. 1.6.

Debe distinguirse la fe que aquí se recomienda de la que es necesaria para nuestra justificación. En lo absoluto, la verdadera fe no es más que una, y es  siempre la misma; pero en los objetos y en las operaciones de la fe, hay diversidades que es útil comprender. La fe justificante es ese acto del alma por medio  del cual nos asimilamos a Cristo, y entramos en paz con Dios. Su objeto especial es la expiación del pecado, que Jesús hizo por nosotros en la cruz. La fe de  que habla el pasaje que nos ocupa tiene una significación más general: es producto, al mismo tiempo que compañera, de la fe justificante, pero no debe  confundirse con esta. Es más bien una confianza completa y absoluta en el poder y en la sabiduría de Dios, y en su buena voluntad para con los que creen; y  son objetos especiales suyos, las promesas, la palabra, y el carácter de Dios en Cristo.

Confiar en que Dios socorrerá por su poder y por su voluntad a todo el que crea en Cristo, y tener la convicción de la verdad de todas las palabras que Dios ha  hablado, es el gran secreto del buen éxito y de la prosperidad en nuestro caminar seguros en Cristo. Es de hecho la raíz del Cristianismo que salva. "Por ella los ancianos  obtuvieron buena fama." "El que se dirige a Dios debe creer que existe y que es recompensador de los que lo buscan con diligencia." Para comprender lo que  ella vale a los ojos de Dios, deberíamos estudiar con frecuencia el capítulo undécimo de la Epístola a los Hebreos.

¿Deseamos crecer en gracia, y en el conocimiento do nuestro Señor Jesucristo? ¿Queremos hacer progresos en la fortaleza de la fe, y llegar a ser cristianos robustos, y no  permanecer como infantes en las cosas espirituales? Roguemos en nuestras oraciones diarias más fe, y vigilemos nuestra fe llenos de celo. Un pelo o un punto débil en ella afectará la condición toda de nuestra vida íntima. Según sea nuestra fe así será el grado de nuestra paz,  de nuestra esperanza, de nuestra alegría, de nuestra decisión en el servicio de Cristo, nuestro valor para confesar, nuestra resistencia para trabajar, nuestra  resignación en las desgracias, nuestro consuelo sensible en la oración. Todo, todo estriba en la proporción de nuestra fe. Felices los que saben reclinar todo su  peso en el Dios de la alianza, y marchar por la fe, no por la vista. "El que cree no se precipita." Isaías 28.16.

Aprendemos, además, en estos versículos, la absoluta necesidad en que estamos de sentirnos siempre dispuestos a perdonar a nuestros prójimos. Esta lección  se nos da de una manera muy eficaz. No hay un enlace inmediato entre la importancia de la fe, de que acababa de hablar nuestro Señor, y el perdón de las  injurias; pero la plegaria es el anillo que une los dos puntos. Primeramente se nos dice que la fe es esencial para el logro de nuestras plegarias, y después se  agrega que las plegarias no serán oídas si no las hacemos con un corazón clemente. "Cuando estuviereis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para  que nuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras ofensas...

Esta es una materia que nos obliga a registrar nuestra conciencia. Horriblemente grande es la cantidad de malevolencia, de amargura, de espíritu de partido  que llena el alma de los cristianos. No es de admirar que tantas oraciones sean al parecer descartadas y queden sin respuesta. Asunto es este que interesa  mucho a los cristianos. Todos no tienen el mismo don de comprender y expresarse cuando se aproximan a Dios; pero todos pueden perdonar a sus prójimos.

Nuestro Señor Jesucristo se ha tomado un trabajo especial en grabar este principio en nuestras almas. Le ha dado un lugar muy preeminente en ese dechado de  la manera de orar, en la oración dominical. Desde nuestra infancia nos familiarizamos con estas palabras: "perdónanos nuestras deudas así como nosotros  perdonamos a nuestros deudores" y ¡Qué bueno sería para muchos, si meditasen en lo que esas palabras significan! No dejemos este pasaje sin un severo examen de nosotros mismos. ¿Sabemos lo que es tener una disposición  misericordiosa y clemente? ¿Podemos olvidar las injurias que hemos recibido en este mundo tan malo? ¿Podemos  desentendernos de las transgresiones contra nosotros y perdonar las ofensas? Si no, ¿cuál es nuestro Cristianismo? Si no,  ¿porque admirarnos de que no haya paz en nuestras almas? Resolvámonos a enmendar nuestras disposiciones, y  determinémonos a perdonar, si esperamos ser perdonados. Así es como más nos podremos acercar al duchado que nos  presentó Jesucristo. Este es el carácter que mejor sienta a un hijo de Adán, pobre y pecador. Nuestro privilegio más  elevado en este mundo es el perdón gratuito de los pecados por Dios. Nuestro único título a la vida eterna en el mundo  venidero es el perdón gratuito de Dios. Perdonemos, pues, y estemos perdonando durante los pocos años que vivamos en la  tierra.

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