Mar 11:20 Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces.
Mar 11:21 Entonces Pedro, acordándose, le dijo:
Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.
Mar 11:22 Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en
Dios.
Mar 11:23 Porque de cierto os digo que cualquiera que
dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón,
sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho.
Mar 11:24 Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis
orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.
Mar 11:25 Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis
algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os
perdone a vosotros vuestras ofensas.
Mar 11:26 Porque si vosotros no perdonáis, tampoco
vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas.
Aprendemos en estas palabras de nuestro Señor
Jesucristo la inmensa importancia de la fe.
Es una lección que nuestro Señor nos transmite
primero por medio de un dicho proverbial. La fe hace al hombre capaz de dar
cima a empresas, y de superar
dificultades tan grandes y formidables, como remover una montaña, y
arrojarla al mar. Trata después de grabar más profundamente en nosotros esa
lección exhortándonos a ejercitar la fe
cuando oramos. "Todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y
os vendrá." Esta promesa debe, por supuesto, aceptarse con ciertas modificaciones
razonables. Se supone que un creyente pedirá lo que no es pecaminoso, y solo lo
que esté en armonía con la voluntad de
Dios. Cuando pide tales cosas, debe creer con confianza quo su plegaria
será oída. Digamos usando las palabras de Santiago, "Demande con fe, no
dudando nada." Sant. 1.6.
Debe distinguirse la fe que aquí se recomienda de la
que es necesaria para nuestra justificación. En lo absoluto, la verdadera fe no
es más que una, y es siempre la misma;
pero en los objetos y en las operaciones de la fe, hay diversidades que es útil
comprender. La fe justificante es ese acto del alma por medio del cual nos asimilamos a Cristo, y entramos
en paz con Dios. Su objeto especial es la expiación del pecado, que Jesús hizo
por nosotros en la cruz. La fe de que
habla el pasaje que nos ocupa tiene una significación más general: es producto,
al mismo tiempo que compañera, de la fe justificante, pero no debe confundirse con esta. Es más bien una
confianza completa y absoluta en el poder y en la sabiduría de Dios, y en su
buena voluntad para con los que creen; y
son objetos especiales suyos, las promesas, la palabra, y el carácter de
Dios en Cristo.
Confiar en que Dios socorrerá por su poder y por su
voluntad a todo el que crea en Cristo, y tener la convicción de la verdad de
todas las palabras que Dios ha hablado,
es el gran secreto del buen éxito y de la prosperidad en nuestro caminar
seguros en Cristo. Es de hecho la raíz del Cristianismo que salva. "Por
ella los ancianos obtuvieron buena
fama." "El que se dirige a Dios debe creer que existe y que es
recompensador de los que lo buscan con diligencia." Para comprender lo
que ella vale a los ojos de Dios,
deberíamos estudiar con frecuencia el capítulo undécimo de la Epístola a los
Hebreos.
¿Deseamos crecer en gracia, y en el conocimiento do
nuestro Señor Jesucristo? ¿Queremos hacer progresos en la fortaleza de la fe, y
llegar a ser cristianos robustos, y no
permanecer como infantes en las cosas espirituales? Roguemos en nuestras
oraciones diarias más fe, y vigilemos nuestra fe llenos de celo. Un pelo o un
punto débil en ella afectará la condición toda de nuestra vida íntima. Según
sea nuestra fe así será el grado de nuestra paz, de nuestra esperanza, de nuestra alegría, de
nuestra decisión en el servicio de Cristo, nuestro valor para confesar, nuestra
resistencia para trabajar, nuestra
resignación en las desgracias, nuestro consuelo sensible en la oración.
Todo, todo estriba en la proporción de nuestra fe. Felices los que saben
reclinar todo su peso en el Dios de la
alianza, y marchar por la fe, no por la vista. "El que cree no se
precipita." Isaías 28.16.
Aprendemos, además, en estos versículos, la absoluta
necesidad en que estamos de sentirnos siempre dispuestos a perdonar a nuestros
prójimos. Esta lección se nos da de una
manera muy eficaz. No hay un enlace inmediato entre la importancia de la fe, de
que acababa de hablar nuestro Señor, y el perdón de las injurias; pero la plegaria es el anillo que
une los dos puntos. Primeramente se nos dice que la fe es esencial para el
logro de nuestras plegarias, y después se
agrega que las plegarias no serán oídas si no las hacemos con un corazón
clemente. "Cuando estuviereis orando, perdonad, si tenéis algo contra
alguno, para que nuestro Padre que está
en los cielos os perdone vuestras ofensas...
Esta es una materia que nos obliga a registrar
nuestra conciencia. Horriblemente grande es la cantidad de malevolencia, de
amargura, de espíritu de partido que
llena el alma de los cristianos. No es de admirar que tantas oraciones sean al
parecer descartadas y queden sin respuesta. Asunto es este que interesa mucho a los cristianos. Todos no tienen el
mismo don de comprender y expresarse cuando se aproximan a Dios; pero todos
pueden perdonar a sus prójimos.
Nuestro Señor Jesucristo se ha tomado un trabajo
especial en grabar este principio en nuestras almas. Le ha dado un lugar muy
preeminente en ese dechado de la manera
de orar, en la oración dominical. Desde nuestra infancia nos familiarizamos con
estas palabras: "perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores" y ¡Qué
bueno sería para muchos, si meditasen en lo que esas palabras significan! No
dejemos este pasaje sin un severo examen de nosotros mismos. ¿Sabemos lo que es
tener una disposición misericordiosa y
clemente? ¿Podemos olvidar las injurias que hemos recibido en este mundo tan
malo? ¿Podemos desentendernos de las
transgresiones contra nosotros y perdonar las ofensas? Si no, ¿cuál es nuestro
Cristianismo? Si no, ¿porque admirarnos
de que no haya paz en nuestras almas? Resolvámonos a enmendar nuestras disposiciones,
y determinémonos a perdonar, si
esperamos ser perdonados. Así es como más nos podremos acercar al duchado que
nos presentó Jesucristo. Este es el
carácter que mejor sienta a un hijo de Adán, pobre y pecador. Nuestro
privilegio más elevado en este mundo es
el perdón gratuito de los pecados por Dios. Nuestro único título a la vida
eterna en el mundo venidero es el perdón
gratuito de Dios. Perdonemos, pues, y estemos perdonando durante los pocos años
que vivamos en la tierra.
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