} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: MILAGRO AL BORDE DEL CAMINO

lunes, 7 de junio de 2021

MILAGRO AL BORDE DEL CAMINO

 

Mar 10:46  Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando.

Mar 10:47  Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!

Mar 10:48  Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!

Mar 10:49  Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama.

Mar 10:50  El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús.

Mar 10:51  Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista.

Mar 10:52  Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.

    

     Para Jesús ya no estaba lejos el final de Su camino. Jericó estaba sólo a unos 25 kilómetros de Jerusalén. Tratemos de visualizar la escena. La carretera principal pasaba por todo Jericó. Jesús iba de camino para la Pascua. Cuando un rabino o maestro distinguido hacía un viaje así, era costumbre que fuera rodeado de mucha gente, discípulos e interesados y curiosos, que escuchaban su enseñanza mientras andaba. Esa era una de las maneras más corrientes de enseñar en el mundo antiguo.

La ley decía que todo judío varón de doce años en adelante que viviera en un radio de 25 kilómetros de Jerusalén tenía que asistir a la Pascua. Está claro que era imposible que se pudiera cumplir tal ley, y que todos pudieran ir. Los que no tenían posibilidad de ir tenían la costumbre de ponerse en fila al borde de las calles de los pueblos y las aldeas por los que pasaban los peregrinos para desearles un buen viaje. Así que las calles de Jericó estarían bordeadas de personas; y más aún de lo corriente, porque habría muchos ansiosos y curiosos por ver por sí mismos a aquel intrépido maestro ambulante Jesús de Nazaret Que Se había atrevido a desafiar a todo el poder de la ortodoxia.

Jericó tenía una característica especial. Había adscritos al Templo más de 20,000 sacerdotes y otros tantos levitas. Está claro que no todos podían cumplir su ministerio al mismo tiempo. Por tanto estaban divididos en 26 órdenes que servían por turnos. Muchos de estos sacerdotes y levitas residían en Jericó cuando no estaban de turno en el Templo. Y debe de haber habido muchos de ellos entre la multitud aquel día. Para la Pascua, todos estaban de servicio, porque a todos se los necesitaba. Era una de las raras ocasiones en que todos estaban de servicio, pero muchos no habrían empezado todavía. Estarían doblemente ansiosos de ver a ese Rebelde Que estaba a punto de invadir Jerusalén. Habría muchos ojos fríos y duros y hostiles en la multitud aquel día, porque estaba claro que, si Jesús tenía razón, todo el ritual del Templo era totalmente irrelevante.

Hacia la puerta del Norte se sentaba un mendigo ciego que se llamaba Bartimeo -que quiere decir hijo de Timeo, como explica Marcos. Oyó el restregar de muchos pies en la carretera, y preguntó qué pasaba. Se le dijo que era que pasaba Jesús de Nazaret, y allí y entonces se puso a gritar para atraer Su atención. Para aquellos que estaban escuchando la enseñanza de Jesús cuando pasaba, aquellos gritos eran una molestia. Trataron de hacer que se callara Bartimeo; pero nadie le iba a privar de aquella oportunidad de escapar de un mundo en tinieblas. Así es que siguió gritando cada vez más fuerte e insistentemente, de tal manera que la procesión se detuvo, y él pudo encontrase con Jesús.

Bartimeo era ciego de cuerpo, pero no de alma: tenía abiertos los ojos de la inteligencia. Veía cosas que Annas y Caifas, y otros sabios escribas y fariseos,  nunca vieron ni remotamente. Vio que Jesús el Nazareno, apodo despreciativo que se le daba a nuestro Señor, que Jesús, que había vivido durante treinta años  en una aldea oscura de la Galilea, que ese mismo Jesús era el Hijo de David, el Mesías que los profetas hacia tanto tiempo habían anunciado. No había  presenciado ninguno de los milagros extraordinarios de nuestro Señor, no había tenido oportunidad de ver los muertos resucitar con una palabra, y los  leprosos quedar curados con el contacto de su mano. Pero había oído la narración de los hechos portentosos de nuestro Señor, y había creído. Estaba  satisfecho tan solo por oídas, que Aquel de quien tales, portentos se narraban debía ser el Salvador prometido, y debía ser capaz de curarlo. Y así es que  cuando nuestro Señor se le acercó, exclamó, "Jesús, hijo de David, ten piedad de mí..

Esta es una historia de lo más reveladora. En ella podemos ver muchas de las cosas que podríamos llamar las condiciones para un milagro.

(i) Se daba la inquebrantable insistencia de Bartimeo. No había manera de acallar su clamor por encontrarse cara a cara con Jesús. Estaba totalmente decidido a encontrarse con la única Persona a la que anhelaba presentar su problema. En la mente de Bartimeo no había meramente un deseo sensiblero, nebuloso y caprichoso de ver a Jesús, sino que era un deseo desesperado, y es un deseo desesperado el que consigue que las cosas sucedan.

(ii) Su reacción a la llamada de Jesús fue inmediata y entusiasta; tanto que tiró el manto para correr hacia Jesús más deprisa. Muchas personas oyen la llamada de Jesús; pero es como si Le dijeran: «Espera hasta que haya hecho esto.» O: «Espera a que acabe lo de más allá.» Bartimeo llegó como una bala cuando Jesús le llamó. Hay oportunidades que no se presentan nada más que una vez. Bartimeo sabía que aquella era la suya. Algunas veces pasa por nosotros como una oleada de anhelo de abandonar algún hábito, de limpiar nuestra vida de algo que no es como es debido, de entregarnos más completamente a Jesús. Pero con la misma frecuencia no actuamos en el momento -y pasa la oportunidad, tal vez para no volver.

 

(iii) Bartimeo sabía exactamente lo que quería -la vista. Muchas veces nuestra admiración a Jesús es una vaga atracción. Cuando vamos al médico, queremos que nos resuelva alguna dolencia determinada. Cuando vamos al dentista, no le pedimos que nos saque cualquier diente, sino el que nos duele. Así deberíamos hacer con Jesús. Y eso implica la única cosa que pocos están dispuestos a encarar: un examen de uno mismo. Cuando vamos a Jesús, si somos tan desesperadamente claros como Bartimeo, sucederán cosas.

(iv) Bartimeo tenía una idea inadecuada de Jesús. ¡Hijo de David! insistía en llamarle. Ahora bien, aquello era un título mesiánico, pero conllevaba todo la idea de un Mesías conquistador, un rey de la dinastía de David, que condujera a Israel a la conquista del mundo. Esa era una idea impropia acerca de Jesús; pero, a pesar de todo, Bartimeo tenía fe, y la fe compensaba cien veces una teología deficiente. No se nos exige que comprendamos totalmente a Jesús; a eso, de todas todas, no podemos llegar. Se nos demanda, fe.

Un sabio escritor ha dicho: «Debemos pedirle a la gente que piense; pero no debemos esperar que sean teólogos antes de ser cristianos.» El Cristianismo empieza con una reacción personal a Jesús, una reacción de amor, con la convicción de que Él es la única Persona que puede solventar nuestra necesidad. Aunque no seamos nunca capaces de pensar las cosas teológicamente, esa respuesta del corazón humano es suficiente.

Pidamos a Dios fe semejante a esa y esforcémonos en obtenerla. A nosotros no nos es concedido tampoco ver a Jesús con los ojos del cuerpo; pero hemos  oído hablar de su poder, de su gracia, y de su deseo de salvar, en el Evangelio tenemos promesas inmensas de sus propios labios, consignadas por escrito para  nuestro estímulo; tengamos confianza implícita en esas promesas, y sin dudar entreguemos nuestras almas a Cristo. No temamos dar crédito absoluto a sus  palabras llenas de gracia, y creer que cumplirá lo que ha prometido hacer por los pecadores. ¿Cuál es el principio de la fe salvadora, sino aventurar el alma en  manos de Cristo? ¿Cuál es la vida de la fe que salva, sino apoyarse de continuo en la palabra de un Salvador invisible? ¿Cuál es el primer paso del cristiano,  sino gritar, como Bartimeo, "Jesús, ten misericordia de mí"? ¿Cuál es la conducta diaria de todo cristiano, sino conservar el mismo espíritu de fe? Que todos los que desean salvarse marquen bien la conducta de Bartimeo, y sigan diligentemente sus huellas. Como él, no debemos cuidarnos de lo que los  demás dicen y piensan do nosotros, cuando buscamos la cura de nuestras almas. No faltarán nunca personas que nos digan que es "muy temprano," ó "muy  tarde;" que vamos " muy aprisa," ó " muy lejos;" quo no necesitamos ni orar tanto, ni leer tan de continuo la Biblia, ni manifestar tanta ansiedad por salvarnos.

Como Bartimeo debemos por lo mismo exclamar más alto, "Jesús, ten misericordia de mí..

(v) Al final nos encontramos un detalle precioso. Bartimeo puede que hubiera sido un mendigo ciego al borde de la carretera, pero era capaz de ser agradecido, y «de bien nacido es ser agradecido.» Cuando recibió la vista, siguió a Jesús. No se fue por su camino egoístamente una vez que resolvió su necesidad. Empezó teniendo una necesidad; siguió sintiendo gratitud, y acabó por mostrar lealtad. Y esto es un perfecto resumen de las etapas del discipulado.

  Bartimeo no  volvió a su casa así que recobró la vista; no quiso dejar a Aquel de quien había recibido tan señalada merced. Consagró las nuevas facilidades que su cura le  daba, al servicio del Hijo de David que lo había curado. Su historia concluye con esta tierna manifestación: " Siguió a Jesús en su camino...

Veamos en estas sencillas palabras el vivido emblema de los efectos que la gracia de Cristo debería producir en todo el que la experimenta:

 Debería  convertirlo en un sectario de Cristo, e introducirlo con firmeza y estabilidad en la senda de la santidad. Gratuitamente perdonado, debería entregarse voluntaria  y absolutamente al servicio de Cristo. Comprado por un precio tan valioso como lo es la sangre de Cristo, debería consagrarse de corazón al que lo redimió. Si  la gracia se siente realmente, debería hacer exclamar al que la experimenta, " ¿Qué daré al Señor en cambio de todos sus beneficios?" Así aconteció con el  apóstol Pablo cuando dice, "el amor de Cristo nos apremia." 2 Cor. 5.14. Así también debería acontecer hoy a todos los verdaderos cristianos. La persona que  se jacta de interesarse por Cristo, y no sigue a Cristo en su vida, se engaña a sí mismo miserablemente, y destruye su alma. "Porque todos los que son guiados  por el Espíritu de Dios, los tales," y solo ellos, "son hijos de Dios." Rom. 8.14.

¿Hemos abierto nuestros ojos para contemplar el Espíritu de Dios? ¿Hemos sido ya enseñados a ver bajo su verdadera luz  el pecado, a Cristo, la santidad, y el cielo? ¿Podemos decir, "Una cosa sé, que antes estaba ciego, y ahora veo?" Si así es,  sabremos por experiencia propia lo que hemos estado leyendo; si no, aun marchamos por la senda ancha que guía a la  destrucción, y tenemos que aprenderlo todo.

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