Mar 11:15
Vinieron, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a
echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de
los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas;
Mar 11:16
y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno.
Mar 11:17
Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de
oración para todas las naciones?(C) Mas vosotros la habéis hecho cueva de
ladrones.
Mar 11:18
Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo
matarle; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de
su doctrina.
Mar 11:19
Pero al llegar la noche, Jesús salió de la ciudad.
Nos imaginaremos mejor esta escena si tenemos en mente la configuración del recinto del Templo. Hay dos palabras para templo íntimamente relacionadas en el Nuevo Testamento. La primera es hierón, que quiere decir el recinto sagrado. Esto incluía la totalidad del área del Templo, que cubría la cima del monte Sión y tenía una extensión de unos 12.000 metros cuadrados. Estaba rodeada de grandes murallas que variaban, a cada lado, de 400 a 300 metros de longitud. Había un amplio espacio exterior que se llamaba el Atrio de los Gentiles. Allí podía entrar cualquiera, fuera judío o gentil. En el límite interior del Atrio de los Gentiles había una pared baja con carteles que decían que si un gentil pasaba aquel punto tenía la pena de muerte. El siguiente atrio se llamaba el Atrio de las Mujeres. Se llamaba así porque ninguna mujer podía pasar más adelante a menos que viniera a ofrecer sacrificio. El siguiente era el Atrio de los Israelitas. En él se reunía la congregación en las grandes ocasiones, y desde él se entregaban las ofrendas a los sacerdotes. El atrio más interior era el Atrio de los Sacerdotes.
La otra palabra importante es naós, que quiere decir el Templo propiamente dicho, y que
estaba en el Atrio de los Sacerdotes. Toda la zona, incluyendo todos los
diferentes atrios, era el recinto sagrado (hierón). El edificio especial que
estaba dentro del Atrio de los Sacerdotes era el Templo (naós). Este incidente
tuvo lugar en el Atrio de los Gentiles. Poco a poco el Atrio de los Gentiles se
había ido secularizando totalmente. Se había diseñado para ser un lugar de
oración y de preparación; pero tenía en tiempos de Jesús un ambiente
comercializado de compra-venta que hacía imposibles la oración y la meditación.
Lo que ponía las cosas todavía peor era que el negocio que se practicaba allí
era una vergonzosa explotación de los peregrinos.
Cada judío tenía que pagar un impuesto al templo de
medio siclo al año. Eso suponía 0.10 €. No parece mucho, pero hay que tener en
cuenta que el salario medio diario de un obrero era 0.05€. Ese impuesto tenía
que pagarse en una clase especial de moneda. Para los propósitos normales, la
moneda griega, romana, siria, fenicia, eran todas igualmente válidas; pero este
impuesto tenía que pagarse en siclos del santuario. Se pagaba hacia el tiempo
de la Pascua. Venían judíos de todas las partes del mundo para la Pascua, y con
toda clase de monedas. Cuando iban a cambiar su dinero, tenían que pagar un
impuesto de 0.01€, y tenían que tener la cantidad exacta para el impuesto,
porque si había que devolverles algo tenían que pagar otras 0.01€ para que se
les diera el cambio. Casi todos los peregrinos tenían que pagar ese extra de 0.02€
antes de pagar su impuesto. Debemos recordar que eso suponía la mitad del
salario de un día, lo que era una cantidad de dinero considerable para la
mayoría.
Las palomas se incluían ampliamente en el sistema
sacrificial (Lev_12:8 ; Lev_14:22 ; Lev_15:14 ). Un animal para el sacrificio
tenía que ser sin defecto. Las palomas se podían comprar bastante baratas fuera
del Templo; pero los inspectores de los sacrificios era seguro que les
encontrarían algún defecto; así es que se aconsejaba a los adoradores que las
compraran en los puestos del templo. Las palomas costaban fuera 0.05€ la
pareja, y dentro nada menos que 0.95€. De nuevo se trataba de un abuso; y lo
que lo hacía aún más flagrante era que este negocio de compra-venta pertenecía
a la familia de Anás, que había sido sumo sacerdote.
Los mismos judíos eran plenamente conscientes de
este abuso. El Talmud nos dice que Rabí Simón ben Gamaliel, al enterarse de que
una pareja de palomas costaba dentro del Templo una moneda de oro, insistió en
que el precio se redujera a una moneda de plata. Fue el hecho que explotaran a
los pobres y humildes peregrinos lo que provocó la ardiente indignación de
Jesús.
Jesús usó una metáfora gráfica para describir el
atrio del Templo. La carretera de Jerusalén a Jericó era famosa por sus
bandoleros. Era una carretera estrecha y sinuosa que pasaba entre desfiladeros
rocosos. Entre las rocas había cuevas en las que los bandidos acechaban, y
Jesús dijo: «Hay bandidos peores en los atrios del Templo que los de las cuevas
de la carretera de Jericó."
El versículo 16 contiene la extraña afirmación de
que Jesús no permitía que nadie llevara una bolsa por los atrios del Templo. De
hecho el atrio del Templo se usaba como un atajo para ir de la parte oriental
de la ciudad al monte de los Olivos. La misma Misná establece: «Una persona no
puede entrar en el recinto del templo con bastón, o sandalias, o bolsa, ni con
polvo en sus pies, ni lo puede usar como un atajo. " Jesús estaba
recordándoles a los judíos sus propias leyes. En Su tiempo los judíos
respetaban tan poco la santidad de los atrios exteriores del Templo que los
usaban como lugar de paso para sus recados y negocios. Fue a las propias leyes
de los judíos a las que Jesús quería dirigir la atención de ellos, y fueron sus
propios profetas los que les citó (Isa_53:7
y Jeremías 7: I1).
¿Qué suscitó hasta tal punto la ira de Jesús?
(i) Se
indignó con la explotación de los peregrinos. Las autoridades del Templo
estaban tratándolos, no como adoradores, ni siquiera como seres humanos, sino
como objetos que se podían explotar para sus propios fines. La explotación del
hombre por el hombre siempre provoca la ira de Dios, y más aún cuando se hace
so capa de religiosidad.
(ii) Estaba
indignado con la profanación del santuario de Dios. La gente había perdido
el sentido de la presencia de Dios en la casa de Dios. Al comercializar lo
sagrado estaban profanándolo.
(iii) ¿Es
posible que Jesús tuviera un motivo más profundo para Su indignación? Citó
Isa_56:7 : «Mi casa será llamada casa de
oración para todos los pueblos." Sin embargo, en el Templo que se
consideraba supremamente la misma casa de Dios había una pared que impedía la
entrada a los gentiles bajo pena de muerte. Bien puede ser que Jesús fuera
movido a indignación por el exclusivismo del culto judío, y que quisiera
recordarles a los judíos que Dios no los amaba sólo a ellos, sino a todo el
mundo.
Cuando Jesús se enfrentó con los comerciantes en el
patio del templo, no era que en su irritación estaba condenando un árbol
lozano; estaba dando una expresión triste de la condición verdadera del árbol.
El juicio de Dios sobre Israel sería igual. Esta es la razón por la cual la
limpieza del templo queda “intercalada” entre las dos mitades del relato de la
higuera, donde Marcos da una advertencia solemne y clara a Israel.
La perturbación que causó Jesús al comercio del
templo tiene que haber hecho aumentar el odio que le tenían, y buscaban cómo
matarle. Estos, más que nadie, debieron haber reconocido a su rey por lo que
hizo. Todos los buenos reyes de Judá habían purificado el templo, como dice Malaquías
3:1–4 que el venidero haría. Si Jesús se portó de esta manera con el templo
terrenal antiguo, ¿qué hará con el templo nuevo que es su cuerpo, la iglesia
cristiana?
Aprendemos, finalmente, en este pasaje, con que
reverencia debemos estar en los lugares dedicados al culto público. Verdad es
esa que nos enseña de una manera vivida
la conducta de nuestro Señor Jesucristo cuando entró en el templo. Se nos dice
"que lanzó a los que vendían y compraban en el templo, y derribó las mesas de los cambistas, y los
puestos de los que vendían palomas." Y eso nos dice además que ratificó
estos actos con la autoridad de la Escritura,
diciendo: " ¿No está escrito, Mi casa será llamada por todas las
naciones casa de oración? pero vosotros la habéis convertido en cueva de
ladrones...
No debemos dudar que nuestro Señor en esta ocasión
dio a sus actos una profunda significación. Como la maldición de la higuera,
toda esta escena fue eminentemente
típica. Pero al decir esto, no debemos perder de vista la obvia y sencilla lección
que se desprende de la superficie de este pasaje. Esta lección es lo pecaminoso de una conducta descuidada o
irreverente en el uso de los edificios dedicados al servicio público de Dios.
Nuestro Señor purificaba el templo no
tanto como casa de sacrificio, cuanto como "casa de oración." Su
conducta indica claramente que sentimientos debemos abrigar respecto a
toda "casa de oración." Un
lugar dedicado al culto cristiano indudablemente que no es en ningún sentido
tan sagrado como el tabernáculo, o templo judaico.
Sus arreglos internos no tienen ningún significado
típico. No se ha fabricado siguiendo un modelo divino, ni tiene por objeto
servir como una muestra de cosas divinas
y celestes. Pero porque así sea, no se sigue de ello, que no se debe mostrar
más reverencia a un templo cristiano que a una casa privada, a una tienda o una posada. Hay una reverencia
decente, que debemos tributar al lugar en que Cristo y su pueblo se reúnen con
regularidad y en que se ofrecen
plegarias públicas, reverencia que es necio y torpe acusar de
supersticiosa y confundir con el papismo. Hay un sentimiento especial que
reviste de santidad y de solemnidad
todos los lugares en que se predica a Cristo, y en donde las almas vuelven a
nacer, sentimiento que no se funda en ninguna consagración hecha por manos de hombre, y, que lejos de
ahogarse, debe estimularse. De todas maneras la intención de nuestro Señor
Jesús en este pasaje nos parece muy clara.
Se ocupa de la conducta que se observa en los
lugares en que se le tributa culto, y a sus ojos toda irreverencia o
profanación es una ofensa a Dios.
Recordemos estos versículos siempre que vayamos a la
casa de Dios, y procuremos ir con gravedad, no para ofrecer el sacrificio de los necios. Acordémonos en
donde estamos, lo que hacemos allí, de qué vamos a ocuparnos, y en la
presencia de quien nos encontramos.
Guardémonos de tributar a Dios un culto tan solo de formalidades externas,
mientras nuestros corazones están llenos
del mundo. Dejemos en casa nuestros negocios y el cuidado de nuestro dinero, y
no los llevemos a la iglesia. No
permitamos que en medio de nuestras asambleas religiosas, se celebren compras y
ventas en lo interior de nuestros
corazones. El Señor, que arrojó del templo a los traficantes, vive aún, y es
mucho su desagrado cuando contempla tal
conducta.
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