} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA PETICIÓN DE LA AMBICIÓN

viernes, 4 de junio de 2021

LA PETICIÓN DE LA AMBICIÓN


Mar 10:35  Entonces se le acercan Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo, para decirle: «Maestro, quisiéramos que nos hicieras lo que te vamos a pedir.»

Mar 10:36  Él les preguntó: «¿Qué queréis que os haga?»

Mar 10:37  Ellos le contestaron: «Concédenos que nos sentemos, en tu gloria, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»

Mar 10:38  Pero Jesús les replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber o de ser bautizados con el bautismo que yo voy a recibir?»

Mar 10:39  Ellos respondieron: «Sí que lo somos.» Pero Jesús les dijo: «Cierto; beberéis el cáliz que yo voy a beber y seréis bautizados con el bautismo que yo voy a recibir.

Mar 10:40  Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo; eso es para aquellos a quienes está preparado.»

Mar 10:41  Cuando lo oyeron los otros diez, comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan.

 

 

            Marquemos en este pasaje la ignorancia de los discípulos de nuestro Señor. Vemos a Santiago y a Juan pretendiendo los primeros puestos en el reino de la  gloria, y al mismo tiempo declarar muy confiados que se encuentran capaces de beber del cáliz de su Maestro y de ser bautizados con el bautismo de su  Maestro. A pesar de todas las amonestaciones tan claras de nuestro Señor se apegan obstinadamente a la creencia de que el reino de Cristo sobre la tierra iba a  aparecer inmediatamente. A pesar de sus tropiezos en el servicio de Cristo, no tienen la menor duda de que podrán sufrir todo lo que sobre ellos caiga. Con  toda su fe y su gracia, con todo su amor a Jesús, ni conocen sus corazones, ni la aspereza del camino en que marchan. Aun sueñan con coronas temporales y  con recompensas terrestres, y no saben qué clase de hombres son.

Pocos son los verdaderos cristianos que no se parecen a Santiago y a Juan, cuando empiezan a servir a Cristo. Tenemos demasiada propensión a esperar de  nuestra religión más goces inmediatos de los que el Evangelio nos autoriza a aguardar. Estamos muy dispuestos a olvidar la cruz y las tribulaciones y a pensar  solo en coronas. Nos formamos una idea falsa de nuestra paciencia y de nuestro sufrimiento, y no sabemos juzgar con exactitud la fuerza real que tenemos  para resistir tentaciones y pruebas. Y el resultado es que con frecuencia compramos muy caro la sabiduría, con amarga experiencia, con muchos desengaños, y  con no pocas caídas.

Que el caso que meditamos nos enseñe lo importante que es juzgar de nuestra religión con calma y una razón sólida. Derecho tenemos, como Santiago y Juan,  de desear los dones más excelentes, y comunicar a Cristo todos nuestros deseos. Con justicia debernos creer como ellos que Jesús es Rey de reyes, y que  reinará Un día sobre la tierra; pero no olvidemos, como ellos, que todo cristiano debe cargar con su cruz, y "que tenemos que entrar en el reino de Dios al  través de muchas tribulaciones." Hechos 14.22. No confiemos demasiado, como ellos, en nuestras fuerzas, ni nos jactemos de poder hacer todo lo que Cristo  nos exija. Guardémonos de esa jactancia al entrar en la senda de la vida cristiana, que, esta conducta nos salvará de muchos tropiezos humillantes.

Marquemos, en segundo lugar, en este pasaje, la alabanza quo nuestro Señor hace de la humildad, y de la consagración al bien del prójimo. Parece que los  diez se disgustaron mucho con Santiago y Juan con motivo de la petición que hicieron a su Maestro. Su ambición y deseo de preeminencia se volvieron a  exaltar con la idea de que alguno pudiera colocarse por encima de ellos. Nuestro Señor comprendió bien cuáles eran sus sentimientos, y, como médico hábil,  procedió inmediatamente a propinarles una medicina apropiada. Les dice que basaban sus ideas de grandeza en un cimiento falso; les repite con énfasis  renovado la lección que ya les había dado en el capítulo precedente: "Cualquiera de vosotros que sea más grande, será el servidor de todos." Y apoya toda su  demostración en el argumento concluyente de su propio ejemplo. "Aun el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir...

Que todo el que desee agradar a Cristo, esté en, guardia contra ese sentimiento de apreciación exagerada de sí mismo, y pida a Dios en sus oraciones que lo  cure de él; es un sentimiento que está arraigado profundamente en nuestros corazones. Muchos abandonaron el mundo, cargaron a cuestas con su cruz,  profesaron prescindir de su propia justicia, y creer en Cristo, y se irritan y se afligen, cuando un hermano es más honrado que ellos. Esto no debe ser.

Meditemos siempre en estas palabras de S. Pablo: "Nada hagáis por contienda ni por vanagloria; antes con humildad de espíritu, estimándoos inferiores los  unos a los otros." Filip. 2.3. Bienaventurado el hombre que puede sinceramente regocijarse cuando otros son exaltados, aunque él mismo se vea olvidado y  postergado! Sobre todo, que los que desean seguir las huellas de Cristo, se empeñen en ser útiles a los demás. Propónganse hacer bien en sus días y en su generación.

Vasto es el campo siempre para la beneficencia; lo que se necesita es voluntad é inclinación. No olvidemos nunca que la verdadera, grandeza no consiste en  ser almirante, general, hombre de estado, o artista. Estriba en sacrificarnos, en consagrar cuerpo y alma y espíritu a la obra bendita de hacer a nuestros  prójimos más y más felices. Los que se ejercitan, usando los medios que la Escritura nos suministra, en aliviar los pesares y aumentar los goces de los que los  rodean, los Howards, los Wilberforces, los Martyns, los Judsons de las naciones, esos son los verdaderamente grandes a los ojos de Dios. Mientras viven son  objetos de burlas, de desprecios, del ridículo y muchas veces de las persecuciones. Pero en el cielo está el recuerdo de sus hechos, allí está escrito su nombre,  y su alabanza es eterna. Recordemos esto, y mientras tengamos tiempo, hagamos bien a los hombres, y seamos siervos de todos por amor de Cristo.

Esforcémonos por dejar el mundo mejor, más santo y más feliz que cuando nacimos. Una vida consumida de esa manera es verdaderamente imitar a Cristo, y  lleva en sí su recompensa.

 

 

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