Mar 10:35 Entonces se le acercan Santiago y Juan, los
dos hijos de Zebedeo, para decirle: «Maestro, quisiéramos que nos hicieras lo
que te vamos a pedir.»
Mar 10:36 Él les preguntó: «¿Qué queréis que os haga?»
Mar 10:37 Ellos le contestaron: «Concédenos que nos
sentemos, en tu gloria, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.»
Mar 10:38 Pero Jesús les replicó: «No sabéis lo que
pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber o de ser bautizados
con el bautismo que yo voy a recibir?»
Mar 10:39 Ellos respondieron: «Sí que lo somos.» Pero
Jesús les dijo: «Cierto; beberéis el cáliz que yo voy a beber y seréis
bautizados con el bautismo que yo voy a recibir.
Mar 10:40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi
izquierda no es cosa mía el concederlo; eso es para aquellos a quienes está
preparado.»
Mar 10:41 Cuando lo oyeron los otros diez, comenzaron a
indignarse contra Santiago y Juan.
Marquemos
en este pasaje la ignorancia de los discípulos de nuestro Señor. Vemos a
Santiago y a Juan pretendiendo los primeros puestos en el reino de la gloria, y al mismo tiempo declarar muy
confiados que se encuentran capaces de beber del cáliz de su Maestro y de ser
bautizados con el bautismo de su
Maestro. A pesar de todas las amonestaciones tan claras de nuestro Señor
se apegan obstinadamente a la creencia de que el reino de Cristo sobre la
tierra iba a aparecer inmediatamente. A
pesar de sus tropiezos en el servicio de Cristo, no tienen la menor duda de que
podrán sufrir todo lo que sobre ellos caiga. Con toda su fe y su gracia, con todo su amor a
Jesús, ni conocen sus corazones, ni la aspereza del camino en que marchan. Aun
sueñan con coronas temporales y con
recompensas terrestres, y no saben qué clase de hombres son.
Pocos son los verdaderos cristianos que no se
parecen a Santiago y a Juan, cuando empiezan a servir a Cristo. Tenemos
demasiada propensión a esperar de
nuestra religión más goces inmediatos de los que el Evangelio nos
autoriza a aguardar. Estamos muy dispuestos a olvidar la cruz y las
tribulaciones y a pensar solo en
coronas. Nos formamos una idea falsa de nuestra paciencia y de nuestro
sufrimiento, y no sabemos juzgar con exactitud la fuerza real que tenemos para resistir tentaciones y pruebas. Y el
resultado es que con frecuencia compramos muy caro la sabiduría, con amarga
experiencia, con muchos desengaños, y
con no pocas caídas.
Que el caso que meditamos nos enseñe lo importante
que es juzgar de nuestra religión con calma y una razón sólida. Derecho
tenemos, como Santiago y Juan, de desear
los dones más excelentes, y comunicar a Cristo todos nuestros deseos. Con
justicia debernos creer como ellos que Jesús es Rey de reyes, y que reinará Un día sobre la tierra; pero no
olvidemos, como ellos, que todo cristiano debe cargar con su cruz, y "que
tenemos que entrar en el reino de Dios al
través de muchas tribulaciones." Hechos 14.22. No confiemos
demasiado, como ellos, en nuestras fuerzas, ni nos jactemos de poder hacer todo
lo que Cristo nos exija. Guardémonos de
esa jactancia al entrar en la senda de la vida cristiana, que, esta conducta
nos salvará de muchos tropiezos humillantes.
Marquemos, en segundo lugar, en este pasaje, la
alabanza quo nuestro Señor hace de la humildad, y de la consagración al bien
del prójimo. Parece que los diez se
disgustaron mucho con Santiago y Juan con motivo de la petición que hicieron a
su Maestro. Su ambición y deseo de preeminencia se volvieron a exaltar con la idea de que alguno pudiera
colocarse por encima de ellos. Nuestro Señor comprendió bien cuáles eran sus
sentimientos, y, como médico hábil,
procedió inmediatamente a propinarles una medicina apropiada. Les dice
que basaban sus ideas de grandeza en un cimiento falso; les repite con
énfasis renovado la lección que ya les
había dado en el capítulo precedente: "Cualquiera de vosotros que sea más
grande, será el servidor de todos." Y apoya toda su demostración en el argumento concluyente de
su propio ejemplo. "Aun el Hijo del hombre no ha venido para ser servido,
sino para servir...
Que todo el que desee agradar a Cristo, esté en,
guardia contra ese sentimiento de apreciación exagerada de sí mismo, y pida a
Dios en sus oraciones que lo cure de él;
es un sentimiento que está arraigado profundamente en nuestros corazones.
Muchos abandonaron el mundo, cargaron a cuestas con su cruz, profesaron prescindir de su propia justicia,
y creer en Cristo, y se irritan y se afligen, cuando un hermano es más honrado
que ellos. Esto no debe ser.
Meditemos siempre en estas palabras de S. Pablo:
"Nada hagáis por contienda ni por vanagloria; antes con humildad de
espíritu, estimándoos inferiores los
unos a los otros." Filip. 2.3. Bienaventurado el hombre que puede
sinceramente regocijarse cuando otros son exaltados, aunque él mismo se vea
olvidado y postergado! Sobre todo, que
los que desean seguir las huellas de Cristo, se empeñen en ser útiles a los
demás. Propónganse hacer bien en sus días y en su generación.
Vasto es el campo siempre para la beneficencia; lo
que se necesita es voluntad é inclinación. No olvidemos nunca que la verdadera,
grandeza no consiste en ser almirante,
general, hombre de estado, o artista. Estriba en sacrificarnos, en consagrar
cuerpo y alma y espíritu a la obra bendita de hacer a nuestros prójimos más y más felices. Los que se ejercitan,
usando los medios que la Escritura nos suministra, en aliviar los pesares y
aumentar los goces de los que los
rodean, los Howards, los Wilberforces, los Martyns, los Judsons de las
naciones, esos son los verdaderamente grandes a los ojos de Dios. Mientras
viven son objetos de burlas, de
desprecios, del ridículo y muchas veces de las persecuciones. Pero en el cielo
está el recuerdo de sus hechos, allí está escrito su nombre, y su alabanza es eterna. Recordemos esto, y
mientras tengamos tiempo, hagamos bien a los hombres, y seamos siervos de todos
por amor de Cristo.
Esforcémonos por dejar el mundo mejor, más santo y
más feliz que cuando nacimos. Una vida consumida de esa manera es
verdaderamente imitar a Cristo, y lleva
en sí su recompensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario