Se define la vida como el estado
de actividad. Existencia animada de un ser o duración de esa existencia. Las
formas de vida terrestres por lo general poseen la facultad de crecer,
metabolizar, responder a estímulos externos y reproducirse. La palabra hebrea
de la que se traduce vida en las Escrituras es jai·yím, y la griega, zo·e.
También se utiliza el término hebreo né·fesch y el griego psy·kje
—ambos significan “alma”— para hacer referencia a la vida, no en sentido
abstracto, sino a la vida como persona o animal. La vegetación tiene vida en el sentido de
que posee la facultad de crecer, reproducirse y adaptarse, pero no tiene vida
como alma. En lo que respecta a la creación inteligente, la vida en el sentido
pleno equivale a existencia en estado perfecto y el derecho a disfrutarla.
Jehová Dios es la fuente.
La vida siempre ha existido
porque Jehová Dios es el Dios vivo, la Fuente de la vida, y su existencia no
tiene ni principio ni fin. (Jer 10:10; Dan 6:20, 26;
Juan 6:57; 2Co 3:3; 6:16; 1Tes 1:9; 1Tim 1:17; Sal 36:9; Jer 17:13.) Su Hijo unigénito dio vida a la primera de sus creaciones, la Palabra. (Juan 1:1-3 Lo que Jesús enseñó y lo que hizo están
ligados en forma inseparable con lo que Él es. Juan muestra a Jesús como
totalmente humano y totalmente divino. A pesar de que Jesús tomó por completo
nuestra humanidad y vivió como un hombre, nunca dejó de ser el Dios eterno que
siempre existió, el creador y sustentador de todas las cosas, la fuerza que une
la creación y la fuente de la vida eterna. Esta es la verdad acerca de Jesús y
el fundamento de la verdad. Si no podemos o no creemos esta verdad básica, no
tendremos la fe suficiente para confiarle nuestro destino eterno. Por eso Juan
escribió su Evangelio: para edificar la fe y la confianza en Jesucristo, al
grado que creamos que El en realidad era y es el Hijo de Dios. Juan escribió a los creyentes en todo lugar,
sean o no judíos (gentiles). Como uno de los doce discípulos, Juan fue un
testigo presencial, de manera que su historia es confiable. Su libro no es una
biografía (como el libro de Lucas), sino una presentación temática de la vida
de Jesús. Muchos de los oyentes originales tenían un trasfondo griego. La
cultura griega estimulaba la adoración de muchos dioses mitológicos cuyas
características sobrenaturales eran tan importantes para los griegos como las
genealogías para los judíos. Juan mostró que Jesús no solo era diferente de sus
dioses mitológicos, sino superior a ellos. ¿Qué quiere decir Juan con el Verbo? El
Verbo era una expresión usada por teólogos y filósofos, judíos y griegos
por igual, de muchas maneras diferentes. En las Escrituras hebreas, el Verbo
era un agente de creación (Sal_33:6), la fuente
del mensaje de Dios a su pueblo por medio de sus profetas (Hos_1:2) y la ley de Dios, su norma de santidad (Sal_119:11). En la filosofía griega, el Verbo
era el principio de la razón que gobernaba al mundo o el pensamiento que estaba
aún en la mente, mientras que en el pensamiento hebreo el Verbo era otra
forma de decir Dios. La descripción de Juan muestra claramente que se refiere a
Jesús; un ser humano que conocía y amaba, pero que era a la vez el Creador del
universo, la suprema revelación de Dios, la imagen viviente de la santidad de
Dios, y "todas las cosas en El subsisten" (Col_1:17).
Para los lectores judíos, "el Verbo era Dios" era una blasfemia. Para
los lectores griegos, "aquel Verbo fue hecho carne" (Col_1:14) era impensable. Para Juan, este nuevo
entendimiento del Verbo era el evangelio, las buenas nuevas de Jesucristo. ; Col 1:15.) Por medio de este Hijo, creó
otros hijos angélicos. (Job 38:4-7; Col 1:16, 17.)
Más tarde llegó a existir el universo físico (Gén 1:1,
2), y en el tercero de los “días” creativos de la Tierra aparecieron las
primeras formas de vida física: la hierba, la vegetación y los árboles
frutales. En el quinto día creó las primeras almas vivientes: los animales
marinos y las criaturas voladoras aladas. En el sexto día llegaron a existir
los animales terrestres y, finalmente, el hombre. (Gén
1:11-13, 20-23, 24-31; Hech 17:25)
Por consiguiente, la aparición de la vida en la Tierra no tuvo que
esperar a que se produjera una combinación fortuita de elementos químicos en
ciertas condiciones idóneas. Tal cosa no se ha observado jamás y, de hecho, es
imposible. La vida en la Tierra vino a la existencia como resultado de un
mandato directo de Jehová Dios, la Fuente de la vida, y por la acción directa
de su Hijo al llevar a cabo ese mandato. Solo la vida puede engendrar vida. El
relato bíblico dice en todos los casos que lo creado produjo prole a su
semejanza o “según su género”. (Gén 1:12, 21, 25; 5:3.)
Los científicos se han dado cuenta de que verdaderamente existen
marcadas divisiones entre los diferentes “géneros”, y, además de la cuestión de
su origen, este ha sido el principal obstáculo a su teoría de la evolución.
Fuerza de vida y aliento.
En las criaturas terrestres o “almas” se conjugan la fuerza activa de
vida, o “espíritu” que las anima, y el aliento que sustenta esa fuerza de vida.
Tanto el espíritu (fuerza de vida) como el aliento son provisiones de Dios; Él
puede destruir la vida quitando cualquiera de estas dos cosas. (Sal 104:29; Isa 42:5.) En el tiempo del Diluvio, los
animales y los humanos se ahogaron; su aliento cesó y la fuerza de vida se
extinguió. “Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento de la fuerza
de a saber, cuanto había en el suelo
seco, murió
Organismo.
Todo lo que tiene vida, sea
espiritual o carnal, posee un organismo o cuerpo. La vida en sí misma es
impersonal e incorpórea, y simplemente constituye el principio vital. Al hablar
de la clase de cuerpo con el que volverían las personas resucitadas, el apóstol
Pablo explica que en la creación hay diferentes clases de cuerpos, en función
del ambiente para el que hayan sido creados. Dice en cuanto a los que viven en
la Tierra: “No toda carne es la misma carne, sino que hay una de la humanidad,
y hay otra carne del ganado, y otra carne de las aves, y otra de los peces”.
También menciona que “hay cuerpos celestes, y cuerpos terrestres; mas la gloria
de los cuerpos celestes es de una clase, y la de los cuerpos terrestres es de
una clase diferente”. (1Col 15:39, 40.)
La Encyclopædia Britannica (edición de
1942, vol. 14, pág. 42) dice con respecto a la diferencia de la carne de
los diversos cuerpos terrestres: “Otra característica es la individualidad
química que se manifiesta en todas partes, pues cada tipo distinto de organismo
parece tener alguna proteína propia y distintiva, y un ritmo o tasa de
metabolismo que le caracteriza. Así que, considerando la cualidad general de la
persistencia en el metabolismo continuo, hay tres hechos fundamentales: 1) la
síntesis de proteínas que compensa la descomposición de las mismas, 2) la
aparición de dichas proteínas en un estado coloidal y 3) su carácter
específico entre los diferentes tipos”.
La transmisión de la fuerza de vida.
Jehová dio origen a la fuerza
de vida de las primeras criaturas de cada “género” (por ejemplo: de la primera
pareja humana), fuerza de vida que podría transmitirse después a la prole por
medio de la reproducción. Tras la concepción, los mamíferos le aportan oxígeno
y otros nutrientes a la criatura hasta el momento de su nacimiento, cuando esta
ya empieza a respirar por sí misma, lactar y, finalmente, comer.
Cuando Dios creó a Adán, formó su cuerpo, que necesitaba tanto el
espíritu (fuerza de vida) como la respiración para poder vivir y mantenerse
vivo. En Génesis 2:7 se dice que Dios procedió a “soplar en sus narices el
aliento [forma de nescha·máh] de vida, y el hombre vino a ser alma
viviente”. La expresión “aliento de vida” debe referirse a algo más que el mero
hecho de respirar. Dios puso en Adán el espíritu o germen de vida, así como el
sistema respiratorio para sostenerla. Fue entonces cuando Adán se convirtió en
persona viviente y pudo dar expresión a las características de su personalidad,
como también demostrar mediante la facultad del habla y sus acciones que era superior
a los animales, que era un “hijo de Dios”, hecho a Su imagen y semejanza. (Gén 1:27; Luc 3:38.)
La vida del hombre y de los animales depende de la fuerza de vida
iniciada en el primer ejemplar de cada especie y de la función de la
respiración, esencial para sostenerla. La ciencia biológica da testimonio de
este hecho por la distinción que hace entre muerte somática o real
(también llamada muerte clínica), que es el cese absoluto de las funciones del
cerebro, sistema circulatorio y respiratorio (el cuerpo como una unidad
organizada está muerto), y la muerte de los tejidos (también llamada
muerte biológica o muerte absoluta), que significa la desaparición de toda
actividad biológica en los tejidos y células del cuerpo. Así que aunque se haya
producido la muerte somática, la fuerza de vida todavía subsiste en las células
de los tejidos del cuerpo, hasta que finalmente toda célula muere por completo
(muerte de los tejidos).
Muerte y envejecimiento.
Tanto la vida vegetal como animal son transitorias. Sin embargo, para
los científicos subsiste un interrogante: ¿por qué envejece y muere el hombre?
Cierto sector de la ciencia supone que toda célula tiene una duración
de vida determinada genéticamente. En apoyo de esta idea se remiten a
experimentos realizados con células cultivadas artificialmente cuya mitosis se
detuvo después de la quincuagésima división. No obstante, hay científicos que
afirman que dichos experimentos no explican por qué envejece todo el organismo.
Aun se barajan otras explicaciones, como, por ejemplo, la teoría de que el
cerebro libera hormonas que desempeñan un importante papel en el proceso de
envejecimiento y muerte.
Cuando se analizan los descubrimientos y conclusiones a las que llega
la ciencia, se puede ver que la mayoría de los científicos no atribuyen el
origen de la vida al Creador, y esperan descubrir por sus propios medios el
secreto del envejecimiento y de la muerte con la intención de prolongar la
esperanza de vida indefinidamente. Pasan por alto que fue el propio Creador
quien sentenció a muerte a la primera pareja humana e hizo que esa sentencia se
cumpliese de un modo que al hombre no le es posible comprender plenamente. De
manera parecida, Dios reserva el premio de la vida eterna a todo aquel que
ejerza fe en su Hijo. (Gén 2:16, 17; 3:16-19; Juan 3:16.)
Adán perdió la vida para sí mismo y para su
prole.
Cuando Dios creó a Adán, puso
en el jardín de Edén el “árbol de la vida” (Gén 2:9.)
El fruto de este árbol no tenía ninguna cualidad intrínseca que impartiese
vida; más bien, representaba la garantía de vivir “hasta tiempo indefinido” que
Dios otorgaría a aquel que recibiese su permiso para comer del fruto. Como Dios
colocó el árbol en el jardín con algún propósito, a Adán sin duda se le hubiese
permitido comer de su fruto una vez que hubiera demostrado su fidelidad hasta
un grado que Dios considerara satisfactorio y suficiente. Después que Adán
transgredió, se le impidió comer del árbol. Jehová dijo: “Ahora, para que no
alargue la mano y efectivamente tome fruto también del árbol de la vida y coma
y viva hasta tiempo indefinido...”. Seguidamente hizo valer su palabra; no
permitiría que alguien indigno de la vida viviese en el jardín que había sido
creado para personas justas y comiese del árbol de la vida. (Gén 3:22, 23.)
Adán, que había disfrutado de vida perfecta —cuya continuidad estaba
condicionada a su obediencia a Jehová (Gén 2:17; Deut
32:4) —, experimentó entonces la operación del pecado y su fruto: la
muerte. Sin embargo, seguía teniendo gran energía vital. Incluso en su triste
situación, aislado de Dios y de la verdadera espiritualidad, vivió novecientos
treinta años antes de que lo abatiese la muerte. Mientras tanto, pudo transmitir
a sus descendientes una medida de vida, no su plenitud, que permitió a muchos
de ellos vivir de setecientos a novecientos años. (Gén
5:3-32.) Santiago, el medio hermano de Jesús, explica el proceso que se
dio en Adán: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio
deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su
vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte”. (Sant 1:14, 15.)
Lo que el hombre necesita para vivir.
La inmensa mayoría de los investigadores científicos no solo pasan por
alto la razón por la que muere la humanidad, sino, lo que es más importante,
desconoce cuál es el requisito principal para alcanzar la vida eterna. Si bien
es necesario que el cuerpo humano se alimente con regularidad, respire, beba y
coma, hay algo mucho más importante para la conservación de la vida. Jehová
hizo referencia a esto en su Palabra al decir: “No solo de pan vive el hombre,
sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Deut 8:3.) Jesucristo repitió este mismo principio y
dijo además: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su
obra”. (Juan 4:34; Mat 4:4.) En otra ocasión
dijo: “Así como me envió el Padre viviente y yo vivo a causa del Padre, así
también el que se alimenta de mí, sí, ese mismo vivirá a causa de mí”. (Juan 6:57.)
Cuando Dios creó al hombre, lo hizo a su imagen, según su semejanza. (Gén 1:26, 27.) Como es natural, no a Su imagen y
semejanza física, pues Dios es un espíritu y el hombre es de carne. (Gén 6:3; Juan 4:24.) Es decir, el hombre, a diferencia
de los “animales irracionales” (2Ped 2:12),
podía ejercer la facultad de la razón, tendría atributos como los de Dios:
amor, sentido de justicia, sabiduría y poder. Podía entender el porqué de su
existencia y lo que el Creador requería de él. Por consiguiente, a diferencia
de los animales, tenía capacidad espiritual, podía expresar su aprecio por el
Creador y adorarlo. Esta capacidad creó una necesidad en Adán: necesitaba algo
más que alimento físico; necesitaba sustento espiritual. Y para poder disfrutar
de bienestar mental y físico, tenía que ejercitar su espiritualidad.
De manera que no puede haber una continuidad indefinida de la vida
independientemente de Jehová Dios y sus provisiones espirituales. Jesús dijo
sobre vivir para siempre: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo
conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste,
Jesucristo”. (Juan 17:3.)
Regeneración o nuevo nacimiento
Con el fin de que el hombre pueda recuperar la perfección corporal y
la perspectiva de vivir para siempre, Jehová ha provisto la verdad, “la palabra
de vida”. (Juan 17:17; Filip 2:16.) El seguir la
verdad proporcionará un conocimiento de la provisión que Dios ha hecho de
Jesucristo, que se dio a sí mismo “en rescate en cambio por muchos”. (Mat 20:28.) Únicamente a través de esta provisión se
puede restablecer al hombre a la plenitud en sentido espiritual y físico. (Hech 4:12; 1Co 1:30; 15:23-26; 2Co 5:21)
Por lo tanto, la regeneración a la vida viene por medio de Jesucristo.
Se dice que Él es “el último Adán [...] un espíritu dador de vida”. (1Co 15:45.) Se le llama proféticamente “Padre Eterno”
(Isa 9:6), y se le identifica como el que
“derramó su alma hasta la mismísima muerte” y que la ‘puso como ofrenda por la
culpa’. Como tal “Padre”, puede regenerar a la humanidad, dando así vida a los
que son obedientes y ejercen fe en la ofrenda de su alma. (Isa 53:10-12.)
La esperanza de los hombres de tiempos antiguos.
Los fieles de la antigüedad
tenían la esperanza de vivir. El apóstol Pablo hace notar este hecho. Se
remonta al tiempo de la prole de Abrahán antes de que se diera la Ley y habla
de sí mismo, un hebreo, como si estuviese vivo entonces, en el sentido de que
era un descendiente en potencia de sus antepasados. Dice: “Yo estaba vivo en
otro tiempo aparte de ley; mas cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió,
pero yo morí. Y el mandamiento que era para vida, este hallé que fue para
muerte”. (Rom 7:9, 10) Hombres como Abel, Enoc,
Noé y Abrahán esperaban en Dios. Creían en la “descendencia” o simiente que
magullaría la cabeza de la serpiente, lo que significaría liberación (Gén 3:15; 22:16-18); esperaban que llegase el Reino de
Dios, la “ciudad que tiene fundamentos verdaderos”, y creían en una
resurrección de los muertos. (Heb 11:10, 16, 35.)
Jehová dijo cuando dio la Ley: “Tienen que guardar mis estatutos y mis
decisiones judiciales, los cuales, si el hombre los hace, entonces tendrá que
vivir por medio de ellos”. (Lev 18:5.) Seguramente,
cuando los israelitas recibieron la Ley, la aceptaron como una vía que abría
ante ellos la esperanza de la vida. La Ley era ‘santa y justa’, y todo aquel
que pudiese cumplir a plenitud sus normas quedaría marcado como persona
absolutamente justa. (Rom 7:12.) No obstante, en
lugar de dar vida, puso de manifiesto la condición imperfecta y pecaminosa de
los israelitas, así como de la humanidad en general. Además, la Ley condenaba a
muerte a los judíos. (Gál 3:19; 1Tim 1:8-10.) Pablo
dijo: “Cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió, pero yo morí”. Por
consiguiente, la Ley no podía dar vida.
El apóstol razona: “Si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la
justicia realmente habría sido por medio de ley”. (Gál
3:21.) Entonces, como la Ley había condenado a los judíos, estos ya no
solo eran pecadores como prole de Adán, sino que también estaban bajo una
incapacidad adicional. Por esta razón Cristo murió en un madero de tormento.
Pablo dijo: “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley, llegando
a ser una maldición en lugar de nosotros, porque está escrito: ‘Maldito es todo
aquel que es colgado en un madero’”. (Gál 3:13.)
Al remover este obstáculo (la maldición que se acarrearon los judíos por
quebrantar la Ley), Jesucristo quitó de delante de los judíos la barrera que
les impedía alcanzar la vida, dándoles así la oportunidad de conseguirla. De
este modo, su rescate podía beneficiarles a ellos y también a otras personas.
La vida eterna: recompensa de Dios.
En todo el registro bíblico se manifiesta que la esperanza de los
siervos de Jehová ha sido la de recibir vida eterna de Su parte. Esta esperanza
los ha animado a mantener fidelidad. No es una expectativa egoísta. El apóstol
escribe: “Además, sin fe es imposible serle de buen agrado, porque el que se
acerca a Dios tiene que creer que él existe y que llega a ser remunerador
de los que le buscan solícitamente”. (Heb 11:6.)
Dios es remunerador, y esa es una de las cualidades por las que merece la plena
devoción de sus criaturas.
Inmortalidad, incorrupción, vida divina.
La Biblia dice que Jehová es inmortal e incorruptible. (1Tim 1:17.) Su Hijo ha sido la primera criatura a la
que Él ha concedido estos dones. Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo,
Cristo era el único que había recibido la inmortalidad. (1Tim 6:16.) No obstante, también se les ha prometido a
los hermanos espirituales de Cristo. (Ro 2:7; 1Co
15:53, 54.) Ellos también llegan a ser partícipes de la “naturaleza
divina”, partícipes con Cristo en su gloria. (2Pe 1:4.)
Los ángeles son criaturas celestiales, pero no son inmortales, pues los que se
vuelven demonios serán destruidos. (Mt 25:41; Lu 4:33,
34; Rev 20:10, 14)
Vida terrestre sin corrupción.
¿Con qué esperanza cuenta el resto de la humanidad que no recibe vida
celestial? Jesús dijo: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que
tenga vida eterna”. (Juan 3:16.) En la parábola
de las ovejas y las cabras, las personas de las naciones que han sido juzgadas
como ovejas y separadas a la diestra de Jesús parten “a la vida eterna”. (Mat 25:46.) Pablo habla de los “hijos de Dios” y
“coherederos con Cristo”, y dice que “la expectación anhelante de la creación
aguarda la revelación de los hijos de Dios”. Luego pasa a decir: “La creación
misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la
gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Rom 8:14-23.)
Cuando Adán fue creado como humano perfecto, era un “hijo de Dios”. (Luc 3:38.) La visión profética de Apocalipsis 21:1-4
señala al tiempo en el que existirá “un nuevo cielo” y “una nueva tierra”, y
promete que entonces “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni
clamor ni dolor”. Como esta no es una promesa para las criaturas celestiales,
sino específicamente para “la humanidad”, da la garantía de que habrá una nueva
sociedad humana terrestre que vivirá bajo el “nuevo cielo” y experimentará el
restablecimiento de la mente y el cuerpo hasta tener salud completa y vida
eterna como “hijos de Dios” terrestres.
En el mandato que Dios dio a Adán estaba implícito que Adán no moriría
si obedecía. (Gén 2:17.) Lo mismo es cierto de
la humanidad obediente; cuando su último enemigo, la muerte, sea reducida a la
nada, no habrá en el cuerpo de la persona obediente ningún pecado que obre en
él para ocasionarle la muerte. Vivirá hasta tiempo indefinido. (1Co 15:26.) La muerte será reducida a la nada al final
del reinado de Cristo, que, según el libro de Apocalipsis, durará mil años. En
este libro se dice que los que serán reyes y sacerdotes con Cristo ‘llegarán a
vivir, y reinarán con el Cristo por mil años’. “Los demás de los muertos”, que
no llegarán a vivir ‘hasta que se terminen los mil años’, tienen que ser los
que sigan con vida al fin de los mil años, pero antes de que Satanás sea
liberado del abismo y traiga la prueba decisiva para la humanidad. Al fin de
los mil años, las personas de la Tierra habrán alcanzado la perfección humana y
estarán en la misma condición en que se hallaban Adán y Eva antes de pecar.
Entonces podrá decirse que verdaderamente tienen vida en perfección. Los que
después pasen la prueba, cuando Satanás sea soltado por un corto período de
tiempo, podrán disfrutar de esa condición de vida para siempre. (Apoc 20:4-10.)
El camino a la vida.
Jehová, la Fuente de la vida,
ha revelado cuál es el camino de la vida por medio de su Palabra de verdad. El
Señor Jesucristo “ha arrojado luz sobre la vida y la incorrupción mediante las
buenas nuevas”. (2Tim 1:10.) Dijo a sus
discípulos: “El espíritu es lo que es dador de vida; la carne no sirve para
nada. Los dichos que yo les he hablado son espíritu y son vida”. Un poco
después, preguntó a sus apóstoles si le iban a dejar como ya habían hecho
otros. Pedro respondió: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida
eterna”. (Juan 6:63, 66-68.) El apóstol Juan
llamó a Jesús “la palabra de la vida”, y dijo: “Por medio de Él era vida”. (1Juan 1:1, 2; Juan 1:4.)
Las palabras de Jesús hacen patente que los esfuerzos humanos por
prolongar la vida de manera indefinida son fútiles, al igual que las teorías de
que ciertas dietas o regímenes traerán vida a la humanidad. Como máximo, pueden
mejorar la salud temporalmente. El único camino a la vida es la obediencia a
las buenas nuevas, es decir, a “la palabra de vida”. (Filp
2:16.) Para conseguir vida, la persona debe mantener su mente fija “en
las cosas de arriba, no en las cosas sobre la tierra”. (Col 3:1, 2.) Jesús dijo a sus oyentes: “El que oye mi palabra y
cree al que me envió tiene vida eterna, y no entra en juicio, sino que ha
pasado de la muerte a la vida”. (Juan 5:24; 6:40.)
Ya no son pecadores condenados que están en el camino de la muerte. El apóstol
Pablo escribió: “Por lo tanto, no tienen condenación los que están en unión con
Cristo Jesús. Porque la ley de ese espíritu que da vida en unión con Cristo
Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte”. (Rom 8:1, 2.) Juan dice que un cristiano sabe que ha
“pasado de muerte a vida” si ama a sus hermanos. (1Juan
3:14.)
El que busca la vida debe seguir a Cristo, pues “no hay otro nombre
debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos
que ser salvos”. (Hech 4:12.) Jesús mostró que
hay que tener conciencia de la necesidad espiritual y tener hambre y sed de
justicia. (Mat 5:3, 6.) No solo debe oír las
buenas nuevas, sino que también ha de ejercer fe en Jesucristo e invocar el
nombre de Jehová por medio de él. (Rom 10:13-15.)
Siguiendo el ejemplo de Jesús, tal persona debe bautizarse en agua. (Mat 3:13-15; Efe 4:5.) Luego tiene que seguir buscando
el Reino y la justicia de Jehová. (Mat 6:33.)
Ha de salvaguardarse el corazón.
La persona que se hace
discípulo de Jesucristo debe mantenerse en el camino de la vida. De hecho, se
le advierte: “El que piensa que está en pie, cuídese de no caer”. (1Cor 10:12.) Además, se le aconseja: “Más que todo lo
demás que ha de guardarse, salvaguarda tu corazón, porque procedentes de él son
las fuentes de la vida”. (Pro 4:23.) Jesús
explicó que del corazón emanan razonamientos inicuos, adulterios, asesinatos y
otras malas inclinaciones, tendencias que podrían culminar en muerte. (Mat 15:19, 20.) La persona puede salvaguardarse de esa
clase de razonamientos si procura llenar el corazón con alimento espiritual
vivificante —la verdad de la Fuente pura de la vida— y así protegerlo de una
inclinación impropia que podría resultar en que se apartase del camino de la
vida. (Rom 8:6)
Salvaguardar la vida protegiendo el corazón incluye tener la lengua
controlada, pues “muerte y vida están en el poder de la lengua, y el que la ama
comerá su fruto”. (Pr 18:21.) Jesús dio la explicación al decir: “Las cosas que
proceden de la boca salen del corazón, y esas cosas contaminan al hombre”. (Mat 15:18; Sant 3:5-10.) No obstante, el que da buen
uso a la lengua, para alabar a Dios y hablar sobre cosas constructivas, podrá
mantenerse en el camino de la vida. (Sal 34:12-14;
63:3; Pro 15:4.)
La vida presente.
El rey Salomón probó todo lo
que esta vida le podía ofrecer en cuanto a riquezas, casas, jardines y otros
placeres, y tras ello llegó a la conclusión: “Odié la vida, porque el trabajo
que se ha hecho bajo el sol era calamitoso desde mi punto de vista, porque todo
era vanidad y un esforzarse tras viento”. (Ecle 2:17.)
Salomón no odió la vida en sí, pues es una ‘dádiva buena y don perfecto de
arriba’. (Sant 1:17.) Lo que odió fue la vida
calamitosa y vana que resulta de vivir como lo hace el mundo sujeto a
futilidad. (Rom 8:20.) En la conclusión de su
libro, dio la exhortación de temer al Dios verdadero y guardar sus
mandamientos, que es el camino a la verdadera vida. (Ecl
12:13, 14; 1Tim 6:19.) El apóstol Pablo dijo de sí mismo y de sus
compañeros cristianos que si, después de su vigorosa predicación, en la que
dieron testimonio acerca de Cristo y de la resurrección, ‘solo en esta vida
habían esperado en Cristo, de todos los hombres eran los más dignos de
lástima’. ¿Por qué? Porque habrían confiado en una esperanza falsa. “Sin
embargo —continuó Pablo—, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos.”
“Por consiguiente, amados hermanos míos, háganse constantes, inmovibles,
siempre teniendo mucho que hacer en la obra del Señor, sabiendo que su labor no
es en vano en lo relacionado con el Señor.” (1Cor
15:19, 20, 58.)
Árboles de la vida.
Además de la referencia al árbol de la vida que hubo en Edén (Gén 2:9), del que ya se ha tratado anteriormente, la
expresión “árbol[es] de la vida” aparece en varias ocasiones en las Escrituras,
y siempre en un sentido figurado o simbólico. Se dice que la sabiduría es
“árbol de vida a los que se sujetan de ella”, por cuanto les suministrará lo
que necesitan —no solo para disfrutar de la vida presente, sino también de la
vida eterna—, es decir, conocimiento de Dios, discernimiento y buen juicio para
obedecer sus mandamientos. (Pro 3:18; 16:22.)
“El fruto del justo es un árbol de vida, y el que está ganando almas es
sabio”, dice otro proverbio. (Pro 11:30.) El
justo gana almas por su habla y ejemplo, es decir, que las personas que le
escuchan consiguen alimento espiritual, se las conduce a servir a Dios y
reciben la vida que Él provee. De manera similar, “la calma de la lengua es
árbol de vida, pero el torcimiento en ella significa un quebrantamiento del
espíritu”. (Pro 15:4.) El habla calmada de la
persona sabia ayuda y reconforta el espíritu de los que le oyen, fomenta en
ellos buenas cualidades y les ayuda a proseguir en el camino de la vida; pero
la torcedura de la lengua es como un fruto podrido, trae problemas y desánimo,
y daña a los que escuchan lo que dice.
Proverbios 13:12 dice:
“La expectación pospuesta enferma el corazón, pero la cosa deseada es árbol de vida
cuando sí viene”. El cumplimiento de un deseo que se ha esperado por mucho
tiempo es fortalecedor y reconfortante, y renueva las energías.
El glorificado Jesucristo promete al cristiano que venza que le
concederá comer del “árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Apoc 2:7), y en los últimos versículos del libro de
Revelación leemos de nuevo: “Y si alguien quita algo de las palabras del rollo
de esta profecía, Dios le quitará su porción de los árboles de la vida y de la
santa ciudad, cosas de las cuales se ha escrito en este rollo”. (Apoc 22:19.) En el contexto de estos dos pasajes
bíblicos, Cristo Jesús está hablando a los que vencen, a aquellos que no
‘recibirán daño de la muerte segunda’ (Apoc 2:11),
a quienes se dará “autoridad sobre las naciones” (Apoc 2:26),
se hará una “columna en el templo de mi Dios” (Apoc
3:12) y que se sentarán con Cristo en su trono celestial. (Apoc 3:21.)
Por lo tanto, el árbol o los árboles no pueden ser literales, pues los que
venzan y coman de dichos árboles son participantes del llamamiento celestial (Heb 3:1) y tienen lugares reservados para ellos en el
cielo. (Juan 14:2, 3; 2Ped 1:3, 4.) De modo que deben simbolizar la provisión de Dios
para vida ininterrumpida, en este caso, la vida celestial e inmortal que se
concede a los fieles como vencedores con Cristo.
En Apocalipsis 22:1, 2 se habla de
“árboles de vida” en un contexto diferente. Se muestra que las naciones comen
las hojas de los árboles con propósitos curativos. Estas personas se encuentran
a lo largo del río que fluye del templo-palacio de Dios, donde está su trono.
Ese cuadro aparece después de verse establecer el nuevo cielo y la nueva tierra
y oírse la declaración de que “la tienda de Dios está con la humanidad”. (Apoc 21:1-3, 22, 24.) Este sería, pues, un simbolismo
de las provisiones curativas y sustentadoras de la vida para la humanidad a fin
de que esta finalmente pueda vivir para siempre. Estas provisiones proceden del
trono real de Dios y del Cordero Jesucristo.
Se hacen varias referencias al “rollo de la vida” o al “libro” de
Dios, en el que deben hallarse los nombres de todos aquellos que debido a su fe
pueden esperar que se les conceda el premio de la vida, bien en el cielo o
sobre la Tierra. Contiene los nombres de todos los siervos de Jehová “desde la
fundación del mundo”, el mundo de la humanidad redimible. Parece ser que el
nombre de Abel fue el primero en escribirse. (Apoc 17:8; Mat 23:35; Luc 11:50, 51.)
¿Qué significa el que el nombre de una persona se
escriba en el “libro” o “rollo de la vida” de Dios?
El que el nombre de una persona se escriba en “el libro de la vida” no
significa que esa persona queda predestinada a la vida eterna. Para que su
nombre permanezca escrito, la persona tiene que ser obediente. De ahí que
Moisés rogara a Jehová a favor de Israel, diciendo: “Pero ahora si perdonas su
pecado..., y si no, bórrame, por favor, de tu libro que has escrito”. Jehová
respondió: “Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro”. (Éxd 32:32, 33.) De modo que la lista habría de
experimentar ciertos cambios debido a la desobediencia de algunos, por lo que
sus nombres serían ‘borrados’ o ‘tachados’ del “libro”. (Apoc 3:5.)
En la escena de juicio que aparece en Apocalipsis
20:11-15 se ve que durante el reinado milenario de Cristo se abre “el
rollo de la vida” para que se apunten nuevos nombres en él, y también se abren
otros rollos que contienen instrucciones. Aquellos que vuelven a la vida
gracias a la ‘resurrección de los injustos’ tendrán entonces la oportunidad de
conseguir que sus nombres sean escritos en “el libro de la vida”, siempre y
cuando cumplan obedientemente con las instrucciones que se hallan escritas en
los rollos. (Hech 24:15.) Como cabe esperar, los
siervos fieles de Dios que vuelvan en la ‘resurrección de los justos’ ya
tendrán sus nombres escritos en “el rollo de la vida”. Su obediencia leal a las
instrucciones divinas hará posible que sus nombres permanezcan escritos
en él.
¿Cómo puede lograr una persona que su nombre sea inscrito permanentemente
en “el libro de la vida”? Aquellos cuya esperanza es la vida celestial
consiguen la inscripción permanente de sus nombres ‘venciendo’ al mundo
mediante su fe y demostrando fidelidad “hasta la misma muerte”. (Apoc 2:10; 3:5.) En cambio, quienes tienen esperanza
de vivir sobre la Tierra deberán demostrar su lealtad a Jehová durante la
prueba final y decisiva que tendrá lugar al fin del reinado milenario de Cristo.
(Apoc 20:7, 8.) Una vez conseguido, habrán
logrado que Dios retenga sus nombres permanentemente en “el libro de la vida”,
lo que significará que Jehová habrá reconocido que son justos en todo sentido y
merecedores del derecho a la vida eterna sobre la Tierra. (Rom 8:33.)
‘El rollo del Cordero.’ “El rollo de la vida del Cordero” es un rollo
aparte. Parece ser que solo contiene los nombres de los que acompañan al
Cordero, Jesucristo, aquellos con quienes Él comparte su gobierno del Reino, lo
que incluye a los que aún están en la Tierra a la espera de su herencia
celestial. Se dice que los que tienen
sus nombres en el ‘rollo del Cordero’ entran en la santa ciudad, la Nueva
Jerusalén, y llegan a formar parte del Reino mesiánico celestial. (Apocalipsis21:2, 22-27.) Sus nombres se hallan tanto
en ‘el rollo del Cordero’ como en “el libro de la vida” de Dios. (Filipenses 4:3; Apocalipsis 3:5.)
El río de agua de vida.
En la visión registrada en el libro de Revelación, Juan vio “un río de
agua de vida, claro como el cristal, que fluía desde el trono de Dios y del
Cordero” por en medio del camino ancho de la santa ciudad, la Nueva Jerusalén.
(Apocalipsis 22:1, 2; 21:2.) El agua es esencial
para la vida. La visión nos traslada a un tiempo posterior al establecimiento
de “un nuevo cielo y una nueva tierra; porque el cielo anterior y la tierra
anterior habían pasado”. (Apocalipsis 21:1.) El
contexto sitúa el fluir de este río después de la destrucción del presente
sistema de cosas. La visión muestra que a lo largo del río hay árboles que
producen fruto y cuyas hojas son para la curación de las naciones. De modo que
estas aguas vivificantes deben ser las provisiones para la vida que Jehová ha
hecho por medio del Cordero, Jesucristo, a favor de todos los que recibirán
vida.
Después de explicar otros detalles de la revelación inspirada, Juan
escribió: “Y el espíritu y la novia siguen diciendo: ‘¡Ven!’”, y añadió que
dicho espíritu ordenaba a todo aquel que oyese, que dijera “¡Ven!”. Además, en
el mismo relato se extiende la invitación a cualquiera que tenga sed para
“[tomar] gratis el agua de la vida”. Aun antes de que este inicuo sistema de
cosas llegue a su fin, el espíritu y la novia invitan a la gente a empezar
a beber de las provisiones de Dios para conseguir vida eterna por medio del
Cordero de Dios, pero, además, también pueden esperar beber del río de agua de
vida para su curación completa, mediante los servicios del Cordero y su novia,
tras la destrucción de este viejo sistema. (Apocalipsis
22:17.)
‘La humedad de la vida.’
En el Salmo
32:1-5, David muestra la felicidad que se experimenta cuando hay perdón,
aunque también revela la angustia que se siente antes de confesar a Jehová las
transgresiones y recibir Su perdón. Antes de su confesión mientras intentaba
ocultar su error, al salmista le remordió la conciencia y dijo: “La humedad de
mi vida se ha cambiado como en el calor seco del verano”. Le agotó intentar
reprimir una conciencia culpable, y la angustia debilitó su vigor tal como un
árbol puede perder su humedad vivificante durante una sequía o en el intenso
calor seco del verano. Las palabras de David pueden indicar sufrimiento mental
y físico, o, al menos, la pérdida de gozo en la vida por no haber confesado su
pecado. El perdón y el alivio solo vendrían como resultado de confesar su
pecado a Jehová. (Proverbios 28:13.)
“La bolsa de la vida.”
Cuando Abigail suplicó a David
que no se vengase de Nabal y de este modo le libró de incurrir en culpa de
sangre, le dijo: “Cuando se levante un hombre para ir en seguimiento de ti y
para buscar tu alma, el alma de mi señor ciertamente resultará estar envuelta
en la bolsa de la vida con Jehová tu Dios; pero, en cuanto al alma de tus
enemigos, la lanzará como de dentro del hueco de la honda”. (1Samuel 25:29-33.) Tal como una persona envuelve algo
valioso para protegerlo y conservarlo, la vida de David estaba en las manos del
Dios vivo, quien lo salvaría de sus enemigos si esperaba en Él y no intentaba
conseguir la salvación por sus propios medios. Por otra parte, Dios desecharía
el alma de los enemigos de David.
¡Maranatha!
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