} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL NUEVO NACIMIENTO DEL CRISTIANO (3)

viernes, 30 de septiembre de 2016

EL NUEVO NACIMIENTO DEL CRISTIANO (3)

 UTILIDAD DE LAS ESCRITURAS

 2Timoteo 3; 16-17   Toda la Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en la virtud.  De esta manera el hombre de Dios estará bien formado y bien pertrechado para toda obra buena.

Pablo concluye este capítulo con una llamada a Timoteo para que permanezca leal a toda la enseñanza que ha recibido. Timoteo era judío por parte de madre, aunque su padre había sido griego (Hechos 16:1); y está claro que fue su madre la que le educó en la fe. Era la gloria de los judíos que sus hijos desde la más temprana edad eran entrenados en la Ley. Aseguraban que sus hijos aprendían la Ley desde que llevaban pañales, y la bebían con la leche de su madre. Aseguraban que la Ley estaba tan impresa en el corazón y la mente de un niño judío que antes se olvidaría de su propio nombre que de ella. Así es que Timoteo había conocido las Sagradas Escrituras desde su primera edad. Debemos tener presente que las Escrituras de las que escribe Pablo eran las del Antiguo Testamento; todavía no había llegado a ser el Nuevo Testamento. Si lo que él dice de la Escritura es verdad del Antiguo Testamento; mucho más lo es de las todavía más preciosas palabras del Nuevo.
Debemos notar que Pablo hace aquí una distinción. Habla de " toda Escritura inspirada por Dios." Los gnósticos tenían sus propios libros fantásticos; todos los herejes se referían a su propia literatura para apoyar sus ideas. Pablo consideraba esas cosas como meramente humanas; pero los grandes libros para el alma humana eran los inspirados por Dios que la tradición y la experiencia de los creyentes había santificado.
Veamos lo que dice Pablo de la utilidad de la Escritura.
(i) Dice que las Escrituras dan la sabiduría que trae la salvación.
Hace poco escuché como un predicador cuenta la historia de una enfermera del pabellón de los niños en un hospital de Inglaterra. Hacía tiempo que encontraba la vida, como ella misma decía, inútil y sin sentido. Había leído muchos libros y estudiado muchas filosofías tratando de encontrar satisfacción. Nunca había probado la Biblia, porque una amiga la había convencido con argumentos sutiles de que la razón no podía estar en ella. Cierto día llegó un visitante a la sala y dejó algunos evangelios. Convenció a la enfermera para que leyera un ejemplar de San Juan.
“Brillaba y relucía con la verdad -dijo-, y todo mi ser respondió a ella. Las palabras que acabaron por decidirme fueron las de Juan 18:37: "Para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad oye Mi voz." Así es que escuché esa voz, y oí la verdad, y encontré a mi Salvador, a Jesús.»
Una y otra vez la Escritura les ha abierto a hombres y mujeres el camino a Dios. A decir verdad, nadie que esté buscando la verdad tiene derecho a prescindir de leer la Biblia. Un libro con ese historial no se puede tomar a la ligera. Hasta un incrédulo no está jugando limpio a menos que trate de leerla. Si lo hace, las cosas más sorprendentes le pueden suceder, porque contiene una sabiduría salvadora que no hay en ningún otro libro.
(ii) Las Escrituras son útiles para enseñar.
 Solamente en el Nuevo Testamento tenemos una descripción de Jesús, un relato de Su vida y una exposición de su enseñanza. Por esa misma razón es indiscutible que, sea lo que sea lo que se pueda discutir acerca del resto de la Biblia, es imposible para la Iglesia el pasarse sin los Evangelios. Es absolutamente cierto -como hemos dicho a menudo- que el Cristianismo no está fundado sobre un libro impreso sino sobre una Persona viva. El hecho sigue en pie de que el único lugar en todo el mundo en el que obtenemos un informe de primera mano acerca de esa Persona y de Su enseñanza es el Nuevo Testamento. Por eso la Iglesia que no tiene un estudio bíblico es una Iglesia en la que falta un elemento esencial.
(iii) Las Escrituras son valiosas para reprender.
No se quiere decir que las Escrituras valgan para sacar faltas; lo que sí se quiere decir es que son valiosas para convencer a una persona de que está en el error e indicarle el camino correcto. Podíamos contar una historia tras otra sobre cómo las Escrituras llegaron por casualidad a manos de personas y cambiaron sus vidas.
Un testimonio sigue a continuación: En Brasil, un señor llamado Antonio de Minas compró un Nuevo Testamento, y se lo llevó a casa para quemarlo. Cuando llegó a su casa se encontró con que el fuego estaba apagado. Deliberadamente lo encendió. Echó en él el Nuevo Testamento. No ardía. Abrió las páginas para que ardiera más fácilmente. Lo abrió por el Sermón del Monte. Le echó una ojeada cuando lo echaba al fuego. Le captó la mente. Lo volvió a coger. «Siguió leyendo, olvidándose del tiempo, todas las horas de la noche, y cuando estaba rompiendo la aurora se puso en pie y declaró: "Creo.""
Otro testimonio: Vicente Quiroga de Chile encontró unas pocas páginas de un libro que había traído la marea sobre la playa después de un terremoto. Las leyó y ya no pudo descansar hasta que consiguió el resto de la Biblia. No sólo se hizo cristiano; sino que dedicó el resto de su vida a la distribución de las Escrituras en las aldeas olvidadas del Nordeste de Chile.
Otro más: Una noche oscura en un bosque de Sicilia un bandolero detuvo a un colportor a punta de revólver. Le ordenó que encendiera una hoguera y quemara sus libros. Encendió el fuego y entonces preguntó si podía leer un poco de cada libro antes de arrojarlo a las llamas. Leyó el Salmo 23 para empezar; luego, de otro libro, la parábola del Buen Samaritano; de otro, el Sermón del Monte; de otro, 1 Corintios 13. Al final de cada lectura, el bandolero decía: «Ése es un buen libro; no lo quemaremos; dámelo.» Por último, no se quemó ni un sólo libro; el bandolero dejó al colportor y se internó en la oscuridad con los libros. Años más tarde apareció otra vez en escena aquel mismo bandolero, pero ya no era el mismo. Esta vez era un pastor cristiano, y era a aquella lectura de los libros a lo que atribuía su cambio.
Está fuera de toda duda que las Escrituras pueden convencer a una persona de su error y del poder de Cristo.
(iv) Las Escrituras son útiles para la corrección.
El verdadero significado de esto es que todas las teorías, todas las teologías, todas las éticas, han de ponerse a prueba en la piedra de toque de la Biblia. Si contradicen la enseñanza de la Biblia, hay que rechazarlas. Tenemos la obligación de usar la mente y aun de lanzarla a la aventura; pero la prueba siempre debe ser el estar de acuerdo con la enseñanza de Jesucristo como nos la presentan las Escrituras.
(v) Pablo hace una última observación. El estudio de las Escrituras entrena a la persona en integridad hasta equiparla para toda obra buena. Aquí tenemos la conclusión esencial. No se deben estudiar nunca las Escrituras con un fin egoísta, simplemente para hacer bien al alma de cada uno. Una conversión que no hace pensar nada más que en el hecho de que uno es salvo, no es una verdadera conversión. El cristiano debe estudiar las Escrituras para hacerse útil a Dios y a sus semejantes. Nadie es salvo a menos que esté apasionadamente entregado a salvar a otros.

Estos dos versículos exhiben una declaración categórica acerca del carácter de la Escritura y su utilidad. Pero el significado preciso ha sido muy disputado. Algunos han cuestionado si la palabra gr. grafe necesariamente se refiere a las Escrituras. Podría querer decir cualquier escrito. Pero el uso del término en el NT denota que la Escritura está bien establecida. Con todo, ¿se refiere a toda la Escritura o sólo a una parte? El uso de la palabra toda es determinante. Si toda aquí quiere decir “todos” sería posible entenderlo como distintas partes de la Escritura. Pero los usos paralelos en el NT sugieren que “toda” es la traducción correcta. Al ser así, Pablo está asumiendo que la Escritura en su totalidad es inspirada por Dios. Pero, ¿por qué necesita informar a Timoteo de ello? Sería mejor suponer que el punto principal del pasaje no es tanto la inspiración de la Escritura como su utilidad. Timoteo sabía de su inspiración, y esto elevaría su utilidad. Las cuatro funciones de la Escritura cubren un amplio espectro desde impartir doctrina hasta los desafíos para la conducta e instrucción en justicia. Estas funciones son todavía el propósito válido de la Escritura y son vitales para equipar el hombre de Dios, un término que describe especialmente a todos los maestros, pero es aplicable a todos los obreros cristianos.  

  Ahora bien, ¿qué es lo que confiere tan gran importancia a las Escrituras del Antiguo Testamento? Es que toda la Escritura está inspirada por Dios. Los autores humanos de estos libros no escribieron por su propia cuenta, sino como instrumentos del Espíritu Santo, por lo cual Dios mismo es el autor de la Sagrada Escritura del Antiguo Testamento. Así pues, Dios mismo influye eficazmente en la redacción y en el contenido de los libros de la Sagrada Escritura, por lo cual es realmente Dios quien, en ella, habla a los hombres; por eso la palabra de la Escritura es Palabra de Dios.

Así, por proceder de Dios la Sagrada Escritura, como palabra de Dios que es, contiene sabiduría divina para enseñar y educar. Por eso es para los cristianos el instrumento divino para instruir acerca de la voluntad de Dios, para convencer a los pecadores y a los que yerran, para estimular y mejorar a los que se convierten, para educar en la recta forma de vida, tal como Dios la exige y tal como corresponde a su voluntad.

Así la Sagrada Escritura pone al «hombre de Dios»  (1Timoteo 6:11), al ministro de Dios en la comunidad cristiana, pero también a todo cristiano, en una situación tal, que se halle a la altura de todas las exigencias de su cargo o condición, y se vea bien pertrechado para toda obra buena, para toda obra de amor. Aquí se formula clara y taxativamente un juicio sobre las Escrituras del Antiguo Testamento. Los libros del Antiguo Testamento son obra del Espíritu de Dios, están inspirados por Dios. Cierto que sólo la inteligencia de estas Escrituras a la luz de Cristo revela toda su profundidad y las convierte así en instrumento de santificación para los cristianos. ¡Con qué amor debería, por tanto, el cristiano leer las Sagradas Escrituras, escuchar la palabra de Dios, escudriñarla, meditarla y convertirla en norma de su vida! La Sagrada Escritura es la fuente de toda educación y formación cristiana en la fe.
¡Maranatha!








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