UTILIDAD DE LAS ESCRITURAS
2Timoteo 3; 16-17 Toda la
Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para
corregir, para instruir en la virtud. De
esta manera el hombre de Dios estará bien formado y bien pertrechado para toda
obra buena.
Pablo concluye este
capítulo con una llamada a Timoteo para que permanezca leal a toda la enseñanza
que ha recibido. Timoteo era judío por parte de madre, aunque su padre había
sido griego (Hechos 16:1);
y está claro que fue su madre la que le educó en la fe. Era la gloria de
los judíos que sus hijos desde la más temprana edad eran entrenados en la Ley.
Aseguraban que sus hijos aprendían la Ley desde que llevaban pañales, y la bebían
con la leche de su madre. Aseguraban que la Ley estaba tan impresa en el
corazón y la mente de un niño judío que antes se olvidaría de su propio nombre
que de ella. Así es que Timoteo había conocido las Sagradas Escrituras desde su
primera edad. Debemos tener presente que las Escrituras de las que escribe
Pablo eran las del Antiguo Testamento; todavía no había llegado a ser el Nuevo
Testamento. Si lo que él dice de la Escritura es verdad del Antiguo Testamento;
mucho más lo es de las todavía más preciosas palabras del Nuevo.
Debemos notar que
Pablo hace aquí una distinción. Habla de " toda Escritura inspirada por
Dios." Los gnósticos tenían sus propios libros fantásticos; todos los
herejes se referían a su propia literatura para apoyar sus ideas. Pablo
consideraba esas cosas como meramente humanas; pero los grandes libros para el
alma humana eran los inspirados por Dios que la tradición y la experiencia de
los creyentes había santificado.
Veamos lo que dice Pablo de la
utilidad de la Escritura.
(i) Dice que las Escrituras dan la
sabiduría que trae la salvación.
Hace poco escuché
como un predicador cuenta la historia de una enfermera del pabellón de
los niños en un hospital de Inglaterra. Hacía tiempo que encontraba la vida,
como ella misma decía, inútil y sin sentido. Había leído muchos libros y
estudiado muchas filosofías tratando de encontrar satisfacción. Nunca había
probado la Biblia, porque una amiga la había convencido con argumentos sutiles
de que la razón no podía estar en ella. Cierto día llegó un visitante a la sala
y dejó algunos evangelios. Convenció a la enfermera para que leyera un ejemplar
de San Juan.
“Brillaba y relucía con la
verdad -dijo-, y todo mi ser respondió a ella. Las palabras que acabaron por
decidirme fueron las de Juan 18:37: "Para
esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo
aquel que es de la verdad oye Mi voz." Así es que escuché esa voz, y oí la
verdad, y encontré a mi Salvador, a Jesús.»
Una y otra vez la
Escritura les ha abierto a hombres y mujeres el camino a Dios. A decir verdad,
nadie que esté buscando la verdad tiene derecho a prescindir de leer la Biblia.
Un libro con ese historial no se puede tomar a la ligera. Hasta un incrédulo no
está jugando limpio a menos que trate de leerla. Si lo hace, las cosas más
sorprendentes le pueden suceder, porque contiene una sabiduría salvadora que no
hay en ningún otro libro.
(ii) Las Escrituras son útiles para
enseñar.
Solamente
en el Nuevo Testamento tenemos una descripción de Jesús, un relato de Su vida y
una exposición de su enseñanza. Por esa misma razón es indiscutible que, sea lo
que sea lo que se pueda discutir acerca del resto de la Biblia, es imposible
para la Iglesia el pasarse sin los Evangelios. Es absolutamente cierto -como
hemos dicho a menudo- que el Cristianismo no está fundado sobre un libro
impreso sino sobre una Persona viva. El hecho sigue en pie de que el único
lugar en todo el mundo en el que obtenemos un informe de primera mano acerca de
esa Persona y de Su enseñanza es el Nuevo Testamento. Por eso la Iglesia que no
tiene un estudio bíblico es una Iglesia en la que falta un elemento esencial.
(iii) Las Escrituras son valiosas para reprender.
No se quiere decir
que las Escrituras valgan para sacar faltas; lo que sí se quiere decir
es que son valiosas para convencer a una persona de que está en el error e
indicarle el camino correcto. Podíamos contar una historia tras otra sobre cómo
las Escrituras llegaron por casualidad a manos de personas y cambiaron sus vidas.
Un testimonio sigue
a continuación: En Brasil, un señor llamado Antonio de Minas compró un Nuevo
Testamento, y se lo llevó a casa para quemarlo. Cuando llegó a su casa se
encontró con que el fuego estaba apagado. Deliberadamente lo encendió. Echó en
él el Nuevo Testamento. No ardía. Abrió las páginas para que ardiera más
fácilmente. Lo abrió por el Sermón del Monte. Le echó una ojeada cuando lo
echaba al fuego. Le captó la mente. Lo volvió a coger. «Siguió leyendo,
olvidándose del tiempo, todas las horas de la noche, y cuando estaba rompiendo
la aurora se puso en pie y declaró: "Creo.""
Otro testimonio: Vicente
Quiroga de Chile encontró unas pocas páginas de un libro que había traído la
marea sobre la playa después de un terremoto. Las leyó y ya no pudo descansar
hasta que consiguió el resto de la Biblia. No sólo se hizo cristiano; sino que
dedicó el resto de su vida a la distribución de las Escrituras en las aldeas
olvidadas del Nordeste de Chile.
Otro más: Una noche
oscura en un bosque de Sicilia un bandolero detuvo a un colportor a punta de
revólver. Le ordenó que encendiera una hoguera y quemara sus libros. Encendió
el fuego y entonces preguntó si podía leer un poco de cada libro antes de
arrojarlo a las llamas. Leyó el Salmo 23 para empezar; luego, de otro libro, la
parábola del Buen Samaritano; de otro, el Sermón del Monte; de otro, 1
Corintios 13. Al final de cada lectura, el bandolero decía: «Ése es un buen
libro; no lo quemaremos; dámelo.» Por último, no se quemó ni un sólo libro; el
bandolero dejó al colportor y se internó en la oscuridad con los libros. Años
más tarde apareció otra vez en escena aquel mismo bandolero, pero ya no era el
mismo. Esta vez era un pastor cristiano, y era a aquella lectura de los libros
a lo que atribuía su cambio.
Está fuera de toda
duda que las Escrituras pueden convencer a una persona de su error y del poder
de Cristo.
(iv) Las Escrituras son útiles para la
corrección.
El verdadero
significado de esto es que todas las teorías, todas las teologías, todas las
éticas, han de ponerse a prueba en la piedra de toque de la Biblia. Si
contradicen la enseñanza de la Biblia, hay que rechazarlas. Tenemos la
obligación de usar la mente y aun de lanzarla a la aventura; pero la prueba
siempre debe ser el estar de acuerdo con la enseñanza de Jesucristo como nos la
presentan las Escrituras.
(v) Pablo hace una
última observación. El estudio de las
Escrituras entrena a la persona en integridad hasta equiparla para toda obra
buena. Aquí tenemos la conclusión esencial. No se deben estudiar nunca
las Escrituras con un fin egoísta, simplemente para hacer bien al alma de cada
uno. Una conversión que no hace pensar nada más que en el hecho de que uno es
salvo, no es una verdadera conversión. El cristiano debe estudiar las
Escrituras para hacerse útil a Dios y a sus semejantes. Nadie es salvo a menos
que esté apasionadamente entregado a salvar a otros.
Estos dos versículos exhiben una declaración categórica acerca del
carácter de la Escritura y su utilidad. Pero el significado preciso ha sido muy
disputado. Algunos han cuestionado si la palabra gr. grafe necesariamente
se refiere a las Escrituras. Podría querer decir cualquier escrito. Pero el uso
del término en el NT denota que la Escritura está bien establecida. Con todo,
¿se refiere a toda la Escritura o sólo a una parte? El uso de la palabra toda
es determinante. Si toda aquí quiere decir “todos” sería posible
entenderlo como distintas partes de la Escritura. Pero los usos paralelos en el
NT sugieren que “toda” es la traducción correcta. Al ser así, Pablo está
asumiendo que la Escritura en su totalidad es inspirada por Dios. Pero,
¿por qué necesita informar a Timoteo de ello? Sería mejor suponer que el punto
principal del pasaje no es tanto la inspiración de la Escritura como su
utilidad. Timoteo sabía de su inspiración, y esto elevaría su utilidad. Las
cuatro funciones de la Escritura cubren un amplio espectro desde impartir
doctrina hasta los desafíos para la conducta e instrucción en justicia. Estas
funciones son todavía el propósito válido de la Escritura y son vitales para
equipar el hombre de Dios, un término que describe especialmente a todos
los maestros, pero es aplicable a todos los obreros cristianos.
Ahora
bien, ¿qué es lo que confiere tan gran importancia a las Escrituras del Antiguo
Testamento? Es que toda la Escritura está inspirada por Dios. Los autores
humanos de estos libros no escribieron por su propia cuenta, sino como
instrumentos del Espíritu Santo, por lo cual Dios mismo es el autor de la
Sagrada Escritura del Antiguo Testamento. Así pues, Dios mismo influye
eficazmente en la redacción y en el contenido de los libros de la Sagrada
Escritura, por lo cual es realmente Dios quien, en ella, habla a los hombres;
por eso la palabra de la Escritura es Palabra de Dios.
Así, por proceder de Dios la Sagrada Escritura, como palabra de Dios
que es, contiene sabiduría divina para enseñar y educar. Por eso es para los
cristianos el instrumento divino para instruir acerca de la voluntad de Dios,
para convencer a los pecadores y a los que yerran, para estimular y mejorar a
los que se convierten, para educar en la recta forma de vida, tal como Dios la
exige y tal como corresponde a su voluntad.
Así la Sagrada Escritura pone al «hombre de Dios» (1Timoteo 6:11),
al ministro de Dios en la comunidad cristiana, pero también a todo cristiano,
en una situación tal, que se halle a la altura de todas las exigencias de su
cargo o condición, y se vea bien pertrechado para toda obra buena, para toda
obra de amor. Aquí se formula clara y taxativamente un juicio sobre las
Escrituras del Antiguo Testamento. Los libros del Antiguo Testamento son obra del
Espíritu de Dios, están inspirados por Dios. Cierto que sólo la inteligencia de
estas Escrituras a la luz de Cristo revela toda su profundidad y las convierte
así en instrumento de santificación para los cristianos. ¡Con qué amor debería,
por tanto, el cristiano leer las Sagradas Escrituras, escuchar la palabra de
Dios, escudriñarla, meditarla y convertirla en norma de su vida! La Sagrada
Escritura es la fuente de toda educación y formación cristiana en la fe.
¡Maranatha!
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