} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JESÚS, SU OBRA

sábado, 24 de septiembre de 2016

JESÚS, SU OBRA


Efesios 2:4-10

   Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,  aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),   y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
   Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

     En los versículos previos Pablo se ocupa de nuestra antigua naturaleza pecaminosa. Aquí Pablo enfatiza que ya no necesitamos vivir bajo el poder del pecado. Cristo destruyó en la cruz la paga del pecado y su poder sobre nuestras vidas. La fe en Cristo nos declara absueltos o "no culpables" delante de Dios (Romanos 3:21-22). Dios no nos quita del mundo ni tampoco nos convierte en muñecos, sentiremos como que pecamos y algunas veces lo haremos. La diferencia radica en que antes de ser cristianos éramos esclavos de nuestra naturaleza pecaminosa, pero ahora podemos escoger vivir para Cristo (Gálatas 2:20).
     Debido a la resurrección de Cristo, sabemos que nuestros cuerpos también resucitarán (1Corintios 15:2-23) y que ya se nos ha dado el poder para vivir ahora la vida cristiana (1Corintios 1:19). Estas ideas se hallan combinadas en la imagen de Pablo cuando habla de estar sentado con Cristo en "lugares celestiales". Nuestra vida eterna con Cristo es cierta, porque estamos unidos en su poderosa victoria.
      Pablo había empezado diciendo que nos encontrábamos en una condición de muerte espiritual en pecados y transgresiones; ahora dice que Dios, en Su amor y misericordia, nos ha dado la vida en Jesucristo. ¿Qué quiere decir exactamente con eso? Ya vimos que estaban implicadas tres cosas en estar muertos en pecados y transgresiones. Jesús tiene algo que hacer con cada una de estas cosas.
  Ya hemos visto que el pecado mata la inocencia.
 Ni siquiera Jesús puede devolverle a una persona la inocencia que ha perdido, porque ni siquiera Jesús puede atrasar el reloj; pero lo que sí puede hacer Jesús, y lo hace, es librarnos del sentimiento de culpabilidad que conlleva necesariamente la pérdida de la inocencia.
Lo primero que hace el pecado es producir un sentimiento de alejamiento de Dios. Cuando una persona se da cuenta de que ha pecado, se siente oprimida por un sentimiento de que no debe aventurarse a acercarse a Dios. Cuando lsaías tuvo la visión de Dios, su primera reacción fue decir: “ ¡Ay de mí, que estoy perdido! Porque soy un hombre de labios inmundos, y vivo entre personas que tienen los labios inmundos” Isaías 6:5). Y cuando Pedro se dio cuenta de Quién era Jesús, su primera reacción fue: “¡Apártate de mí, porque yo soy un hombre pecador, oh Señor!” (Lucas 5:8).
Jesús empieza por quitar ese sentimiento de alejamiento. Él vino para decirnos que, estemos como estemos, tenemos la puerta abierta a la presencia de Dios. Supongamos que hubiera un hijo que hubiera hecho algo vergonzoso, y luego hubiera huido porque estaba seguro de que no tenía sentido volver a casa, porque la puerta estaría cerrada para él. Y entonces, supongamos que alguien le trae la noticia de que la puerta la tiene abierta, y le espera una bienvenida cálida en casa. ¡Qué diferentes haría las cosas esa noticia! Esa es la clase de noticia que nos ha traído Jesús. Él vino para quitar el sentimiento de alejamiento y de culpabilidad, diciéndonos que Dios nos quiere tal como somos.
  Ya vimos que el pecado mata los ideales por los que viven las personas. Jesús despierta el ideal en el corazón humano.
Se cuenta de un maquinista negro que trabajaba en un transbordador de un río de América, que su embarcación era vieja, y el motor estaba descuidado y asqueroso. Este maquinista experimentó una auténtica conversión. Lo primero que hizo fue volver a su transbordador y limpiar la maquinaria hasta dejarla tan reluciente como un espejo. Uno de los pasajeros habituales comentó el cambio. "¿A qué te has dedicado?” -le dijo al maquinista. "¿Qué te ha hecho limpiar y sacarle brillo a tu vieja maquinaria?” “Señor -respondió el maquinista-, ahora tengo la gloria.» Eso es lo que Cristo hace por nosotros: nos da la gloria.’,
La gracia de Jesucristo enciende de nuevo los ideales que habían extinguido las caídas sucesivas en pecado. Y al encenderse de nuevo, la vida se convierte otra vez en una escalada.
  Por encima de otras cosas, Jesucristo aviva y restaura la voluntad perdida.
Ya vimos que el efecto mortífero del pecado es que destruía lento pero seguro la voluntad de la persona, y que la indulgencia que había empezado por un placer se había convertido en una necesidad. Jesús crea otra vez la voluntad.
Eso es de hecho lo que hace siempre el amor. El resultado de un gran amor es siempre purificador. Cuando uno se enamora de veras, el amor le impulsa a la bondad. Su amor al ser amado es tan fuerte que quebranta su antiguo amor al pecado.
Eso es lo que Cristo hace por nosotros. Cuando Le amamos a Él, ese amor recrea y restaura nuestra voluntad hacia la bondad. Como dice el coro:
Cristo rompe las cadenas  y nos da la libertad.
El pecado es la muerte del alma.
Un hombre muerto en delitos y pecados no siente deseos por los placeres espirituales. Cuando miramos un cadáver, da una sensación espantosa. El espíritu que nunca muere se ha ido, y nada ha dejado sino las ruinas de un hombre. Pero si viéramos bien las cosas, deberíamos sentirnos mucho más afectados con el pensamiento de un alma muerta, un espíritu perdido y caído.
El estado de pecado es el estado de conformidad con este mundo. Los hombres impíos son esclavos de Satanás que es el autor de esa disposición carnal orgullosa que hay en los hombres impíos; él reina en los corazones de los hombres. De la Escritura queda claro que si los hombres han sido más dados a la iniquidad espiritual o sensual, todos los hombres, siendo naturalmente hijos de desobediencia, son también por naturaleza hijos de ira. Entonces, ¡cuánta razón tienen los pecadores para procurar fervorosamente la gracia que los hará hijos de Dios y herederos de la gloria, habiendo sido hijos de ira! -El amor eterno o la buena voluntad de Dios para con sus criaturas es la fuente de donde fluyen todas sus misericordias para nosotros; ese amor de Dios es amor grande, y su misericordia es misericordia rica. Todo pecador convertido es un pecador salvado; librado del pecado y de la ira. La gracia que salva es la bondad y el favor libre e inmerecido de Dios; Él salva, no por las obras de la ley, sino por la fe en Cristo Jesús.
La gracia en el alma es vida nueva en el alma. Un pecador regenerado llega a ser un ser viviente; vive una vida de santidad, siendo nacido de Dios: vive, siendo librado de la culpa del pecado, por la gracia que perdona y justifica. Los pecadores se revuelcan en el polvo; las almas santificadas se sientan en los lugares celestiales, levantadas por sobre este mundo por la gracia de Cristo.
La bondad de Dios al convertir y salvar pecadores aquí y ahora, estimula a los demás a esperar, en el futuro, en su gracia y misericordia. Nuestra fe, nuestra conversión, y nuestra salvación eterna no son por las obras, para que ningún hombre se jacte. Estas cosas no suceden por algo que nosotros hagamos, por tanto, toda jactancia queda excluida. Todo es dádiva libre de Dios y efecto de ser vivificado por su poder. Fue su propósito para lo cual nos preparó bendiciéndonos con el conocimiento de su voluntad, y su Espíritu Santo produce tal cambio en nosotros que glorificaremos a Dios por nuestra buena conversación y perseverancia en la santidad. Nadie puede abusar de esta doctrina apoyándose en la Escritura, ni la acusa de ninguna tendencia al mal. Todos los que así hacen, no tienen excusa.
   Pablo insiste en que es por gracia como somos salvos.
No hemos ganado la salvación ni la podríamos haber ganado de ninguna manera. Es una donación de Dios, y nosotros no tenemos que hacer más que aceptarla. El punto de vista de Pablo es innegablemente cierto. Y esto por dos razones.
  Dios es la suprema perfección; y por tanto, solo lo perfecto es suficientemente bueno para él. Los seres humanos, por naturaleza, no podemos añadir perfección a Dios; así que, si una persona ha de obtener el acceso a Dios, tendrá que ser siempre Dios el Que lo conceda, y la persona quien lo reciba.
  Dios es amor; el pecado es, por tanto, un crimen, no contra la ley, sino contra el amor. Ahora bien, es posible hacer reparación por haber quebrantado la ley, pero es imposible hacer reparación por haber quebrantado un corazón. Y el pecado no consiste tanto en quebrantar la ley de Dios como en quebrantar el corazón de Dios. Usemos una analogía cruda e imperfecta. Supongamos que un conductor descuidado mata a un niño. Es detenido, juzgado, declarado culpable, sentenciado a la cárcel por un tiempo y/o a una multa. Después de pagar la multa y salir de la cárcel, por lo que respecta a la ley, es asunto concluido. Pero es muy diferente en relación con la madre del niño que mató. Nunca podrá hacer compensación ante ella pasando un tiempo en la cárcel y pagando una multa. Lo único que podría restaurar su relación con ella sería un perdón gratuito por parte de ella. Así es como nos encontramos en relación con Dios. No es contra las leyes de Dios solo contra lo que hemos pecado, sino contra Su corazón. Y por tanto solo un acto de perdón gratuito de la gracia de Dios puede devolvernos a la debida relación con Él..
  Esto quiere decir que las obras no tienen nada que ver con ganar la salvación.
No es correcto ni posible apartarse de la enseñanza de Pablo aquí -y sin embargo es aquí donde se apartan algunos a menudo. Pablo pasa a decir que somos creados de nuevo por Dios para buenas obras. Aquí tenemos la paradoja paulina. Todas las buenas obras del mundo no pueden restaurar nuestra relación con Dios; pero algo muy serio le pasaría al Cristianismo si no produjera buenas obras.
No hay nada misterioso en esto. Se trata sencillamente de una ley inevitable del amor. Si alguien nos ama de veras, sabemos que no merecemos ni podemos merecer ese amor. Pero al mismo tiempo tenemos la profunda convicción de que debemos hacer todo lo posible para ser dignos de ese amor.
Así sucede en nuestra relación con Dios. Las buenas obras no pueden ganarnos nunca la salvación; pero habría algo que no funcionaría como es debido en nuestro cristianismo si la salvación no se manifestara en buenas obras. Como decía Lutero, recibimos la salvación por la fe sin aportar obras; pero la fe que salva va siempre seguida de obras. No es que nuestras buenas obras dejen a Dios en deuda con nosotros, y Le obliguen a concedernos la salvación; la verdad es más bien que el amor de Dios nos mueve a tratar de corresponder toda nuestra vida a ese amor esforzándonos por ser dignos de él.
Sabemos lo que Dios quiere que hagamos; nos ha preparado de antemano la clase de vida que quiere que vivamos, y nos lo ha dicho en Su Libro y por medio de Su Hijo. Nosotros no podemos ganarnos el amor de Dios; pero podemos y debemos mostrarle que Le estamos sinceramente agradecidos, tratando de todo corazón de vivir la clase de vida que produzca gozo al corazón de Dios.




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