(Estudio
bíblico 23 noviembre 2016)
1 Juan 3:1 ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso
que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no
nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a Él.
2
Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos
no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. (Versión la Biblia Pueblo de Dios)
Este versículo, Juan se
detiene todavía en el pensamiento de que «hemos nacido de Dios». Ahora, para
expresarlo, se dice que somos «hijos de Dios». Pocos conceptos cristianos han
quedado tan gastados como éste, por el lenguaje de la piedad, y se han visto
desfigurados por una comprensión equivocada o minimizadora. Es necesario que
tratemos de poner de nuevo al descubierto las dimensiones reales de este
concepto. Y probablemente el autor tuvo ya que salir al paso de una
interpretación equivocada y gnóstica pagana del concepto de «hijo de Dios». Juan
empieza demandando que los nacidos de nuevo recuerden sus privilegios. Es un
privilegio el que nos llamen los hijos de Dios. Hay algo importante
hasta en el nombre.
Así que el cristiano tiene el privilegio de
ser llamado hijo de Dios. De la misma manera que el pertenecer a una gran
escuela, a un gran regimiento, a una gran iglesia, a una gran familia es una
inspiración para vivir dignamente, así también, y aún más, el llamarse con el
nombre de la familia de Dios es algo que debe ayudar a mantener los pies en el
buen camino, y a seguir adelante y hacia arriba.
Pero, como Juan
señala, no se trata solamente de que se nos llame los hijos de Dios; somos
los hijos de Dios.
Hay aquí algo que
debemos notar. Es don de Dios el que una persona llegue a ser hija de Dios por
naturaleza. Uno es criatura de Dios, pero por gracia llega a ser hijo
de Dios. Hay dos palabras lingüísticamente relacionadas, pero semánticamente
diferentes: paterno y paternal. Paterno describe una relación en
la que un hombre es responsable de la existencia física de un hijo; y paternal
describe una relación íntima amorosa. En el sentido de la paternidad, todos
los seres humanos son hijos de Dios; pero en cuanto a la paternalidad, solo son
hijos de Dios cuando Él inicia en Su gracia la relación con ellos, y ellos
responden.
Hay dos imágenes,
una en el Antiguo Testamento y la otra en el Nuevo, que presentan esta relación
clara y gráficamente. En el Antiguo Testamento encontramos la idea del
pacto. Israel es el pueblo del pacto con Dios; lo que esto quiere decir es
que Dios, por propia iniciativa, se había acercado especialmente a Israel para
ser exclusivamente su Dios, y que ellos fueran exclusivamente Su pueblo. Como
parte integral del pacto, Dios dio la Ley a Israel, y la relación del pacto
dependía de que Israel cumpliera la Ley.
En el Nuevo
Testamento encontramos la idea de la adopción (Romanos
8:14-17;1Corintios 1:9;Gálatas 3:26). Aquí encontramos la idea de
que por un deliberado hecho de adopción de parte de Dios el cristiano entra en
Su familia.
Mientras que todos
los hombres son hijos de Dios en el sentido de que Le deben la vida a Él,
llegan a ser Sus hijos en el sentido íntimo y amoroso del término solamente por
un acto de la gracia íntima de Dios y la respuesta de sus corazones.
Automáticamente
surge la pregunta: Si los seres humanos reciben ese gran honor cuando se hacen
cristianos, ¿por qué los desprecia tanto el mundo? La respuesta es que están
experimentando simplemente lo que Jesucristo experimentó antes. Cuando Él vino
al mundo, no Le reconocieron como el Hijo de Dios; el mundo prefería sus
propias ideas, y Le rechazó. Lo mismo ha de sucederle a cualquier persona que
decida libremente embarcarse en la empresa de Jesucristo.
A continuación,
Juan comienza a recordarles a los suyos los privilegios de la vida cristiana.
Pasa a presentarles lo que es en muchos sentidos una verdad todavía más
tremenda: el gran hecho de que esta vida es solo el principio. Aquí
muestra Juan el único agnosticismo verdadero. Tan grande es el futuro y su
gloria que él ni siquiera se atreve a suponer cómo será, o a tratar de
expresarlo con palabras, que serían por fuerza inadecuadas. Pero hay ciertas
cosas que sí dice acerca de ese futuro.
a) Cuando Cristo
aparezca en Su gloria, seremos como Él. Sin duda Juan tenía en mente el dicho
de la antigua historia de la Creación de que el hombre fue hecho a imagen y
semejanza de Dios (Génesis 1:26). Ese era
el propósito de Dios; y ese era el destino del hombre. No tenemos más que
mirarnos al espejo para ver lo lejos que ha caído el hombre de ese destino.
Pero Juan cree que en Cristo el hombre lo alcanzará por fin, y tendrá la imagen
y la semejanza de Dios. Juan cree que solamente por medio de la obra de Cristo
en el alma puede una persona llegar a la verdadera humanidad que Dios tenía
previsto que alcanzara.
b) Cuando Cristo aparezca, Le veremos y seremos
como Él. La meta de todas las almas grandes ha sido siempre la visión de Dios.
El fin de toda devoción es ver a Dios. Pero la visión beatífica no es para la
satisfacción de la inteligencia; es para que lleguemos a ser como Él. Hay aquí
una paradoja: no podemos llegar a ser como Dios a menos que Le veamos, y no
podemos verle a menos que seamos puros de corazón, porque solamente los puros
de corazón verán a Dios (Mateo 5:8). Para ver a
Dios necesitamos la pureza que solamente Él puede dar. No hemos de pensar en
esta visión de Dios como algo que solamente pueden disfrutar los grandes
místicos. Existe en algún lugar la historia de un hombre pobre y sencillo que
iba a menudo a orar al templo; siempre se ponía a orar de rodillas; pero
alguien notó que, aunque estaba arrodillado en actitud de oración, nunca movía
los labios ni parecía decir nada. Le preguntó qué estaba haciendo así de
rodillas, y el hombre contestó: «Yo Le miro a Él, y Él me mira a mí." Esa
es la visión de Dios en Cristo que puede tener al alma más sencilla; y el que
mira suficientemente a Jesucristo llega a parecerse a Él.
«Haber nacido de Dios» y ser «hijo de Dios», según la comprensión
joánica, no es algo que el hombre posea ya como criatura de Dios, sino que es
un don absolutamente gratuito, un don que no se puede esperar ni cabe imaginar
por parte del hombre. Tal vez lo que aquí se quiere decir con la expresión de
«hijo de Dios», no aparece expresado con tanta claridad en ningún otro lugar
como lo está en el prólogo del Evangelio de Juan: «A todos los que lo
recibieron... les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios». Para llegar a
ser «hijo de Dios», es necesaria una «potestad» que ningún hombre tiene por sí
mismo. Sólo puede tenerlo el Logos, el Hijo unigénito que está en el seno del
Padre. Es muy significativo que el autor (a diferencia de Pablo) no aplique
nunca a los cristianos, para decir que son «hijos» de Dios, la palabra griega
que significa -por excelencia- «hijo» (uios). Esta palabra queda reservada para
Cristo. Emplea otra palabra (teknon) para referirse a los cristianos. Con otros
recursos que en el caso de Pablo, pero con el mismo énfasis, se nos hace ver
aquí que la filiación única y singularísima de Cristo es el presupuesto
necesario para que nosotros podamos ser «hijos (tekna) de Dios». Nosotros sólo
podemos ser «hijos de Dios», sólo podemos «haber nacido de Dios», en cuanto
participamos de la filiación del Hijo único. Puesto que «permanecemos en él» y
cuando «permanecemos en él», no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que
además lo somos. Estas escasas palabras que se añaden: "¡Y lo somos!»,
pueden ser un llamamiento más intenso a la reflexión acerca de lo que se nos ha
dado: todo un estudio temático.
Pero el autor no orienta nuestra mirada solamente a lo que somos por
gracia, sino que primordialmente la dirige hacia el que nos da esta gracia,
este regalo, y hacia su amor. «Ved qué gran amor...» Un intenso ruego está
brotando del fervor contenido de estas palabras: Sentimos cómo el autor quiere
llevarnos a reflexionar sobre el amor que nos sustenta y eleva. Y esta
reflexión sólo puede desembocar en gratitud.
En la segunda mitad del v. 1, se siente más aún la grandeza de lo que
se nos ha dado graciosamente, al verlo sobre el trasfondo de la incomprensión
por parte del "mundo»: «Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo
conoció a él (a Cristo).» Quien acepta agradecido el hecho de que por el amor,
incomprensiblemente grande, del Padre ha llegado a ser «hijo de Dios», ha de
aceptar también con decisión la extrañeza que el «mundo» adopte frente a él (el
«mundo» entendido en el sentido de 2,15-17, como el campo de fuerza del
maligno, que se opone al amor). No es posible, al mismo tiempo, aceptar al amor
obsequiado graciosamente por el Padre y al «amor al mundo» (2,15). El «mundo»
no nos «conoce», no nos puede acoger en su comunión como si le perteneciéramos
a él, como tampoco conoció a Jesús, y por tanto lo aborreció (Juan 15:-16).
El motivo de la expectación de la salvación ha llegado aquí a su punto
culminante. La magnitud de lo que se nos ha dado gratuitamente, no la
alcanzaríamos, si ahora el horizonte no se ampliara inmensamente. El «haber
nacido de Dios» y el ser «hijos de Dios», son cosas que traen consecuencias que
todavía no pueden verse.
Esto significa que es inminente una transformación insospechada.
Ahora bien, según el v. 2b, ¿a quién seremos semejantes? ¿A Dios o a
Cristo? Y por las palabras "porque lo veremos tal como es», ¿se está
significando una visión de Dios o una visión de Cristo? Otra vez nos hallamos
ante la dificultad que surge por expresiones que, aparentemente, son tan
ambiguas. La cuestión está mal planteada y no responde al pensamiento joánico.
Utilicemos, en primer lugar, como comparación, el texto de Juan 17:24: «y así contemplen mi gloria». Jesús quiere
que los suyos estén allá donde él está, es decir, junto al Padre (véase: Juan 14:2s: Jesús va a prepararles "moradas en
casa del Padre»: he ahí una manera joánica de expresar que los discípulos han
de «contemplar» al Padre. Pero, ¿por qué, entonces, la acentuación de la visión
de Cristo en 17,24?
En un lugar de los discursos de despedida se expresa un principio que
es central para la comprensión joánica de la mediación de Jesús (Juan 14:9): "EI que me ha visto a mí, ha visto al
Padre.» 69 Este principio o ley del camino que conduce hacia el Padre, tiene
aplicación también para la consumación: esta visión de 17,24 es la consumación
de la visión de fe.
Hay que tener en cuenta, además, que los discípulos -según 17,24- han
de contemplar la «gloria» de Jesús: el esplendor de su unión de amor con el
Padre o el amor eterno del Padre, que envuelve a Jesús y lo hace una sola cosa
con el Padre.
Pues bien, 1Juan 3:2 expresa
exactamente la misma realidad objetiva que Juan 17:24.
El hecho de que 1Jn no ponga en claro, de manera aparente o real, si se trata
de una visión del Padre o de una visión de Jesús, procede quizás de que el
principio de Juan 14:9 hace que para el autor no
sea esencial la distinción precisa (tanto aquí como también en otros lugares).
Sin embargo, el giro «tal como (él) es» habla en favor de que aquí se trate
últimamente de una visión de Dios. Este giro se acomoda mejor a Dios, que
todavía está completamente oculto, que a Cristo (Juan 1:18:
«A Dios nadie lo ha visto jamás»).
Esta visión de Cristo y de Dios, en la consumación, es, por su
esencia, más que un proceso intelectual. En efecto, esta visión nos
trasformará. Objetivamente, el autor se acerca mucho al anuncio paulino de la
«nueva creación» (2 Corintios 5:17), aunque las
imágenes y expresiones sean distintas.
Para el cristiano es esencial que sepa y esté embebido de que lo
propio todavía no ha llegado. En el caso de Pablo, esta convicción se halla
expresada en más lugares que en el caso de Juan. Pero nuestro lugar de la 1Jn
no deja nada que desear en cuanto a claridad. No es inferior en nada al
conocimiento paulino de que la consumación no ha llegado todavía.
Es típico cómo Pablo y Juan expresan este conocimiento de que todavía
no ha llegado lo propio. Pablo utiliza más la categoría de la creación: la
consumación es «nueva creación», y consiste -por cierto- en la resurrección de
los muertos, en la resurrección para la gloria como participación en la gloria
de la resurrecci6n de Cristo. Según la carta a los Romanos esperamos todavía la
"adopción filial» (Romanos 8:23). Juan
utiliza más la categoría de la revelación: la consumación no consiste ya en
creer, en la fe que la revelación suscita aquí en la tierra, sino que consiste
en ver, en la reacción ante la revelación consumada. También Pablo utiliza la
imagen de la visión (1 Corintios 13:32); pero en
él predomina la categoría de la creación.
Tanto en 2,22-24 como en 3,2, vemos que la comunión con Dios queda
instaurada por la comunión con Cristo: en 2,22-24 por la confesión de fe en
Cristo -por la comunión, en la fe, con Cristo-; en 3,2 por la comunión con
Cristo por medio de la visión, por la visión de Cristo.
Todavía no se ha manifestado qué seremos. He ahí una de las frases que
hay que retener. Si este signo no preside todos nuestros pensamientos y
palabras sobre la filiación divina, entonces queda ésta desfigurada hasta tal
punto, que se hace increíble. Para nosotros los cristianos es esencial, o -lo
que es lo mismo- no podremos comprendernos a nosotros mismos como cristianos,
si no sabemos y no estamos empapados de que lo mejor no ha llegado todavía, que
nuestra existencia cristiana actual está abierta para un cumplimiento, frente
al cual lo que ya poseemos, puede parecer desproporcionadamente pequeño.
No hay prejuicio que tan profundamente esté enraizado y que tanto dañe
a la esperanza cristiana como la opinión de que la vida de la consumación, el
llegar al descanso en la gloria, es cosa aburrida en comparación del apasionado
compromiso que puede hacer tan preciosa esta vida actual. El pasaje de 1Jn 3:2, con su manera contenida de expresarse,
explica -en contraste con esto- que lo futuro (lo que todavía no se ha
manifestado) habrá de ser algo que, por su energía de fascinación, ha de
eclipsar toda la vida embelesadora y palpitante que hay en la creación actual.
Y lo expone así sencillamente, porque la riqueza de Dios en realidad, aun con
este «verlo tal como es», no se agotará nunca. Ya que esta visión y «ser
semejantes a él» será siempre algo incesantemente nuevo.
Todavía debemos notar otra cosa. Juan está
pensando aquí en términos de la Segunda Venida de Cristo. Puede ser que podamos
pensar en los mismos términos; o puede ser que no podamos creer tan
literalmente en la Venida de Cristo en gloria. Sea como fuere, vendrá para cada
uno de nosotros el día cuando veamos a Cristo y contemplemos Su gloria. Aquí
hay siempre un velo de sentido y tiempo, pero el día llegará cuando también el
velo se rasgará. Esa es la esperanza cristiana, y la inefable perspectiva de la
vida cristiana.
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