Marcos 10; 32-34
32 Iban de camino subiendo a
Jerusalén. Jesús caminaba delante de ellos; ellos estaban asombrados, y los que
le seguían, llenos de miedo. Y tomando de nuevo consigo a los doce, se puso a
indicarles lo que luego le había de suceder: 33 «Mirad que
subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes
y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, 34 y se
burlarán de él y le escupirán, lo azotaran y lo matarán; pero a los tres días
resucitará.»
Aquí tenemos un
pasaje gráfico, tanto más gráfico cuanto es parco en palabras. Jesús y Sus
hombres iban a entrar en la última escena. Jesús había decidido definitiva e
irrevocablemente dirigirse a Jerusalén y a la Cruz. Marcos marca las etapas muy
definidamente. Atrás quedó la retirada al Norte, al territorio en torno a
Cesarea de Filipo. Luego había venido el viaje hacia el Sur, y la breve parada
en Galilea. Después, el camino a Juda y el tiempo en las montañas y en
Transjordania. Y ahora nos presenta la etapa final, el camino a Jerusalén, el
camino a la cruz.
Deliberadamente introduce aquí Marcos el tercero y más largo anuncio
de la pasión de Jesús. Ese anuncio confiere un acento especial al diálogo sobre
la pobreza al tiempo que es una magnífica introducción al pasaje siguiente
sobre el dominio y el servicio; es también el contrapunto de todos los
problemas y diálogos que resuenan en esta sección. La comunidad sólo podrá
comprender las decisiones y exigencias de Jesús, si es consciente del camino de
muerte que recorre su Señor, y que él ha emprendido con resolución absoluta,
sabiendo muy bien lo que iba a encontrarse. Este renovado anuncio de su pasión,
detallada en sus aspectos más humillantes, muestra claramente que Jesús se
halla muy cerca de la consumación de su muerte. La observación de que continúa
la subida hacia Jerusalén representa de algún modo, una reanudación del relato
y mantiene la unidad del relato del viaje. Nuevo es el detalle de que Jesús los
precedía (se piensa en los discípulos). Si los discípulos «estaban asombrados»
por ello; es decir, si ateniéndonos al valor del verbo griego, son presa de un
temor religioso, ello quiere significar que este «caminar delante» de Jesús
tiene un sentido particular. Habrá que entenderlo de modo similar a la frase
que Lucas pone al comienzo de todo el viaje: «Tomó la decisión irrevocable de
ir hacia Jerusalén» (Lucas 9:51). Con una
resolución inflexible Jesús sube a la ciudad santa, a la Jerusalén situada en
un lugar elevado, aunque sabe que aquél es el lugar en que va a cumplirse su
destino de forma pavorosa. Se menciona una vez más a los que «le seguían» -cosa
que omiten algunos manuscritos-, entre quienes hay que contar al resto de la gente
que le acompañaba, aunque de nuevo se distingue expresamente a «los doce». Estas
puntualizaciones no están hechas al azar. Los que «le seguían» están referidos
con particular intención a los lectores, a los miembros todos de la
comunidad... Estaban «llenos de miedo», cosa que no se comprende muy bien
referido a la situación histórica del pasaje; pero el evangelista está pensando
en los creyentes a quienes aterran los padecimientos y oprobios. Los
discípulos, que están asombrados por la resolución de Jesús que se les
adelanta, prestan relieve a la imagen de Cristo, quienes le siguen representan
la situación y postura de la comunidad. El conjunto constituye una imagen
atinada del pueblo peregrinante de Dios, que sigue a su Señor con actitud
irresoluta, titubeante y hasta miedosa, pero que aun así va precedido por «el
promotor y consumador de la fe» (Hebreos 12:2).
A los doce, y sólo a ellos, les descubre Jesús las cosas que le están
reservadas, porque sólo ellos deben ser introducidos en el misterio de su
pasión. Comparándolo con los anuncios precedentes, sorprende que se señalen en
éste las distintas etapas: judíos, gentiles y tormentos del proceso. Ahora no
se trata tanto de una instrucción cuanto de un descubrimiento de aquello que
sucedió de hecho y que se expondrá detalladamente en el relato de la pasión.
Justamente con ese conocimiento, se adelanta impávido Jesús a sus acompañantes.
Las cosas que van a sobrevenirle se presentan aquí en su desarrollo histórico:
el proceso ante el gran consejo que desemboca en la sentencia de muerte y en la
entrega a los «gentiles», es decir, los romanos; siguen luego los padecimientos
oprobiosos que Jesús habrá de soportar: los escarnios y los esputos, imagen del
supremo desprecio, la flagelación y finalmente la muerte violenta. Verdad es
que las burlas al rey de los judíos por parte de los soldados romanos, entre
las que se alude expresamente a los esputos, aparece en la profecía de Jesús antes
de la flagelación; pero ello se debe a que para Marcos la flagelación está
estrechamente ligada a la crucifixión.
Podría extrañar que no se mencione también el tipo de muerte, es
decir, la crucifixión, como el oprobio más grave -la muerte de los esclavos y
los malhechores-, como ocurre en Mateo 20:19.
Pero fuera de la historia de la pasión, la Iglesia primitiva lo evita,
probablemente porque en su predicación muerte y resurrección se corresponden (1Corintios 15:3). La referencia a la resurrección
tampoco falta aquí -como en los anuncios anteriores de la pasión-, y la
apostilla «a los tres días» indica el cambio rápido introducido por Dios. Lo
único que el evangelista no señala esta vez es la reacción de los discípulos;
parece como si su resistencia se fuera debilitando y se abstuvieran de cualquier
pregunta ante el claro vaticinio de
Jesús. Su voluntad resuelta de aceptar la pasión y su clara presciencia deben
impresionar a los lectores. Llama la atención sobre el lenguaje especial de
este último anuncio el doble empleo del verbo «entregar». También en el griego
se trata de un mismo verbo. Cabría preguntar si la entrega a los sumos
sacerdotes y a los escribas en este cuadro anticipado y detallado de la pasión
de Jesús no se refiere a la traición de Judas. En el texto griego vuelve a
emplearse el mismo vocablo. Con ello aún se harían más densas las tinieblas del
destino que espera a Jesús; uno de sus más íntimos compañeros, uno de los que
se sientan con él a la mesa, le va a traicionar. Pero la forma pasiva de «será
entregado» permite también entenderlo como: en estas palabras late la voluntad
de Dios que permite esta «entrega», esta impotencia y humillación del Hijo del
hombre. Los tres significados del verbo griego -«traicionar», «someter a
juicio», «entregar» en un sentido teológico-, coinciden y son muy adecuados
para indicar el doble juego de la malicia pérfida y la acción violenta de los
hombres con la incomprensible paciencia de Dios, bajo la que se esconde su plan
salvífico. Las tinieblas de la pasión se hacen cada vez más densas a medida que
el pensamiento penetra mejor en los oprobios y tormentos que los hombres
maquinan y Dios permite, pero el Hijo del hombre ha entrado en lo más profundo
de sus tenebrosidades.
Este pasaje nos dice algo
acerca de Jesús como hombre.
Nos
presenta la soledad de Jesús. Iban recorriendo el camino, y El iba delante de
Sus discípulos -solo. Y ellos estaban tan apesadumbrados y perplejos, tan
sensibilizados por el ambiente de tragedia inminente, que tenían miedo de
acercársele. Hay ciertas decisiones que una persona debe tomar a solas. Si
Jesús hubiera tratado de compartir esta decisión con los Doce, su única
aportación posible habría sido tratar de impedírselo. Hay ciertas cosas que uno
ha de encarar a solas. Hay ciertas decisiones que se han de tomar, y ciertos
caminos que se han de recorrer en la terrible soledad de la propia alma de la
persona. Y sin embargo, en el sentido más profundo, hasta en estos momentos, o
especialmente en estos momentos, uno no está totalmente solo, porque es cuando
Dios está más cerca de él.
Aquí vemos la
soledad esencial de Jesús, una soledad confortada por Dios.
Nos presenta
el coraje de Jesús. Jesús les había predicho a Sus discípulos las cosas que
habían de sucederle en Jerusalén; y, según nos cuenta Marcos estas
advertencias, cada vez se hacían más abrumadoras y se les añadía algún detalle
terrible más. La primera (Marcos 8:31) fue un anuncio escueto. La segunda
vez se presentaba la perspectiva de la traición (Marcos 9:31). Y ahora, en
la tercera, aparecen las burlas, las mofas y los azotes. Parecería que la
escena se iba presentando cada vez más clara en la mente de Jesús conforme se
iba adentrando en la conciencia del costo de la redención.
Hay dos clases de
coraje. Está el coraje que es una especie de reacción instintiva, casi un acto
reflejo: el valor de una persona que se enfrenta inesperadamente con una crisis
frente a la que reacciona instintivamente con gallardía, sin tiempo apenas para
pensar. Bastantes personas se han convertido en héroes en el albur y el ardor
de un momento. También está el coraje del que ve el conflicto terrible que se
le aproxima desde lejos, que tiene tiempo de sobra para retirarse y volverse
atrás, que podría, si quisiera, evitar el conflicto, y que, sin embargo, sigue
adelante. No hay duda cuál es el coraje superior -este consciente y deliberado
encarar el futuro. Ese fue el coraje que mostró Jesús. Si no fuera posible otro
veredicto superior, siempre sería verdad decir de El que figura a la cabeza de
los héroes del mundo.
Nos
presenta el magnetismo personal de Jesús. Está claro que hasta aquel tiempo los
discípulos no sabían lo que estaba pasando. Estaban seguros de que Jesús era el
Mesías. Estaban igualmente seguros de que El iba a morir. Para ellos estos dos
Hechos no tenían sentido juntos. Estaban totalmente desconcertados, y sin embargo
seguían a Jesús. Para ellos todo estaba oscuro, excepto una cosa: que
amaban a Jesús y que, aunque quisieran, no Le podían dejar. Habían aprendido
algo que pertenece a la misma esencia de la vida y de la fe: amaban tanto que
estaban dispuestos a aceptar lo que no podían entender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario