Juan 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna. 17
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
¿Qué proclamación del evangelio ha estado tan
frecuentemente en los labios de misioneros y predicadores en cada siglo desde
que fue pronunciada la primera vez? ¿Qué ha hecho causar a millones de personas
sensaciones tan estimulantes? ¿Qué ha sido tan honrado en traer tales
multitudes a los pies de Cristo? ¿Qué para encender en los pechos fríos y
egoístas de los mortales los fuegos de amor altruista para con la humanidad,
como estas palabras de sencillez trasparente, mas de majestad abrumadora?
El cuadro comprende
varias divisiones distintas: “EL MUNDO”, en su sentido más amplio, listo a “perecer”;
el inmenso “AMOR DE DIOS” para aquel mundo que perece, mensurable y
concebible sólo por el don que este amor trajo de Él; EL DON mismo: “El de tal
manera amó al mundo, que dio a su Hijo unigénito”, o, en el lenguaje
de Pablo: “aun a su propio Hijo no perdonó” (Romanos 8:32),
«El que ni siquiera escatimó darnos a su propio Hijo, sino que por todos
nosotros lo entregó...» Es una reflexión teológica sobre la muerte en cruz de
Jesús, muerte que en definitiva atribuye no a simple «permisión divina», ni a
un proceso lleno de vicisitudes sino a la misma voluntad de Dios. Ahora bien
esa «voluntad de Dios» no es un capricho arbitrario y ciego, sino una «voluntad
de salvarnos», es decir, «amor». Ahí puede haber intervenido también un
recuerdo del «sacrificio de Isaac» (Gén 22) o en aquel dirigido a Abrahán
cuando estaba por ofrecer a Isaac sobre el altar: “no me has rehusado tu hijo,
tu único” (Génesis 22:16)
Nos dice que la
iniciativa de la Salvación pertenece a Dios. Algunas veces se presenta el
Evangelio como si se hubiera tenido que pacificar a Dios y persuadirle para que
perdonara. A veces se presenta a Dios como inflexible y justiciero, y a Jesús
manso, amoroso y perdonador. A veces se predica el Evangelio como si Jesús
hubiera hecho algo para que se alterara la actitud de Dios hacia la humanidad,
para que Se viera obligado a cambiar la sentencia condenatoria por la del
perdón. Pero este versículo nos dice que todo empezó en Dios. Fue Dios el Que
envió a Su Hijo porque amaba hasta tal punto a la humanidad entera. No habría
Evangelio ni Salvación si no fuera por el Amor de Dios. Nos dice que el
manantial de la vida de Dios es el Amor.
Se podría predicar
una religión en la que Dios contemplara a la humanidad sumida en la ignorancia,
la indigencia y la maldad, y dijera: "¡Voy a domarlos: los disciplinaré y
castigaré a ver si aprenden!» O se podría pensar que Dios está buscando la
sumisión de la humanidad para satisfacer Su deseo de poder y para tener un
universo completamente sometido. Pero lo tremendo de este versículo es que nos
presenta a Dios actuando, no en provecho propio, sino nuestro; no para
satisfacer Su deseo de poder ni para avasallar al- universo, sino movido por Su
amor. Dios no es un monarca absolutista que tratara a las personas solamente
como súbditas obligadas a la más absoluta obediencia, sino un Padre que no
puede ser feliz hasta que Sus hijos desagradecidos y rebeldes vuelvan al hogar.
Dios no azota a la humanidad para que se Le someta, sino la anhela y soporta
para ganar su amor.
Nos habla de la amplitud del amor de Dios. Dios amó y ama al mundo.
No sólo a una nación, ni a los buenos, ni a los que Le aman a Él, sino al
mundo entero: Los inamables, los que no tienen nadie que los ame, los
que aman a Dios y los que ni se acuerdan de Él, los que descansan en el amor de
Dios y los que lo desprecian... Todos están incluidos en el amor universal de
-Dios. Como dijo Agustín de Hipona, “Dios nos ama a cada uno de nosotros como
si no hubiera más que uno a quien amar. Y así, a todos.”
Es, pues, un don singularísimo el que Dios entrega por la salvación
del mundo, un don en el que tiene puesto todo su corazón, hasta tal punto que
Dios participa del modo más íntimo y comprometido en ese acontecer, con una
participación que sólo puede ser la del amor. Resulta patente la conexión
objetiva con las afirmaciones correspondientes de 1Juan
acerca del tema “Dios es amor”:
Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor es
de Dios. Y quien ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama es que
no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de
Dios en nosotros: en que Dios envió al mundo a su Hijo, el unigénito, para que
vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que Dios nos amó y envió su Hijo como sacrificio de purificación
por nuestros pecados (1Juan:7-10).
El amor de Dios, tal como se
hace patente en la entrega del Hijo, quiere la salvación «...a fin de que todo
el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna». O, según se dice
en el v. 17: Dios no ha enviado al Hijo para que «juzgue» al mundo, o lo que es
lo mismo, para que lo entregue al castigo escatológico, que sólo significaría
la aniquilación y desgracia completas, sino para que el mundo se salve por el
Hijo. El propósito auténtico y originario de Dios, según se ha hecho patente en
el envío del Hijo, es la salvación del mundo, no su condenación. Se trata,
pues, de un explícito y claro predominio del designio de salvación en la
actuación amorosa de Dios en el cosmos, de una preponderancia y prioridad de la
salvación sobre la condenación; se trata de un triunfo de la salud. Eso quiere
decir que, ateniéndose a la clara afirmación del texto joánico, salvación y
condenación del hombre no son, en modo alguno, unas alternativas equivalentes,
sino que a la salvación le corresponde una prevalencia inequívoca. Según
nuestro texto, existe en Dios una voluntad inequívoca de salvación y de amor,
mientras que no existe una voluntad de condenación en Dios, no hay
predestinación alguna divina para la condenación eterna. Lo que queda abierta,
evidentemente, es una posibilidad de perder la salvación por parte del hombre,
y ello, desde luego, porque responde a la condición humana, a la realidad
existencial del hombre en la historia. En el envío del Hijo -y eso es lo que
dice nuestro texto- Dios ha explicado a todo el mundo que quiere salvar al mundo
y que quiere liberarlo de la condenación y ruina. Es necesario reconocer esa
acción anticipada de Dios con un compromiso claro.
El FRUTO de este don tremendo,
no sólo la liberación de la “perdición” pendiente sino la dádiva de
la vida eterna; y el MODO por el cual todo se efectúa, “creyendo” en su
Hijo. Con tal proceder de Dios en la entrega del Hijo único se ha operado un
cambio esencial en la concepción de la salvación y del juicio. De eso se va a
tratar ahora. El v. 1 establece: «El que cree en él (en el Hijo) no se
condena.» Lo cual equivale a decir que el creyente escapa por la fe al juicio
escatológico; que ya no será condenado en modo alguno. El fundamento y apoyo de
tal afirmación es, sin duda, la idea de «la muerte de expiación vicaria» o
también, para utilizar la fórmula joánica, el que en la muerte de Jesús se ha
cumplido ya el juicio escatológico contra el cosmos y contra «el príncipe de
este mundo». Por obra del acontecimiento salvador ha cambiado radicalmente la
situación del mundo y del hombre delante de Dios. El ámbito salvífico que se
abre por el acontecimiento de la salvación escapa ya por completo a cualquier
juicio escatológico; pero la fe es la relación positiva con el acontecer
salvífico. Por ello justamente ha dejado atrás el juicio. En ese sentido el
creyente está de hecho y por completo en la salvación. Gracias a la fe, la
voluntad salvífica de Dios alcanza su meta en el hombre. Por lo contrario, en
el v. 18b se dice: «pero el que no cree ya está
condenado por no haber creído en el nombre del Hijo único de Dios». La
alternativa de la fe es la no fe, la incredulidad como no aceptación, como
repudio o rechazo del acontecimiento salvador y del amor divino que se da en
él. Por ello la incredulidad se atrae ya el juicio condenatorio. Si en
Jesucristo se realiza y está presente la salvación en todo su alcance, también
queda perfectamente definido y enmarcado a la vez el ámbito de la condenación a
saber: la negativa resuelta a la salvación, que es precisamente la
incredulidad. El «ya ha sido condenado» significa el afianzamiento de la
condenación en forma definitiva fuera de la esfera de Cristo, que tiene efecto
siempre que no se cree de modo resuelto y definitivo. La intensificación «por
no haber creído en el nombre del Hijo único de Dios» pretende destacar una vez
más la confusión que desencadena la incredulidad: esa incredulidad excluye la
oferta amorosa de Dios. Con ello adquiere toda su importancia la aseveración de
que así es como uno se atrae el juicio.
¡Cómo se
haría invisible el judaísmo estrecho de Nicodemo en la llamada de este Sol de
justicia visto subiendo sobre “el mundo” con sanidad en sus alas!
1)
Porque de tal manera amó Dios.
El amor fue lo que motivó a Dios a dar. Esa debe ser también nuestra
motivación. Porque de tal manera amó Dios al mundo es una proclamación
de la novedad grande y radical del reino que Cristo vino a establecer. Es “el evangelio en miniatura”; otros lo
llaman “el mismo corazón del evangelio”. Probablemente es el versículo más
conocido en toda la Biblia. Siendo así, merece un análisis detallado. Una
manera de analizar el versículo sería el tomar cada frase que incluye un verbo (amó,
dio, pierda y tenga) por separado.
Ninguna
religión pagana expresaba el concepto de un dios de amor. Los judíos afirmaban,
sí, el amor de Dios, pero sólo para el pueblo judío, no para los gentiles.
2) Dios... que ha dado. El amor de Dios se transformó en un acto de
dar. El amor de Dios es tan ancho como para abarcar a toda persona que
jamás ha vivido, que vive ahora y que ha de vivir.
3) A
su hijo unigénito. ¡Dios dio lo mejor que podía dar! Así nosotros
también debemos dar lo mejor de lo nuestro. Porque traduce una
conjunción causal, expresando la razón por la acción de Dios de amar al mundo y
dar a su Hijo unigénito.
4) Dios
dio por una razón específica: Para recuperar al ser humano del poder
de Satanás. El deseo más profundo de Dios es restaurar al ser humano para sí. Y
a fin de realizar ese propósito, dio a su Hijo. ¿Cuál es tu necesidad? Tu acto
de dar fruto de tu más profundo amor y de tu más firme fe es la clave para que puedas satisfacerla.
5) Dios dio sacrificialmente.
Nuestra salvación le costó a Jesús su vida. A nosotros también nos cuesta:
completo arrepentimiento y entrega de nuestra vida a Dios.
6) ¡El
plan de Dios sí funciona! La gente se salva porque Dios dio lo mejor de sí,
porque primero dio para luego recibir. ¡El mismo Dios es nuestro modelo en el
dar... y en el recibir!
A Dios sea la Gloria y la
alabanza por los siglos de los siglos. Amén
¡Maranatha!
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