(Estudio
bíblico familiar 7 noviembre 2016 1ª parte)
1 Juan 2:12-17
Os
estoy escribiendo a vosotros, hijitos, porque se os han perdonado vuestros pecados
por causa de Su nombre. Os estoy escribiendo a vosotros, padres, porque habéis
llegado a conocer al Que es desde el principio. Os estoy escribiendo a
vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a vosotros,
pequeñitos, porque habéis llegado a conocer al Padre. Os he escrito a vosotros,
padres, porque habéis llegado a conocer al Que es desde el principio. Os he
escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la Palabra de Dios
permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno.
No améis al mundo ni lo que hay en el mundo.
Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo,
concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no
viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo
pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre.
Era característico
del mundo antiguo ver el mundo en términos de dos principios en conflicto. Lo
vemos muy claramente en el zoroastrismo, la religión de los persas.. Era una
religión con la que los judíos habían estado en contacto, y que había dejado su
impronta en el pensamiento judío. El zoroastrismo veía el mundo como el campo
de batalla entre las fuerzas opuestas de la luz y de la oscuridad. El dios de
la luz era Ahura-Mazdá, y el de la oscuridad Angra-Mainyu. Y la decisión
suprema de la vida era qué lado se iba a servir. Todas las personas tenían que
decidir aliarse ya fuera a la luz o a la oscuridad; ese era un dilema que los
judíos conocían muy bien.
Pero para los
cristianos la escisión entre el mundo y la Iglesia tenía otro trasfondo. Los
judíos tenían desde hacía muchos siglos una creencia básica que dividía el
tiempo en dos edades: esta edad presente, que era totalmente mala, y la edad
por venir, que era la edad de Dios y, por tanto, totalmente buena. Era una
creencia básica de los cristianos que en Cristo la era por venir había llegado,
el Reino de Dios estaba ya aquí; pero el Reino de Dios no se había introducido
en el mundo, ni había venido para el mundo, sino solamente a la Iglesia y para
la Iglesia. De ahí que el cristiano estuviera abocado a trazar un contraste. La
vida del cristiano dentro de la Iglesia era la de la era por venir, que era
totalmente buena; por otra parte, el mundo estaba todavía viviendo en esta era
presente, que era totalmente mala. La consecuencia inevitable de esta dualidad
era una completa escisión entre la Iglesia y el mundo, entre los cuales no
podría nunca haber ningún entendimiento, ni siquiera por compromiso temporal.
Este es un pasaje precioso; y sin embargo, a pesar de toda su belleza,
presenta sus problemas de interpretación. Empezaremos por notar dos cosas que
son seguras.
Primera, en cuanto a su forma, este pasaje no es exactamente poesía,
pero sí es algo que se le parece. Y esto se ha de tener en cuenta en su
interpretación.
Segunda, en cuanto a su contenido, Juan le ha estado advirtiendo a su
pueblo de los peligros de la oscuridad y de la necesidad de andar en la luz, y
ahora dice que en todos los casos su mejor defensa está en recordar lo que son
y lo que se ha hecho por ellos. Sean quienes sean, sus pecados les han sido
perdonados; sean quienes sean, conocen al Que es desde el principio; sean
quienes sean, tienen la fuerza que puede enfrentarse al Maligno y vencerle.
Cuando aconsejaron a Nehemías que buscara cobardemente su seguridad, su
respuesta fue: "¿Un hombre como yo ha de huir?» (Nehemías 6:11). Y cuando el cristiano es tentado, su
respuesta bien puede ser: « ¿Debe un hombre como yo rebajarse a esta locura, o
mancharse las manos con esta guarrería?» La persona que ha sido perdonada, que
conoce a Dios y que es consciente de que puede reclamar una fuerza superior a
la suya tiene una gran defensa contra la tentación al recordar sencillamente
estas cosas.
Pero en este pasaje hay problemas. El primero es bien sencillo. ¿Por
qué dice Juan tres veces estoy escribiendo, y otras tres veces Os he
escrito? La Vulgata traduce ambas por el presente, scribo; y se ha
sugerido que Juan cambia de tiempo simplemente para evitar la monotonía que
producirían seis tiempos presentes seguidos. También se ha sugerido que los
tiempos pasados son lo que se llama en griego el aoristo epistolar. Los
autores de cartas griegos tenían la costumbre de usar el pasado en vez del
presente para ponerse en la posición del lector. Para el escritor de una
carta, una cosa puede que fuera presente, porque estaba sucediendo en
ese momento; pero para el lector de la carta seria pasada, porque
para entonces ya habría sucedido. Para poner un ejemplo sencillo: Un escritor
de carta griego podría decir igualmente bien: «Hoy voy al pueblo,» u «Hoy fui
al pueblo.» Ese es el aoristo epistolar o del autor de cartas. Si fue
así aquí, no hay realmente ninguna diferencia entre el estoy escribiendo y
el he escrito de Juan.
Es más probable que la interpretación sea la siguiente. Cuando Juan
dice estoy escribiendo está pensando en lo que está escribiendo en ese
preciso momento y lo que todavía tiene que decir; pero cuando dice he
escrito está pensando en lo que ya les ha escrito a sus corresponsales, y
ellos lo han leído. El sentido sería entonces que la totalidad de la carta, la
parte ya escrita, la que se está escribiendo y la que está por escribirse, todo
está diseñado para recordarles a los cristianos quién y cuyos son, y qué se ha
hecho por ellos.
Para Juan tenía una importancia suprema el que el cristiano recordara
su posición y los beneficios que tenía en Jesucristo, porque estas cosas serían
su defensa contra el error y contra el pecado.
El segundo problema que se nos presenta es más difícil, y también más
importante. Juan usa tres títulos para dirigirse a los que está escribiendo:
los llama hijitos; en el versículo 12. La palabra griega es teknía, y
en el versículo 13 paidía; teknía indica un niño pequeño de edad, y
paidía un niño pequeño en experiencia y, por tanto, necesitado de enseñanza y
disciplina. Los llama padres. Los llama jóvenes. La cuestión es:
¿A quién está escribiendo Juan? Se han propuesto tres respuestas.
Se ha sugerido que debemos
tomar estas palabras como representando a tres grupos de edades en la iglesia
-niños, padres y jóvenes. Los niños tienen la dulce inocencia de la
niñez y del perdón. Los padres tienen la sabiduría madura que se alcanza
con la experiencia cristiana. Los jóvenes tienen la fuerza que les
permite ganar su batalla personal con el Maligno. Esto es de lo más atractivo;
pero hay tres razones que nos hacen dudar de adoptarlo como el único sentido
del pasaje.
(a) Hijitos es una de las expresiones favoritas de Juan. La usa también en 2:1,28;
3:7; 4:4; 5:21; y está claro que en los otros casos no está pensando en niños
en términos de edad, sino en cristianos de los que él mismo es el padre
espiritual. Para entonces debe de encontrarse muy cerca de los cien años de
edad; todos los miembros de sus iglesias pertenecían a una generación mucho más
joven, y para él eran todos niñitos de la misma manera que un maestro o
profesor puede seguir hablando de sus chicos cuando ya son hombres hechos
y derechos.
(b) El hecho de que el pasaje es poético nos hace pensar dos veces
antes de adoptar una interpretación literal y prosaica tomando como
intencionada una clasificación tan seca y exacta. El literalismo y la poesía no
se dan fácilmente juntos.
(c) Tal vez la mayor dificultad está en que las bendiciones de las que
habla Juan no son posesión exclusiva de ninguna edad. El perdón no pertenece
exclusivamente a los niños; un cristiano puede ser joven en la fe y tener sin
embargo una madurez maravillosa; la fuerza para vencer al tentador no pertenece
-a Dios gracias- exclusivamente a la juventud. Estas bendiciones pertenecen a
toda la vida cristiana y no solamente a una cierta edad.
No decimos que no haya una idea de grupos por edades en este pasaje.
La hay sin duda; pero Juan tiene una manera de decir las cosas que se puede
tomar de dos formas, una más estrecha y otra más amplia; y, aunque el sentido
más estrecho también está aquí, debemos ir más allá de él para encontrar el
significado pleno.
Se ha sugerido que hemos de encontrar aquí dos
grupos. El razonamiento es que hijitos o niñitos describe a los
cristianos en general, y que los cristianos en general se dividen en dos
grupos: los padres y los jóvenes, es decir, los jóvenes y los ancianos, los
maduros y los que no lo son todavía. Eso es perfectamente posible, porque el
pueblo de Juan debe de haberse acostumbrado hasta tal punto a que él los
llamara hijitos míos que no relacionarían esta expresión con una edad
determinada, y todos se incluirían en esa categoría.
Se sugiere que en cada caso las palabras incluyen a todos los
cristianos, y que no se pretende ninguna clasificación. Todos los
cristianos parecen chiquillos, porque todos pueden recuperar la inocencia por
el perdón de Jesucristo. Todos los cristianos son como padres,
plenamente maduros, responsables, que pueden pensar y aprender su camino cada
vez más profundamente hacia el pleno conocimiento de Jesucristo. Todos los
cristianos son como los jóvenes, con una energía vigorosa para luchar y ganar
sus batallas contra el tentador y su poder. Podemos empezar por tomar estas
palabras como una clasificación de los cristianos en tres grupos, por edades;
pero llegamos a ver que las bendiciones de cada grupo son las de todos los
grupos, y que cada uno de nosotros se encuentra incluido en todos los grupos.
El término hijitos emplea la expresión niñitos parece designar aquí, a todos
los fieles, a los que se dirige Juan sin ninguna referencia a edad o posición
en el seno de la comunidad cristiana. Ambas expresiones son términos de cariño,
usados con frecuencia por el anciano apóstol al dirigirse a todos sus
cristianos queridos. Juan se dirige, pues, a toda la comunidad para exhortarla
y alentarla. Así entendidos los términos hijitos, niñitos, se justifica
plenamente el orden de cada período. Primero se dirige a la comunidad cristiana
entera, después a los mayores y, por fin, a los jóvenes.
El apóstol les escribe porque conoce que sus
lectores son buenos cristianos, que tienen su alma purificada por haber
obtenido la remisión de sus
pecados por su nombre. El nombre por cuya virtud han obtenido el perdón
de los pecados es el de Jesús, víctima propiciatoria, que, habiendo derramado
su sangre sobre la cruz, fue constituido Mediador entre Dios y los hombres.
Jesucristo, nuestro Redentor, fue el que les consiguió esta gracia, quitando
los obstáculos que pudieran oponerse a su unión con Dios. El discípulo amado
tranquiliza a sus lectores diciéndoles que sus pecados les han sido perdonados.
Y la razón de tranquilizarlos es la unión que mantienen con Cristo. Al perdón
de los pecados por el nombre de Jesús sigue la comunión de vida con Dios.
El apóstol supone a continuación que los más
avanzados en edad, los padres han crecido más en virtud, porque conocen
desde su conversión al que es desde el principio, es decir, al Verbo
encarnado. Este conocimiento de los padres es el que va acompañado de
la práctica de los mandamientos y acaba en la unión con el objeto conocido, en
el amor de Dios.
Después, dirigiéndose a los jóvenes, les alaba por haber conseguido la victoria sobre el
diablo, probablemente dominando sus pasiones y practicando la virtud. No
solamente han logrado librarse del mundo de las tinieblas, sino que se
mantienen en la virtud, luchando victoriosamente contra las pasiones, que en los
jóvenes se manifiestan con mayor violencia. La lucha es propia de los jóvenes,
así como el conocimiento es propio de los adultos y de los ancianos.
En una segunda serie de proposiciones se dirige de nuevo a los niños, a los padres
y a los jóvenes, repitiéndoles lo ya dicho anteriormente. En esta
segunda serie, Juan cambia de tiempo: en lugar del yo escribo, dice yo
escribí. ¿Por qué este cambio? La mejor explicación es el autor se coloca
con el pensamiento en el momento en que los destinatarios han de leer su
escrito. Es un artificio literario que emplea Juan
para evitar la repetición monótona.
El apelativo niño o niñitos hacen referencia, a todos los cristianos, a los cuales se dirige
Juan. Sin embargo,
aquí
ya no habla de la remisión de los pecados por el nombre de Jesucristo, sino de
la posesión de la verdad espiritual por medio del conocimiento que han tenido y
tienen del Padre. Con todo, el autor sagrado se expresa desde el mismo punto de
vista de la comunión con Dios.
Los cristianos ya adultos conservan la
comunión con el Padre, al cual han aprendido a conocer y amar desde hace
tiempo.
La segunda alocución dirigida a los jóvenes es
ampliada respecto de la primera. Les escribe porque se han mostrado fuertes en
el espíritu. Son fuertes en la lucha espiritual entablada contra Satanás, sobre
el cual han obtenido ya la victoria. Y esa victoria la han logrado porque la Palabra
de Dios, el Evangelio vivido por los cristianos, está siempre actuando en sus
corazones y se convierte en principio de fuerza moral y de santidad.
Al
mismo tiempo, la Palabra de Dios que los fieles vivimos profundamente va
acompañada de la comunión vital con Cristo. En este sentido, la Palabra de
Dios es sinónimo de gracia, que actúa en el interior de los
cristianos, nos dispone para la unión con Dios, y la realiza.
Los cristianos pertenecemos, por consiguiente, a
un orden extraordinariamente elevado: hemos sido llamados a la santidad. Y nuestra
salvación es asegurada, por el conocimiento y por la comunión vital que
conservamos con Cristo y con el Padre. De ahí que el apóstol nos exhorte, a
evitar todo lo que se opone a la alta condición de los fieles de Jesucristo. No
sólo hemos de huir del maligno, sino que también hemos de luchar contra el
mundo y sus concupiscencias.
Juan se dirige a todos los fieles: No améis.
Y pone ante su consideración una consecuencia evidente: si hemos vencido al
maligno, hemos de permanecer en una separación radical del mundo
perverso, cuyo príncipe es Satanás. El mundo en este pasaje no quiere decir el mundo
en general, porque Dios amaba al mundo que había hecho; quiere decir el mundo
que, de hecho, había olvidado al Dios que lo había hecho.
Sucedía que había un
factor en la situación del pueblo de Juan que hacía aún más peligrosas las
circunstancias. Está claro que, aunque los cristianos fueran impopulares, no
los estaban persiguiendo. Por tanto estaban bajo la tentación peligrosa de
llegar a un acuerdo con el mundo. Siempre es difícil ser diferente de los
demás, y el serlo se les hacía especialmente difícil a los cristianos en
aquellas circunstancias.
El mundo, en la terminología joánica,
designa a la humanidad enemiga de Dios: al reino de Satanás con sus doctrinas
perversas, sus errores y sus pecados. Para guardar los mandamientos y
permanecer en el amor de Dios hay
que renunciar al amor del mundo. Porque, como dice el apóstol Santiago, “la
amistad del mundo, es enemiga de Dios. Quien pretende ser amigo del mundo se
hace enemigo de Dios.” La
incompatibilidad del amor de Dios y del amor del mundo es tan radical, que muy
bien se puede decir: el amor del mundo implica la privación del amor de Dios.
El amor del mundo no puede existir en el corazón de un cristiano que conoce y
ama a su Padre celeste. La idea de la oposición radical entre Dios y el mundo
con todo lo que le pertenece formaba parte de la doctrina apostólica, siendo
una de sus enseñanzas más constantes.
El que se deja seducir por el mundo y por sus placeres,
no puede tener en sí, no puede estar en él la caridad del Padre. Juan no prohibe amar las cosas que hay en el
mundo material; lo que prohibe es que se amen desordenadamente. La
caridad del Padre tiene sus objetos determinados, que los cristianos no pueden
modificar ni alargar. El ágape es más que una virtud, es una vida y como
una nueva naturaleza que nos incorpora al mundo de lo divino. Esta
es la razón de que el amor del mundo y el amor del Padre sean incompatibles. El
amor del mundo no puede coexistir con el amor de Dios. El cristiano ha sido
engendrado por Dios a nueva vida, y no puede tener otro amor que el que recibe
de Dios. Por eso ha de ser incapaz de amar lo que Dios no ama o lo que no le
ofrece algo de la presencia de Dios. A este propósito dice muy bien San
Agustín: “Todo lo que hay en el mundo, Dios lo ha hecho.; pero ¡ay de ti si tú
amas las criaturas hasta el punto de abandonar al Creador! Dios no te prohibe
amar estas cosas, pero te prohibe amarlas hasta el punto de buscar en ellas tu
felicidad. Dios te ha dado todas estas cosas. Ama al que las ha hecho. Un bien
mayor es el que Él quiere darte, a sí mismo, que ha hecho estas cosas. Si, por
el contrario, tú amas estas cosas, aunque hechas por Dios, y tú descuidas al
Creador y amas al mundo, ¿acaso no será juzgado adúltero tu amor?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario