1ª Timoteo 2; 8 Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar,
levantando manos santas, sin ira ni contienda.
En los
tiempos del evangelio la oración no debe limitarse a una casa de oración en
particular, pero los hombres deben orar en todas partes.
Debemos orar en nuestros cuartos, orar en
nuestras familias, orar cuando comemos, orar cuando viajamos, y orar en las
asambleas solemnes, sean públicas o privadas. Debemos orar con amor; sin ira ni
contienda, sin enojo con nadie. Debemos orar con fe, sin dudar y sin debatir.
La
Iglesia Primitiva adoptó la actitud judía para la oración, que era de pie, con
los brazos extendidos y las palmas hacia arriba. Más tarde Tertuliano había de
decir que ésta reflejaba la postura de Jesús sobre la cruz.
Los
judíos siempre habían sabido de ciertas barreras que impedían que las oraciones
llegaran a Dios. Isaías oyó a Dios decirle a Su pueblo: «Cuando extendáis
vuestros brazos, esconderé de vosotros Mis ojos; aunque elevéis muchas preces,
no escucharé; vuestras manos están llenas de sangre» (Isaías 1:15).
Aquí también se demandan ciertas condiciones.
(i)
El que ore debe extender manos santas.
Debe mantener elevadas hacia Dios manos que no
toquen las cosas prohibidas. Esto no quiere decir ni por un momento que el
pecador no tenga acceso a Dios; pero sí quiere decir que no hay realidad en las
oraciones de la persona que sale a ensuciarse las manos con cosas prohibidas
como si nunca hubiera orado. No se está pensando en el hombre que se encuentra
en las garras de alguna pasión y desesperadamente luchando contra ella,
amargamente consciente de su fracaso. Se está pensando en el hombre cuyas oraciones
son un puro formulismo.
(ii)
El que ore no ha de tener ira en su corazón.
Se ha dicho que «el
perdón es indivisible.» El perdón humano y el divino van de la mano. Una y otra
vez Jesús subraya el hecho de que no podemos esperar recibir el perdón de Dios
mientras estemos enemistados con nuestros semejantes. «Por tanto, si traes tu
ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,
deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconciliate primero con tu
hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda» Mat_5:23 s). «Pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mat_6:15 ). Jesús cuenta que el siervo que se negó a perdonar
se encontró con que a él tampoco se le perdonaba, y termina: «Así también Mi
Padre celestial hará con cualquiera de vosotros que no perdone a su hermano de
todo corazón» (Mat_18:35 ). Para ser perdonado uno tiene que ser
perdonador. La Didajé, el primero de los libros cristianos sobre el
culto público, que data de alrededor del año 100 d C. dice: «Que no venga a
nosotros ninguno que tenga una pelea con su prójimo hasta que se reconcilien.»
El rencor en el corazón de una persona es una barrera que impide que sus
oraciones lleguen a Dios.
(iii)
El que hace oración no debe tener dudas en la
mente.
Esta frase puede
querer decir dos cosas. La palabra que se usa es dialoguismós, que puede
querer decir o discusión o duda. Si la tomamos en el sentido de discusión,
simplemente repite lo que precede y reitera el hecho de que el rencor y las
peleas y las discusiones envenenadas son un obstáculo para la oración. Es mejor
tomar el sentido de duda. Antes de que la oración sea contestada tiene
que haber fe en que Dios contestará. Si una persona ora de una manera pesimista
y sin una fe verdadera en que tiene sentido, su oración cae a tierra porque no
tiene alas para remontarse. Antes de que una persona pueda ser curada, debe
creer que puede ser curada; antes que una persona pueda echar mano de la gracia
de Dios debe creer en esa gracia. Debemos dirigir a Dios nuestras oraciones en
completa confianza de que Él escucha y contesta la oración.
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