No conseguiremos
entender las imágenes que encontramos en el Nuevo Testamento de la Segunda
Venida a menos que recordemos que tienen el trasfondo del Antiguo Testamento.
La concepción del Día del Señor es muy corriente en el Antiguo Testamento; y
todas las figuras y la trama del Día del Señor se han aplicado a la Segunda
Venida.
Para los judíos, la
historia del tiempo se dividía en dos edades. Estaba esta edad presente, que
era total e incurablemente mala; y la edad por venir, que sería la edad de oro
de Dios. Entre las dos estaba el Día del Señor, que sería un día terrible en el
que un mundo sería destruido y otro nacería.
La espera del fin constituye la melodía de fondo de toda la carta.
Pero la consideración de la parusía de Cristo tiene consecuencias para la vida
cristiana. En medio de toda nuestra incertidumbre en torno al fin, una cosa es
cierta: nadie conoce «el día ni la hora» (Mat_25:13).
Nadie puede, pues, decir: «Mi amo va a tardar» (Mat_24:48).
La incertidumbre de la hora nos obliga a vigilar. Y nadie puede decir tampoco:
«El día del Señor ya está ahí» (2Te_2:2).
La incertidumbre de la hora nos exige que seamos sobrios.
NADIE
CONOCE EL DÍA NI LA HORA (2Te_5:1-3).
1 Acerca de los tiempos y momentos,
hermanos, no necesitáis que os escribamos. 2 Vosotros mismos sabéis
perfectamente que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche.
Los apóstoles en
esta imagen siguen la parábola de su Señor, expresando cómo la venida de Cristo
tomará de sorpresa a la humanidad (Mat_24:43; 2Pe_3:10). “La noche es siempre cuando
hay una tranquila indiferencia”. “A la media noche” (para algunas partes de la
tierra será noche literal), Mat_25:6.
El ladrón no sólo no da ningún aviso de su venida, sino que toma toda
precaución para evitar que lo sepa la familia. Así nuestro Señor (Apo_16:15). Señales precederán la venida
para confirmar la paciente esperanza del creyente vigilante; pero la venida
finalmente será repentina (Luc _21:25-32, Luc _21:35). «Si el
dueño de la casa hubiera sabido a qué hora iba a llegar el ladrón, no le habría
dejado perforar las paredes de su casa» (Luc 12;39).
Pero ya se sabe que un ladrón llega siempre cuando menos se le espera. Así
sucederá con el advenimiento de Cristo. Sobre el momento en que se producirá el
fin sólo sabemos una cosa con certeza, que por desgracia es tal que fácilmente
se olvida: sabemos, sin necesidad de que se nos explique nada más, que el Señor
llegará de repente, cuando menos se le espere. Nadie sabe cuándo, pero puede
llegar cualquier día. Toda nuestra certeza es ésta: la hora es incierta. Hemos
de ser conscientes de esta incertidumbre y tomarla en serio.
Muchas de las más
terribles descripciones del Antiguo Testamento se refieren al Día del Señor (Isa_22:5; Isa_13:9 ;
Sof_1:14-16 ; Amo_5:18 ; Jer_30:7 ; Mal_4:1 ; Joe_2:31
). Sus principales características son las siguientes.
(i)
Se produciría
repentina e inesperadamente.
(ii) Implicaría un cataclismo cósmico en el
que el universo sería sacudido desde sus cimientos.
(iii) Sería un
tiempo de juicio.
Como es natural,
los autores del Nuevo Testamento identificaron para todos los propósitos el Día
del Señor con la Segunda Venida de Jesucristo. Haremos bien en tener presente
que estas son lo que podríamos llamar figuras tradicionales
Naturalmente, se
quería saber cuándo llegaría ese Día. El mismo Jesús había dicho claramente que
nadie sabía el día ni la hora cuando se produciría, ni siquiera Él mismo, sino
sólo el Padre (Mar_13:32 ; Mat_24:36 ; Hec_1:7 ). Pero
aquello no hizo que algunos dejaran de especular, como se sigue haciendo,
aunque es casi blasfemo el buscar conocimientos que no poseía Jesús. De esas
especulaciones Pablo tiene dos cosas que decir.
Ratifica que la
llegada de ese Día será repentina. Vendrá como ladrón en la noche. Pero también
insiste en que eso no es razón para que nos pille desapercibidos. Será sólo a
los que vivan en las tinieblas y cuyas obras sean malas a los que los sorprenda
desprevenidos. El cristiano vive a la luz; y no importa cuándo se produzca ese
Día, si está vigilante y sobrio le encontrará preparado. Andando o durmiendo,
el cristiano ya vive con Cristo, y por tanto está siempre preparado.
Nadie sabe cuándo
le llamará Dios, y hay ciertas cosas que no se deben dejar para el último
momento. Ya es demasiado tarde para preparar un examen cuando se le presenta el
tema a desarrollar. Ya es tarde para asegurar la casa cuando ha empezado a
derrumbarse Si una llamada llega
repentinamente, no tiene por qué pillarnos desprevenidos. La persona que ha
vivido toda la vida con Cristo está siempre dispuesta para entrar a Su más
íntima presencia.
3 Cuando la gente esté hablando de paz
y seguridad, caerá de repente sobre ellos la calamidad, algo así como los
dolores de parto sobre una mujer encinta, y no habrá manera de escapar.
El día del Señor caerá de repente, con todo su horror, sobre aquellos
que viven despreocupados, en paz y seguridad. Caerá de repente sobre ellos como
una gran calamidad, como un gran dolor. El Hijo del hombre vendrá cuando todos
estén ocupados, como en los días de Noé, que «todos comían y bebían, tomaban
marido, tomaban mujer...», y como en los días de Lot, que «comían y bebían,
compraban y vendían, plantaban y edificaban...» (Luc_17:26-30).
Les sucederá a muchos lo que a aquel insensato que se decía a sí mismo: «Alma
mía, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años; ahora descansa, come,
bebe y pasarlo bien» (Luc 12;16-20). Se nos
advierte del peligro que representa vivir despreocupados, «en paz», y
acostarnos con «seguridad». La incertidumbre incluye una gracia: la llamada a
estar siempre preparados. La incertidumbre nos aconseja estar siempre
preparados.
HIJOS
DE LA LUZ (Luc_5:4-5).
4 Vosotros, hermanos, no estáis en las
tinieblas, para que el día os coja de sorpresa como un ladrón. 5a Todos
vosotros sois hijos de la luz e hijos del día.
En el sur, la claridad del día llega de repente. Así sucederá también
en el día del Señor. Ya mientras viven en la tiniebla de la tierra, los
cristianos estamos marcados por la luz del día futuro de Cristo. Tenemos ya en nosotros
algo de esa luz de Cristo, algo de aquello que es propio del día futuro del
Señor. Quien vive en la luz, es también él luz. Dios nos libertó ya «del poder
de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor» (Col_1:13); por eso puede Pablo decir más tarde,
con toda claridad: «En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el
Señor: proceded, pues, como hijos de la luz» (Efe 05; 08). El final no puede sorprender
ni encontrar sin preparar a aquellos que, como hijos de la luz e hijos del día,
estamos ya circuncidados por la luz del Señor futuro y vivimos esperando con
nostalgia encontrarnos con Él. Vivir en la luz significa, ante todo, mantener
los ojos fijos en el futuro, velar y proceder sobriamente. Sin esta luz de la
esperanza, la vida queda envuelta en la tiniebla de este mundo, y el hombre
sucumbe ante las «obras de las tinieblas» (Efe_5:11).
CONSECUENCIAS
MORALES (Efe 5:5b-8).
Vigilancia
y sobriedad
5b No somos de la noche ni de las
tinieblas. 6 Por tanto, no durmamos, como los demás, antes bien velemos y
seamos sobrios.
Quien no sabe nada del día de Cristo vive en tinieblas y como quien
duerme. Los infieles, dormidos y envueltos en sus sueños, pasan de largo ante
la verdadera realidad de esta vida. Quien no conoce nada del fin del mundo y no
sabe nada de la segunda venida de Cristo, no puede tampoco conocer el mundo.
Puesto que ha llegado la mañana, hemos de velar. La luz del Señor, que viene, a
iluminarnos, nos despierta y nos llama a estar alerta. Quien mira con fe hacia
el Señor, que viene, permanece en vela y puede mantener su sobriedad ante la
realidad del mundo. Quien sabe cuál es la meta de la creación y de la historia,
puede obrar como conviene a la creación y a la historia. Quien conoce cuál es
la meta de su vida, puede disponer todas las cosas como es debido, porque ve
con claridad cuál es el factor realmente importante a la hora de dar cuenta de
su vida. La exigencia fundamental, pues, que la hora en que vivimos impone a
los cristianos es ésta: estar siempre preparados listos para partir, mantenernos
siempre en vela, con sobriedad.
7 Porque los que duermen, de noche
duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. 8a Pero nosotros, que
somos del día, seamos sobrios...
Este versículo ha de entenderse en sentido literal. La noche es cuando
duermen los que duermen, y cuando los borrachones se emborrachan. Dormir de día
da a entender grande indolencia; emborracharse de día, grande desvergüenza.
Ahora en sentido espiritual: “Nosotras los cristianos profesamos ser gente del
día, no gente de la noche; por lo tanto, nuestro trabajo debería ser trabajo
del día, no de la noche; nuestra conducta tal que soporte el ojo del día, y tal
que no necesite el velo de la noche”.
En la antigüedad, los festines eran casi siempre nocturnos; de día, no
es tan fácil embriagarse . El día exige sobriedad: «Andemos con decencia, como
durante el día: no en comilonas y borracheras, no en deshonestidades y
disoluciones, no en contiendas y envidias...» (Rom 13;
13).
He aquí un retrato perfecto del desenfreno de los festines de la antigüedad.
Pero no es a esta sobriedad a la que aquí alude Pablo. Los hombres sobrios vemos
las cosas objetivamente, tales como son. No perseguimos fantasías ni nos
embriagamos construyendo castillos en el aire. Quien conoce a Cristo no sucumbe
a estas cosas. Está inmunizado contra ese idealismo que vuelve la espalda a la
realidad, que crea una cortina de humo y de confusión en torno a la realidad
del mundo. Quien conoce a Cristo, que es la realidad de todas las realidades,
se mantiene siempre en una postura de sobrio realismo.
Estar
armados
8b ...revistiéndonos con la coraza de
la fe y del amor, y con el yelmo de la esperanza de la salvación.
Cuando llega el día hemos de estar, además, vestidos como conviene:
«Mirad que vengo como ladrón. Bienaventurado el que está velando y guardando
sus vestidos...» (Apo_16:15). Pero no
basta estar vestidos y ceñidos. Estamos en tiempo de guerra y, por tanto, hay
que armarse, pues «ha pasado la noche y llega el día. Desechemos, pues, las
obras de la tiniebla y vistámonos con las armas de la luz» (Rom_13:12). «Vestíos la armadura de Dios, para
poder resistir contra las asechanzas del diablo. Porque no va nuestra lucha
contra carne y sangre... Por tanto, tomad las armas de Dios para poder resistir
en el día malo...» (Efesios 6; 11).
En tiempo de asedio hay que usar armas defensivas: coraza y yelmo. Una
comunidad asediada debe defenderse. ¿Qué es lo que protege, apoya y da fuerzas
a una comunidad asediada y en peligro? Ya sabemos qué es lo que Pablo considera
más importante en la vida de la comunidad: La fe, la esperanza y
el amor son las tres gracias preeminentes (1Co_13:13).
No sólo tenemos que estar despiertos y sobrios, sino también armados; no
sólo vigilantes, sino también defendidos. La armadura aquí es sólo defensiva;
en Efe_6:13-17, es también ofensiva.
Aquí, pues, la referencia se hace a los medios cristianos de ser guardados
para no ser sorprendidos por el día del Señor como ladrón en la noche. La cota
y el yelmo defienden dos partes vitales, el corazón y la cabeza
respectivamente. “Con tener bien la cabeza y el corazón, el hombre entero está
bien.”. La cabeza necesita ser guardada del error; el corazón, del pecado. En
lugar de “la cota de justicia” de Efe_6:14,
tenemos aquí “la cota de la fe y del amor”; porque la justicia que es imputada
al hombre para justificación, es “la fe que obra por la caridad” (Rom_4:3, Rom_4:22-24;
Gal_5:6). La fe, como el motivo dentro, y el amor,
manifestado en hechos exteriores, constituyen la perfección de la justicia.
En Efe_6:17 el
yelmo es “la salvación”; aquí, “la esperanza de la salvación”. En un
aspecto, la “salvación” es una posesión presente (Jn_3:36; Jn_5:24; 1Jn_5:13); en otro, es asunto
de la esperanza (Rom_8:24-25).
Nuestra Cabeza primeramente llevó “la cota de justicia” y “el yelmo de
salvación”, para que nosotros, por unión con Cristo, recibamos ambos.
FUNDAMENTO DE LA EXHORTACION DE PABLO
9 Porque Dios no nos ha destinado a un
castigo, sino a alcanzar la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo,
10a que murió por nosotros...
Los cristianos no tenemos que temer el castigo del final de los
tiempos, porque el Señor, que ha de volver, nos librará de él, arrebatándonos a
su encuentro de un modo admirable. Los cristianos sabemos que también a nosotros
puede alcanzarnos el castigo de Dios, pues «ha llegado el tiempo de comenzar el
juicio por la casa de Dios» (1Pe_4:17).
Sin embargo, quien vive su vida con fe amorosa y espera en el Señor no sufrirá
el castigo de Dios, la reprobación eterna. Los cristianos podemos tener
confianza en alcanzar la salvación final. Tenemos razones para suponer que estamos
destinados a la salvación (1Pe_1:4; 1Pe_2:12). Esto nos da una enorme confianza,
que ninguna desgracia terrena puede minar.
El hecho de ser “puestos” por Dios de su gracia, “por Jesucristo” (Efe_1:5), quita toda pretensión de que seamos
capaces de “adquirir” la salvación por medios nuestros. Cristo “adquirió
(así es el griego por “ganó”) la iglesia (y su salvación) por su propia
sangre” (Hec_20:28); se dice que cada
miembro es “puesto” por Dios “para la adquisición de salvación”. En el sentido
primario, Dios hace la obra; en el sentido secundario, el hombre la hace.
¿En qué se apoya esta confianza? No cabe duda de que está íntimamente
relacionada con el hecho de vivir con fe, caridad y esperanza, de estar armados
y de velar con sobriedad (1Pe_5:1-8).
Pero esta confianza no se apoya en sí misma; se apoya sólo en Cristo. Él es
quien nos salvará en el momento de su advenimiento y quien nos trae la
salvación. ¿Cómo lo sabemos? Sabemos que nos ama, pues ha entregado su vida por
nosotros, ha muerto por nosotros. «¿Quién se atreverá a condenarnos?
Jesucristo, que murió por nosotros, más aún, que fue resucitado y que está
sentado a la derecha de Dios Padre, es el que intercede a favor nuestro» .
Nuestra confianza en alcanzar la salvación se apoya en una base sólida: en el
amor de Cristo. Si ha muerto por nosotros, no hay duda de que pondrá también
todo su empeño en salvarnos.
Quien ha comprendido el amor de Jesús, amor hasta la muerte, hace de Él
la realidad fundamental de su vida: «Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en
la fe en el Hijo de Dios, que me ha amado y se ha entregado por mí» (Gal_2:20).
10b ...para que, ya nos coja
despiertos o dormidos, lleguemos a vivir en compañía suya.
Pablo vuelve de nuevo a lo que había dicho: los cristianos que ya hemos
muerto no seremos menos que los demás, ni seremos excluidos de la salvación.
¿En qué consiste la salvación eterna? En vivir junto a Cristo, en una unión y
una comunión íntimas con Cristo. Él es el cielo y la vida. La bienaventuranza
eterna consiste en vivir en comunión con Él. A aquel cuyo amor está centrado
totalmente en Cristo, no es necesario decirle nada más sobre la salvación
futura...
EXHORTACIÓN FINAL
11 Por lo tanto, consolaos mutuamente
y edificaos unos a otros, como ya lo estáis haciendo.
En la edificación de la Iglesia, lo primordial es la Palabra. «Según
la gracia de Dios que me ha sido dada, yo, como buen arquitecto, he puesto el
fundamento. Otro levanta sobre él el edificio. Pero mire cada cual cómo
edifica... el fuego verificará la calidad de la obra de cada uno» (1Co_3:10-13). No es posible edificar la Iglesia
con una palabra que es «paja» o «caña». Hay palabras vacías y discursos que
destruyen y dejan tras sí un montón de escombros. La palabra debe ser de «edificación»,
aprovechar (Mat_12:36 s). Las palabras de consuelo son las que pueden
edificar; son capaces de despertar la esperanza y dar confianza para la
eternidad futura. Los cristianos viven de esas palabras de esperanza. Uno debe
decir a otro lo que nos espera, y éste debe contárselo a los demás. Cuando en
una comunidad sucede esto, se construye realmente comunidad, la cual edifica
como casa de Dios. La perspectiva de la salvación futura da consuelo. La
promesa de comunión eterna de amor con Cristo da aliento en medio de la
tristeza y del cansancio. Quien, con esperanza, «tiene ánimo y levanta la
cabeza» (Luc_21:28), queda a salvo de las
flechas del desaliento y del veneno de la desesperanza, con los cuales el
maligno intenta dañar continuamente la vida de la fe y de la gracia.
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