} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LAS MUJERES EN LA IGLESIA

domingo, 13 de noviembre de 2016

LAS MUJERES EN LA IGLESIA


1 Timoteo 2; 9-15
9 Asimismo, que las mujeres se presenten en hábito honesto, con recato y modestia, sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, 10 sino con obras buenas, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad. 11 La mujer aprenda en silencio, con plena sumisión. 12 No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en silencio, 13 pues el primero fue formado Adán, después Eva. 14 Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión. 15 Se salvará por la crianza de los hijos, con tal que permaneciere con modestia en la fe, la caridad y la santidad.


La lectura de estos versículos trata del lugar de las mujeres en la Iglesia. No se puede leer fuera de su contexto histórico por surgir totalmente de la situación en la que se escribió.
(i) Se escribió desde un trasfondo judío. No ha habido nunca una nación que diera a las mujeres un lugar más importante en el hogar y en la familia que los judíos; pero oficialmente la posición de la mujer era muy inferior. Para la ley judía no era una persona sino una cosa; estaba totalmente a disposición de su padre o de su marido. Se le prohibía aprender la Ley; el instruir a una mujer en la Ley era echar perlas a los puercos. Las mujeres no tomaban parte en el culto de la sinagoga; estaban encerradas aparte en una sección de la sinagoga, como si dijéramos en «el gallinero» donde no se las podía ver. Un hombre iba a la sinagoga para aprender; pero, como mucho, una mujer iba para oír. La lección de la escritura la leían en la sinagoga los miembros de la congregación; pero nunca mujeres, porque eso habría sido «quitarle honor a la congregación.» Estaba prohibido el que una mujer enseñara en una escuela; ni siquiera a los niños más pequeños. Una mujer estaba exenta de las demandas concretas de la Ley. No le era obligatorio asistir a las fiestas y a los festivales sagrados. Las mujeres, los esclavos y los niños eran de la misma clase. En la oración judía de la mañana, un varón daba gracias a Dios porque no le había hecho «gentil, esclavo o mujer.» En los Dichos de los Padres Rabí Yosé Ben Yohanán se cita como diciendo: «Que tu casa esté siempre totalmente abierta, y que los pobres sean tu familia y no hables mucho con ninguna mujer.» De ahí que los sabios hubieran dicho: «Cualquiera que habla mucho con una mujer trae desgracia sobre sí mismo, se aparta de las obras de la Ley y por último hereda de gehena». Un estricto rabino no saludaba nunca a una mujer en la calle, aunque fuera su esposa o hija o madre o hermana. Se decía de la mujer: «Su misión es enviar los niños a la sinagoga; atender a las cuestiones domésticas; dejar libre a su marido para que estudie en las escuelas; y mantener la casa para él hasta que vuelva.»
(ii) Se escribió desde un trasfondo griego. El trasfondo griego ponía las cosas doblemente difíciles. El lugar de la mujer en la religión griega era bajo. El Templo de Afrodita en Corinto tenía mil sacerdotisas que eran prostitutas sagradas, y todas las tardes cumplían su función en las calles de la ciudad. El Templo de Diana en Éfeso tenía centenares de sacerdotisas que se llamaban melissae, que quiere decir abejas, cuya función era la misma. Una mujer griega respetable llevaba una vida muy recluida. Vivía en una parte de la casa a la que no accedía nada más que su marido. No estaba presente ni en las comidas. Nunca se la veía sola en la calle; nunca asistía a ninguna reunión pública. El hecho es que si en un pueblo griego las mujeres cristianas hubieran tomado una parte activa y hubieran hecho uso de la palabra, la Iglesia habría ganado inevitablemente la reputación de ser una guarida de mujeres livianas.
Además, en la sociedad griega había mujeres que no vivían más que para vestirse y peinarse elaborada y lujosamente. Plinio nos cuenta que hubo una novia en Roma, Lollia paulina, cuyo vestido de boda costó el equivalente de   un millón de euros. Hasta los griegos y los romanos se escandalizaban del amor a los vestidos y las joyas que caracterizaba a algunas de sus mujeres. Las grandes religiones griegas se llamaban misterios o religiones misteriosas, que tenían precisamente las mismas reglas acerca del vestir que Pablo expone aquí. Hay una inscripción que dice: " Una mujer consagrada no ha de tener adornos de oro, ni colorines, ni polvos, ni diademas, ni pelo enrevesado, ni zapatos, excepto los que se hacen de piel de ante o de las pieles de animales sacrificados.» La Iglesia Primitiva no establecía estas reglas con carácter permanente, sino como cosas necesarias en la situación en que se encontraba. En cuanto a las mujeres, que no vayan a la oración como a una exhibición de modas (1Pedro 3:3), sino cual conviene a mujeres cristianas. También para las mujeres hay peligros específicos en las asambleas. Tal vez fueron inconvenientes que se produjeron en las comunidades cristianas los que motivaron estas instrucciones de Pablo. La mujer tiende fácilmente a turbar la dignidad de la celebración adornándose excesivamente. Por eso señala el Apóstol que el adorno más precioso de una mujer temerosa de Dios no consiste en un atavío suntuoso, sino en una vida de fe, moral y en obras que están de acuerdo con esa vida. El adorno de la mujer no ha de ser «el exterior, cabellos trenzados, anillos de oro, o los que os ponéis, sino el hombre oculto del corazón en la incorruptibilidad de su espíritu suave y tranquilo. Esto es lo precioso ante Dios».
      Conoce muy bien el Apóstol la debilidad humana y la tentación que puede sentir la mujer, incluso al ir a las asambleas litúrgicas, de buscar llamar la atención con sus trajes, peinados y joyas. Y que no traten de dirigir y dar instrucciones, pues eso corresponde a los hombres (1Corintios 14:34-35)
Pablo prohíbe además a la mujer que se levante, enseñe y hable en las congregaciones. En las comunidades paulinas, por ejemplo en Corinto, había surgido la costumbre de que las mujeres que tenían el don de profecía tomaran la palabra durante los actos de culto (1Corintios 11:5). Esta costumbre había tenido consecuencias peligrosas. Esas profetisas despreciaban fácilmente las faenas caseras, y probablemente surgieron tentativas de dejar de lado la sumisión al varón y colocarse por encima de él. Pablo exige que las mujeres se callen en la asamblea, que no se levanten para enseñar públicamente, sino que aprendan en silencio. En las asambleas sólo el varón puede enseñar; la mujer debe dejarse enseñar. Tal vez también en este punto fueron algunos disturbios que se produjeron en la comunidad los que motivaron estas prescripciones. Pablo ve en la tendencia de algunas mujeres a colocarse por encima del varón un atentado al orden de la creación, pues la mujer, para el Apóstol, tal como se encuentra expresado en las Escrituras del Antiguo Testamento, está subordinada al marido. Dos hechos, tal como los narra el Antiguo, Testamento (1Corintios 11:3-16), le dan pie para esta afirmación. Adán, según narra la Escritura, fue creado antes que la mujer (Génesis 2:22). Por eso, según la mentalidad semítica, el hombre es el más viejo, la mujer, como más joven, debe estar sometida a él. Fue a Eva además a quien la serpiente sedujo directamente, y Adán siguió a su mujer, consintiendo (Génesis 3:6.17). Estos dos hechos muestran al Apóstol que hay una jerarquía en la comunidad de marido y mujer.            Ciertamente el hombre y la mujer tienen la misma dignidad ante Dios como seres humanos y participan por igual de la gracia de Cristo. En eso no hay ninguna diferencia. Tampoco se puede falsear esta jerarquía poniendo un dominio absoluto del hombre sobre la mujer, que se opondría a la voluntad de Dios; antes bien, los hombres deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo (Efesios 5,28). La sentencia de Dios después de la caída muestra que, en diversos aspectos, se dio al hombre un señorío sobre la mujer, pero muestra también que ése no fue el orden primitivo querido por Dios (Génesis 3:16).

    En cualquier caso hay mucho que decir de la otra parte. En la antigua historia había una mujer que fue creada en segundo lugar y que sucumbió a la seducción del tentador de la serpiente tentadora; pero fue María de Nazaret la que dio a luz y crio al niño Jesús; fue María de Magdalena la primera persona que vio al Señor resucitado; fueron cuatro mujeres de entre todos los discípulos las que se mantuvieron al pie de la cruz.
Priscila, con su marido Aquila, eran maestros apreciados en la Iglesia Primitiva, que condujeron a Apolos al conocimiento pleno de la verdad (Hechos 18:26). Evodia y Síntique, a pesar de sus desavenencias, eran mujeres que trabajaban en el Evangelio (Filipenses 4:2  s). El evangelista Felipe tenía cuatro hijas que eran profetisas (Hechos 21:9). Las mujeres de más edad tenían que enseñar (Tito 2:3). Pablo consideraba a Lidia y Eunice dignas del más alto honor (2 Timoteo 1:5); y hay muchos nombres de mujer en el cuadro de honor de los servidores de la Iglesia en Romanos 16.
El orden de la creación (Génesis 4:16) muestra también la tarea que Dios impuso a la mujer casada: cumplir con sus deberes de madre. Pablo señala expresamente que la mujer alcanzará la salvación cumpliendo sus deberes de madre porque se adapta así al plan de Dios. Sin duda alguna es también necesario que posea las virtudes fundamentales de la vida cristiana: fe y caridad, y que, además se esfuerce por santificar su vida y se ejercite en la modestia cristiana. Probablemente, en este pasaje (Génesis 2:11-15), Pablo se define contra los falsos maestros de la comunidad, que rechazaban el matrimonio (Génesis 4:3) y concebían falsamente la posición de la mujer en la comunidad cristiana (2Timoteo 3:6). Al Apóstol le interesa mantener el matrimonio cristiano, probar que las obligaciones, queridas por Dios, de la mujer cristiana están ante todo en su casa, en el círculo de la familia, no en tomar la palabra en las asambleas cultuales.

Todo lo de este capítulo son reglas meramente temporales para satisfacer una situación dada. Si queremos saber el punto de vista definitivo de Pablo en esta cuestión, vayamos a Gálatas_3:28: " No hay diferencia entre judíos o griegos, esclavos o libres, varones o mujeres, porque todos vosotros sois una cosa en Jesucristo.» En Cristo se borran en la Iglesia las diferencias de lugar y honor y cargos.


No debemos leer estos versículos  como una barrera para el trabajo de las mujeres en la Iglesia, sino a la luz de su trasfondo judío y griego. Y debemos buscar el punto de vista permanente de Pablo en el pasaje en que nos dice que las diferencias se han borrado, y que hombres y mujeres, esclavos y libres, judíos y gentiles, somos todos igualmente elegibles en el servicio de Cristo.

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