1 Timoteo 2; 9-15
9 Asimismo, que las mujeres se presenten en hábito
honesto, con recato y modestia, sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni
vestidos costosos, 10 sino con
obras buenas, cual conviene a mujeres que hacen profesión de piedad. 11 La mujer aprenda en silencio,
con plena sumisión. 12 No
consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en
silencio, 13 pues el
primero fue formado Adán, después Eva. 14 Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que, seducida,
incurrió en la transgresión. 15 Se salvará por la crianza de los hijos, con tal que
permaneciere con modestia en la fe, la caridad y la santidad.
La
lectura de estos versículos trata del lugar de las mujeres en la Iglesia. No se
puede leer fuera de su contexto histórico por surgir totalmente de la situación
en la que se escribió.
(i)
Se escribió desde un trasfondo judío.
No ha habido nunca una nación que diera a las mujeres un lugar más importante
en el hogar y en la familia que los judíos; pero oficialmente la posición de la
mujer era muy inferior. Para la ley judía no era una persona sino una cosa;
estaba totalmente a disposición de su padre o de su marido. Se le prohibía
aprender la Ley; el instruir a una mujer en la Ley era echar perlas a los
puercos. Las mujeres no tomaban parte en el culto de la sinagoga; estaban
encerradas aparte en una sección de la sinagoga, como si dijéramos en «el
gallinero» donde no se las podía ver. Un hombre iba a la sinagoga para
aprender; pero, como mucho, una mujer iba para oír. La lección de la
escritura la leían en la sinagoga los miembros de la congregación; pero nunca
mujeres, porque eso habría sido «quitarle honor a la congregación.» Estaba
prohibido el que una mujer enseñara en una escuela; ni siquiera a los niños más
pequeños. Una mujer estaba exenta de las demandas concretas de la Ley. No le
era obligatorio asistir a las fiestas y a los festivales sagrados. Las mujeres,
los esclavos y los niños eran de la misma clase. En la oración judía de la
mañana, un varón daba gracias a Dios porque no le había hecho «gentil, esclavo
o mujer.» En los Dichos de los Padres Rabí Yosé Ben Yohanán se cita como
diciendo: «Que tu casa esté siempre totalmente abierta, y que los pobres sean
tu familia y no hables mucho con ninguna mujer.» De ahí que los sabios hubieran
dicho: «Cualquiera que habla mucho con una mujer trae desgracia sobre sí mismo,
se aparta de las obras de la Ley y por último hereda de gehena». Un estricto
rabino no saludaba nunca a una mujer en la calle, aunque fuera su esposa o hija
o madre o hermana. Se decía de la mujer: «Su misión es enviar los niños a la
sinagoga; atender a las cuestiones domésticas; dejar libre a su marido para que
estudie en las escuelas; y mantener la casa para él hasta que vuelva.»
(ii)
Se escribió desde un trasfondo griego.
El trasfondo griego ponía las cosas doblemente difíciles. El lugar de la mujer
en la religión griega era bajo. El Templo de Afrodita en Corinto tenía mil
sacerdotisas que eran prostitutas sagradas, y todas las tardes cumplían su
función en las calles de la ciudad. El Templo de Diana en Éfeso tenía
centenares de sacerdotisas que se llamaban melissae, que quiere decir abejas,
cuya función era la misma. Una mujer griega respetable llevaba una vida muy
recluida. Vivía en una parte de la casa a la que no accedía nada más que su
marido. No estaba presente ni en las comidas. Nunca se la veía sola en la calle;
nunca asistía a ninguna reunión pública. El hecho es que si en un pueblo griego
las mujeres cristianas hubieran tomado una parte activa y hubieran hecho uso de
la palabra, la Iglesia habría ganado inevitablemente la reputación de ser una
guarida de mujeres livianas.
Además, en la sociedad griega había mujeres que no vivían más que para
vestirse y peinarse elaborada y lujosamente. Plinio nos cuenta que hubo una
novia en Roma, Lollia paulina, cuyo vestido de boda costó el equivalente de un millón de euros. Hasta los griegos y los romanos
se escandalizaban del amor a los vestidos y las joyas que caracterizaba a
algunas de sus mujeres. Las grandes religiones griegas se llamaban misterios o
religiones misteriosas, que tenían precisamente las mismas reglas acerca del
vestir que Pablo expone aquí. Hay una inscripción que dice: " Una mujer
consagrada no ha de tener adornos de oro, ni colorines, ni polvos, ni diademas,
ni pelo enrevesado, ni zapatos, excepto los que se hacen de piel de ante o de
las pieles de animales sacrificados.» La Iglesia Primitiva no establecía estas
reglas con carácter permanente, sino como cosas necesarias en la situación en
que se encontraba. En cuanto a las mujeres, que no vayan a la oración como a una
exhibición de modas (1Pedro 3:3), sino cual
conviene a mujeres cristianas. También para las mujeres hay peligros específicos
en las asambleas. Tal vez fueron inconvenientes que se produjeron en las
comunidades cristianas los que motivaron estas instrucciones de Pablo. La mujer
tiende fácilmente a turbar la dignidad de la celebración adornándose
excesivamente. Por eso señala el Apóstol que el adorno más precioso de una
mujer temerosa de Dios no consiste en un atavío suntuoso, sino en una vida de
fe, moral y en obras que están de acuerdo con esa vida. El adorno de la mujer
no ha de ser «el exterior, cabellos trenzados, anillos de oro, o los que os
ponéis, sino el hombre oculto del corazón en la incorruptibilidad de su espíritu
suave y tranquilo. Esto es lo precioso ante Dios».
Conoce muy bien el Apóstol
la debilidad humana y la tentación que puede sentir la mujer, incluso al ir a
las asambleas litúrgicas, de buscar llamar la atención con sus trajes, peinados
y joyas. Y que no traten de dirigir y dar instrucciones, pues eso corresponde a
los hombres (1Corintios 14:34-35)
Pablo prohíbe además a la mujer que se levante, enseñe y hable en las congregaciones.
En las comunidades paulinas, por ejemplo en Corinto, había surgido la costumbre
de que las mujeres que tenían el don de profecía tomaran la palabra durante los
actos de culto (1Corintios 11:5). Esta costumbre
había tenido consecuencias peligrosas. Esas profetisas despreciaban fácilmente
las faenas caseras, y probablemente surgieron tentativas de dejar de lado la
sumisión al varón y colocarse por encima de él. Pablo exige que las mujeres se
callen en la asamblea, que no se levanten para enseñar públicamente, sino que
aprendan en silencio. En las asambleas sólo el varón puede enseñar; la mujer debe
dejarse enseñar. Tal vez también en este punto fueron algunos disturbios que se
produjeron en la comunidad los que motivaron estas prescripciones. Pablo ve en
la tendencia de algunas mujeres a colocarse por encima del varón un atentado al
orden de la creación, pues la mujer, para el Apóstol, tal como se encuentra
expresado en las Escrituras del Antiguo Testamento, está subordinada al marido.
Dos hechos, tal como los narra el Antiguo, Testamento (1Corintios
11:3-16), le dan pie para esta afirmación. Adán, según narra la
Escritura, fue creado antes que la mujer (Génesis 2:22).
Por eso, según la mentalidad semítica, el hombre es el más viejo, la mujer,
como más joven, debe estar sometida a él. Fue a Eva además a quien la serpiente
sedujo directamente, y Adán siguió a su mujer, consintiendo (Génesis 3:6.17). Estos dos hechos muestran al Apóstol
que hay una jerarquía en la comunidad de marido y mujer. Ciertamente el hombre y la mujer tienen la
misma dignidad ante Dios como seres humanos y participan por igual de la gracia
de Cristo. En eso no hay ninguna diferencia. Tampoco se puede falsear esta
jerarquía poniendo un dominio absoluto del hombre sobre la mujer, que se
opondría a la voluntad de Dios; antes bien, los hombres deben amar a sus
mujeres como a su propio cuerpo (Efesios 5,28).
La sentencia de Dios después de la caída muestra que, en diversos aspectos, se
dio al hombre un señorío sobre la mujer, pero muestra también que ése no fue el
orden primitivo querido por Dios (Génesis 3:16).
En cualquier caso hay mucho que decir de la otra
parte. En la antigua historia había una mujer que fue creada en segundo lugar y
que sucumbió a la seducción del tentador de la serpiente tentadora; pero fue
María de Nazaret la que dio a luz y crio al niño Jesús; fue María de Magdalena
la primera persona que vio al Señor resucitado; fueron cuatro mujeres de entre
todos los discípulos las que se mantuvieron al pie de la cruz.
Priscila, con su marido Aquila, eran maestros apreciados en la Iglesia
Primitiva, que condujeron a Apolos al conocimiento pleno de la verdad (Hechos 18:26). Evodia
y Síntique, a pesar de sus desavenencias, eran mujeres que trabajaban en el
Evangelio (Filipenses
4:2 s). El evangelista
Felipe tenía cuatro hijas que eran profetisas (Hechos 21:9). Las mujeres de
más edad tenían que enseñar (Tito 2:3). Pablo
consideraba a Lidia y Eunice dignas del más alto honor (2 Timoteo 1:5); y hay muchos nombres de mujer en el
cuadro de honor de los servidores de la Iglesia en Romanos
16.
El orden de la creación (Génesis 4:16)
muestra también la tarea que Dios impuso a la mujer casada: cumplir con sus
deberes de madre. Pablo señala expresamente que la mujer alcanzará la salvación
cumpliendo sus deberes de madre porque se adapta así al plan de Dios. Sin duda
alguna es también necesario que posea las virtudes fundamentales de la vida
cristiana: fe y caridad, y que, además se esfuerce por santificar su vida y se
ejercite en la modestia cristiana. Probablemente, en este pasaje (Génesis 2:11-15), Pablo se define contra los falsos
maestros de la comunidad, que rechazaban el matrimonio (Génesis 4:3) y concebían falsamente la posición de la mujer en la
comunidad cristiana (2Timoteo 3:6). Al Apóstol
le interesa mantener el matrimonio cristiano, probar que las obligaciones,
queridas por Dios, de la mujer cristiana están ante todo en su casa, en el
círculo de la familia, no en tomar la palabra en las asambleas cultuales.
Todo
lo de este capítulo son reglas meramente temporales para satisfacer una
situación dada. Si queremos saber el punto de vista definitivo de Pablo en esta
cuestión, vayamos a Gálatas_3:28: "
No hay diferencia entre judíos o griegos, esclavos o libres, varones o mujeres,
porque todos vosotros sois una cosa en Jesucristo.» En Cristo se borran en la
Iglesia las diferencias de lugar y honor y cargos.
No
debemos leer estos versículos como una
barrera para el trabajo de las mujeres en la Iglesia, sino a la luz de su
trasfondo judío y griego. Y debemos buscar el punto de vista permanente de
Pablo en el pasaje en que nos dice que las diferencias se han borrado, y que
hombres y mujeres, esclavos y libres, judíos y gentiles, somos todos igualmente
elegibles en el servicio de Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario