(Estudio bíblico familiar
2 Noviembre 2016)
1 Juan 2:7
Hermanos, no os escribo mandamiento
nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este
mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio.
8 Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él
y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra.
El cristianismo fue el primero en poner
el amor a los hermanos en el
motivo nuevo y más alto, el
amor instintivo a aquel que nos amó primero, que nos constriñe a amar a todos,
aun a los enemigos, andando así en las pisadas del que nos amó cuando éramos
enemigos. Por tanto, Jesús lo llama “nuevo” (Juan 13:34-35),
“Amaos los unos a los otros, como yo
os he amado”. En
Cristo todas las cosas son siempre verdad, y así lo fueron desde el
principio; pero en Cristo y nosotros
conjuntamente el mandamiento de
amor hacia los hermanos es pues
verdadero cuando reconocemos la verdad que está en él y tenemos la misma floreciente en nosotros.
El
primero en cumplir este mandamiento fue Cristo, es verdadero en él, quien transfiere su amor al corazón de los
que le siguen, y en vosotros. Así,
la actitud que adoptemos hacia otros revelará si estamos en las tinieblas que van pasando o en la luz verdadera que ya está alumbrando. Si un hombre vive
en amor anda con paso seguro, porque el amor des poja al corazón de todo
aquello que le haría tropezar. La luz y el amor van juntos.
El mandamiento de amarse los unos a los otros ha tenido
vigencia desde el comienzo del mundo, pero podría considerarse como mandamiento
nuevo al darlo a los cristianos. Era nuevo para ellos, como era nueva su
situación respecto de sus motivos, reglas y obligaciones. Siguen en estado de tinieblas
los que andan con odio y enemistad contra los creyentes. El amor cristiano nos
enseña a valorar el alma de nuestro hermano y a temer todo lo que dañe su
pureza y su paz. Donde haya tinieblas espirituales, estarán entenebrecidos la
mente, el juicio y la conciencia, y erraremos el camino a la vida celestial.
Estas cosas exigen un serio examen de sí; y la oración ferviente para que Dios
nos muestre qué somos y dónde vamos.
San Juan, cuando insiste en el mandamiento del
amor, aporta su ejemplo. Hay aquí algo
muy precioso. Mucho de esta carta es una advertencia; y parte de ella, una
reprensión. Cuando estamos advirtiendo o reprendiendo a otros, es tan fácil
adoptar un tono fríamente crítico; es tan fácil echar la bronca; es hasta
posible complacerse en ver a los otros achicarse bajo el látigo verbal. Pero,
hasta cuando tiene que decir cosas dolorosas, el acento de la voz de Juan es el
amor. Había aprendido la lección que debe aprender todo padre, o predicador, o
maestro, o líder: a decir la verdad con amor.
Juan habla de un
mandamiento que es al mismo tiempo viejo y nuevo. Algunos tomarían esto como
una referencia al mandamiento que se implica en el versículo 6, que el que
permanezca en Jesucristo debe vivir la misma clase de vida que su Maestro. Pero
es casi seguro que Juan está pensando en las palabras de Jesús en el Cuarto
Evangelio: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los
otros; como Yo os he amado, que también os améis los unos a los otros» (Juan_13:34).
¿En qué sentido era ese mandamiento tanto antiguo como nuevo?
Era
antiguo en el sentido de que ya estaba en el Antiguo Testamento. ¿No decía la
Ley: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»? (Levítico
19:18). ¿O tal vez, más aun, para
acentuar frente a las nuevas doctrinas de los gnósticos que menospreciaban la
antigua doctrina de la comunidad la vitalidad siempre nueva del mensaje
cristiano? Era antiguo en el sentido de que esta no era la primera vez que la
audiencia de Juan lo había escuchado. Desde el mismísimo primer día de su
incorporación a la vida cristiana les habían enseñado que la ley del amor había
de ser la ley de su vida. Este mandamiento había recorrido un largo camino en
la Historia, y también en las vidas de los destinatarios de esta carta.
Era
nuevo porque se había elevado a una nivel completamente nuevo en la vida de
Jesús y era como Jesús había amado a los
hombres como los hombres habían ahora de amarse unos a otros. Bien podría
decirse que la humanidad no sabía realmente lo que era el amor hasta que lo vio
en Jesús. En todas las esferas de la vida es posible que una cosa sea antigua
en el sentido de que ha existido desde mucho antes, y sin embargo alcance un
nivel totalmente nuevo por la actuación de alguien. Un juego puede llegar a ser
nuevo para una persona cuando ha visto jugarlo a un gran maestro. Una pieza de
música puede llegar a ser algo nuevo para una persona que se la ha escuchado a
una gran orquesta bajo la batuta de un gran director. Hasta un plato de comida
puede llegar a ser una cosa nueva para el que lo prueba cuando lo ha preparado
alguien que tiene el genio de la cocina. Una cosa antigua se puede convertir en
una nueva experiencia en las manos de un maestro. En Jesús, el amor llegó a ser
nuevo en dos direcciones.
Llegó a
ser nuevo por la amplitud que alcanzó. En Jesús el amor alcanza
hasta al pecador. Para el rabino judío ortodoxo, el pecador era una
persona a la que Dios quería destruir. «Hay gozo en el Cielo -decían- cuando un
pecador desaparece de la tierra.» Pero Jesús fue el amigo de loa marginados y
de los pecadores, y estaba seguro de que había gozo en el Cielo cuando un
pecador volvía al hogar. En Jesús el amor alcanza hasta a los gentiles. Según
algún rabino lo veía, «los gentiles fueron creados por Dios para servir de leña
en los fuegos del infierno.» Pero para Jesús Dios amaba al mundo de tal
manera que dio a Su Hijo. El amor llegó a ser algo nuevo en Jesús porque Él
extendió sus fronteras hasta que no quedó nadie fuera de su abrazo.
Llegó a
ser nuevo por los límites a los que llegó. Ninguna falta de
reacción, nada que pudiéramos hacerle nunca podía convertir en odio el amor de
Jesús. Él pudo hasta pedir a Dios que tuviera misericordia de los que Le
estaban clavando a la Cruz.
El mandamiento del
amor era antiguo en el sentido de que se conocía desde hacía mucho; pero era
nuevo porque en Jesucristo el amor alcanzó un nivel que no había alcanzado
nunca antes, y era conforme a ese nivel como nos mandaba a Marcos
Juan pasa a decir
que este mandamiento del amor se ha hecho realidad en Jesucristo y también en
las personas a las que dirige su carta. Para Juan, como ya hemos visto, la
verdad no es solamente algo que hay que captar con la mente, sino algo que hay
que poner por obra. Lo que quiere decir es que el mandamiento del amor mutuo es
la verdad suprema; en Jesucristo podemos ver ese mandamiento en toda la gloria
de su plenitud; en Él ese mandamiento se hace verdad; y en el cristiano podemos
verlo, no en la plenitud de su verdad, pero sí llegando a ser realidad. Para
Juan, el Cristianismo es un progreso en el amor.
Pasa luego a decir
que la luz ya está brillando, y las tinieblas están pasando. Esto hay que
leerlo en su contexto histórico. Para cuando Juan estaba escribiendo, al final
del primer siglo, las ideas estaban cambiando. En los primeros días de la
Iglesia se había estado esperando la Segunda Venida de Jesús como un
acontecimiento repentino e inminente. Cuando aquello no tuvo lugar, no
abandonaron la esperanza, sino permitieron que la experiencia la cambiara. Para
Juan la Segunda Venida de Cristo no es un acontecimiento dramático y repentino,
sino un proceso en el cual las tinieblas van siendo derrotadas paulatinamente
por la luz; y el final del proceso será un mundo en el que las tinieblas hayan
sido derrotadas totalmente, y la luz haya triunfado en toda la línea.
En este pasaje la
luz se identifica con el amor, y la oscuridad con el odio. Eso es decir que el
fin de este proceso es un mundo en el que reine el amor, y el odio haya sido desterrado.
Cristo ha entrado en el corazón de una persona cuando toda su vida es gobernada
por el amor; y Él habrá entrado en el mundo de los hombres cuando todos
obedezcan Su mandamiento del amor. La Venida y el Reino de Jesús son
equivalentes a la venida y el reinado del amor.
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