Mar 10:32 Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y
Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces
volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le
habían de acontecer:
Mar 10:33 He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del
Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le
condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles;
Mar 10:34 y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán
en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará.
Aquí tenemos un pasaje gráfico, tanto más
gráfico cuanto es parco en palabras. Jesús y Sus hombres iban a entrar en la
última escena. Jesús había decidido definitiva e irrevocablemente dirigirse a
Jerusalén y a la Cruz. Marcos marca las etapas muy definidamente. Atrás quedó
la retirada al Norte, al territorio en torno a Cesarea de Filipo. Luego había
venido el viaje hacia el Sur, y la breve parada en Galilea. Después, el camino
a Judasa, y el tiempo en las montañas y en Transjordania. Y ahora nos presenta
la etapa final, el camino a Jerusalén.
Este pasaje nos dice algo acerca de Jesús.
(i) Nos
presenta la soledad de Jesús. Iban recorriendo el camino, y El iba delante de
Sus discípulos -solo. Y ellos estaban tan apesadumbrados y perplejos, tan
sensibilizados por el ambiente de tragedia inminente, que tenían miedo de
acercársele. Hay ciertas decisiones que una persona debe tomar a solas. Si
Jesús hubiera tratado de compartir esta decisión con los Doce, su única
aportación posible habría sido tratar de impedírselo. Hay ciertas cosas que uno
ha de encarar a solas. Hay ciertas decisiones que se han de tomar, y ciertos
caminos que se han de recorrer en la terrible soledad de la propia alma de la
persona. Y sin embargo, en el sentido más profundo, hasta en estos momentos, o
especialmente en estos momentos, uno no está totalmente solo, porque es cuando
Dios está más cerca de él.
Aquí vemos la soledad esencial de Jesús, una soledad
confortada por Dios.
(ii) Nos
presenta el coraje de Jesús. Jesús les había predicho a Sus discípulos las
cosas que habían de sucederle en Jerusalén; y, según nos cuenta Marcos estas
advertencias, cada vez se hacían más abrumadoras y se les añadía algún detalle
terrible más. La primera (Mar_8:31) fue un anuncio escueto. La segunda vez se
presentaba la perspectiva de la traición (Mar_9:31). Y ahora, en la tercera,
aparecen las burlas, las mofas y los azotes. Parecería que la escena se iba
presentando cada vez más clara en la mente de Jesús conforme se iba adentrando
en la conciencia del costo de la redención.
Hay dos clases de coraje. Está el coraje que es una
especie de reacción instintiva, casi un acto reflejo: el valor de una persona
que se enfrenta inesperadamente con una crisis frente a la que reacciona
instintivamente con gallardía, sin tiempo apenas para pensar. Bastantes
personas se han convertido en héroes en el albur y el ardor de un momento.
También está el coraje del que ve el conflicto terrible que se le aproxima
desde lejos, que tiene tiempo de sobra para retirarse y volverse atrás, que
podría, si quisiera, evitar el conflicto, y que, sin embargo, sigue adelante.
No hay duda cuál es el coraje superior -este consciente y deliberado encarar el
futuro. Ese fue el coraje que mostró Jesús. Si no fuera posible otro veredicto
superior, siempre sería verdad decir de Él que figura a la cabeza de los héroes
del mundo.
(iii) Nos
presenta el magnetismo personal de Jesús. Está claro que hasta aquel tiempo
los discípulos no sabían lo que estaba pasando. Estaban seguros de que Jesús
era el Mesías. Estaban igualmente seguros de que Él iba a morir. Para ellos
estos dos Hechos no tenían sentido juntos. Estaban totalmente desconcertados, y
sin embargo seguían a Jesús. Para ellos todo estaba oscuro, excepto una cosa:
que amaban a Jesús y que, aunque quisieran, no Le podían dejar. Habían
aprendido algo que pertenece a la misma esencia de la vida y de la fe: amaban tanto que estaban dispuestos a aceptar lo que no
podían entender.
Fijemos
nuestra atención al leer este pasaje en la presciencia de nuestro Señor
respecte a sus propios sufrimientos y a su muerte. Habla tranquila y deliberadamente a sus discípulos de su pasión
que tendría lugar en Jerusalén. Va describiendo una tras otra todas las
principales circunstancias que
acompañarían su muerte. Nada reserva, nada oculta.
Marquemos esto bien. No hubo nada de involuntario ni
imprevisto en la muerte de nuestro Señor. Fue resultado de su propia elección
libre, determinada y deliberada. Desde
el principio de su ministerio terrenal, vio siempre ante sí la cruz, y se
dirigió a ella mártir voluntario. Sabía que su muerte era la reparación necesaria que debía hacerse para reconciliar
al hombre con Dios. Él había pactado que su sangre seria el precio de esa
reparación y a ello se había obligado.
Cuando llegó el tiempo señalado, como fiador fiel,
cumplió su palabra, y murió por nuestros pecados en el Calvario.
A pesar de que este anuncio fue singularmente claro,
Lucas (Luc_18:34) dice: “Pero ellos nada de estas cosas entendían, y esta
palabra les era encubierta, y no entendían lo que se decía”. El sentido de las
palabras ellos no podían sino entender, pero el significado de ellas en
relación con el reino mesiánico no eran capaces de penetrar; pues toda la
predicción era contraria a sus opiniones preconcebidas. Que ellos se hubieran
aferrado tan tenazmente a la idea popular de que el Mesías no tenía que sufrir,
puede sorprendernos; pero esto hace aún más importante su testimonio posterior
en cuanto al Salvador sufriente y moribundo.
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