Segunda
exposición: El calvinismo y la religión
La conclusión a la cual llegamos en mi
exposición anterior era primero, que, hablando científicamente, el calvinismo
significa el desarrollo completado del protestantismo, resultando en una etapa
superior del desarrollo humano. Además, que la cosmovisión del modernismo, con
su punto de partida en la Revolución Francesa, no puede reclamar ningún
privilegio más elevado que el de presentar una imitación ateísta del ideal
brillante que proclama el calvinismo, y que por tanto no califica para el honor
de guiarnos más adelante. Y finalmente, que cualquiera que rechaza el ateísmo
como pensamiento fundamental, se ve obligado a regresar al calvinismo; no para
restaurar su forma antigua y gastada, sino para agarrar una vez más los
principios calvinistas para incorporarlos en una forma tal que, según las
necesidades de nuestro propio siglo, pueda restaurar la unidad necesaria del
pensamiento protestante y la energía faltante de la vida práctica protestante.
En mi exposición presente, por tanto, al tratar de calvinismo y religión, ante
todo trataré de ilustrar la posición dominante que el calvinismo ocupa en el
área central de nuestra adoración del Altísimo. Nadie negará que en el ámbito
religioso, el calvinismo sí ocupó desde el principio una posición especial e
impresionante. Como por un solo golpe mágico, creó su propia confesión, su
propia teología, su propia organización eclesiástica, su propia disciplina
eclesiástica, su propio culto, y su propia práctica moral. Y la investigación
histórica comprueba que todas estas nuevas formas calvinistas para nuestra vida
religiosa eran el producto lógico de su propia idea fundamental, y la
incorporación del mismo principio. Midan la energía del calvinismo,
comparándola con la incapacidad completa que el modernismo exhibió en la misma
área, por la esterilidad absoluta de sus esfuerzos. Desde que entró en su
período "místico", también el modernismo reconoció la necesidad de
dibujar una nueva forma para la vida religiosa de nuestro tiempo. Apenas un
siglo después del brillo del racionalismo, ahora que el materialismo anuncia su
retiro en las filas de la ciencia, una clase de piedad hueca ejerce nuevamente
sus encantos seductores, y cada día se vuelve más de moda bañarse un poco en el
río del misticismo. Con un deleite casi sensual, este misticismo moderno traga
su bebida intoxicante de la copa de algún infinito intangible. Incluso se ha
propuesto que encima de las ruinas del edificio puritano, se inaugure una nueva
religión con un nuevo ritual, como una evolución superior de la vida religiosa.
Por más de un cuarto de siglo ya se nos promete la dedicación y apertura
solemne de este nuevo santuario. Pero todo llevó a nada. No se produjo ningún
efecto tangible. Ningún principio formativo surgió del embrollo de sus
hipótesis. Ni siquiera el comienzo de un movimiento asociativo se puede
percibir. Ahora, en contraposición a esto, miren el espíritu gigante de los
religiosos del siglo XVI, que con un solo golpe maestro colocó ante la mirada
asombrada de todo el mundo un edificio religioso entero, construido en el mejor
estilo escritural. Tan rápidamente fue el edifico entero completado, que la
mayoría de los espectadores se olvidaron de prestar atención a la estructura
maravillosa de sus fundamentos. En todo lo que el pensamiento religioso
moderno, no creó, sino amontonó como un principiante sin éxito - ni una nación,
ni una familia, apenas un alma solitaria encontró (usando las palabras de
Agustín) el descanso para su "corazón quebrantado"; mientras el
reformador de Ginebra, por su energía espiritual poderosa, proveyó dirección
para cinco naciones de una vez, no solo entonces, sino también después de tres
siglos, la elevación del corazón al Padre de los Espíritus, y santa paz, para
siempre. Esto nos lleva naturalmente a la pregunta: ¿Cuál fue el secreto de
esta energía maravillosa? Permítanme presentar la respuesta a esta pregunta,
primero en religión como tal, después en religión como se manifiesta en la vida
de la iglesia, y finalmente en el fruto de la religión para la vida práctica. Primero,
entonces, tenemos que considerar la religión como tal. Aquí surgen cuatro
preguntas fundamentales, dependientes entre sí:
1. ¿Existe la religión para el beneficio de
Dios, o del hombre?
2. ¿Tiene que operar directamente o mediada?
3.
¿Puede quedarse parcial en su operación, o tiene que abarcar lo entero de
nuestra existencia personal?
4. ¿Puede tener un carácter normal, o tiene
que revelar un carácter anormal, o sea, soteriológico?
A
estas cuatro preguntas, el calvinismo responde:
1.
La religión del hombre no debe ser egoísta, ni para el hombre, sino ideal, para
el beneficio de Dios.
2. No debe operar de manera mediada, por una
interposición humana, sino directamente del corazón.
3. No debe quedarse parcial, como algo que transcurre
al margen de la vida, sino tiene que tomar posesión de nuestra existencia
entera.
Y
4. su carácter tiene que ser soteriológico, o sea, no debe proceder de nuestra
naturaleza caída, sino del nuevo hombre, que fue restaurado por el nuevo
nacimiento a su estándar original.
Permítanme,
entonces, elucidar sucesivamente cada uno de estos cuatro puntos.
¿Existe
la religión para el beneficio de Dios, o del hombre?
La filosofía religiosa moderna atribuye el
origen de la religión a una potencia desde la cual no pudo originarse, sino que
actuó meramente como su soporte y preservador. Esta filosofía confundió el palo
muerto que apoya al vástago vivo, con el mismo vástago. Con razón se llama la
atención al contraste entre el hombre y el poder abrumador del universo que lo
rodea; y ahora se introduce la religión como una energía mística que intenta
fortalecerlo contra el poder inmenso del universo que le inspira un temor
mortal. Consciente del dominio que ejerce su alma invisible sobre su cuerpo
visible, el filósofo moderno concluye que también la naturaleza tiene que ser
movida por el impulso de algún poder espiritual escondido. Entonces, de manera
animista, él explica primeramente el movimiento de la naturaleza como el
resultado de un ejército de espíritus que la habita, e intenta atraparlos,
conjurarlos, y doblarlos para su ventaja. Después, levantándose de esta idea
atomista a un concepto más inclusivo, empieza a creer en la existencia de
dioses personales, y espera de estos seres divinos que están por encima de la
naturaleza, una asistencia efectiva contra el poder enemigo de la naturaleza. Y
finalmente, al captar el contraste entre lo espiritual y lo material, rinde
homenaje al Espíritu Supremo que está por encima de todo lo visible; hasta que
al final, al abandonar su fe en un tal espíritu extramundano como un ser personal,
se postra ante algún ideal impersonal,
del cual él mismo desea ser la devota encarnación, adorándose a sí mismo. (Nota
Traductor: Examine bien las ideas sobre el desarrollo de la religión que se
expresan en el párrafo anterior. Note que esta no es la convicción de Kuyper;
él relata más bien el concepto que tiene la filosofía religiosa moderna. La
idea de que la religión se desarrolló desde el animismo, pasando por el
politeísmo hasta llegar al monoteísmo, es un concepto evolucionista acerca de
la religión. Además, es un concepto humanista, porque asume que fue el hombre
quien creó la religión, y no Dios. Este concepto es actualmente muy difundido
entre los antropólogos y algunos historiadores. Sin embargo, no hay evidencia
histórica para comprobarlo. Al contrario, el relato Bíblico (y como vimos en la
Sección II, también el desarrollo histórico de la religión babilónica)
demuestra que al inicio era el monoteísmo, que después degradó al politeísmo y
finalmente al animismo y espiritismo. Don Richardson, en "Eternity In
Their Hearts" ("Eternidad en sus corazones"), relata numerosos
ejemplos de "tribus primitivas", que en sus leyendas trazan su origen
desde un único Dios Creador, pero que también saben que en algún momento de su
historia se alejaron de su Creador (a veces con sorprendentes paralelas al
Génesis). Todo esto no debe sorprendernos, cuando nos recordamos que los
primeros 11 capítulos de Génesis son la herencia histórica común de toda la humanidad.
Pero cualesquiera sean las diferentes etapas en el progreso de esta religión
egoísta, nunca supera su carácter subjetivo; siempre permanece una religión
para el beneficio del hombre. Los hombres son religiosos para conjurar a los
espíritus que se mueven detrás del velo de la naturaleza, para liberarse de la
vara opresiva del cosmos. No importa si el sacerdote lamaísta encierra los
espíritus malos en sus jarras, si se invoca a los dioses de la naturaleza del
Oriente para pedir protección contra las fuerzas de la naturaleza, si los
dioses más exaltados de Grecia son adorados en su supremacía sobre la
naturaleza, o si, finalmente, una filosofía idealista presenta al espíritu del
hombre mismo como el objeto de la adoración. En todas estas formas diferentes,
es y permanece una religión cultivada para el beneficio del hombre, para su
seguridad, su libertad, su exaltación, y en parte también para su triunfo sobre
la muerte. Incluso cuando una religión de este tipo se ha desarrollado hacia el
monoteísmo, el dios al cual adora es invariablemente un dios que existe para
ayudar al hombre, para asegurar el buen orden y la tranquilidad del Estado,
para proveer ayuda y socorro en tiempos de necesidad, o para fortalecer los
impulsos más nobles y superiores del corazón humano en su lucha incesante
contra las influencias degradantes del pecado. La consecuencia de todo esto es
que toda esta religión prospera en tiempos de hambruna y pestilencia, florece
entre los pobres y oprimidos, y se extiende entre los humildes y débiles; pero
se desvanece en los tiempos de prosperidad, no atrae al pudiente, y es
abandonada por los mejor educados. Tan pronto como las clases más civilizadas
disfrutan de tranquilidad y comodidad, y por el progreso de la ciencia se
sienten liberados de la presión del universo, entonces tiran a un lado las
muletas de la religión, y con escarnio hacia todo lo que es sagrado, tropiezan
adelante en sus propias pobres piernas. Este es el fin fatal de la religión
egoísta: se vuelve superflua y desaparece tan pronto como los intereses
egoístas son satisfechos. Este era el curso de la religión en todas las
naciones no cristianas, en los tiempos anteriores; y el mismo fenómeno se
repite en nuestro propio siglo, entre los cristianos nominales de las clases más
altas, más prósperas y más cultas de la sociedad. (N.d.Tr): Kuyper trata aquí
con un segundo malentendido acerca de la religión verdadera: que la religión (o
Dios mismo) exista para satisfacer alguna necesidad del hombre. Este
malentendido es común aun entre cristianos evangélicos. Frente a este
malentendido, Kuyper aclara que no es Dios quien existe para el beneficio del
hombre, sino que es el hombre quien existe para el beneficio de Dios.
"Buscad primeramente el Reino de Dios..." (Mat.6:33) Ahora, la posición
del calvinismo es diametralmente opuesta a todo esto. No negamos que la
religión tenga también su lado humano y subjetivo; no disputamos el hecho de
que la religión es promovida, animada y fortalecida por nuestra disposición de
buscar ayuda en tiempos de necesidad, y buscar ánimo espiritual ante las
pasiones sensuales; pero mantenemos que al ver en estos motivos accidentales la
esencia y el propósito de la religión, se invierte el orden correcto de las
cosas. El calvinista valora todos estos motivos como frutos de la religión, o
como palos que le dan soporte; pero se niega a honrarlos como la razón de su
existencia. Por supuesto, la religión como tal produce también una bendición
para el hombre, pero no existe para el beneficio del hombre. No es Dios quien
existe para el beneficio de Su creación; - la creación existe para el beneficio
de Dios. Pues, como dice la Escritura, Él creó todas las cosas para El mismo.
Por esta razón, Dios grabó incluso una expresión religiosa en lo entero de la
naturaleza inconsciente - en las plantas, los animales, y también en los niños pequeños.
"Toda la tierra está llena de Su gloria." - "Cuan excelso es Tu
nombre, oh Dios, en toda la tierra." - "Los cielos declaran la gloria
de Dios, y el firmamento expone la obra de sus manos." - "De la boca
de los bebés y de los lactantes estableciste la alabanza." - La helada y
el granizo, la nieve y el vapor, el abismo y el huracán - todo alaba a Dios.
Pero igual como toda la creación alcanza su punto culminante en el hombre, así
encuentra también la religión su expresión clara solamente en el hombre que es
creado en la imagen de Dios; y esto no porque el hombre lo busca, sino porque
Dios mismo implantó en la naturaleza del hombre la expresión religiosa
esencial, por medio de la "semilla de la religión" (semen
religionis), como lo define el calvinismo, sembrada en nuestro corazón humano.
Dios mismo hace al hombre religioso por medio del sensus divinitatis, o sea, el
sentido de lo divino, al cual Él hace tocar los acordes en el arpa de su alma.
Un sonido de necesidad interrumpe la armonía pura de esta melodía divina, pero
solamente en consecuencia del pecado. En su forma original, en su condición
natural, la religión es exclusivamente un sentimiento de admiración y adoración
que eleva y une; no un sentimiento de dependencia que agrava y deprime. Como el
himno de los serafines alrededor del trono es un grito ininterrumpido de
"¡Santo, - Santo, - Santo!", así también la religión del hombre en
esta tierra debería consistir en un solo eco de la gloria de Dios, como nuestro
Creador e Inspirador. El punto de partida de cada motivo en la religión es Dios
y no el hombre. El hombre es el instrumento y el medio, solo Dios es el fin, el
punto de partida y el destino, la fuente, de la cual fluyen las aguas, y al
mismo tiempo, el océano al cual regresan finalmente. Ser irreligioso significa
abandonar la meta suprema de nuestra existencia. Por otro lado, no desear
ninguna otra existencia excepto para la gloria de Dios, y ser completamente
absorbido en la gloria del nombre de Dios, este es el núcleo de toda religión
verdadera. "Santificado sea Tu nombre. Venga Tu Reino. Hágase Tu
voluntad" - esta es la triple petición que expresa toda religión
verdadera. Nuestra consigna debe ser: "Busca primero el Reino de
Dios", y después de esto, piensa en tu propia necesidad. Lo primero
es la confesión de la soberanía absoluta del Dios Trino; porque de Él, por Él y
para Él son todas las cosas. Y por tanto, nuestra oración es la expresión
más profunda de toda vida religiosa. Este es el concepto fundamental de la
religión como lo mantiene el calvinismo, y hasta hoy, nadie encontró un
concepto superior. Porque no se puede encontrar ningún concepto superior. La
idea fundamental del calvinismo, al mismo tiempo la idea fundamental de la
Biblia, y del cristianismo mismo, nos lleva en el área de la religión a
realizar el ideal supremo. Ni la filosofía de la religión en nuestro siglo, en
sus recorridos más atrevidos, alcanzó un punto de vista superior ni un concepto
más ideal. ¿Tiene que operar directamente o mediada?
La
segunda pregunta principal en toda religión es si debe ser directa o mediada.
¿Tiene que interponerse una iglesia, un
sacerdote, o como antiguamente un brujo, un administrador de misterios
sagrados, entre Dios y el alma; o debemos desechar todos los lazos
intervinientes para que el enlace de la religión ate el alma directamente a
Dios? - Ahora encontramos que en todas las religiones no cristianas, sin
excepción, se considera necesarios a los intercesores humanos; y en el área del
mismo cristianismo, el intercesor se metió nuevamente en la escena, en la
virgen bendita, en el ejército de ángeles, en los santos y mártires, y en la
jerarquía sacerdotal del clero; y aunque Lutero se levantó contra toda mediación
sacerdotal, la iglesia que lleva su nombre renovó con su título
de"ecclesia docens" el oficio del mediador y administrador de
misterios. En este punto también era Calvino, y él solo, que alcanzó la
realización plena del ideal de la religión pura espiritual. La religión, como
él la comprendió, tiene que realizar "nullis mediis interpositis",
esto es, sin ninguna intercesión de parte de una criatura, la comunión directa
entre Dios y el corazón humano. No por odio contra los sacerdotes como tales,
ni por subestimación de los mártires, ni por subvaloración de los ángeles, sino
únicamente porque Calvino se sintió obligado a reivindicar la esencia de la
religión y la gloria de Dios en esta esencia; y sin retroceder ni vacilar
emprendió la guerra, con una indignación santa, contra todo lo que se
interponía entre el alma y Dios. Por supuesto, él percibió claramente que para
ser apto para la religión verdadera, el hombre caído necesita un mediador; pero
un tal mediador no se puede encontrar en ningún otro hombre. Solo el
hombre-Dios, solo Dios mismo, puede ser un tal mediador. Y esta mediación no
puede ser confirmada por nosotros, sino solamente por parte de Dios, por la
morada de Dios el Espíritu Santo en el corazón de los regenerados. En toda
religión, Dios mismo tiene que ser el poder activo. Él tiene que
hacernos religiosos; Él tiene que darnos la disposición religiosa, sin dejarnos
nada sino el poder de dar forma y expresión al sentimiento religioso profundo
que Él, El mismo, despertó en la profundidad de nuestro corazón. Entonces vemos
el error de aquellos que consideran a Calvino solamente como un Augustinus
redivivus. A pesar de su sublime confesión de la gracia santa de Dios, Agustín siguió siendo el
obispo. Él mantuvo su posición intermedia entre el Dios Trino y el laico. Y
aunque fue prominente entre los hombres más piadosos de su tiempo, tuvo tan
poca comprensión de las verdaderas necesidades de la religión en cuanto a los
laicos, que en su dogmática alaba a la iglesia como la proveedora mística, en
cuyo seno Dios hizo fluir toda la gracia y de cuyo tesoro todos los hombres
debían aceptarla. Entonces, solamente el que superficialmente restringe su
atención a la predestinación, puede confundir el agustinismo con el calvinismo.
La religión para el beneficio del hombre lleva consigo la posición de que un
hombre tiene que actuar como mediador para sus prójimos. La religión para el
beneficio de Dios excluye inexorablemente toda mediación humana. Mientras el
propósito principal de la religión es ayudar al hombre, y mientras se cree que
el hombre merece la gracia por su devoción, es perfectamente natural que un
hombre de piedad inferior debe invocar la mediación de un hombre más santo.
Otro tiene que procurar por él lo que él no puede procurar por sí mismo. El
fruto está colgado en una rama demasiado alta, y entonces, el hombre que
alcanza más alto tiene que cogerlo, y alcanzarlo hacia abajo a su compañero
desamparado. Pero si, al contrario, la religión demanda que cada corazón
humano dé la gloria a Dios, entonces ningún hombre puede aparecer ante Dios en
favor de otro. Entonces cada ser humano tiene que presentarse
personalmente, por sí mismo; y la religión alcanza su meta solamente en el
sacerdocio general de los creyentes. Incluso el bebé recién nacido tiene
que haber recibido la semilla de la religión de Dios mismo; y en el caso que
muere sin ser bautizado, no tiene que ser enviado a un limbus innocentium,
sino, si es elegido, puede
entrar igual como los de vida más larga en la comunión personal con Dios, por
toda la eternidad.
La importancia de este segundo punto, en el
asunto de la religión, que culmina en la confesión de la elección personal, es
incalculable. Por el otro lado, toda religión tiene que tener la meta de hacer
libre al hombre, para que exprese de una manera clara esta impresión religiosa
general que Dios mismo marcó en la naturaleza inconsciente. Por el otro lado,
toda institución de un sacerdote o encantador que se interpone en el área de la
religión, ata al espíritu humano con una cadena que le aprieta más fuerte, a
medida que la piedad incrementa su fervor. En la iglesia de Roma, aun en el día
presente, los buenos católicos son bien encerrados en las cadenas del clero.
Solo aquel católico cuya piedad ha disminuida, puede asegurarse una libertad
parcial al aflojar el lazo que le conecta con su iglesia. En las iglesias
luteranas, las cadenas clericales son menos ajustadas, pero lejos de estar
sueltas. Y solamente en las iglesias que asumen una posición calvinista,
encontramos esta independencia espiritual que capacita al creyente a oponerse,
si es necesario para la gloria de Dios, incluso al oficial más poderoso de su
iglesia. Solo el que está parado personalmente ante Dios por su propia
cuenta, y disfruta de una comunión ininterrumpida con Dios, puede propiamente
desplegar las alas gloriosas de la libertad.
Y
tanto en Holanda como en Francia, en Inglaterra como en América, el resultado
histórico nos da la evidencia innegable de que el despotismo no encontró ningún
antagonista más invencible, y la libertad de las conciencias ningún campeón más
bravo y resuelto, que el calvinista. En el último análisis, la causa de este
fenómeno está en que toda interposición clerical invariablemente hizo de la
religión algo externo, y la ahogó bajo formas sacerdotales. Solo cuando
desaparece toda intervención sacerdotal, donde la elección soberana de Dios
desde toda la eternidad ata el alma directamente a Dios mismo, y donde el rayo
de la luz divina entra directamente en la profundidad de nuestro corazón - solamente
allí alcanza la religión, en su sentido más absoluto, su realización ideal.
¿Puede
quedarse parcial en su operación, o tiene que abarcar lo entero de nuestra
existencia personal?
Esto
me lleva naturalmente a la tercera pregunta religiosa: ¿Es la religión
parcial, o se sujeta todo y abarca todo, es universal en el sentido estricto de
la palabra?
Ahora,
si la meta de la religión se encuentra en el hombre mismo y si su realización
depende de mediadores clericales, entonces la religión puede ser solamente
parcial. En este caso, sigue lógicamente que todo hombre limita su religión a
aquellas ocurrencias de su vida que despiertan sus necesidades religiosas, y a
aquellos casos donde encuentra la intervención humana a su disposición. El
carácter parcial de esta clase de religión se demuestra en tres aspectos: en el
órgano religioso por el cual, en la esfera en la cual, y en el grupo de
personas entre las cuales, la religión tiene que prosperar y florecer. La
controversia reciente provee una ilustración pertinente de la primera
limitación. Los hombres sabios de nuestra generación mantienen que la religión
tiene que retirarse del recinto del intelecto humano. Tiene que expresarse o
por medio de sentimiento místicos, o por medio de la voluntad práctica. Se
exaltan las inclinaciones místicas y éticas con entusiasmo, en la esfera de la
religión; pero en esta misma esfera, al intelecto hay que ponerle una mordaza
porque supuestamente lleva a alucinaciones metafísicas. La metafísica y la
dogmática son más y más tabú, y el agnosticismo es aclamado como la solución
del gran enigma. Sobre los ríos del sentimiento y de la emoción, la navegación
es libre, y la actividad ética se considera el único criterio para probar la
religiosidad de alguien, pero la metafísica se evade como un pantano. Todo lo
que se anuncia como un dogma axiomático, es rechazado como contrabando
religioso. Y aunque el mismo Cristo al cual estos eruditos honran como un genio
religioso nos enseñó enfáticamente: "Amarás a Dios, no solamente con todo tu
corazón y con todas tus fuerzas, sino también con toda tu mente", sin
embargo ellos, al contrario, se lanzan a despedir nuestra mente, nuestro
intelecto, como inapropiado para ser usado en esta esfera sagrada, y como si no
cumpliese los requisitos para ser un órgano religioso. Entonces, (según ellos)
el órgano religioso no se encuentra en nuestro ser entero, sino solamente en
una parte, restringido a nuestros sentimientos y nuestra voluntad. En
consecuencia, también la esfera de la vida religiosa adquiere este mismo
carácter parcial. La religión se excluye de las ciencias, y su autoridad se
excluye de la vida pública; desde ahora, la cámara secreta, la célula de
oración, y la intimidad del corazón debe ser su morada exclusiva. Por medio de
su "Du sollst" ("Tú debes"), Kant limitó la esfera de la
religión a la vida ética. Los místicos de nuestros tiempos restringen la
religión a los sentimientos. Y el resultado es que, de muchas diferentes
maneras, la religión que una vez era la fuerza central de la vida humana, está
ahora marginada de ella; y lejos de la bulla del mundo, tiene que esconderse en
un retiro distante y casi privado.
Esto nos lleva naturalmente a la tercera característica de este punto de
vista parcial de la religión: la religión como algo que no pertenece a
todos, sino solamente al grupo de gente piadosa entre nuestra generación.
Así
la limitación del órgano de la religión trae la limitación de su esfera, y la
limitación de su esfera trae en consecuencia la limitación de su grupo o
círculo entre los hombres. Igual como se cree que las artes tienen un órgano
propio, una esfera propia, y por tanto también su propio círculo de devotos,
así también, de acuerdo con este punto de vista, tiene que ser también con la
religión. Así sucede que la gran mayoría de las personas son casi desposeídas
de sentimientos místicos y de una fuerza enérgica de la voluntad. Por eso no
tienen la percepción de la chispa del misticismo, o no son capaces de actos
realmente piadosos. Pero hay también aquellos cuya vida interior rebosa con un
sentido de lo infinito, o que están llenos de energía santa, y entre ellos
florece la religión en su poder imaginativo y en su capacidad de realizar
cosas. Desde un punto de vista muy diferente, Roma llegó gradualmente a
favorecer el mismo punto de vista parcial. Roma conoció la religión solamente
en la forma como existía en su propia iglesia, y consideró que la influencia de
la religión tenía que restringirse a aquella porción de la vida que fue
consagrada a la iglesia. Reconozco plenamente que la iglesia romana intentó
atraer toda la vida humana, hasta donde fuera posible, a esta esfera sagrada;
pero todo lo que estaba afuera de esta esfera, todo lo que no fue tocado por el
bautismo ni asperjado con su agua bendita, no tenía ninguna eficacia religiosa.
Y como Roma trazó una línea entre el lado consagrado y el lado profano de la
vida, también dividió su propio recinto sagrado según diferentes grados de
intensidad religiosa - el clero y el monasterio constituyeron el lugar
santísimo, los laicos piadosos formaron el lugar santo, y el atrio lo dejaron a
aquellos que, aunque bautizados, seguían prefiriendo los placeres del mundo a
la devoción eclesial. Este sistema de limitación y división terminó con poner
nueve décimos de la vida práctica afuera de toda religión. Así la religión se
hizo parcial, se trasladó de los días ordinarios a los días festivos, de los
días de prosperidad a los días de peligro y enfermedad, y de la plenitud de la
vida al tiempo cercano a la muerte.
Un
sistema dualista que se expresa más enfáticamente en la práctica del carnaval,
dando a la religión un dominio pleno sobre el alma durante las semanas de la
cuaresma, pero dejando a la carne una oportunidad para que antes de descender a
este valle de tristeza, vacíe completamente la copa del placer, para no decir
del gozo y de la locura. A todo este punto de vista le contradice
completamente el calvinismo, que reivindica el carácter universal de la
religión, y su aplicación completa universal. Si todo lo que es, existe
por Dios y para Dios, entonces sigue que la creación entera tiene que dar la
gloria a Dios. El sol, la luna, y las estrellas en el firmamento, las aves del
cielo, la naturaleza entera alrededor de nosotros, pero sobre todo el hombre
mismo, que como un sacerdote tiene que concentrar hacia Dios la creación
entera, y toda la vida que se mueve en ella. Y aunque el pecado ha opacado
una gran parte de la creación en cuanto a la gloria de Dios: la demanda - el
ideal - permanece inalterable, que toda la creación tiene que ser sumergida en
el río de la religión, y terminar como un sacrificio religioso sobre el altar
del Todopoderoso. Por tanto, una
religión limitada al sentimiento o a la voluntad, es impensable para el
calvinista.
La
unción sagrada del sacerdote de la creación tiene que alcanzar su barba, y
hasta el borde de sus vestiduras. Su entero ser, con todas sus capacidades y
poderes, tiene que ser invadido por el sentido de lo divino, ¿y cómo entonces
podría excluir su consciencia racional - el logos que está en él -, la luz del
pensamiento que viene de Dios mismo para iluminarlo?
Poseer a Dios para el mundo subterráneo de sus
emociones, y en los actos exteriores de su voluntad, pero no en su ser
interior, en el mismo centro de su conciencia, y en su pensamiento; tener
puntos de partida establecidos para el estudio de la naturaleza y fortalezas
axiomáticas para la vida práctica, pero no tener ningún soporte fijo en sus
pensamientos acerca del Creador mismo - todo esto sería, para el calvinista,
la misma negación del Logos Eterno. La misma universalidad la ha reclamado
el calvinista para la esfera de la religión y su círculo de influencia entre
los hombres. Todo lo creado fue provisto por Dios, en el momento de su
creación, con una ley inalterable de existencia. Y puesto que Dios ordenó
plenamente estas leyes y ordenanzas para el todo de la vida, por tanto, el calvinista demanda que el todo de la
vida sea consagrado a Su servicio, en obediencia estricta. El
calvinista aborrece, por tanto, una religión restringida a la cámara, la celda,
o la iglesia. Con el salmista, invoca a cielos y tierra, invoca a todos
los pueblos y todas las naciones, a dar la gloria a Dios. Dios está presente en
él todo de la vida, con la influencia de Su poder omnipresente y todopoderoso,
y no se puede imaginar ninguna esfera de la vida humana donde la religión no
demande que Dios sea alabado, que las ordenanzas de Dios sean observadas, y que
toda labora (trabajo) sea penetrada con su ora (oración) ferviente e incesante.
Dondequiera que el hombre esté, cualquier cosa que haga, en la agricultura, en
el comercio, y en la industria, o en la mente, en el mundo de las artes, en la
ciencia, en cualquier cosa que sea - el hombre está constantemente parado ante
el rostro de Dios, es empleado en el servicio de su Dios, tiene que obedecer
estrictamente a su Dios, y sobre todo, tiene que apuntar hacia la gloria de
Dios. En consecuencia, es imposible para
un calvinista restringir la religión a un solo grupo, o a ciertos círculos
entre los hombres. La religión concierne lo entero de nuestra raza humana.
Esta raza es el producto de la creación de Dios. Es Su obra maravillosa, Su
posesión absoluta. Por tanto, la
humanidad entera tiene que ser impregnada con el temor a Dios, los
viejos como los jóvenes, los inferiores como los superiores - no solo aquellos
que fueron iniciados en Sus misterios, sino también aquellos que están todavía
lejos. Es que Dios no solamente creó a todos los hombres, El no solo es todo
para todos, sino también Su gracia se extiende, no solo como una gracia
especial a los elegidos, sino también como una gracia común (gratia
communis) a toda la humanidad. Por cierto, hay una concentración de luz y vida
religiosa en la iglesia, pero entonces, en las paredes de esta iglesia hay
grandes ventanas abiertas, y por estas ventanas tiene que iluminar la luz del
Eterno sobre el mundo entero. Aquí hay una ciudad edificada sobre un monte,
la cual puede ver todo hombre desde lejos. Aquí hay una sal sagrada que penetra
en cada dirección y previene toda corrupción. Y aun el que todavía no
percibe la luz superior, o quizás cierra sus ojos ante ella, sin embargo queda
advertido que con el mismo énfasis, y en todas las cosas, dé la gloria al
nombre del Señor. Toda religión parcial clava las cuñas del dualismo en la
vida, pero el verdadero calvinista nunca abandona el estándar del monismo
religioso. Un solo llamado supremo tiene que imprimir el sello de unidad sobre
el todo de la vida humana, porque un solo Dios lo sostiene y preserva, como Él
lo creó todo. ¿Puede tener un carácter normal, o tiene que revelar un carácter
anormal, o sea, soteriológico? Esto nos lleva directamente a nuestra cuarta
pregunta principal: ¿Debe la religión ser normal o anormal, o sea
soteriológica? - La distinción que tengo en mente aquí tiene que ver con la
pregunta si en los asuntos de la religión, debemos contar con que la condición
presente del hombre es normal, o con que el hombre cayó en pecado y por tanto
se volvió anormal. En el último caso, la religión tiene que adquirir
necesariamente un carácter soteriológico. La idea que prevalece en el presente
favorece el punto de vista de que la religión tiene que empezar con el hombre
como normal. Por supuesto, no como si nuestra raza entera ya estuviera conforme
a la norma religiosa más elevada. Nadie afirma esto. Todos saben que sería
absurdo hacer una tal afirmación. De hecho, nos encontramos con mucha
irreligiosidad, y el desarrollo religioso imperfecto sigue siendo la regla.
Pero exactamente en este progreso lento y gradual de las formas inferiores
hacia los ideales superiores, este punto de vista "normal" de la
religión dice que allí encontró la confirmación para la clase de desarrollo que
postula. Según este punto de vista, los primeros rasgos de religión se encuentran
en los animales. Se encuentran, según ellos, en el perro que adora a su amo; y
puesto que el homo sapiens supuestamente se desarrolló del chimpancé, entonces
la religión se manifiesta solamente en un nivel superior. Desde aquel tiempo,
la religión pasó por todas las notas de la escala musical. En el presente, su
desarrollo consiste en soltarse de los lazos de la iglesia y del dogma, para
pasar a lo que se considera el siguiente nivel, la noción inconsciente del
infinito desconocido. Ahora, a toda esta teoría se opone esta otra teoría,
completamente diferente, que aunque afirma la pre-formación de tantos elementos
humanos en el animal, o (si Uds. me permiten expresarlo así) que los animales
fueron creados en la imagen del hombre, igual como el hombre fue creado en la
imagen de Dios, - sin embargo mantiene que el primer hombre fue creado en
relaciones perfectas con Dios, o sea, impregnado por una religión pura y
genuina; y en consecuencia explica las muchas formas de religión inferiores,
imperfectas y absurdas del paganismo, no como un resultado de su creación, sino
como el efecto de la caída. Estas formas inferiores e imperfectas de la
religión no deben entenderse como un proceso que lleva de lo inferior a lo
superior, sino como una degeneración lamentable - una degeneración que por su
naturaleza permite la restauración de la religión verdadera únicamente por la
vía soteriológica. En la decisión entre estas dos teorías, el calvinismo no
conoce dudas. El calvinista, con esta pregunta ante el rostro de Dios, fue tan
impresionado por la santidad de Dios que la conciencia de su pecado
inmediatamente laceró su alma, y la naturaleza terrible del pecado presionó
sobre su corazón como un peso intolerable. Todo intento de explicar el
pecado como una etapa incompleta en el camino hacia la perfección, solo suscitó
su ira, como un insulto a la majestad de Dios. El confesó desde el principio la
misma verdad como la que demostró Buckle empíricamente en su "Historia de
la Civilización en Inglaterra": que las formas en las cuales aparece el
pecado, pueden mostrarnos un refinamiento gradual; pero que la condición
moral del corazón humano como tal, permaneció la misma por todos los siglos.
Al de profundis con el cual hace treinta siglos el alma de David clamó a Dios,
el alma atormentada de cada hijo de Dios en el siglo XVI siguió respondiendo
con igual poder. El concepto de la corrupción por el pecado, como la fuente
de toda miseria humana, nunca era más profundo que en el entorno de Calvino.
Aun en las aseveraciones que hace el calvinista, de acuerdo con las Sagradas
Escrituras, en cuanto al infierno y la condenación, no hay ninguna tosquedad,
ninguna rudeza, solamente aquella claridad que es el resultado de la extrema
seriedad de la vida, y de la valentía de una convicción muy arraigada de la
santidad del Altísimo. ¿No habló El, de cuyos labios fluyeron las palabras más
tiernas y más atrayentes - no habló El mismo también muy decididamente y
repetidamente de una "oscuridad exterior", de un "fuego que no
se apaga", y de un "gusano que nunca muere"? Y en esto también,
Calvino tenía razón, porque el rehusar de admitir estas palabras es solo una
falta de consistencia. Esto demostraría una falta de sinceridad en nuestra
confesión de la santidad de Dios, y del poder destructivo del pecado. Y al
contrario, en esta experiencia espiritual del pecado, en esta consideración
empírica de la miseria de la vida, en esta impresión sublime de la santidad de
Dios, y en esta terquedad de sus convicciones, que lo llevó a seguir sus
conclusiones hasta el fin amargo, el calvinista encontró las raíces de la
necesidad, primeramente, de la regeneración, para una existencia real; y
segundo, la necesidad de la revelación, para una conciencia limpia. Ahora, mi
tema no me lleva a hablar en detalle sobre la regeneración, este acto inmediato
por el cual Dios endereza nuevamente la rueda torcida de la vida. Pero es
necesario decir algunas palabras sobre la revelación, y la autoridad de las
Sagradas Escrituras. De manera muy inapropiada, Schweizer y otros representaron
a las Escrituras solo como el principio formal de la confesión reformada. El
concepto del calvinismo genuino es mucho más profundo. Lo que Calvino quiso
decir es expresado en lo que él llamó la necessitas S. Scripturae, la necesidad
de la revelación escritural. Esta necessitas S.S. era para Calvino la expresión
inevitable para la autoridad de las Sagradas Escrituras que domina sobre todo;
y aun ahora es este mismo dogma que nos hace entender por qué el calvinista de
hoy en día considera que el análisis crítico y la aplicación del disolvente
crítico a las Escrituras iguala a abandonar el mismo cristianismo.
En
el paraíso, antes de la caída, no había Biblia, y no habrá Biblia en el paraíso
futuro de la gloria. Cuando la luz transparente, atizada por la naturaleza, se
dirige a nosotros directamente, y la palabra interior de Dios suena en nuestro
corazón en su claridad original, y todas las palabras humanas son sinceras, y
la función de nuestro oído interior es perfecta, ¿para qué necesitaríamos una
Biblia? ¿Qué madre se pierde a sí misma en un tratado sobre "el amor de
nuestros hijos", en el mismo momento que sus propios hijitos amados están
jugando sobre sus rodillas, y Dios le permite beber en su amor con sorbos
llenos? - Pero en nuestra condición presente, esta comunión inmediata con Dios
por medio de la naturaleza, y por nuestro propio corazón, es perdida. El pecado
trajo una separación, y la oposición que se manifiesta hoy en día contra la
autoridad de las Sagradas Escrituras se basa en nada más que la suposición
falsa de que nuestra condición sigue siendo normal, y por tanto nuestra
religión no necesita ser soteriológica. En este caso, por supuesto, la Biblia
no sería deseada; se convertiría en un obstáculo y molestaría nuestros
sentimientos, porque sería un libro interpuesto entre Dios y nuestro corazón.
La comunicación oral excluye la escritura. Cuando el sol ilumina tu casa,
entonces apagas la luz eléctrica; pero cuando el sol desaparece debajo del
horizonte, entonces sientes la necessitas luminis artificiosi, o sea, la
necesidad de luz artificial, y en cada morada se enciende la luz artificial.
Este es el mismo caso en los asuntos de la religión. Cuando no hay neblinas que
esconden la majestad de la luz divina ante nuestros ojo, ¿qué necesidad tenemos
de una lámpara para nuestros pies, una luz para nuestro camino? Pero cuando la
historia, la experiencia y la conciencia, todas están de acuerdo en que la luz
pura y plena del cielo desapareció, y que estamos caminando a tientas en la
oscuridad, entonces, una luz diferente, o artificial, tiene que ser encendida
para nosotros; y esta luz encendió Dios para nosotros en Su Santa Palabra, Para
el calvinista, por tanto, la necesidad de las Sagradas Escrituras no radica en
un raciocinio, sino en el testimonio inmediato del Espíritu Santo, el
testimonium Spiritus Sancti. Nuestra teoría de la inspiración es el producto de
una deducción histórica, y así lo es cada declaración canónica de las
Escrituras. Pero el poder magnético con el cual las Escrituras influencian el
alma y la atraen, como el imán atrae el acero, este poder no es derivado, sino
inmediato. Todo esto sucede de una manera que no es mágica, ni mística, sino
clara y fácil de entender. Dios nos regenera - esto es, El atiza nuevamente
en nuestro corazón la lámpara que el pecado apagó. La consecuencia necesaria de esta regeneración es un conflicto
irreconciliable entre el mundo interior de nuestro corazón y el mundo de
afuera, y este conflicto se intensifica tanto más, cuanto más el principio
regenerativo penetra nuestra conciencia. Ahora, en la Biblia, Dios
revela al regenerado un mundo de ideas, un mundo de energías, un mundo de vida
plena y hermosa, que está en oposición directa contra su mundo ordinario, pero
que concuerda de manera maravillosa con la nueva vida que surgió en su corazón.
Entonces el regenerado empieza a darse cuenta de la identidad de lo que surgió
en la profundidad de su propia alma, con lo que le es revelado en las
Escrituras. Así se entera tanto de la insipidez del mundo que lo rodea, como de
la realidad divina del mundo de las Escrituras; y tan pronto como esto se
vuelve en certeza para él, entonces recibe personalmente el testimonio del
Espíritu Santo. Todo lo que está dentro de él tenía sed del Padre de todas las
luces y espíritus. Afuera de las Escrituras, solamente encontró sombras
imprecisas. Pero ahora que miró hacia arriba, por el prisma de las
Escrituras, redescubre a su Padre y su Dios. Por eso no impone trabas a la
ciencia. Si alguien quiere criticar, que critique. Esta crítica incluso
promete profundizar nuestra comprensión de la estructura del edificio
escritural. Solamente que ningún calvinista jamás permitirá que el crítico
arrebate de su mano, ni por un momento, el mismo prisma que divide el rayo de luz divina en sus brillantes
matices y colores. Ningún llamado a la gracia recibida interiormente,
ninguna señal hacia el fruto del Espíritu Santo, le hará renunciar a la
necessitas que está incluida en el punto de vista soteriológico de la religión
para los pecadores. Como entidades compartimos nuestra vida con las plantas y
los animales. La vida inconsciente la compartimos con los niños pequeños, y con
el hombre que duerme, e incluso con el hombre que perdió su razón. Lo que nos
distingue, como seres superiores, y como hombres bien despiertos, es nuestra
conciencia plena de nosotros mismos. Por tanto, si la religión como la función
vital suprema debe operar aun en esta esfera suprema de la conciencia, entonces
la religión soteriológica demanda, después de la necesidad de la regeneración
interior, también la necesidad de una luz asistente, de una revelación que se
enciende en nuestras tinieblas. Y esta luz asistente que viene de Dios mismo,
pero nos fue entregada por medio de hombres, brilla sobre nosotros en Su Santa
Palabra. Al resumir los resultados de nuestras investigaciones hasta aquí,
puedo expresar mis conclusiones como sigue: En cada uno de los cuatro grandes
problemas de la religión, el calvinismo expresó su convicción en un dogma
apropiado, y cada vez hizo aquella elección que aun hoy, después de tres
siglos, satisface los deseos más ideales, y abre el camino para un desarrollo
aún más rico. Primero, considera la religión no en un sentido utilitarista,
como si fuera para el beneficio del hombre, sino para Dios, y solo para Dios.
Este es su dogma de la soberanía de Dios. Segundo, en la religión no debe haber
ninguna mediación de ninguna criatura entre Dios y el alma, - la religión
entera es la obra inmediata de Dios mismo, en el corazón interior. Esta es la doctrina
de la elección. Tercero, la religión no es parcial sino universal - este es el
dogma de la gracia común o universal. Y finalmente, en nuestra condición
pecaminosa, la religión no puede ser normal, sino tiene que ser soteriológica,
- esta es su posición en el dogma doble de la necesidad de la regeneración, y
de la necesidad de las Sagradas Escrituras.
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