} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: "Conferencias sobre el calvinismo" por Abraham Kuyper (8)

viernes, 26 de abril de 2024

"Conferencias sobre el calvinismo" por Abraham Kuyper (8)

 

 

Segunda exposición: El calvinismo y la religión

 

 La conclusión a la cual llegamos en mi exposición anterior era primero, que, hablando científicamente, el calvinismo significa el desarrollo completado del protestantismo, resultando en una etapa superior del desarrollo humano. Además, que la cosmovisión del modernismo, con su punto de partida en la Revolución Francesa, no puede reclamar ningún privilegio más elevado que el de presentar una imitación ateísta del ideal brillante que proclama el calvinismo, y que por tanto no califica para el honor de guiarnos más adelante. Y finalmente, que cualquiera que rechaza el ateísmo como pensamiento fundamental, se ve obligado a regresar al calvinismo; no para restaurar su forma antigua y gastada, sino para agarrar una vez más los principios calvinistas para incorporarlos en una forma tal que, según las necesidades de nuestro propio siglo, pueda restaurar la unidad necesaria del pensamiento protestante y la energía faltante de la vida práctica protestante. En mi exposición presente, por tanto, al tratar de calvinismo y religión, ante todo trataré de ilustrar la posición dominante que el calvinismo ocupa en el área central de nuestra adoración del Altísimo. Nadie negará que en el ámbito religioso, el calvinismo sí ocupó desde el principio una posición especial e impresionante. Como por un solo golpe mágico, creó su propia confesión, su propia teología, su propia organización eclesiástica, su propia disciplina eclesiástica, su propio culto, y su propia práctica moral. Y la investigación histórica comprueba que todas estas nuevas formas calvinistas para nuestra vida religiosa eran el producto lógico de su propia idea fundamental, y la incorporación del mismo principio. Midan la energía del calvinismo, comparándola con la incapacidad completa que el modernismo exhibió en la misma área, por la esterilidad absoluta de sus esfuerzos. Desde que entró en su período "místico", también el modernismo reconoció la necesidad de dibujar una nueva forma para la vida religiosa de nuestro tiempo. Apenas un siglo después del brillo del racionalismo, ahora que el materialismo anuncia su retiro en las filas de la ciencia, una clase de piedad hueca ejerce nuevamente sus encantos seductores, y cada día se vuelve más de moda bañarse un poco en el río del misticismo. Con un deleite casi sensual, este misticismo moderno traga su bebida intoxicante de la copa de algún infinito intangible. Incluso se ha propuesto que encima de las ruinas del edificio puritano, se inaugure una nueva religión con un nuevo ritual, como una evolución superior de la vida religiosa. Por más de un cuarto de siglo ya se nos promete la dedicación y apertura solemne de este nuevo santuario. Pero todo llevó a nada. No se produjo ningún efecto tangible. Ningún principio formativo surgió del embrollo de sus hipótesis. Ni siquiera el comienzo de un movimiento asociativo se puede percibir. Ahora, en contraposición a esto, miren el espíritu gigante de los religiosos del siglo XVI, que con un solo golpe maestro colocó ante la mirada asombrada de todo el mundo un edificio religioso entero, construido en el mejor estilo escritural. Tan rápidamente fue el edifico entero completado, que la mayoría de los espectadores se olvidaron de prestar atención a la estructura maravillosa de sus fundamentos. En todo lo que el pensamiento religioso moderno, no creó, sino amontonó como un principiante sin éxito - ni una nación, ni una familia, apenas un alma solitaria encontró (usando las palabras de Agustín) el descanso para su "corazón quebrantado"; mientras el reformador de Ginebra, por su energía espiritual poderosa, proveyó dirección para cinco naciones de una vez, no solo entonces, sino también después de tres siglos, la elevación del corazón al Padre de los Espíritus, y santa paz, para siempre. Esto nos lleva naturalmente a la pregunta: ¿Cuál fue el secreto de esta energía maravillosa? Permítanme presentar la respuesta a esta pregunta, primero en religión como tal, después en religión como se manifiesta en la vida de la iglesia, y finalmente en el fruto de la religión para la vida práctica. Primero, entonces, tenemos que considerar la religión como tal. Aquí surgen cuatro preguntas fundamentales, dependientes entre sí:

 1. ¿Existe la religión para el beneficio de Dios, o del hombre?

 2. ¿Tiene que operar directamente o mediada?

3. ¿Puede quedarse parcial en su operación, o tiene que abarcar lo entero de nuestra existencia personal?

 4. ¿Puede tener un carácter normal, o tiene que revelar un carácter anormal, o sea, soteriológico?

A estas cuatro preguntas, el calvinismo responde:

1. La religión del hombre no debe ser egoísta, ni para el hombre, sino ideal, para el beneficio de Dios.

 2. No debe operar de manera mediada, por una interposición humana, sino directamente del corazón.

 3. No debe quedarse parcial, como algo que transcurre al margen de la vida, sino tiene que tomar posesión de nuestra existencia entera.

Y 4. su carácter tiene que ser soteriológico, o sea, no debe proceder de nuestra naturaleza caída, sino del nuevo hombre, que fue restaurado por el nuevo nacimiento a su estándar original.

Permítanme, entonces, elucidar sucesivamente cada uno de estos cuatro puntos.

¿Existe la religión para el beneficio de Dios, o del hombre?

 La filosofía religiosa moderna atribuye el origen de la religión a una potencia desde la cual no pudo originarse, sino que actuó meramente como su soporte y preservador. Esta filosofía confundió el palo muerto que apoya al vástago vivo, con el mismo vástago. Con razón se llama la atención al contraste entre el hombre y el poder abrumador del universo que lo rodea; y ahora se introduce la religión como una energía mística que intenta fortalecerlo contra el poder inmenso del universo que le inspira un temor mortal. Consciente del dominio que ejerce su alma invisible sobre su cuerpo visible, el filósofo moderno concluye que también la naturaleza tiene que ser movida por el impulso de algún poder espiritual escondido. Entonces, de manera animista, él explica primeramente el movimiento de la naturaleza como el resultado de un ejército de espíritus que la habita, e intenta atraparlos, conjurarlos, y doblarlos para su ventaja. Después, levantándose de esta idea atomista a un concepto más inclusivo, empieza a creer en la existencia de dioses personales, y espera de estos seres divinos que están por encima de la naturaleza, una asistencia efectiva contra el poder enemigo de la naturaleza. Y finalmente, al captar el contraste entre lo espiritual y lo material, rinde homenaje al Espíritu Supremo que está por encima de todo lo visible; hasta que al final, al abandonar su fe en un tal espíritu extramundano como un ser personal, se postra ante  algún ideal impersonal, del cual él mismo desea ser la devota encarnación, adorándose a sí mismo. (Nota Traductor: Examine bien las ideas sobre el desarrollo de la religión que se expresan en el párrafo anterior. Note que esta no es la convicción de Kuyper; él relata más bien el concepto que tiene la filosofía religiosa moderna. La idea de que la religión se desarrolló desde el animismo, pasando por el politeísmo hasta llegar al monoteísmo, es un concepto evolucionista acerca de la religión. Además, es un concepto humanista, porque asume que fue el hombre quien creó la religión, y no Dios. Este concepto es actualmente muy difundido entre los antropólogos y algunos historiadores. Sin embargo, no hay evidencia histórica para comprobarlo. Al contrario, el relato Bíblico (y como vimos en la Sección II, también el desarrollo histórico de la religión babilónica) demuestra que al inicio era el monoteísmo, que después degradó al politeísmo y finalmente al animismo y espiritismo. Don Richardson, en "Eternity In Their Hearts" ("Eternidad en sus corazones"), relata numerosos ejemplos de "tribus primitivas", que en sus leyendas trazan su origen desde un único Dios Creador, pero que también saben que en algún momento de su historia se alejaron de su Creador (a veces con sorprendentes paralelas al Génesis). Todo esto no debe sorprendernos, cuando nos recordamos que los primeros 11 capítulos de Génesis son la herencia histórica común de toda la humanidad. Pero cualesquiera sean las diferentes etapas en el progreso de esta religión egoísta, nunca supera su carácter subjetivo; siempre permanece una religión para el beneficio del hombre. Los hombres son religiosos para conjurar a los espíritus que se mueven detrás del velo de la naturaleza, para liberarse de la vara opresiva del cosmos. No importa si el sacerdote lamaísta encierra los espíritus malos en sus jarras, si se invoca a los dioses de la naturaleza del Oriente para pedir protección contra las fuerzas de la naturaleza, si los dioses más exaltados de Grecia son adorados en su supremacía sobre la naturaleza, o si, finalmente, una filosofía idealista presenta al espíritu del hombre mismo como el objeto de la adoración. En todas estas formas diferentes, es y permanece una religión cultivada para el beneficio del hombre, para su seguridad, su libertad, su exaltación, y en parte también para su triunfo sobre la muerte. Incluso cuando una religión de este tipo se ha desarrollado hacia el monoteísmo, el dios al cual adora es invariablemente un dios que existe para ayudar al hombre, para asegurar el buen orden y la tranquilidad del Estado, para proveer ayuda y socorro en tiempos de necesidad, o para fortalecer los impulsos más nobles y superiores del corazón humano en su lucha incesante contra las influencias degradantes del pecado. La consecuencia de todo esto es que toda esta religión prospera en tiempos de hambruna y pestilencia, florece entre los pobres y oprimidos, y se extiende entre los humildes y débiles; pero se desvanece en los tiempos de prosperidad, no atrae al pudiente, y es abandonada por los mejor educados. Tan pronto como las clases más civilizadas disfrutan de tranquilidad y comodidad, y por el progreso de la ciencia se sienten liberados de la presión del universo, entonces tiran a un lado las muletas de la religión, y con escarnio hacia todo lo que es sagrado, tropiezan adelante en sus propias pobres piernas. Este es el fin fatal de la religión egoísta: se vuelve superflua y desaparece tan pronto como los intereses egoístas son satisfechos. Este era el curso de la religión en todas las naciones no cristianas, en los tiempos anteriores; y el mismo fenómeno se repite en nuestro propio siglo, entre los cristianos nominales de las clases más altas, más prósperas y más cultas de la sociedad. (N.d.Tr): Kuyper trata aquí con un segundo malentendido acerca de la religión verdadera: que la religión (o Dios mismo) exista para satisfacer alguna necesidad del hombre. Este malentendido es común aun entre cristianos evangélicos. Frente a este malentendido, Kuyper aclara que no es Dios quien existe para el beneficio del hombre, sino que es el hombre quien existe para el beneficio de Dios. "Buscad primeramente el Reino de Dios..." (Mat.6:33) Ahora, la posición del calvinismo es diametralmente opuesta a todo esto. No negamos que la religión tenga también su lado humano y subjetivo; no disputamos el hecho de que la religión es promovida, animada y fortalecida por nuestra disposición de buscar ayuda en tiempos de necesidad, y buscar ánimo espiritual ante las pasiones sensuales; pero mantenemos que al ver en estos motivos accidentales la esencia y el propósito de la religión, se invierte el orden correcto de las cosas. El calvinista valora todos estos motivos como frutos de la religión, o como palos que le dan soporte; pero se niega a honrarlos como la razón de su existencia. Por supuesto, la religión como tal produce también una bendición para el hombre, pero no existe para el beneficio del hombre. No es Dios quien existe para el beneficio de Su creación; - la creación existe para el beneficio de Dios. Pues, como dice la Escritura, Él creó todas las cosas para El mismo. Por esta razón, Dios grabó incluso una expresión religiosa en lo entero de la naturaleza inconsciente - en las plantas, los  animales, y también en los niños pequeños. "Toda la tierra está llena de Su gloria." - "Cuan excelso es Tu nombre, oh Dios, en toda la tierra." - "Los cielos declaran la gloria de Dios, y el firmamento expone la obra de sus manos." - "De la boca de los bebés y de los lactantes estableciste la alabanza." - La helada y el granizo, la nieve y el vapor, el abismo y el huracán - todo alaba a Dios. Pero igual como toda la creación alcanza su punto culminante en el hombre, así encuentra también la religión su expresión clara solamente en el hombre que es creado en la imagen de Dios; y esto no porque el hombre lo busca, sino porque Dios mismo implantó en la naturaleza del hombre la expresión religiosa esencial, por medio de la "semilla de la religión" (semen religionis), como lo define el calvinismo, sembrada en nuestro corazón humano. Dios mismo hace al hombre religioso por medio del sensus divinitatis, o sea, el sentido de lo divino, al cual Él hace tocar los acordes en el arpa de su alma. Un sonido de necesidad interrumpe la armonía pura de esta melodía divina, pero solamente en consecuencia del pecado. En su forma original, en su condición natural, la religión es exclusivamente un sentimiento de admiración y adoración que eleva y une; no un sentimiento de dependencia que agrava y deprime. Como el himno de los serafines alrededor del trono es un grito ininterrumpido de "¡Santo, - Santo, - Santo!", así también la religión del hombre en esta tierra debería consistir en un solo eco de la gloria de Dios, como nuestro Creador e Inspirador. El punto de partida de cada motivo en la religión es Dios y no el hombre. El hombre es el instrumento y el medio, solo Dios es el fin, el punto de partida y el destino, la fuente, de la cual fluyen las aguas, y al mismo tiempo, el océano al cual regresan finalmente. Ser irreligioso significa abandonar la meta suprema de nuestra existencia. Por otro lado, no desear ninguna otra existencia excepto para la gloria de Dios, y ser completamente absorbido en la gloria del nombre de Dios, este es el núcleo de toda religión verdadera. "Santificado sea Tu nombre. Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad" - esta es la triple petición que expresa toda religión verdadera. Nuestra consigna debe ser: "Busca primero el Reino de Dios", y después de esto, piensa en tu propia necesidad. Lo primero es la confesión de la soberanía absoluta del Dios Trino; porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. Y por tanto, nuestra oración es la expresión más profunda de toda vida religiosa. Este es el concepto fundamental de la religión como lo mantiene el calvinismo, y hasta hoy, nadie encontró un concepto superior. Porque no se puede encontrar ningún concepto superior. La idea fundamental del calvinismo, al mismo tiempo la idea fundamental de la Biblia, y del cristianismo mismo, nos lleva en el área de la religión a realizar el ideal supremo. Ni la filosofía de la religión en nuestro siglo, en sus recorridos más atrevidos, alcanzó un punto de vista superior ni un concepto más ideal. ¿Tiene que operar directamente o mediada?

La segunda pregunta principal en toda religión es si debe ser directa o mediada.

 ¿Tiene que interponerse una iglesia, un sacerdote, o como antiguamente un brujo, un administrador de misterios sagrados, entre Dios y el alma; o debemos desechar todos los lazos intervinientes para que el enlace de la religión ate el alma directamente a Dios? - Ahora encontramos que en todas las religiones no cristianas, sin excepción, se considera necesarios a los intercesores humanos; y en el área del mismo cristianismo, el intercesor se metió nuevamente en la escena, en la virgen bendita, en el ejército de ángeles, en los santos y mártires, y en la jerarquía sacerdotal del clero; y aunque Lutero se levantó contra toda mediación sacerdotal, la iglesia que lleva su nombre renovó con su título de"ecclesia docens" el oficio del mediador y administrador de misterios. En este punto también era Calvino, y él solo, que alcanzó la realización plena del ideal de la religión pura espiritual. La religión, como él la comprendió, tiene que realizar "nullis mediis interpositis", esto es, sin ninguna intercesión de parte de una criatura, la comunión directa entre Dios y el corazón humano. No por odio contra los sacerdotes como tales, ni por subestimación de los mártires, ni por subvaloración de los ángeles, sino únicamente porque Calvino se sintió obligado a reivindicar la esencia de la religión y la gloria de Dios en esta esencia; y sin retroceder ni vacilar emprendió la guerra, con una indignación santa, contra todo lo que se interponía entre el alma y Dios. Por supuesto, él percibió claramente que para ser apto para la religión verdadera, el hombre caído necesita un mediador; pero un tal mediador no se puede encontrar en ningún otro hombre. Solo el hombre-Dios, solo Dios mismo, puede ser un tal mediador. Y esta mediación no puede ser confirmada por nosotros, sino solamente por parte de Dios, por la morada de Dios el Espíritu Santo en el corazón de los regenerados. En toda religión, Dios mismo tiene que ser el poder activo. Él tiene que hacernos religiosos; Él tiene que darnos la disposición religiosa, sin dejarnos nada sino el poder de dar forma y expresión al sentimiento religioso profundo que Él, El mismo, despertó en la profundidad de nuestro corazón. Entonces vemos el error de aquellos que consideran a Calvino solamente como un Augustinus redivivus. A pesar de su sublime confesión de la  gracia santa de Dios, Agustín siguió siendo el obispo. Él mantuvo su posición intermedia entre el Dios Trino y el laico. Y aunque fue prominente entre los hombres más piadosos de su tiempo, tuvo tan poca comprensión de las verdaderas necesidades de la religión en cuanto a los laicos, que en su dogmática alaba a la iglesia como la proveedora mística, en cuyo seno Dios hizo fluir toda la gracia y de cuyo tesoro todos los hombres debían aceptarla. Entonces, solamente el que superficialmente restringe su atención a la predestinación, puede confundir el agustinismo con el calvinismo. La religión para el beneficio del hombre lleva consigo la posición de que un hombre tiene que actuar como mediador para sus prójimos. La religión para el beneficio de Dios excluye inexorablemente toda mediación humana. Mientras el propósito principal de la religión es ayudar al hombre, y mientras se cree que el hombre merece la gracia por su devoción, es perfectamente natural que un hombre de piedad inferior debe invocar la mediación de un hombre más santo. Otro tiene que procurar por él lo que él no puede procurar por sí mismo. El fruto está colgado en una rama demasiado alta, y entonces, el hombre que alcanza más alto tiene que cogerlo, y alcanzarlo hacia abajo a su compañero desamparado. Pero si, al contrario, la religión demanda que cada corazón humano dé la gloria a Dios, entonces ningún hombre puede aparecer ante Dios en favor de otro. Entonces cada ser humano tiene que presentarse personalmente, por sí mismo; y la religión alcanza su meta solamente en el sacerdocio general de los creyentes. Incluso el bebé recién nacido tiene que haber recibido la semilla de la religión de Dios mismo; y en el caso que muere sin ser bautizado, no tiene que ser enviado a un limbus innocentium, sino, si es elegido, puede entrar igual como los de vida más larga en la comunión personal con Dios, por toda la eternidad.

 La importancia de este segundo punto, en el asunto de la religión, que culmina en la confesión de la elección personal, es incalculable. Por el otro lado, toda religión tiene que tener la meta de hacer libre al hombre, para que exprese de una manera clara esta impresión religiosa general que Dios mismo marcó en la naturaleza inconsciente. Por el otro lado, toda institución de un sacerdote o encantador que se interpone en el área de la religión, ata al espíritu humano con una cadena que le aprieta más fuerte, a medida que la piedad incrementa su fervor. En la iglesia de Roma, aun en el día presente, los buenos católicos son bien encerrados en las cadenas del clero. Solo aquel católico cuya piedad ha disminuida, puede asegurarse una libertad parcial al aflojar el lazo que le conecta con su iglesia. En las iglesias luteranas, las cadenas clericales son menos ajustadas, pero lejos de estar sueltas. Y solamente en las iglesias que asumen una posición calvinista, encontramos esta independencia espiritual que capacita al creyente a oponerse, si es necesario para la gloria de Dios, incluso al oficial más poderoso de su iglesia. Solo el que está parado personalmente ante Dios por su propia cuenta, y disfruta de una comunión ininterrumpida con Dios, puede propiamente desplegar las alas gloriosas de la libertad.

Y tanto en Holanda como en Francia, en Inglaterra como en América, el resultado histórico nos da la evidencia innegable de que el despotismo no encontró ningún antagonista más invencible, y la libertad de las conciencias ningún campeón más bravo y resuelto, que el calvinista. En el último análisis, la causa de este fenómeno está en que toda interposición clerical invariablemente hizo de la religión algo externo, y la ahogó bajo formas sacerdotales. Solo cuando desaparece toda intervención sacerdotal, donde la elección soberana de Dios desde toda la eternidad ata el alma directamente a Dios mismo, y donde el rayo de la luz divina entra directamente en la profundidad de nuestro corazón - solamente allí alcanza la religión, en su sentido más absoluto, su realización ideal.

 

¿Puede quedarse parcial en su operación, o tiene que abarcar lo entero de nuestra existencia personal?

 

Esto me lleva naturalmente a la tercera pregunta religiosa: ¿Es la religión parcial, o se sujeta todo y abarca todo, es universal en el sentido estricto de la palabra?

Ahora, si la meta de la religión se encuentra en el hombre mismo y si su realización depende de mediadores clericales, entonces la religión puede ser solamente parcial. En este caso, sigue lógicamente que todo hombre limita su religión a aquellas ocurrencias de su vida que despiertan sus necesidades religiosas, y a aquellos casos donde encuentra la intervención humana a su disposición. El carácter parcial de esta clase de religión se demuestra en tres aspectos: en el órgano religioso por el cual, en la esfera en la cual, y en el grupo de personas entre las cuales, la religión tiene que prosperar y florecer. La controversia reciente provee una ilustración pertinente de la primera limitación. Los hombres sabios de nuestra generación mantienen que la religión tiene que retirarse del recinto del intelecto humano. Tiene que expresarse o por medio de sentimiento místicos, o por medio de la voluntad práctica. Se exaltan las inclinaciones místicas y éticas con entusiasmo, en la esfera de la religión; pero en esta misma esfera, al intelecto hay que ponerle una mordaza porque supuestamente lleva a alucinaciones metafísicas. La metafísica y la dogmática son más y más tabú, y el agnosticismo es aclamado como la solución del gran enigma. Sobre los ríos del sentimiento y de la emoción, la navegación es libre, y la actividad ética se considera el único criterio para probar la religiosidad de alguien, pero la metafísica se evade como un pantano. Todo lo que se anuncia como un dogma axiomático, es rechazado como contrabando religioso. Y aunque el mismo Cristo al cual estos eruditos honran como un genio religioso nos enseñó enfáticamente: "Amarás a Dios, no solamente con todo tu corazón y con todas tus fuerzas, sino también con toda tu mente", sin embargo ellos, al contrario, se lanzan a despedir nuestra mente, nuestro intelecto, como inapropiado para ser usado en esta esfera sagrada, y como si no cumpliese los requisitos para ser un órgano religioso. Entonces, (según ellos) el órgano religioso no se encuentra en nuestro ser entero, sino solamente en una parte, restringido a nuestros sentimientos y nuestra voluntad. En consecuencia, también la esfera de la vida religiosa adquiere este mismo carácter parcial. La religión se excluye de las ciencias, y su autoridad se excluye de la vida pública; desde ahora, la cámara secreta, la célula de oración, y la intimidad del corazón debe ser su morada exclusiva. Por medio de su "Du sollst" ("Tú debes"), Kant limitó la esfera de la religión a la vida ética. Los místicos de nuestros tiempos restringen la religión a los sentimientos. Y el resultado es que, de muchas diferentes maneras, la religión que una vez era la fuerza central de la vida humana, está ahora marginada de ella; y lejos de la bulla del mundo, tiene que esconderse en un retiro distante y casi privado.

 Esto nos lleva naturalmente a la tercera característica de este punto de vista parcial de la religión: la religión como algo que no pertenece a todos, sino solamente al grupo de gente piadosa entre nuestra generación.

Así la limitación del órgano de la religión trae la limitación de su esfera, y la limitación de su esfera trae en consecuencia la limitación de su grupo o círculo entre los hombres. Igual como se cree que las artes tienen un órgano propio, una esfera propia, y por tanto también su propio círculo de devotos, así también, de acuerdo con este punto de vista, tiene que ser también con la religión. Así sucede que la gran mayoría de las personas son casi desposeídas de sentimientos místicos y de una fuerza enérgica de la voluntad. Por eso no tienen la percepción de la chispa del misticismo, o no son capaces de actos realmente piadosos. Pero hay también aquellos cuya vida interior rebosa con un sentido de lo infinito, o que están llenos de energía santa, y entre ellos florece la religión en su poder imaginativo y en su capacidad de realizar cosas. Desde un punto de vista muy diferente, Roma llegó gradualmente a favorecer el mismo punto de vista parcial. Roma conoció la religión solamente en la forma como existía en su propia iglesia, y consideró que la influencia de la religión tenía que restringirse a aquella porción de la vida que fue consagrada a la iglesia. Reconozco plenamente que la iglesia romana intentó atraer toda la vida humana, hasta donde fuera posible, a esta esfera sagrada; pero todo lo que estaba afuera de esta esfera, todo lo que no fue tocado por el bautismo ni asperjado con su agua bendita, no tenía ninguna eficacia religiosa. Y como Roma trazó una línea entre el lado consagrado y el lado profano de la vida, también dividió su propio recinto sagrado según diferentes grados de intensidad religiosa - el clero y el monasterio constituyeron el lugar santísimo, los laicos piadosos formaron el lugar santo, y el atrio lo dejaron a aquellos que, aunque bautizados, seguían prefiriendo los placeres del mundo a la devoción eclesial. Este sistema de limitación y división terminó con poner nueve décimos de la vida práctica afuera de toda religión. Así la religión se hizo parcial, se trasladó de los días ordinarios a los días festivos, de los días de prosperidad a los días de peligro y enfermedad, y de la plenitud de la vida al tiempo cercano a la muerte.

Un sistema dualista que se expresa más enfáticamente en la práctica del carnaval, dando a la religión un dominio pleno sobre el alma durante las semanas de la cuaresma, pero dejando a la carne una oportunidad para que antes de descender a este valle de tristeza, vacíe completamente la copa del placer, para no decir del gozo y de la locura. A todo este punto de vista le contradice completamente el calvinismo, que reivindica el carácter universal de la religión, y su aplicación completa universal. Si todo lo que es, existe por Dios y para Dios, entonces sigue que la creación entera tiene que dar la gloria a Dios. El sol, la luna, y las estrellas en el firmamento, las aves del cielo, la naturaleza entera alrededor de nosotros, pero sobre todo el hombre mismo, que como un sacerdote tiene que concentrar hacia Dios la creación entera, y toda la vida que se mueve en ella. Y aunque el pecado ha opacado una gran parte de la creación en cuanto a la gloria de Dios: la demanda - el ideal - permanece inalterable, que toda la creación tiene que ser sumergida en el río de la religión, y terminar como un sacrificio religioso sobre el altar del Todopoderoso. Por tanto, una religión limitada al sentimiento o a la voluntad, es impensable para el calvinista.

La unción sagrada del sacerdote de la creación tiene que alcanzar su barba, y hasta el borde de sus vestiduras. Su entero ser, con todas sus capacidades y poderes, tiene que ser invadido por el sentido de lo divino, ¿y cómo entonces podría excluir su consciencia racional - el logos que está en él -, la luz del pensamiento que viene de Dios mismo para iluminarlo?

 Poseer a Dios para el mundo subterráneo de sus emociones, y en los actos exteriores de su voluntad, pero no en su ser interior, en el mismo centro de su conciencia, y en su pensamiento; tener puntos de partida establecidos para el estudio de la naturaleza y fortalezas axiomáticas para la vida práctica, pero no tener ningún soporte fijo en sus pensamientos acerca del Creador mismo - todo esto sería, para el calvinista, la misma negación del Logos Eterno. La misma universalidad la ha reclamado el calvinista para la esfera de la religión y su círculo de influencia entre los hombres. Todo lo creado fue provisto por Dios, en el momento de su creación, con una ley inalterable de existencia. Y puesto que Dios ordenó plenamente estas leyes y ordenanzas para el todo de la vida, por tanto, el calvinista demanda que el todo de la vida sea consagrado a Su servicio, en obediencia estricta. El calvinista aborrece, por tanto, una religión restringida a la cámara, la celda, o la iglesia. Con el salmista, invoca a cielos y tierra, invoca a todos los pueblos y todas las naciones, a dar la gloria a Dios. Dios está presente en él todo de la vida, con la influencia de Su poder omnipresente y todopoderoso, y no se puede imaginar ninguna esfera de la vida humana donde la religión no demande que Dios sea alabado, que las ordenanzas de Dios sean observadas, y que toda labora (trabajo) sea penetrada con su ora (oración) ferviente e incesante. Dondequiera que el hombre esté, cualquier cosa que haga, en la agricultura, en el comercio, y en la industria, o en la mente, en el mundo de las artes, en la ciencia, en cualquier cosa que sea - el hombre está constantemente parado ante el rostro de Dios, es empleado en el servicio de su Dios, tiene que obedecer estrictamente a su Dios, y sobre todo, tiene que apuntar hacia la gloria de Dios. En consecuencia, es imposible para un calvinista restringir la religión a un solo grupo, o a ciertos círculos entre los hombres. La religión concierne lo entero de nuestra raza humana. Esta raza es el producto de la creación de Dios. Es Su obra maravillosa, Su posesión absoluta. Por tanto, la humanidad entera tiene que ser impregnada con el temor a Dios, los viejos como los jóvenes, los inferiores como los superiores - no solo aquellos que fueron iniciados en Sus misterios, sino también aquellos que están todavía lejos. Es que Dios no solamente creó a todos los hombres, El no solo es todo para todos, sino también Su gracia se extiende, no solo como una gracia especial a los elegidos, sino también como una gracia común (gratia communis) a toda la humanidad. Por cierto, hay una concentración de luz y vida religiosa en la iglesia, pero entonces, en las paredes de esta iglesia hay grandes ventanas abiertas, y por estas ventanas tiene que iluminar la luz del Eterno sobre el mundo entero. Aquí hay una ciudad edificada sobre un monte, la cual puede ver todo hombre desde lejos. Aquí hay una sal sagrada que penetra en cada dirección y previene toda corrupción. Y aun el que todavía no percibe la luz superior, o quizás cierra sus ojos ante ella, sin embargo queda advertido que con el mismo énfasis, y en todas las cosas, dé la gloria al nombre del Señor. Toda religión parcial clava las cuñas del dualismo en la vida, pero el verdadero calvinista nunca abandona el estándar del monismo religioso. Un solo llamado supremo tiene que imprimir el sello de unidad sobre el todo de la vida humana, porque un solo Dios lo sostiene y preserva, como Él lo creó todo. ¿Puede tener un carácter normal, o tiene que revelar un carácter anormal, o sea, soteriológico? Esto nos lleva directamente a nuestra cuarta pregunta principal: ¿Debe la religión ser normal o anormal, o sea soteriológica? - La distinción que tengo en mente aquí tiene que ver con la pregunta si en los asuntos de la religión, debemos contar con que la condición presente del hombre es normal, o con que el hombre cayó en pecado y por tanto se volvió anormal. En el último caso, la religión tiene que adquirir necesariamente un carácter soteriológico. La idea que prevalece en el presente favorece el punto de vista de que la religión tiene que empezar con el hombre como normal. Por supuesto, no como si nuestra raza entera ya estuviera conforme a la norma religiosa más elevada. Nadie afirma esto. Todos saben que sería absurdo hacer una tal afirmación. De hecho, nos encontramos con mucha irreligiosidad, y el desarrollo religioso imperfecto sigue siendo la regla. Pero exactamente en este progreso lento y gradual de las formas inferiores hacia los ideales superiores, este punto de vista "normal" de la religión dice que allí encontró la confirmación para la clase de desarrollo que postula. Según este punto de vista, los primeros rasgos de religión se encuentran en los animales. Se encuentran, según ellos, en el perro que adora a su amo; y puesto que el homo sapiens supuestamente se desarrolló del chimpancé, entonces la religión se manifiesta solamente en un nivel superior. Desde aquel tiempo, la religión pasó por todas las notas de la escala musical. En el presente, su desarrollo consiste en soltarse de los lazos de la iglesia y del dogma, para pasar a lo que se considera el siguiente nivel, la noción inconsciente del infinito desconocido. Ahora, a toda esta teoría se opone esta otra teoría, completamente diferente, que aunque afirma la pre-formación de tantos elementos humanos en el animal, o (si Uds. me permiten expresarlo así) que los animales fueron creados en la imagen del hombre, igual como el hombre fue creado en la imagen de Dios, - sin embargo mantiene que el primer hombre fue creado en relaciones perfectas con Dios, o sea, impregnado por una religión pura y genuina; y en consecuencia explica las muchas formas de religión inferiores, imperfectas y absurdas del paganismo, no como un resultado de su creación, sino como el efecto de la caída. Estas formas inferiores e imperfectas de la religión no deben entenderse como un proceso que lleva de lo inferior a lo superior, sino como una degeneración lamentable - una degeneración que por su naturaleza permite la restauración de la religión verdadera únicamente por la vía soteriológica. En la decisión entre estas dos teorías, el calvinismo no conoce dudas. El calvinista, con esta pregunta ante el rostro de Dios, fue tan impresionado por la santidad de Dios que la conciencia de su pecado inmediatamente laceró su alma, y la naturaleza terrible del pecado presionó sobre su corazón como un peso intolerable. Todo intento de explicar el pecado como una etapa incompleta en el camino hacia la perfección, solo suscitó su ira, como un insulto a la majestad de Dios. El confesó desde el principio la misma verdad como la que demostró Buckle empíricamente en su "Historia de la Civilización en Inglaterra": que las formas en las cuales aparece el pecado, pueden mostrarnos un refinamiento gradual; pero que la condición moral del corazón humano como tal, permaneció la misma por todos los siglos. Al de profundis con el cual hace treinta siglos el alma de David clamó a Dios, el alma atormentada de cada hijo de Dios en el siglo XVI siguió respondiendo con igual poder. El concepto de la corrupción por el pecado, como la fuente de toda miseria humana, nunca era más profundo que en el entorno de Calvino. Aun en las aseveraciones que hace el calvinista, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, en cuanto al infierno y la condenación, no hay ninguna tosquedad, ninguna rudeza, solamente aquella claridad que es el resultado de la extrema seriedad de la vida, y de la valentía de una convicción muy arraigada de la santidad del Altísimo. ¿No habló El, de cuyos labios fluyeron las palabras más tiernas y más atrayentes - no habló El mismo también muy decididamente y repetidamente de una "oscuridad exterior", de un "fuego que no se apaga", y de un "gusano que nunca muere"? Y en esto también, Calvino tenía razón, porque el rehusar de admitir estas palabras es solo una falta de consistencia. Esto demostraría una falta de sinceridad en nuestra confesión de la santidad de Dios, y del poder destructivo del pecado. Y al contrario, en esta experiencia espiritual del pecado, en esta consideración empírica de la miseria de la vida, en esta impresión sublime de la santidad de Dios, y en esta terquedad de sus convicciones, que lo llevó a seguir sus conclusiones hasta el fin amargo, el calvinista encontró las raíces de la necesidad, primeramente, de la regeneración, para una existencia real; y segundo, la necesidad de la revelación, para una conciencia limpia. Ahora, mi tema no me lleva a hablar en detalle sobre la regeneración, este acto inmediato por el cual Dios endereza nuevamente la rueda torcida de la vida. Pero es necesario decir algunas palabras sobre la revelación, y la autoridad de las Sagradas Escrituras. De manera muy inapropiada, Schweizer y otros representaron a las Escrituras solo como el principio formal de la confesión reformada. El concepto del calvinismo genuino es mucho más profundo. Lo que Calvino quiso decir es expresado en lo que él llamó la necessitas S. Scripturae, la necesidad de la revelación escritural. Esta necessitas S.S. era para Calvino la expresión inevitable para la autoridad de las Sagradas Escrituras que domina sobre todo; y aun ahora es este mismo dogma que nos hace entender por qué el calvinista de hoy en día considera que el análisis crítico y la aplicación del disolvente crítico a las Escrituras iguala a abandonar el mismo cristianismo.

En el paraíso, antes de la caída, no había Biblia, y no habrá Biblia en el paraíso futuro de la gloria. Cuando la luz transparente, atizada por la naturaleza, se dirige a nosotros directamente, y la palabra interior de Dios suena en nuestro corazón en su claridad original, y todas las palabras humanas son sinceras, y la función de nuestro oído interior es perfecta, ¿para qué necesitaríamos una Biblia? ¿Qué madre se pierde a sí misma en un tratado sobre "el amor de nuestros hijos", en el mismo momento que sus propios hijitos amados están jugando sobre sus rodillas, y Dios le permite beber en su amor con sorbos llenos? - Pero en nuestra condición presente, esta comunión inmediata con Dios por medio de la naturaleza, y por nuestro propio corazón, es perdida. El pecado trajo una separación, y la oposición que se manifiesta hoy en día contra la autoridad de las Sagradas Escrituras se basa en nada más que la suposición falsa de que nuestra condición sigue siendo normal, y por tanto nuestra religión no necesita ser soteriológica. En este caso, por supuesto, la Biblia no sería deseada; se convertiría en un obstáculo y molestaría nuestros sentimientos, porque sería un libro interpuesto entre Dios y nuestro corazón. La comunicación oral excluye la escritura. Cuando el sol ilumina tu casa, entonces apagas la luz eléctrica; pero cuando el sol desaparece debajo del horizonte, entonces sientes la necessitas luminis artificiosi, o sea, la necesidad de luz artificial, y en cada morada se enciende la luz artificial. Este es el mismo caso en los asuntos de la religión. Cuando no hay neblinas que esconden la majestad de la luz divina ante nuestros ojo, ¿qué necesidad tenemos de una lámpara para nuestros pies, una luz para nuestro camino? Pero cuando la historia, la experiencia y la conciencia, todas están de acuerdo en que la luz pura y plena del cielo desapareció, y que estamos caminando a tientas en la oscuridad, entonces, una luz diferente, o artificial, tiene que ser encendida para nosotros; y esta luz encendió Dios para nosotros en Su Santa Palabra, Para el calvinista, por tanto, la necesidad de las Sagradas Escrituras no radica en un raciocinio, sino en el testimonio inmediato del Espíritu Santo, el testimonium Spiritus Sancti. Nuestra teoría de la inspiración es el producto de una deducción histórica, y así lo es cada declaración canónica de las Escrituras. Pero el poder magnético con el cual las Escrituras influencian el alma y la atraen, como el imán atrae el acero, este poder no es derivado, sino inmediato. Todo esto sucede de una manera que no es mágica, ni mística, sino clara y fácil de entender. Dios nos regenera - esto es, El atiza nuevamente en nuestro corazón la lámpara que el pecado apagó. La consecuencia necesaria de esta regeneración es un conflicto irreconciliable entre el mundo interior de nuestro corazón y el mundo de afuera, y este conflicto se intensifica tanto más, cuanto más el principio regenerativo penetra nuestra conciencia. Ahora, en la Biblia, Dios revela al regenerado un mundo de ideas, un mundo de energías, un mundo de vida plena y hermosa, que está en oposición directa contra su mundo ordinario, pero que concuerda de manera maravillosa con la nueva vida que surgió en su corazón. Entonces el regenerado empieza a darse cuenta de la identidad de lo que surgió en la profundidad de su propia alma, con lo que le es revelado en las Escrituras. Así se entera tanto de la insipidez del mundo que lo rodea, como de la realidad divina del mundo de las Escrituras; y tan pronto como esto se vuelve en certeza para él, entonces recibe personalmente el testimonio del Espíritu Santo. Todo lo que está dentro de él tenía sed del Padre de todas las luces y espíritus. Afuera de las Escrituras, solamente encontró sombras imprecisas. Pero ahora que miró hacia arriba, por el prisma de las Escrituras, redescubre a su Padre y su Dios. Por eso no impone trabas a la ciencia. Si alguien quiere criticar, que critique. Esta crítica incluso promete profundizar nuestra comprensión de la estructura del edificio escritural. Solamente que ningún calvinista jamás permitirá que el crítico arrebate de su mano, ni por un momento, el mismo prisma que  divide el rayo de luz divina en sus brillantes matices y colores. Ningún llamado a la gracia recibida interiormente, ninguna señal hacia el fruto del Espíritu Santo, le hará renunciar a la necessitas que está incluida en el punto de vista soteriológico de la religión para los pecadores. Como entidades compartimos nuestra vida con las plantas y los animales. La vida inconsciente la compartimos con los niños pequeños, y con el hombre que duerme, e incluso con el hombre que perdió su razón. Lo que nos distingue, como seres superiores, y como hombres bien despiertos, es nuestra conciencia plena de nosotros mismos. Por tanto, si la religión como la función vital suprema debe operar aun en esta esfera suprema de la conciencia, entonces la religión soteriológica demanda, después de la necesidad de la regeneración interior, también la necesidad de una luz asistente, de una revelación que se enciende en nuestras tinieblas. Y esta luz asistente que viene de Dios mismo, pero nos fue entregada por medio de hombres, brilla sobre nosotros en Su Santa Palabra. Al resumir los resultados de nuestras investigaciones hasta aquí, puedo expresar mis conclusiones como sigue: En cada uno de los cuatro grandes problemas de la religión, el calvinismo expresó su convicción en un dogma apropiado, y cada vez hizo aquella elección que aun hoy, después de tres siglos, satisface los deseos más ideales, y abre el camino para un desarrollo aún más rico. Primero, considera la religión no en un sentido utilitarista, como si fuera para el beneficio del hombre, sino para Dios, y solo para Dios. Este es su dogma de la soberanía de Dios. Segundo, en la religión no debe haber ninguna mediación de ninguna criatura entre Dios y el alma, - la religión entera es la obra inmediata de Dios mismo, en el corazón interior. Esta es la doctrina de la elección. Tercero, la religión no es parcial sino universal - este es el dogma de la gracia común o universal. Y finalmente, en nuestra condición pecaminosa, la religión no puede ser normal, sino tiene que ser soteriológica, - esta es su posición en el dogma doble de la necesidad de la regeneración, y de la necesidad de las Sagradas Escrituras.

 


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