Y esto me trae al último punto de ilustración. (3) Totalitarismo o Estatismo.
La moderna confianza en la educación del Estado es
solamente un ejemplo de un problema más generalizado, a saber, la dependencia
de la sociedad en un Estado cada vez más creciente. Esto se manifiesta de
muchas maneras, pero quizás las dos vacas sagradas más obvias de esta religión
sean el sistema educativo y el Servicio Nacional de Salud. Vivimos hoy en una sociedad en la que el
Estado está creciendo exponencialmente en tamaño. Ha llegado a dominar nuestra
sociedad. Esto es así en la mayor parte de las áreas de la vida. Por ejemplo,
el Estado moderno continúa gastando hasta el 50% del PIB (Producto Interno
Bruto). No solamente en la política, sino también en la educación, la salud, la
economía, la familia (e.g. beneficencia Estatal), los medios de entretenimiento
y de comunicación masiva (licencias, etc.), aún en el ocio y el mundo de los
deportes (e.g. el intento de prohibir la cacería de la zorra en Inglaterra, o
la fiesta taurina en Esapaña), el Estado ejerce una influencia dominante por
control directo y regulación y también a través de la influencia indirecta que
tiene sobre la sociedad, e.g. a través del poder de gastar que puede aplicar y
su habilidad para restringir actividades que considere indeseables por medio de
la imposición de impuestos y la extensión de licencias. El Estado es ahora
virtualmente el controla-todo. De hecho, en principio afirma control completo,
sea que siempre escoja o no ejercer ese control. No hay área de la vida donde
el Estado no sea percibido como competente para actuar y regular para la vida
del gobernado.
Este Estado
hinchado y desmedido no es una influencia benigna en nuestra sociedad. El
Estado ha conseguido esta posición de dominancia en la sociedad restringiendo
la libertad y la responsabilidad individual y por descartar mucho de nuestro
tradicional entendimiento de la ley común de cómo la sociedad debiera ser
gobernada – i.e. por la norma de la ley. Esta abolición de la libertad y la
responsabilidad es moralmente perniciosa. Al quitarle a la gente su libertad y
sus responsabilidades individuales, familiares y sociales el Estado también
hace obsoleta la virtud. El Estado se ha vuelto tan grande y su influencia tan
penetrante que virtualmente no hay áreas de la vida ahora donde su influencia
no sea determinante en la manera como vivimos en alguna medida. Pero al
librarnos de nuestra libertad nos libera también de nuestra obligación, y esto
nos deja con una ética social que carece de cualquier virtud real. Después de
todo, si ya no soy responsable por ayudar a mi vecino porque el Estado lo hace
por mí ya no tengo la oportunidad de practicar las virtudes Cristianas – y eso
significa que ya no tengo la oportunidad de practicar la fe Cristiana en su
plenitud. Por ejemplo, si soy cargado pesadamente de impuestos por el Estado
para apoyar sus propios programas de beneficencia humanista secular que apenas
tengo dinero para cuidar de mi propia familia sin volverme dependiente del
Estado, me faltan los medios necesarios para ayudar a los menos afortunados que
yo aún si tengo el deseo de hacerlo. Esto tiene una conexión muy práctica sobre
la vida Cristiana y sobre la vida de nuestra sociedad. El tipo de sociedad
producida por una ética de libertad individual vinculada a un fuerte sentido de
familia y responsabilidad social, tal como la ética social de la fe Cristiana,
es muy diferente de aquella producida por la ética del socialismo con su
insistencia del derecho de cada uno a la igualdad basada en programas de
beneficencia de un Estado anónimo.
Esto solamente puede ser alcanzado descartando el
octavo mandamiento, “No robarás,” por parte del Estado, quien asume el derecho
de representar a Robin Hood, un rol que la Biblia nunca da al Estado. Incluso
en ministerios eclesiásticos se puede ver la perniciosa influencia del Estado.
Por ejemplo, en una población donde hay un pequeño pero creciente problema de
vagabundos y gente sin hogar me dirigí a los líderes de una iglesia del centro
de la población para discutir la posibilidad de proveer algún tipo de
ministerio Cristiano a estas personas basado en la ética Cristiana del trabajo
(e.g. 2 Tesalonicenses 3:10 Porque también cuando
estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar,
tampoco coma.). Se me dijo que ya había un programa dirigido por otra
iglesia que proveía comidas de bajo precio para las personas (de cualquier
forma esto no era lo que yo estaba proponiendo.) Cuando pregunté si era un
programa Cristiano (i.e. dirigido según los principios Cristianos) se me
informó que no era posible ser abiertamente evangelístico (que, nuevamente, no
era por lo que estaba preguntando, aunque tales ministerios deben ser
evangelísticos) porque el consejo local proveía la mayor parte de los fondos y
no se permitía que el ministerio fuera evangelístico. Esto es absurdo. Incluso ministerios de la
iglesia están ahora siendo financiados por el Estado. Como la institución que
financia estos ministerios el Estado demanda que se refrenen de ser
abiertamente Cristianos o evangelísticos. Y los Cristianos parecen pensar que
están cumpliendo sus responsabilidades como individuos e iglesias al apoyar
este tipo de programas financiados por el Estado. ¿Qué dice esto acerca de la
Iglesia hoy? Dice que estamos comprometidos por nuestro sincretismo con la
religión prevaleciente de la época, el humanismo secular, y por nuestro
enamoramiento con su principal ídolo, el Estado moderno. Hoy nuestra sociedad,
incluyendo a los Cristianos, en su mayor parte mira al estado buscando la
mayoría de aquellas cosas que en una sociedad Cristiana uno debiese buscar de
Dios, incluyendo la seguridad, la salud, la prosperidad, la paz, etc. Estas
cosas, nos dice la Biblia, son bendiciones de Dios derramadas sobre un pueblo
obediente. Pero ya no vemos a Dios en busca de estas cosas; vemos al
todopoderoso Estado, y miramos al Estado moderno como bendiciéndonos con su
abundancia de estas cosas. En nuestra nación el Estado es visto como estando
allí para proveerle a la sociedad de todas aquellas bendiciones que debiésemos
buscar de Dios. Si esto no es idolatría, no sé entonces qué cosa es. Hemos
convertido al Estado en una religión, en un ídolo, y esto es particularmente un
problema para los Cristianos entre quienes el socialismo como una ideología y
camino de vida es muy fuerte. Es verdad, claro, que el Estado (i.e. el gobierno
civil) sí tiene una esfera legítima de operación. Estoy lejos de abogar por
cualquier clase de anarquía social. El Estado es una institución ordenada por
Dios. Pero no ha sido ordenado por Dios para hacer desaparecer y usurpar las
funciones de cualquier otra institución ordenada por Dios, ni para quitarnos
nuestra libertad; más bien, debe existir para preservar nuestra libertad bajo
Dios y proteger a estas otras instituciones ordenadas por Dios – e.g. la
familia y la iglesia – para que puedan servir a Dios obedientemente según Su
voluntad. Pero esto no es lo que hace el Estado moderno. En lugar de hacer esto
virtualmente ha arrasado o usurpado las funciones legítimas de estas otras
instituciones ordenadas por Dios por su desmesurado control de la sociedad y el
individuo. Como resultado su función adecuada, la de mantener la ley y el orden
según el entendimiento Cristiano de la justicia, ha sido severamente
comprometida. Cada vez más el Estado moderno ya no pronuncia justicia, ya no es
un terror para aquellos que hacen el mal (Romanos 13:4 porque
es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en
vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que
hace lo malo) sino que a menudo consiente y apoya sus malos hechos (el
aborto es el ejemplo más obsceno y vicioso, pero hay muchos otros, incluyendo
el tratamiento indulgente a los criminales y la persecución del inocente que se
enfada con la corrupción del gobierno y su ideología encarnada en las excesivas
regulaciones modernas, y este problema existe en casi cualquier nivel de la
sociedad desde regulaciones de edificación hasta el derecho de protegerse uno
mismo de ser asaltado por un criminal. La tolerancia sexual y la aberrante ideología
de género) En lugar de hacer justicia el Estado moderno mira su rol como
distribuidor de educación religiosamente neutral, cuidado de salud
religiosamente neutral, beneficencia religiosamente neutral. Pero tal
neutralidad religiosa es imposible; lo que obtenemos es educación humanista
secular, cuidado de salud humanista secular, beneficencia humanista secular; y
los valores religiosos de este Estado humanista secular están mostrándose más y
más como contradictorios a los valores de la fe Cristiana. En lugar de la libertad
de vivir nuestras vidas bajo Dios a su servicio, practicando las virtudes
Cristianas, tenemos el controla-todo, el todopoderoso Estado humanista secular
dirigiendo nuestras vidas por nosotros según su propia ideología religiosa.
Pero este Estado falla sobresalientemente en hacer justicia tal y como es
entendida en términos de la cosmovisión Cristiana. En pocas palabras, el
moderno Estado secular se ha vuelto en mucho un dios, un ídolo, al que la gente
mira – aún en busca de fertilidad en las inmorales clínicas de fertilidad del
SNS – como cualquier ídolo del mundo antiguo. El sacrificio humano es
practicado tanto en los tipos antiguos y modernos de idolatría. ¿Cómo ha
surgido esta situación? La respuesta a esta pregunta nos lleva al corazón de la
condición humana. Hemos llegado aquí porque hemos, como sociedad, rehusado
reconocer los atributos de la deidad y hemos rehusado reconocer que estos
atributos pertenecen al Dios de las Escrituras Cristianas, y solamente a Él.
Hemos, para usar las palabras de Pablo, “ya que
cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas
antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén..” (Romanos
1:25) – y debiésemos observar el juicio que Pablo dice que es la suerte de una
sociedad que hace esto, a saber, la plaga de la homosexualidad, que Pablo
aclara en este pasaje no ser la causa de la ira de Dios sobre la sociedad sino
una manifestación de ella; en otras palabras la creciente cultura
homosexualizada con la que tenemos que vivir es parte del juicio de Dios sobre
la nación por su idolatría. Esta apostasía espiritual ha sido sutil en la
manera en que ha progresado. Pero comenzó en la Iglesia (y recuerde también que
el problema homosexual ha sido en mucho un problema clero/iglesia desde el
principio como ha sido un problema en cualquier otro camino de la vida – Dios
ha respondido a la apostasía de la iglesia; y ha contestado con un liderazgo
afeminado con un clero cada vez más homosexual.)
El estado de nuestra sociedad hoy es la consecuencia
de la apostasía de la Iglesia y enfrentamos como Iglesia y como nación el
juicio de Dios sobre esa apostasía: “Porque es tiempo
de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por
nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” (1
Pedro 4:17). Para explicar esto necesitamos mirar a uno de los asuntos
doctrinales más importantes de la fe Cristiana, una doctrina que tiene
consecuencias sociales importantes y de gran alcance, pero que es rara vez
entendida en estos días como si no tuviese en absoluto consecuencias sociales,
a saber la doctrina de la soberanía
de Dios, la predestinación.
El hombre es una criatura adoradora. Él adorará a
alguien o a algo porque fue creado para ser así. No puede negar la realidad de
esto más de lo que pueda negarse a sí mismo el aire que respira. Por supuesto,
lo puede negar con simples palabras; pero no puede negar la realidad de esto en
sus acciones. Nunca se da el caso que el hombre escoja no adorar. Y por
adoración no quiero decir meramente palabras y símbolos. La adoración es mucho
más que eso. La adoración es la dedicación de la vida de uno en servicio al
objeto adorado. Y tal adoración es ineludible para la humanidad. Toda acción
humana es adoración. No hay acción conocida para el hombre que no sea un acto
de adoración o que no halle su contexto en la actitud de adoración. El hombre
adora con cada respiración que realiza. La pregunta es, “¿A quién o a qué
adora?” Podemos pervertir el significado de la adoración que ofrecemos al
ofrecerla incorrectamente o al darla al
objeto equivocado. De hecho, esta es la condición total del hombre fuera de
Cristo. El no-Creyente adora a sus dioses diariamente no menos que el Creyente,
pero los dioses que él adora son dioses falsos, ídolos. No le da al Dios de la
Escritura la adoración que legítimamente le pertenece a Él y solo a Él. En
lugar de ello adora algún otro objeto u objetos y les asigna todos los
atributos de deidad a estos objetos, que son meramente criaturas, i.e. aspectos
del orden creado, sea un bloque de madera o piedra, un demonio, o una ideología
de su propia invención, su propia razón humana autónoma. ¿Pero qué ocurre en
una época como la nuestra donde Dios es considerado como muerto, donde la gente
dice que ya no cree en Dios? ¿Qué les ocurre, en una edad secular, a los
atributos de deidad? Realmente es bastante simple. Son secularizados. Y esto es
lo que ha pasado en nuestra sociedad hoy. Los atributos de deidad han sido
secularizados, despojados de su asociación con la deidad, y adscritos a algo o
a alguien diferente del Dios de la Biblia. El atributo particular en cuestión
aquí es el de la soberanía de Dios,
porque es este atributo de deidad el que más define el entendimiento de nuestra
sociedad de una actitud hacia el Estado secular. Y esta falsa adoración del
Estado, esta ilegítima adscripción de un atributo de deidad al moderno Estado
secular, es una forma de idolatría con la cual la Iglesia moderna está
íntimamente involucrada. La soberanía es un atributo de Dios. La predestinación
es un concepto ineludible. Si negamos que Dios es un Dios que predestina, esto no
significa que el concepto de predestinación ha sido dejado de lado. No lo ha
sido. Es un hecho ineludible de la vida del hombre. La realidad no tendría
significado sin ella. Más bien, cuando la predestinación es negada como un
atributo de Dios es meramente transferida a alguien o a algo más. En una edad
secular como la nuestra el atributo es secularizado. En nuestra sociedad esta
versión secularizada de la soberanía de Dios, la predestinación de Dios, es un
atributo del Estado, y debido a que el Estado ostenta este atributo la gente
cree que el Estado tiene el derecho y la obligación de controlar y regular
nuestras vidas y nuestra sociedad. Claro, el Estado en nuestra sociedad ostenta
este atributo en una forma secularizada. No afirma ser divino como lo hicieron
los antiguos Emperadores Romanos, o afirman ser el nexo entre Dios y el hombre
como hicieron los antiguos Faraones y similares. Pero aquí es donde la
diferencia termina. La diferencia existe solo en la forma secularizada en la
cual este ídolo es adorado en nuestra época. La aspiración por controlar y
dominar, de jugar a Dios, es la misma.
El crecimiento del Estado y del “totalitarismo
suave” en Gran Bretaña y Europa Occidental en el siglo veinte, que fue enorme,
el incremento del control del Estado sobre nuestras vidas completas y nuestra
sociedad es, creo yo, resultado de la negación de la nación del Dios Cristiano
y la atribución de un concepto secularizado de la soberanía de Dios al Estado.
Hoy el Estado es nuestro soberano – y ya no reconoce una ley superior por sobre
la ley del hombre, que era el antiguo concepto Cristiano de la norma de la ley.
El crecimiento de esta influencia excesivamente controladora del Estado y la
pérdida de libertad y virtud que necesariamente la ha acompañado, es una
consecuencia de la apostasía espiritual de la nación, de nuestro abandono de la
perspectiva Bíblica de Dios y el Todopoderoso y predestinante Dios por un ídolo
secularizado. En esta doctrina secularizada de la predestinación vemos qué
ocurre cuando Dios es negado. Si Dios no es Señor, alguien o algo más lo será.
Si Dios no gobierna nuestras vidas y nuestro orden social por su ley, alguien
más lo hará por medio de otra ley. La soberanía de Dios será atribuida a un
líder. Y, a diferencia del Dios de las Escrituras Cristianas, cuyo yugo es fácil y cuya carga es ligera (Mateo.
11:30), los ídolos son siempre tiranos cuyas cargas aplastan y esclavizan a los
hombres. Por ejemplo, ahora pagamos al moderno Estado idolátrico más de cuatro
veces en impuestos que lo que el Dios de toda la creación requiere en diezmos;
y perdemos nuestra libertad en el proceso, mientras Cristo nos dice, “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente
libres” (Juan. 8:36). ¿Y aprenden los Cristianos la lección? Claro que
no. En lugar de ello argumentan que ahora no necesitamos diezmar a Dios porque
el moderno Estado desempeña muchas de las funciones del diezmo antiguo. En
verdad que lo hace – ¡para nuestra vergüenza! – pero éste no es un Estado
Cristiano; es un ídolo y un tirano. Somos esclavos de un tirano y fallamos en
darnos cuenta de ello. El Estado afirma ahora el derecho de controlar, de
predestinar a la sociedad según su propia ideología apóstata, su propia idea
del significado de la sociedad y de la vida humana. Vivimos en un Estado
predestinante, un Estado que usurpa el rol de Dios en la vida del individuo, la
familia, la sociedad en general y la nación como un todo. Y exactamente como
Dios se cansó de los Israelitas que continuamente cometían idolatría con los
Baales de Canaán, así creo que Dios se ha cansado ahora de la idolatría de Occidente;
y exactamente como fueron entregados a un juicio en Babilonia para castigarles
por sus infidelidades a Dios, así creo que ahora estamos siendo entregados a
nuestra propia Babilonia: la Unión Europea. Y he cesado de lamentarme por esto
y he venido a verlo como la voluntad de Dios, el justo juicio de Dios sobre
nuestra nación. De cualquier manera dudo severamente que haya algo digno de
guardarse ya en este país. Pero dudo que seamos capaces de hacer algo al respecto,
si es que hubiera algo. La asimilación Europea es un proceso en el que creo que
nuestro pueblo y los políticos son incapaces de hacer algo al respecto. Casi ha
tomado vida por sí misma. Y si es el juicio de Dios sobre la nación entonces
será vano resistir. Sin embargo, hay un hecho muy interesante acerca de la
cautividad en Babilonia por parte de los Israelitas. Decididamente terminó con
el problema de la adoración a Baal en Israel. Después de la restauración no
escuchamos ya más de este problema, de un culto sincrético Jehová-Baal entre
los Judíos.
Solo podemos esperar y orar que nuestra propia
cautividad al Estado de la Unión Europea, que creo que tiene todavía que
revelarse en toda su vanagloria y tiranía, finalmente liberará a la Iglesia en
esta tierra de su enamoramiento con el humanismo secular y su ídolo moderno más
querido, el Estado secular. Es por esta razón que pienso que nuestra condición
no es totalmente desesperanzadora, aunque de veras parece ser considerablemente
deprimente en el corto plazo. Podemos aprender de esta debacle. Pero está
comenzando a parecer que tendremos que aprender por el camino duro, igual que
hizo el antiguo Israel. Quizás haya tiempo para hacer algo aún en el corto
plazo. De cualquier forma, podemos aprender de la situación que hemos traído
sobre nosotros mismos que manera que el futuro pueda ser diferente. Aunque es
aquí donde está el problema. No solo ha fracasado la Iglesia en desafiar esta
idolatría. Ha estado a la vanguardia promoviéndola. Igual que Aarón, después
que Moisés subió a la montaña, que hizo un becerro de oro y le dijo al pueblo “Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de
Egipto” (Exodo 32:4), así en nuestra época la Iglesia ha dicho “He aquí
tu dios” y ha señalado al Estado moderno y a la ideología del socialismo,
afirmando que son “Cristianos.” El resultado, como con todos los ídolos, es la
esclavización de la nación. La Iglesia incluso ha condonado el uso del robo por
parte del Estado para financiar su usurpación de las prerrogativas de Dios y de
las funciones de otras instituciones ordenadas por Dios al promover la
ideología de los programas de redistribución y beneficencia Estatales. En
resumen, hoy la Iglesia en Europa está tan comprometida en su idolatría como lo
estaba el antiguo Israel en el tiempo de los reyes cuando los lugares altos se
usaron para adorar a Dios falsamente y al adorar falsos dioses por practicar
los cultos de fertilidad de la antigua Canaán. Nuestros lugares altos son
intelectuales e ideológicos – pero el resultado es el mismo, la negación de la
voluntad de Dios para nuestras vidas y la adoración de un ídolo antes que al
Dios verdadero. Enviamos nuestros niños a ser sacrificados en los altares de la
educación humanista secular, creyendo que la concepción de “ciencia” humanista
secular lo explica todo; clamamos al Estado para que nos sane de nuestras
enfermedades; requerimos a nuestros vecinos, a través del pago de impuestos (el
robo Estatal legalizado), a que ayuden a aquellos menos afortunados que nosotros
mismos en lugar de ser nosotros mismos buenos vecinos; le adjudicamos al Estado
secular el atributo de la soberanía de Dios y apelamos a él para que controle
nuestras vidas y nuestra sociedad según el evangelio del humanismo secular en
lugar de mirar hacia Dios. Y mientras nos felicitamos a nosotros mismos por
tratar de crear una “sociedad humanitaria” por medio de tal idolatría fallamos
en ver que en todas éstas áreas de la vida – e.g. la educación, la salud, la
asistencia social – las virtudes Cristianas se han vuelto obsoletas. Esta no es
una sociedad Cristiana, ni la Iglesia que sigue tal idolatría es una Iglesia
Cristiana. Dios requiere algo más. Requiere que hagamos algo con respecto a
esto. Él nos llama a destruir nuestros ídolos, los ideológicos lugares altos
que nos han dirigido hacia esta situación. Hasta que lo hagamos, podemos haber
salvado almas, pero habremos malgastado nuestras vidas.
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