¿Qué entendemos con "calvinismo"? La
claridad en la presentación demanda que en esta primera exposición, yo empiece
con fijar la concepción del calvinismo históricamente. Para prevenir
malentendidos, tenemos que saber primeramente qué no debemos, y qué sí debemos
entender con ello. Empezando entonces con el uso corriente del término,
encuentro que de ninguna manera es el mismo en diferentes países y en
diferentes esferas de la vida. El nombre de calvinista se usa en nuestros
tiempos como un nombre sectario. Este no es el caso en países protestantes,
pero sí en países católico romanos, especialmente en Hungría y en Francia. En
Hungría, las iglesias reformadas tienen una membresía de unos dos millones y
medio, y en la prensa tanto católica como judía de aquel país, sus miembros son
constantemente estigmatizados por el nombre no oficial de
"calvinistas", el cual se aplica incluso a aquellos que se han
despojado de toda simpatía hacia la fe de sus padres. El mismo fenómeno se
presenta en Francia, especialmente en el sur, donde "calvinista" es
más enfáticamente todavía un estigma sectario, el cual no se refiere a la fe o
a la confesión de la persona estigmatizada, sino que se pone simplemente sobre
todo miembro de las iglesias reformadas, aunque sea un ateo. Jorge Thiebaud,
conocido por su propaganda antisemita, hizo revivir al mismo tiempo el espíritu
anti-calvinista en Francia, y aun en el caso Dreyfus, "judíos y
calvinistas" fueron acusados por él como las dos fuerzas antinacionales.
Directamente opuesto a esto es el segundo uso de la palabra calvinismo, y a
este le llamo el uso confesional. En este sentido, un calvinista es
representado exclusivamente como el que suscribe a voz alta la doctrina de la
predestinación. Aquellos que desaprueban esta fuerte adhesión a la doctrina de
la predestinación, cooperan con los polémicos romanistas, en que al llamarte
"calvinista", te representan como una víctima de estrechez dogmática;
y lo que es aun peor, como un peligro para la seriedad de la vida moral. Este
es un estigma tan ofensivo que teólogos como Hodge, que de plena convicción
eran defensores de la predestinación, y consideraron una honra el ser
calvinistas, preferían hablar de agustinismo en vez de calvinismo. El título
denominacional de algunos bautistas y metodistas indica un tercer uso del
nombre de calvinista. Nadie menos que Spurgeon pertenecía a una clase de
bautistas en Inglaterra que se llaman "Bautistas calvinistas", y los
metodistas de Whitefield en Gales llevan hasta hoy el nombre de "Metodistas
calvinistas". Entonces aquí también la palabra indica una diferencia
confesional, pero se aplica como un nombre para unas denominaciones especiales
de la iglesia. Sin duda, Calvino mismo hubiera criticado muy severamente esta
práctica. Durante su vida, ninguna iglesia reformada jamás soñó con nombrar la
iglesia de Cristo según algún hombre. Los luteranos hicieron esto, pero las
iglesias reformadas nunca. Pero más allá de este uso sectario, confesional, y
denominacional, del nombre de "calvinista", sirve además, en cuarto
lugar, como un nombre científico, sea en un sentido histórico, filosófico, o
político. Históricamente, el nombre de calvinismo indica el canal en el cual se
movía la reforma, en cuanto no era ni luterana, ni anabaptista, ni sociniana.
En el sentido filosófico, entendemos con calvinismo aquel sistema de conceptos
que se levantó a dominar las diferentes esferas de la vida, bajo la influencia
de la mente maestra de Calvino. Y como nombre político, el calvinismo indica
aquel movimiento político que garantizó la libertad de las naciones en política
constitucional; primero en Holanda, después en Inglaterra, y desde el fin del
último siglo en Estados Unidos. En este sentido científico, el nombre de
calvinismo es especialmente corriente entre los eruditos alemanes. Y esta no es
solamente la opinión de aquellos que tienen simpatías calvinistas, sino también
los eruditos que han abandonado todo estándar confesional del cristianismo, sin
embargo atribuyen este significado profundo al calvinismo. Esto aparece en el testimonio
de tres de nuestros mejores científicos. El primero de ellos, el Dr.Robert
Fruin, declara que: "El calvinismo llegó a los Países Bajos consistiendo
en un sistema lógico acerca de la divinidad, un orden eclesiástico democrático
particular, empujado por un sentido severamente moral, y tan entusiasta por la
moral como por la reforma religiosa de la humanidad." - Otro historiador,
que manifestaba aún más abiertamente sus simpatías racionalistas, escribe:
"El calvinismo es la forma más elevada de desarrollo que alcanzó el
principio religioso y político en el siglo XVI." Y una tercera autoridad
admite que el calvinismo ha liberado a Suiza, los Países Bajos, e Inglaterra; y
que en los Padres Peregrinos proveyó el impulso para la prosperidad de los Estados
Unidos. De manera parecida, Bancroft, entre Uds, admitió que el calvinismo
"tiene una teoría de ontología, de ética, de felicidad social, y de
libertad humana, todo derivado de Dios." Solo en este último sentido,
estrictamente científico, deseo hablarles sobre el calvinismo como una
tendencia general independiente, que desde un principio madre particular
desarrolló una forma independiente tanto para nuestra vida como para nuestro
pensamiento entre las naciones de Europa Occidental y Norteamérica. El dominio
del calvinismo es de hecho mucho más amplio de lo que nos haría suponer la
interpretación confesional estrecha. La aversión contra llamar la iglesia según
un hombre, dio lugar a que en Francia los protestantes fueron llamados
"hugonotes", en los Países Bajos "mendigos", en Gran
Bretaña "puritanos" y "presbiterianos", y en Norteamérica
"padres peregrinos"; pero todos estos productos de la Reforma en
vuestro continente y el nuestro, eran de origen calvinista. Pero la extensión
del dominio calvinista no debe limitarse a estas manifestaciones más puras.
Nadie aplica una regla tan exclusiva al cristianismo. Dentro de sus fronteras
no incluimos solamente a Europa Occidental, sino también a Rusia, los países de
los Balcanes, Armenia, e incluso el imperio de Menelic en Abisinia. Por tanto
es justo que incluyamos en el ámbito calvinista también a aquellas iglesias que
han divergido más o menos de sus formas más puras. En sus 39 artículos, la
Iglesia de Inglaterra es estrictamente calvinista, aunque en su jerarquía y
liturgia ha abandonado los caminos rectos, y se encontró con los resultados
serios de este desvío en el puseyismo* y el ritualismo. La confesión de los
Independientes era igualmente calvinista, aunque en su concepción de la Iglesia
la estructura orgánica fue quebrantada por el individualismo. Y si bajo el
liderazgo de Wesley la mayoría de los metodistas se opusieron a la
interpretación teológica del calvinismo, sin embargo es el mismo espíritu
calvinista que creó esta reacción espiritual contra la vida eclesiástica
petrificante de aquellos tiempos. En cierto sentido, por tanto, podemos decir
que el campo entero que fue cubierto por la Reforma, en cuanto no era luterana
ni sociniana, fue dominado en principio por Calvino. Incluso los bautistas
pidieron abrigo bajo las tiendas de los calvinistas. Es el carácter libre del
calvinismo que permitió estos diferentes matices, y las reacciones contra sus
excesos. Por su jerarquía, el romanismo es y permanece uniforme. El luteranismo
debe su unidad y uniformidad similar al ascenso del príncipe, cuya relación con
la iglesia es la de "summus episcopus" y su "ecclesia
docens". El calvinismo, por otro lado, que no establece ninguna jerarquía
eclesiástica, y ninguna interferencia magisterial, pudo desarrollarse en muchas
y variadas formas, por supuesto corriendo el peligro de la degeneración, y
provocando todo tipo de reacciones parciales. Con el libre desarrollo de la
vida, como fue la intención del calvinismo, tuvo que aparecer la distinción
entre un centro, con su plenitud y pureza de vitalidad y fuerza, y una ancha
circunferencia con sus declinaciones amenazantes. Pero en este mismo conflicto
entre un centro más puro y una circunferencia menos pura, el calvinismo
garantizó la obra constante de su espíritu. Habiendo entendido esto, el
calvinismo está arraigado en una forma de religión particular; y desde esta
conciencia religiosa específica se desarrolló primeramente una teología
específica, después un orden especial de la iglesia, y después una forma dada
para la vida política y social, para la interpretación del orden moral del
mundo, para la relación entre naturaleza y gracia, entre el cristianismo y el
mundo, entre la iglesia y el estado, y finalmente para las artes y la ciencia;
y en medio de todas estas manifestaciones de vida permaneció siempre el mismo
calvinismo, en cuanto todos estos desarrollos surgieron simultáneamente y
espontáneamente desde su principio más profundo de vida. En esta medida, el
calvinismo está en una línea con estos otros grandes complejos de vida humana,
conocidos como paganismo, islamismo y romanismo, por lo cual distinguimos
cuatro mundos completamente diferentes en el único mundo de la vida humana. Y
si, hablando precisamente, debiésemos coordinar el cristianismo y no el
calvinismo con el paganismo y el islamismo, sin embargo es mejor poner el
calvinismo en una línea con ellos, porque el calvinismo pretende incorporar la
idea cristiana de manera más pura y correcta que el romanismo o el luteranismo.
En el mundo griego de Rusia y los estados de los Balcanes, el elemento nacional
sigue dominando, y por tanto la fe cristiana en aquellos países todavía no fue
capaz de producir una forma propia de vida desde las raíces de su ortodoxia
mística. En los países luteranos, la interferencia del magistrado impidió la
obra libre del principio espiritual. Por tanto, solamente del romanismo se
puede decir que incorporó sus pensamientos sobre la vida en un mundo de
conceptos y expresiones propias. Pero al lado del romanismo, y en oposición
contra él, el calvinismo apareció, no solamente para crear una forma diferente
de iglesia, sino una forma completamente diferente para la vida humana, para
proveer la sociedad humana con un método de existencia diferente, y para poblar
el mundo del corazón humano con ideales y conceptos diferentes. No debe
sorprendernos que esto no fue percibido hasta nuestros días, pero ahora es
admitido tanto por amigos como por enemigos, en consecuencia de mejores
estudios de historia. Se hubiera percibido antes, si el calvinismo hubiera entrado
en la vida como un sistema bien construido, y se hubiera presentado como un
resultado de estudios. Pero se originó de una manera muy diferente. En el orden
de la existencia, la vida es lo primero. Y para el calvinismo, la vida misma
era siempre el primer objeto de sus esfuerzos. Hubo demasiado por hacer y por
sufrir, para dedicar mucho tiempo al estudio. Lo que dominó era la práctica
calvinista en el campo de batalla. Además, las naciones entre las cuales el
calvinismo ganó la batalla - como los suizos, los holandeses, los ingleses y
los escoceses - no tenían una disposición muy filosófica. Especialmente en
aquel tiempo, la vida era espontánea y no calculada; y solo más tarde se
convirtió el calvinismo en el objeto de estos estudios especiales donde los historiadores
y teólogos trazaron la relación entre los fenómenos calvinistas y la unidad de
su principio que abarca todo. Se puede decir incluso que la necesidad de un
estudio teorético y sistemático de un fenómeno tan extenso de la vida, surge
solamente cuando su primera vitalidad se agotó y cuando se ve obligado a trazar
sus límites de manera más exacta para poder mantenerse en el futuro. Y si a
esto añadimos el hecho de que el énfasis en reflejar nuestra existencia como
unidad en el espejo de nuestra conciencia, es mucho más fuerte en nuestra época
filosófica que nunca antes, entonces vemos que tanto las necesidades del
presente como la preocupación por el futuro nos obligan a un estudio más
profundo del calvinismo. En la iglesia católica romana, todos saben para qué
viven, porque disfrutan conscientemente de la unidad de la cosmovisión romana.
También en el islam encontramos el mismo poder de una convicción de la vida,
dominada por un solo principio. Solo el protestantismo camina por el desierto
sin meta ni dirección, moviéndose por acá y allá sin progresar nada. Esto
explica por qué en las naciones protestantes, el panteísmo nacido de la nueva
filosofía alemana y en la forma de evolución según Darwin, reclama más y más la
supremacía en cada esfera de la vida humana, incluso en la teología, e intenta
bajo toda clase de nombres volcar nuestras tradiciones cristianas, y se afana
incluso por cambiar la herencia de nuestros padres por un budismo moderno sin
esperanza. Las ideas dominantes que surgieron durante la Revolución Francesa al
fin del siglo pasado, y en la filosofía alemana durante el siglo presente,
forman juntas una cosmovisión que es directamente opuesta al sistema de
nuestros padres. Sus luchas eran por la gloria de Dios y un cristianismo
purificado; el movimiento presente libra su guerra por la gloria del hombre,
inspirado no por el espíritu humilde del Calvario, sino por el orgullo de la
adoración de héroes. ¿Y por qué estamos nosotros, los cristianos, tan débiles
frente a este modernismo? ¿Por qué hemos constantemente perdido terreno?
Simplemente porque nos falta una igual unidad en el concepto de la vida, la
cual solamente podría capacitarnos con una energía irresistible para repeler al
enemigo en la frontera. Esta unidad en el concepto de la vida, sin embargo, no
la encontraremos en un concepto difuso de protestantismo que se tuerce, como lo
hace, en todo tipo de tortuosidades; sino la encontraremos en este proceso
histórico poderoso que en la forma del calvinismo cavó un canal propio para el
río poderoso de su vida. Solo por medio de esta unidad de concepción, como
existe en el calvinismo, Uds. en América y nosotros en Europa podríamos ser
capacitados una vez más para asumir nuestra posición, aparte del romanismo, en
la oposición contra el panteísmo moderno. Sin esta unidad en cuanto al punto de
partida y la cosmovisión, perderemos nuestro poder de mantener nuestra posición
independiente, y nuestra fuerza para resistir disminuirá.
*Aunque el lenguaje y las ideas evangélicas dominaron cada
vez más la sociedad inglesa, incluso después de que el poder religioso esencial
del movimiento hubiera comenzado a desvanecerse, el Evangelicalismo no
era el único movimiento religioso influyente de la era. En Oxford, un grupo de
académicos y sacerdotes anglicanos estaban cada vez más descontentos con la
falta de seriedad con la que la institución consideraba sus deberes religiosos,
con el fracaso para apreciar la herencia católica de la Iglesia, en particular
su visión histórica y teológica previa a la Reforma y con su Erastianismo — la
disposición a subordinar sus exigencias legítimas y las prerrogativas de la
Iglesia ante los requerimientos de la política estatal. Estos líderes tan conocidos
eran John
Henry Newman, John Keble, y Edward Pusey, y su método preferido era una serie de publicaciones que
habían comenzado en 1833 a las que llamaron «tratados» (tracts), de ahí que se
les conociera como los tractarianos (y también como el Movimiento de Oxford).
Estas piezas argumentativas atacaban lo que los eclesiásticos de la Iglesia
alta consideraban como la debilidad imperante en la Iglesia, y en particular el
asalto de lo que llamaban el «liberalismo». Con esto se referían tanto a la
laxitud doctrinal y la inatención a muchos aspectos de la rica herencia de la
Iglesia como a las tendencias políticas que amenazaban el estatus de la Iglesia
como institución nacional. Esto incluía el Erastianismo y la otra cara de la
moneda, que era la creciente agitación por la separación del Estado. La escisión
de la posición favorecida de la Iglesia dentro del Estado no procedía
exclusivamente del descreimiento como a veces los tractarianos daban a
entender, sino que fue principalmente impulsada por la disidencia, que se
encontraba en comparación con los anglicanos en una situación realmente
complicada, incluyendo su habilidad para participar plenamente en la vida
universitaria. Richard Hurrell Froude, un joven asociado de Newman y Keble y
miembro de Oxford que falleció a la edad de treinta y tres años, respondió
duramente ante la idea de que la debilidad de la Iglesia se debía al Estado y
sostuvo que la causa verdadera era la decepción del clero. La pretensión de que
Inglaterra era una nación cristiana imposibilitó la instauración de la
disciplina eclesiástica dado que dejaría al descubierto la falsedad de la
apariencia. [Froude, Remains, 1: 273. Newman publicó póstumamente estos
volúmenes procedentes de los escritos misceláneos de Froude].
Es común en la literatura considerar a los
tractarianos como antitéticos a los evangélicos, quienes en ocasiones son
llamados el partido de «la Iglesia baja». Aquí se da desafortunadamente una
combinación de errores. Originalmente, los evangélicos eran opuestos a los
eclesiásticos pertenecientes a la Iglesia baja, quienes tendían a ser
latitudinarios y anti-nomianos, devotos de la laxitud doctrinal y moral que los
evangélicos desacreditaban. De este modo, los evangélicos eran aliados
naturales del movimiento tractariano, aunque hacia la época en la que los
tratados comenzaron a aparecer en 1833, la generación Clapham o bien estaba
muerta o pronta a extinguirse y sus sucesores no eran tan prometedores como sus
colegas. La desconfianza de Keble hacia los evangélicos radicaba principalmente
en lo que él pensaba que era su confianza sentimental hacia la negligencia del
deber y de la personalidad más que de sus posiciones afianzadas. Se sentía más
cerca de ellos que del Latitudiarianismo en contra del cual reaccionaron [Lock,
John Keble, 19f]. Henry Liddon, el biógrafo del siglo XIX de Pusey argumentó
que el renacimiento evangélico era una reacción frente a la enseñanza de la
Iglesia de una moralidad natural y libre que ignoraba a Jesucristo y que había
tomado forma dentro y fuera de la Iglesia anglicana. Aunque crítico con lo que
él consideraba la naturaleza «uniforme» del movimiento, Liddon lo trató casi
como la salvación del Anglicanismo, describiendo la actitud de Pusey en
términos similares: « . . . y hasta el último día de su vida, Pusey retuvo ese
amor de los evangélicos al que con frecuencia se refería, y que se avivó
mediante los esfuerzos evangélicos por hacer de la religión un poder vivo en
una época fría y tenebrosa» [Liddon, Vida de Edward
Bouverie Pusey, 1: 254]. El erudito sueco Yngve Brilioth estaba tan
convencido de las afinidades naturales entre el Evangelicalismo y el
Tractarianismo que preguntaba retóricamente: «¿Faltaría a la verdad llamar a
Pusey uno de los grandes evangélicos ingleses?». La himnodia, pensaba, sugería
la misma conclusión; el movimiento de la Iglesia alta ayudó a incorporar una
amplia gama de himnos evangélicos al uso común de la Iglesia, incluyendo a los
de la disidencia [El Evangelicalismo y el movimiento de
Oxford, 35-38, 46ff]. Liddon retrató a los tractarianos como
preocupados con la penetración del liberalismo dentro de la Iglesia. Creían que
la única defensa frente a ello pasaba por la apropiación de los aspectos de las
tradiciones de la Iglesia que los evangélicos ignoraban [Liddon, Vida de Pusey, 4:1].
Existía un legado evangélico pronunciado en
los tractarianos. La conversión de Newman bajo el ministerio de un profesor de
universidad calvinista y de Oxford, Walter Mayers del Pembroke College, fue
clásicamente evangélica. Aunque para cuando Newman escribió sus memorias, había
abjurado hacía mucho tiempo del Protestantismo, confirmó explícitamente su
experiencia de conversión. Llamó a Mayers «un hombre excelente», y afirmó que
«gracias a la misericordia de Dios» nunca había repudiado la doctrina aprendida
por entonces, y sobre su conversión dijo que estaba más seguro de ella de que
tenía manos y pies. Para estar convencido, rechazó la doctrina típica
calvinista de la «perseverancia de los santos» y la convicción de que la
conversión y la justificación eran lo mismo así como toda la Eclesiología protestante,
[Newman, Apologia Pro Vita Sua, 24-27. Para
cuando escribió esta obra, Newman ya consideraba al Luteranismo y al Calvinismo
herejías (148)], pero aún así siguió compartiendo mucho con los evangélicos,
especialmente en el contexto de sus adversarios comunes. Henry Manning fue otro
anglicano de la Iglesia alta que tuvo una historia de conversión similar a la
de Newman. [Existe un buen relato de la conversión evangélica de Manning en
Newsome, Los Wilberforces y Henry Manning,
148f. Newsome incluye un breve testimonio de Manning después de su conversión:
«Todo esto provocó un nuevo pensamiento en mí — no ser un sacerdote en el
sentido de mi antiguo destino, sino renunciar al mundo y vivir para Dios y sus
almas . . . Durante mucho tiempo recé y fui habitualmente a la iglesia. Fue un
punto decisivo en mi vida . . . Sin lugar a dudas fue una llamada de Dios así
como todo lo que desde entonces me ha dado . . . »]. Tres hijos de William
Wilberforce — Samuel, Robert y Henry — estuvieron fuertemente vinculados a los
tractarianos de Oxford no sólo cuando estudiantes sino posteriormente. Y
eclesiásticos de la Iglesia alta como el futuro primer ministro, William
Gladstone, mantuvo a menudo tales convicciones evangélicas que podría
denominarse a todos ellos como evangélicos. Esta frontera ondulante y difusa
entre los dos movimientos fue algo natural, cuando se tiene en cuenta que las
preocupaciones principales de los tractarianos no fueron externas, como a
menudo sostenían sus acusadores, sino localizadas en la religión interior del
corazón — que es lo que los evangélicos siempre enfatizaban. El año cristiano de Keble era un libro de poesía
devocional que tuvo un impacto extraordinario en todos los partidos con este
tipo de inclinación. Como expresó Newman, «Keble fue original y despertó en
miles de corazones una nueva música, la música de una escuela desconocida
largamente en Inglaterra» [Apologia 38].
Se podría argumentar que fue la versión
poética de los predicadores evangélicos en el apogeo de su eficacia, diseñada
para despertar a una Iglesia dormida. Este tipo de fervor interno, y no
nostalgia con formas medievales, es lo que motivó a los tractarianos. [Al decir
que los tractarianos no eran meros proveedores de nostalgia medieval, no niego
su admiración consciente por tal periodo. Eran seguidores entusiastas de las
novelas de Walter Scott y abiertamente reconocieron su deuda con él. Lamentaron
la muerte de Scott y cada año durante su aniversario celebraban un misa
conmemorativa, en la que se leía el poema de Keble procedente de El año cristiano. Algunos de los oponentes de los
tractarianos criticaron a Scott también debido a su relación. Véase
Cruse, Los victorianos y sus lecturas,
34f]. Si los evangélicos estaban preocupados con la justificación, los
tractarianos estaban igualmente preocupados con la santificación, la lucha por
la santidad y el fervor interior. [Reardon en De
Coleridge a Gore defiende a ultranza este punto, 118]. Pero
ésta era una cuestión de énfasis y ninguna parte negaba la otra doctrina,
independientemente de las diferencias concebidas en el camino. A principios del
Tractarianismo, era posible hacer causa común con los evangélicos como cuando
entraron en connivencia para frustrar el nombramiento de un profesor regio no
ortodoxo de divinidad en Oxford.
Pero la alianza no podía durar. Fracasó en
gran parte porque los evangélicos y otros sospecharon que los tractarianos de
la Iglesia alta eran, a pesar de sus protestas, pretextos para el Catolicismo
romano. Esta sospecha se convirtió en casi una
certeza con la publicación en 1840 del Tratado número noventa de Newman que
argumentaba que los Treinta y
nueve artículos, y que la constitución de facto
de la
Iglesia anglicana, correctamente comprendidos,
eran compatibles con la Iglesia de Roma. La tormenta que el tratado noventa
desató, como escribió posteriormente Newman, puso punto y final a su inutilidad
en la tarea de influenciar el curso de la Iglesia anglicana:
Vi claramente que mi lugar en el movimiento había desaparecido; la
confianza pública se terminó; mi trabajo concluyó. Era simplemente imposible
que cualquier cosa que dijera pudiera tener un efecto positivo cuando se me
había asignado como puesto la despensa de cada departamento de mi universidad,
como si se tratase de un pastelero desafortunado, y cuando en cada lugar de mi
país y en cada clase social, a través de todo órgano y canal informativo, en
los periódicos, en las reuniones, en las revistas, en los púlpitos, en las
comidas, en las cafeterías, en los vagones de tren, yo era denunciado como un
traidor que había abandonado su tren y había sido detenido justo a punto de
incendiarlo en contra de la sociedad consagrada [Apologia,
100].
Cuando Newman se convirtió al Catolicismo
romano en 1845 los restos hechos jirones del movimiento tractariano llegaron a
su fin. Aquéllos que habían sospechado que Newman había hecho contrabando con
las legiones del Papa dentro de las murallas del Anglicanismo, creyeron que
habían sido vengados y grandes segmentos del público estuvieron de acuerdo con
ellos. La carnicería en la Iglesia de Inglaterra (Church of England) fue
espantosa. Un número de discípulos de Newman y muchos otros también acabaron
con él o poco después. Henry Manning, entonces viudo, se convirtió en un
sacerdote católico romano y posteriormente en obispo de Westminster y más tarde
en cardenal. Muchas familias se desgarraron. El libro de David Newsome Los Wilberfoces y Henry Manning relata la lucha
dentro de la familia Wilberforce cuando Robert y Henry, su padre había
fallecido mucho tiempo atrás, se convirtieron a Roma mientras que Samuel se
convirtió en uno de los obispos anglicanos más energéticos e influyentes del
siglo.
[Omito del estudio presente cualquier
consideración del movimiento ritualista en la Iglesia de Inglaterra porque
ocurrió después del periodo que estoy considerando. Algunos eruditos afirman y
algunos niegan que este movimiento fue una continuación de los tractarianos. Se
remontaba a la tradición cristiana en la Iglesia y a sus rituales antiguos en
particular. Los enemigos de todas las manifestaciones de la Iglesia alta en los
últimos dos tercios del siglo tendieron a agruparlos como «Puseyismo», aunque
Pusey nunca recurrió demasiado a los rituales católicos. Además de
Brilioth, El Evangelicalismo y el movimiento de Oxford,
véase Voll y su Evangelicalismo católico.
Voll simpatiza en gran medida con la obra de Brilioth, aunque opina que los
ritualistas posteriores exhibieron rasgos evangélicos de modo muy superior a
los tractarianos. Cree que el movimiento ritualista estuvo fuertemente
influenciado por el Metodismo, siendo el vínculo entre ambos Alexander Knox, un teólogo
laico de la Iglesia de Irlanda].
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