} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: MERLE D'AUBIGNÉ (1)

martes, 30 de diciembre de 2025

MERLE D'AUBIGNÉ (1)

Desde hace algunos años, tengo el privilegio de participar en la página web de la antigua congregación donde me congregaba de forma regular. Mi cometido es preparar de forma quincenal dos apartados: Biografía y Éfemérides, que se editan en la web de la Iglesia Evangélica de Bonhome.

Voy a publicar en este pequeño blog, el contenido de la última biografía. Estoy seguro que será de gran edificación espiritual para todos los lectores de este blog.

        

 

MERLE D'AUBIGNÉ fue el más popular de los historiadores de la Iglesia del siglo XIX. Su Historia de la Reforma disfrutó de una venta enorme. Esto tomó a la Inglaterra protestante por sorpresa, y, en su género, debe haber sido uno de los best sellers de la época victoriana.

Jean Henri Merle d'Aubigné nació en 1794, en el cantón de Ginebra, vástago de una familia francesa célebre. Cuando Luis XIV revocó el Edicto de Nantes (que dio protección a los protestantes) en 1685, y miles de hugonotes fueron expulsados de Francia, su bisabuelo paterno, Jean Louis Merle, se había movido de Nimes a Ginebra. A mediados del siglo siguiente, Francisco, el hijo de Jean Merle, se casó con Elizabeth d'Aubigné, descendiente del famoso poeta e historiador Theodore Agripa d'Aubigné. Los hijos de Elizabeth conservaron el apellido de su madre de soltera, y eran conocidos como Merle d'Aubigné. Aime Robert, el hijo de Francisco y Elizabeth, y padre de nuestro historiador, realizó una misión comercial a Constantinopla durante los difíciles años después de la Revolución Francesa de 1789. De regreso a Ginebra a través de Viena, le salió al encuentro en el camino cerca de Zurich una compañía de soldados rusos que recientemente habían sido derrotados por el general francés Massena, y fue cruelmente asesinado. Por ese tiempo su segundo hijo, Jean Henri, no era más que un niño de cinco años deedad. La viuda sobrevivió durante casi medio siglo.

Jean Henri pronto mostró un gusto por las actividades académicas, ingresó a la Academia de su ciudad natal (más tarde llamada Universidad de Ginebra) completando lo que ahora se llama un curso de bachillerato en artes, y luego ingresó a la Facultad de Teología.

Desgraciadamente los profesores de la Facultad estaban fuertemente inclinados hacia el unitarismo, y la doctrina evangélica había sido abandonada en gran medida. Era el año de 1816, aproximadamente. Frederic Monod, quien fue compañero de estudios de Merle d'Aubigné, ha dejado constancia de que "el unitarismo, con toda su influencia escalofriante, y todos sus apéndices que destruyen el alma, era la única doctrina enseñada por nuestros profesores. Para mí, durante los cuatro años que asistí a la Facultad de Teología de Ginebra, como parte de mis estudios, no leí un solo capítulo de la Palabra de Dios, con la excepción de unos salmos exclusivamente con a fin de aprender hebreo, y no recibí una sola lección de exégesis del Antiguo Testamento o del Nuevo".

Afortunadamente para Ginebra, y, cabe añadir, por suerte también para Francia, llegó un escocés para arar y sembrar el campo estéril. En 1816, como un instrumento especialmente escogido de Dios para la obra, llegó a Ginebra, sin invitación de la Facultad, un profesor de teología cuya doctrina era idéntica a la del propio Juan Calvino. Robert Haldane, aunque nacido en Londres, era de ascendencia escocesa, y en todos los aspectos un verdadero "escoceses debuena cepa". El impacto que tuvo en la ciudad de Ginebra fue tan notable que Merle d'Aubigné, en años posteriores, solía señalar hacia el edificio de apartamentos Haldane (al tiempo que bajaba la mirada hacia el lago y los Alpes Saboya) diciendo: "Esa es la cuna de la segunda Reforma ginebrina".

Unos veinte o treinta estudiantes de teología, uno de los cuales era d'Aubigné, respondieron a la invitación de Haldane a reunirse con él en su apartamento, en el que había dispuestas sillas a ambos lados de una larga mesa cubierta con copias de las Escrituras en francés, inglés, alemán y otros idiomas modernos, además del Antiguo y Nuevo Testamentos en hebreo y griego, respectivamente. Uno de los profesores tomó por su cuenta hacer rondines bajo las sombras de los árboles de la avenida en el momento en que los estudiantes se reunían, dejando en claro su gran disgusto por esas reuniones y tomando nota de los nombres de los asistentes en su cuaderno de bolsillo.

La exposición de Haldane sobre el Verbo causó una impresión imborrable en Monod (quien más tarde sería el líder fundador de las Iglesias Libres de Francia) y él registró su experiencia de este modo: "Lo que más me sorprendió, y lo que nos llamó la atención de todos, fue la solemnidad del estilo del señor Haldane. Era evidente que él hablaba muy en serio de nuestras almas y de las almas de los que podrían ser puestos bajo nuestro cuidado pastoral, y tales sentimientos eran nuevos para nosotros. Era también notable su mansedumbre y la paciencia incansable con que escuchaba nuestros sofismas, nuestras objeciones ignorantes, nuestros intentos para avergonzarlo de vez en cuando con preguntas difíciles inventadas a propósito, y sus respuestas a todos y cada uno de nosotros. Pero lo que me asombró y me hizo reflexionar más que cualquier otra cosa, fue su indiscutible conocimiento de la Palabra de Dios y la fe implícita en su autoridad divina… Nunca habíamos visto algo como esto. Incluso después de este lapso de años, todavía tengo presente en mi mente su figura alta y varonil, rodeada por los estudiantes. Su Biblia en inglés en la mano, como si empuñara como única arma la Palabra que es la espada del Espíritu; satisfaciendo cada objeción, eliminando todas las dificultades, respondiendo a todas las preguntas con una pronta referencia a varios pasajes bíblicos, por lo quetodas las objeciones, dificultades y preguntas eran contestadas con bastante precisión. Él nunca perdió el tiempo argumentando en contra de nuestros supuestos razonamientos, pero a la vez señalaba con el dedo a la Biblia, añadiendo palabras simples como: ‘Mira aquí, esto que lees sigue estando escrito por el dedo de Dios.’ Él era, en el sentido pleno de la palabra, una concordancia viviente.... Nos expuso la Epístola a los Romanos, que varios de nosotros probablemente nunca habíamos leído, y que ninguno de nosotros entendía. . . . Creo que uno de mis mayores privilegios es haber sido su intérprete. . . siendo casi el único que sabía Inglés lo suficientemente bien como para ser recompensado honrosamente”. Merle d'Aubigné quedó profundamente impresionado como Monod por lo que oyó. "Undía me encontré con Robert Haldane –le dijo a un amigo1–, y escuché que leía en su Biblia inglesa un capítulo de Romanos sobre la corrupción natural del hombre, una doctrina de la que nunca antes había escuchado. De hecho yo estaba muy sorprendido al oír que el hombre es corrupto por naturaleza. Recuerdo que le dije al señor Haldane: ‘Ahora veo esa doctrina en la Biblia.’ –‘Sí–respondió–, ¿pero también la ves en tu corazón?’ Aunque esa parecía una simple pregunta, se anidó en mi conciencia. Era la espada del Espíritu. Y desde ese momento vi que mi corazón estaba corrompido, y supe por la Palabra de Dios que yo pedía ser salvado por gracia. Así que, si Ginebra dio mucho a Escocia en la época de la Reforma y si comunicó la luz a John Knox, también Ginebra recibió mucho de Escocia por medio de la bendita labor de Robert Haldane.

Habiendo completado su curso académico en Ginebra, Merle d'Aubigné continuó sus estudios en las universidades de Leipzig y Berlín. En esta última ciudad "se sentó a los pies" de Neander, teólogo cristiano e historiador de iglesia, hijo de un comerciante ambulante judío, cuyas conferencias causaron una profunda impresión en el estudiante en cierne. A diferencia de los historiadores cuyo interés radicaba principalmente en las instituciones, el interés principal de Neander radicaba en las personas, y se convirtió en su objetivo, en su estudio de la historia de la iglesia para descubrir en ella "la interpenetración de la vida humana por la divina." No hay duda de que d'Aubigné poseía un genio particular como historiador derivado de esta fuente. El interés en las personas en lugar de las instituciones, que es el común denominador de los volúmenes de su Historia reimpresos aquí, es la prueba de que él fue un fiel aprendiz de Neander. Aunque d' Aubigné no había llegado todavía a Berlín, sin embargo, ya se había formado en su mente el proyecto de escribir la historia de la Reforma. Su viaje desde Ginebra a Berlín le llevó a través del país de Lutero, y ha de haber visitado Eisenach y el castillo de Wartburg, famosos en la historia de la vida del reformador alemán. Esta visita resultó ser una inspiración para toda la vida, y la formación que más tarde recibió de Neander sólo confirmó su resolución de dar a conocer las cosas que Dios había hecho durante la época del siglo XVI. Su estudio de los grandes reformadores que ahora comenzaba no cesaría hasta que, después de medio siglo de trabajo, legó a su generación y a la posteridad los trece volúmenes que constituyen una importante contribución a la comprensión de la época de Lutero, Calvino, Cranmer, y Knox.

Las labores ministeriales de Merle d'Aubigné, propiamente dichas, comenzaron en la iglesia protestante que había sido fundada en Hamburgo por hugonotes franceses que huyeron de su patria durante la persecución de Luis XIV. Después de pasar cinco años en la ciudad alemana fue invitado por Guillermo, rey de los Países Bajos, para convertirse en pastor de una iglesia francesa recién formada en Bruselas. Este cargo lo desempeñó hasta la revolución de 1830 que condujo a la separación de Bélgica de Holanda.

Rechazando una invitación para asumir un puesto tutorial en la familia del rey holandés, y habiendo experimentado, como amigo que era del rey, las amenazas contra su vida en las manos de los belgas furiosos, se sintió obligado a regresar a Ginebra, donde ayudó en la creación de un seminario para la formación de pastores y maestros de la Palabra. En esta institución se convirtió en profesor de Historia de la Iglesia, y pronto se le unió Louis Gaussen, otro miembro del grupo de Haldane de 1816, más tarde famoso por ser el autor de un excelente tratado sobre la inspiración plenaria de las Sagradas Escrituras. En 1834, Gaussen llegó a ser profesor de Teología Sistemática. El colegio prosperó y cumplió un propósito similar al de los días de Calvino mediante el envío de profesores capacitados, formados en la fe reformada en un amplio campo de servicio.Merle d' Aubigné desempeñó el cargo hasta su muerte en 1872. Él tuvo amplia oportunidad de familiarizarse no sólo con los principales caminos de la historia de la Reforma, sino también con sus atajos. Sus visitas a las principales bibliotecas de Europa Central y Occidental lo llevaron a adquirir un vasto conocimiento del siglo XVI. Tal fue su fama como historiador que se le otorgó la exención de impuestos de la ciudad de Edimburgo y el grado de Doctor en Derecho Civil de la Universidad de Oxford. Con frecuencia visitó Inglaterra, siendo tratado con altos honores por los evangélicos ingleses. A no pocos escoceses les hubiera gustado tenerlo de maestro en uno de sus seminarios teológicos. En una visita a Gran Bretaña en mayo de 1862, cuando fue invitado por la reina Victoria a predicar en la capilla real de St. James, también visitó el Tabernáculo Metropolitano. CH Spurgeon, a propósito, acortó su propio discurso para dar oportunidad a d'Aubigné para que hablara ante la gran concurrencia. El discurso fue totalmente típico de aquel hombre, lo mismo que la historia que narró casi al final, tan típico que, de hecho, vale la pena recordarlo:

"Había – dijo–, a finales del siglo XVI, un hombre en Italia que era un hijo de Dios, que enseñaba por el Espíritu. Su nombre era Aonio Paleario. Había escrito un libro llamado El Beneficio de la Muerte de Cristo. Este libro fue destruido en Italia, y durante tres siglos no fue posible encontrar una copia; pero hace dos o tres años se encontró una copia italiana, creo que en una de las bibliotecas de Cambridge o de Oxford, y se volvió a imprimir. Quizá esto parezca de poca importancia, pero ese hombre no dejó la Iglesia de Roma, como debería haber hecho, en cambio, todo su corazón fue entregado a Cristo. Fue llevado ante el juez en Roma, por orden del Papa. El juez dijo: ‘vamos a presentarle tres preguntas, primero le preguntamos ¿cuál es la primera causa de la salvación, después ¿cuál es la segunda causa de la salvación, y por último, ¿cuál es la tercera causa de salvación’. Pensaban que, haciéndole estas tres preguntas, él diría finalmente que debería ser para la gloria de la Iglesia de Roma. Entonces le preguntaron: '¿Cuál es la primera causa de la salvación?’, y él respondió: 'Cristo'. Luego le preguntaron: '¿Cuál es la segunda causa de la salvación?’, y él respondió: 'Cristo'. Finalmente le preguntaron: '¿Cuál es la tercera causa de la salvación?’, y él respondió: 'Cristo'. Ellos pensaron que él iba a decir: ‘en primer lugar Cristo, en segundo lugar la Palabra, en tercer lugar, la Iglesia. Pero no, él dijo ‘CRISTO’. La primera causa, Cristo, la segunda, Cristo, y la tercera, Cristo. Y por esa confesión que él hizo en Roma, fue condenado a morir como un mártir. Mis queridos amigos, vamos a pensar y hablar como ese hombre; que cada uno de nosotros pueda decir: 'La primera causa de mi salvación es Cristo, la segunda es Cristo, y la tercera es Cristo. Cristo y su sangre expiatoria, Cristo y su Espíritu regenerador; Cristo y su gracia electiva eterna. Cristo es mi única salvación. No conozco ninguna otra’".

Es conveniente añadir que, algunos meses antes, Spurgeon visitó Ginebra por invitación de d'Aubigné, y predicó con gran alegría en el púlpito de Calvino (vestido con la toga negra ginebrina). Después del servicio, él dijo: "pasé una noche muy agradable con los predicadores más conocidos de Suiza, hablando de nuestro Señor, y de los progresos de Su obra en Inglaterra y en el Continente. Cuando nos despedimos, cada uno de esos ministros, unos ciento cincuenta o tal vez doscientos, me besó en ambas mejillas. Esa fue una experiencia algo bochornosa para mí" – dijo Spurgeon.La inmensa popularidad de la Historia de Merle d'Aubigné en su tiempo se debió en gran medida al hecho de que fue escrita por un experto en el campo, fue escrita no sólo para los expertos, sino para el público cristiano ordinario. Juzgó que el interés público podría ser despertado mejor, no por exposiciones eruditas sobre las complejidades de la ley canónica y en instituciones de la Iglesia, sino por el estrés continuo del factor personal en la historia, las emociones del alma humana, las tensiones mentales y las tensiones ocasionadas por el impacto de la antigua y todavía recién nacida verdad sobre las mentes por el largo tiempo de esclavitud del catolicismo romano, y las torturas experimentadas por el espíritu humano cuando llegó el momento de tomar medidas decisivas. Fue este aspecto de la reforma que la pluma de d'Aubigné retrató con una habilidad carente hasta entonces de historiadores de la Iglesia. La concentración excesiva en los aspectos meramente legislativos y políticos de la historia religiosa deja al alma humana impasible, mientras que la representación gráfica de las almas inquieta de una manera más profunda por la fuerza de la verdad divina; almas agonizantes por las tensiones terribles que pueden y, de hecho, dan resultados de una experiencia del nuevo nacimiento en un ambiente eclesiástico intensamente hostil, por no decir doméstico, que también lo fue, descrito por un escritor capaz de llorar con los que lloraban, que conmovió el alma de la Inglaterra victoriana, y que hizo de la obra de d'Aubigné un potente factor en la consolidación de miles al protestantismo y a la verdad bíblica en un momento en que Roma estaba haciendo un nuevo esfuerzo para reparar los estragos de los siglos. Como había hecho el martirologio Foxe, escribió, no tanto para el mundo erudito y universitario, sino para la persona de escasos conocimientos y de poca inclinación a lo académico. Pero la profundidad de su erudición le permitió subir muy por encima del nivel de un mero literato populista. Un lector superficial puede a veces suponer que la historia es en sí superficial, y que, al ser "popular", puede no ser al mismo tiempo académica y crítica. Sin embargo, puede engañarse a sí mismo. Normalmente, el erudito no es "el populista”, pero en d'Aubigné se combinan los dos roles. "El arte consiste en ocultar el arte" dice un antiguo refrán, y de esta habilidad en particular d'Aubigné fue un humilde maestro. Su conocimiento, basado en la más amplia y prolongada investigación, fue inmenso, pero con todo y eso, él nunca sobrecargó su narrativa. Su estilo mordaz lacónico nunca se convirtió en una maraña de una mera información fáctica.Que un historiador popularice su tema es, a los ojos de la mayoría de los historiadores académicos, responsable de una ofensa imperdonable contra toda buena erudición. Pero no fue sólo en este aspecto que d'Aubigné se apartó de los cánones generalmente aceptados por la escritores de historia. Hay dos principios básicos de su historia que casi todos los miembros de la fraternidad histórica consideran que no deberían de formar parte de una historia seria, a saber, su convicción de que el elemento divino en la historia humana es esencial para su verdadero entendimiento, y su negativa a esconder de sus lectores su propia fe personal y sus convicciones sinceras. En la edad moderna se ha vuelto casi un axioma de que el historiador debe tratar su tema "científicamente", y sobre todo, de manera impersonal, ocultando hasta el último grado sus propias convicciones personales, si acaso las tuviera, y que debe escribir como si no tuviera ni fe ni conciencia (excepto para el establecimiento de la fría verdad histórica). Como un ejercicio estrictamente académico este método puede tener sus méritos, pero como un vehículo para estimular el interés en la mente del lector promedio, es una clara falla. La historia, para vivirla, debe seguir el pulso de la vida del historiador. Él mismo debe ser inquietado por los acontecimientos en los que ha elegido explayarse. Y es aquí donde d'Aubigné logra su mayor éxito. Él no es un mero espectador de lejos, disecando, por así decirlo, los huesos secos de los hombres de los años pasados. Él vive en la edad que describe. Comparte las agonías de los mártires del siglo XVI. Su corazón palpita y duele a medida que camina junto a los confesores de la fe por las calzadas reales de la época de Tudor. Él está presente en sus juicios. Siente el calor de las llamas junto a aquellos que han "abierto la boca al Señor y que no pueden volver atrás", cediendo ante el fuego de la muerte. En este sentido recupera el "espíritu viviente" de la edad de Tudor, y se convierte en el John Foxe del siglo XIX. "Yo escribo la historia de la Reforma en su propio espíritu", es su afirmación. 

Probablemente el otro principio con el que están en contra los historiadores seculares sea su insistencia incesante sobre el elemento divino siempre presente en la historia del hombre.

Podría parecer lo más lógico decir que la historia de la Reforma no se puede entender sin tanta insistencia, pero los escritores que no logran percibir y poseer la presencia y la obra del Espíritu de Dios son abundantes. La Reforma en Inglaterra de Sir Maurice Po-wicke, publicado por primera vez en 1940, dice, por ejemplo, que la "única cosa definida que se puede decir sobre la Reforma en Inglaterra es que fue un acto de Estado". Se puede casi asumir que llamarlo un acto de Dios sería puesto en el rango de una herejía histórica. Muchos escritos históricos son deliberadamente exposiciones frías y no interpretativas. Pero d'Aubign pertenece a la escuela de los profetas. Sus escritos están "embarazados de fuego celestial". Su principal objetivo es demostrar la mano divina interviniendo en los asuntos humanos, y esto no sólo en relación con los movimientos espirituales de su época, sino también en relación a los movimientos políticos y eclesiásticos. Dios gobernando, Dios supervisando, Dios revelando su poder, Dios interviniendo abiertamente en los asuntos de los Estados y de los individuos. Esto, para Merle d'Aubigné, es el meollo de la historia, el hilo negro para tejer su tapiz. Él es cuidadoso en hacer que este punto sea tan claro como palabras haya para aclararlo. Así, en su prefacio a su primera historia, dice: "la historia debe ser hecha para vivirse en concordancia con su propia vida. Dios es esta vida.

 

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