} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: GRANDES HOMBRES DE LA REFORMA: JUAN HUSS

miércoles, 6 de enero de 2016

GRANDES HOMBRES DE LA REFORMA: JUAN HUSS

Juan Huss nació en Hussenitz, un pueblo de Bohemia, alrededor del año 1380. Sus padres
le dieron la mejor educación que le permitían sus circunstancias; y habiendo adquirido un buen
conocimiento de los clásicos en una escuela privada, pasó a la universidad de Praga, donde
pronto dio pruebas de su capacidad intelectual, y donde se destacó por su diligencia y aplicación
al estudio.
En 1398, Huss alcanzó el grado de bachiller en divinidad, y después fue sucesivamente
elegido pastor de la Iglesia de Belén, en Praga, y decano y rector de la universidad. En estas
posiciones cumplió sus deberes con gran fidelidad, y al final se destacó de tal manera por su
predicación, que se conformaba a las doctrinas de Wickliffe, que no era probable que pudiera
escapar a la atención del Papa y de sus partidarios, contra los que predicaba con no poca
aspereza.
El reformista inglés Wickliffe había encendido de tal manera la luz de la reforma, que
comenzó a iluminar los rincones más tenebrosos del papado y de la ignorancia. Sus doctrinas se
esparcieron por Bohemia, y fueron bien recibidas por muchas personas, pero por nadie tan en
particular como por Juan Huss y su celoso amigo y compañero de martirio, Jerónimo de Praga.
El arzobispo de Praga, al ver que los reformistas aumentaban a diario, emitió un decreto para
suprimir el esparcimiento continuo de los escritos de Wickliffe; pero esto tuvo un efecto
totalmente contrario al esperado, porque sirvió de estímulo para el celo de los amigos de estas
doctrinas, y casi toda la universidad se unió para propagarlas.
Estrecho adherente de las doctrinas de Wickliffe, Huss se opuso al decreto del arzobispo,
que sin embargo consiguió una bula del Papa, que le encargaba impedir la dispersión de las
doctrinas de Wickliffe en su provincia. En virtud de esta bula, el arzobispo condenó los escritos
de Wickliffe; también procedió contra cuatro doctores que no habían entregado las copias de
aquel teólogo, y les prohibieron, a pesar de sus privilegios, predicar a congregación alguna. El
doctor Huss, junto con algunos otros miembros de la universidad, protestaron contra estos
procedimientos, y apelaron contra la sentencia del arzobispo.
Al saber el Papa la situación, concedió una comisión al Cardenal Colonna, para que citara
a Juan Huss para que compareciera personalmente en la corte de Roma, para que respondiera de
la acusación que había sido presentada en contra suya de predicar errores y herejías. El doctor
Huss pidió que se le excusara de comparecer personalmente, y era tan favorecido en Bohemia
que el Rey Wenceslao, la reina, la nobleza y la universidad le pidieron al Papa que dispensaran
su comparecencia; también que no dejara que el reino de Bohemia estuviera bajo acusación de
herejía, sino que se les permitiera predicar el Evangelio con libertad en sus lugares de culto.
Tres procuradores comparecieron ante el Cardenal Colonna en representación del doctor
Huss. Trataron de excusar su ausencia, y dijeron que estaban dispuestos a responder en su lugar.
Pero el cardenal declaró contumaz a Huss, y por ello lo excomulgó. Los procuradores apelaron al
Papa, y designaron a cuatro cardenales para que examinaran el proceso. Estos comisionados
confirmaron la sentencia, y extendieron la excomunión no sólo a Huss sino también a todos sus
amigos y seguidores.
Huss apeló contra esta sentencia a un futuro Concilio, pero sin éxito; y a pesar de la
severidad del decreto y de la consiguiente expulsión de su iglesia en Praga, se retiró a Hussenitz,
su pueblo natal, donde siguió propagando su nueva doctrina, tanto desde el púlpito como con su
pluma.
Las cartas que escribió en este tiempo fueron muy numerosas; y recopiló un tratado en el
que mantenía que no se podía prohibir de manera absoluta la lectura de los libros de los
reformistas. Escribió en defensa del libro de Wickliffe acerca de la Trinidad, y se manifestó
abiertamente en contra de los vicios del Papa, de los cardenales y del clero de aquellos tiempos
corrompidos. Escribió asimismo muchos otros libros, todos los cuales redactó con una fuerza
argumental que facilitaba enormemente la difusión de sus doctrinas.
En el mes de noviembre de 1414 se convocó un Concilio general en Constanza,
Alemania, con el único propósito, como se pretendía, de decidir entre una disputa que estaba
entonces pendiente entre tres personas que contendían por el papado; pero su verdadero motivo
era aplastar el avance de la Reforma.
Juan Huss fue llamado a comparecer delante de este Concilio; para alentarle, el
emperador le envió un salvoconducto. Las cortesías e incluso la reverencia con que Huss se
encontró por el camino eran inimaginables. Por las calles que pasaba, e incluso por las carreteras,
se apiñaba la gente a las que el respeto, más que la curiosidad, llevaba allí.
Fue llevado a la ciudad en medio de grandes aclamaciones, y se puede decir que pasó por
Alemania en triunfo. No podía dejar de expresar su sorpresa ante el trato que se le dispensaba.
«Pensaba yo (dijo) que era un proscrito. Ahora veo que mis peores enemigos están en Bohemia.»
Tan pronto como Huss llegó a Constanza, tomó un alojamiento en una parte alejada de la ciudad.
Poco después de su llegada, vino un tal Stephen Paletz, que habla sido contratado por el clero de
Praga para presentar las acusaciones en su contra. A Paletz se unió posteriormente Miguel de
Cassis, de parte de la corte de Roma. Estos dos se declararon sus acusadores, y redactaron un
conjunto de artículos contra él, que presentaron al Papa y a los prelados del Concilio.
Cuando se supo que estaba en la ciudad, fue arrestado inmediatamente, y constituido
prisionero en una cámara en el palacio. Esta violación de la ley común y de la justicia fue
observada en panicular por uno de los amigos de Huss, que adució el salvoconducto imperial;
pero el Papa replicó que él nunca había concedido ningún salvoconducto, y que no estaba atado
por el del emperador.
Mientras Huss estuvo encerrado, el Concilio actuó como Inquisición. Condenaron las
doctrinas de Wickliffe, e incluso ordenaron que sus restos fueran exhumados y quemados,
órdenes que fueron estrictamente cumplidas. Mientras tanto, la nobleza de Bohemia y Polonia
intercedió intensamente por Huss, y prevalecieron hasta el punto de que se impidió que fuera
condenado sin ser oído, cosa que habla sido la intención de los comisionados designados para
juzgarle.
Cuando le hicieron comparecer delante del Concilio, se le leyeron los artículos redactados
contra él; eran alrededor de unos cuarenta, mayormente extraídos de sus escritos.
La respuesta de Juan Huss fue: «Apelé al Papa, y muerto él, y no habiendo quedado
decidida mi causa, apelé asimismo a su sucesor Juan XXIII, y no pudiendo lograr mis abogados
que me admitiera en su presencia para defender mi causa, apelé al sumo juez, Cristo.»
Habiendo dicho Huss estas cosas, se le preguntó si había recibido la absolución del Papa o no. El
respondió: «No.» Luego, cuando se le preguntó si era legitimo que apelara a Cristo, Juan Huss
respondió: «En verdad que afirmo aquí delante de todos vosotros que no hay apelación más justa
ni más eficaz que la que se hace a Cristo, por cuanto la ley determina que apelar no es otra cosa
que cuando ha habido la comisión de un mal por parte de un juez inferior, se implora y pide
ayuda de manos de un Juez superior. ¿Y quién es mayor Juez que Cristo? ¿Quién, digo yo, puede
conocer o juzgar la cuestión con mayor justicia o equidad? Pues en El no hay engaño, ni El
puede ser engañado por nadie; ¿y acaso puede alguien dar mejor ayuda que Él a los pobres y a
los oprimidos?» Mientras Juan Huss, con rostro devoto y sobrio, hablaba y pronunciaba estas
palabras, estaba siendo ridiculizado y escarnecido por todo el Concilio.
Estas excelentes expresiones fueron consideradas como manifestaciones de traición, y
tendieron a inflamar a sus adversarios. Por ello, los obispos designados por el concilio le
privaron de sus hábitos sacerdotales, lo degradaron, le pusieron una mitra de papel en la cabeza
con demonios pintados en ella, con esta expresión: «Cabecilla de herejes». Al ver esto, él dijo:
«Mi Señor Jesucristo, por mi causa, llevó una corona de espinas. ¿Por qué no debería yo,
entonces, llevar esta ligera corona, por ignominiosa que sea? En verdad que la llevaré, y de
buena gana. Cuando se la pusieron en su cabeza, el obispo le dijo: «Ahora encomendamos tu
alma al demonio.» «¡Pero yo,» dijo Juan Huss, levantando sus ojos al cielo, «la encomiendo en
tus manos, oh Señor Jesucristo! Mi espíritu que Tú has redimido.»
Cuando lo ataron a la estaca con la cadena, dijo, con rostro sonriente: «Mi Señor Jesús
fue atado con una cadena más dura que ésta por mi causa; ¿por qué debería avergonzarme de ésta
tan oxidada?»
Cuando le apilaron la leña hasta el cuello, el duque de Baviera estuvo muy solícito con él
deseándole que se retractara. «No,» le dijo Huss, «nunca he predicado ninguna doctrina con
malas tendencias, y lo que he enseñado con mis labios lo sellaré ahora con mi sangre.» Luego le
dijo al verdugo: «Vas a asar un ganso (siendo que Huss significa ganso en lengua bohemia), pero
dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás ni asar ni hervir.» Si dijo una
profecía, debía referirse a Martín Lutero, que apareció al cabo de unos cien años, y en cuyo
escudo de armas figuraba un cisne.
Finalmente aplicaron el fuego a la leña, y entonces nuestro mártir cantó un himno con voz
tan fuerte y alegre que fue oído a través del crepitar de la leña y del fragor de la multitud.
Finalmente, su voz fue acallada por la fuerza de las llamas, que pronto pusieron fin a su
existencia.
Entonces, con gran diligencia, reuniendo las cenizas las echaron al río Rhin, para que no
quedara el más mínimo resto de aquel hombre sobre la tierra, cuya memoria, sin embargo, no
podrá quedar abolida de las mentes de los piadosos, ni por fuego, ni por agua, ni por tormento
alguno.