} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ROMANOS 8 ; 1-17

domingo, 17 de enero de 2016

ROMANOS 8 ; 1-17


8.1La conjunción “pues” une este pasaje al contexto anterior inmediato. El tema con que termina el capítulo 7 está aun bajo consideración. El objeto de los cuatro primeros versículos es el enseñar cómo “la ley del pecado y de la muerte” está privada de su poder de sujetar de nuevo a los creyentes en la servidumbre, y cómo la santa ley de Dios recibe de ellos el homenaje de una obediencia viviente. Como Cristo, que “no conoció pecado,” fue, a todos los efectos legales, “hecho pecado por nosotros”, así somos nosotros, los que en él creemos, a todos los efectos legales, “hechos justicia de Dios en él” (2Corintios 5:21); y para los tales, hechos uno con Cristo en la cuenta divina. Pero éste no es un mero convenio legal; es una unión en vida, teniendo los creyentes, por la inmanencia del Espíritu de Cristo en nosotros, una vida con Él tan real, como la cabeza y los miembros del mismo cuerpo tienen una sola vida.
"Es inocente; déjenlo en libertad". ¿Qué significarían estas palabras para nosotros si nos hallaramos en la fila de las personas condenadas a muerte? El hecho es que todo el género humano está sentenciado a muerte, condenado con justicia por quebrantar repetidamente la santa ley de Dios. Sin Jesús no tendríamos esperanza alguna. ¡Pero gracias a Dios! Nos declaró inocentes y nos concedió libertad del pecado para hacer su voluntad.
8.2 Es el Espíritu Santo el que aquí se llama el “Espíritu de vida,” como quien abre en el alma de los creyentes una fuente de vida espiritual. También se le llama “el Espíritu de verdad,” el que “guía a toda la verdad” (Juan 16:13), y “el Espíritu de consejo y de fortaleza de conocimiento y de temor de Jehová. Se le llama “el Espíritu de vida en Cristo Jesús,” porque Él hace su morada en los creyentes como miembros de Cristo, y en consecuencia de esto, nosotros tenemos vida juntamente con su Cabeza. “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” es “aquel nuevo principio de acción que el Espíritu de Cristo ha puesto dentro de nosotros: la ley de nuestro nuevo ser.” Esta nos liberta al tomar posesión de nuestro hombre interior, “de la ley del pecado y de la muerte,” esto es, del poder esclavizador de aquel principio corrupto que conduce a la muerte. El “fuerte armado” es derrotado por el “más fuerte que él;” el principio más débil queda destronado y expulsado por el más potente; el principio de la vida espiritual prevalece y pone en cautividad el principio de la muerte espiritual, “llevando cautiva a la cautividad”. Si esto es lo que el apóstol quiere decir, el versículo completo significa que el triunfo de los creyentes sobre nuestra corrupción interna, por el poder del Espíritu de Cristo en nosotros, prueba que estamos en Cristo Jesús, y estamos absueltos de la condenación.
El Espíritu Santo estuvo presente en la creación del mundo (Génesis 1:2) y es el que produce el renacimiento de todo cristiano. El Espíritu Santo nos da el poder que necesitamos para disfrutar la vida cristiana. Podemos obtener más información acerca del Espíritu Santo, en  Juan 3:6  Hechos 1:3-5.  
8.3- 4 Jesús se dio en sacrificio por nuestros pecados. En los tiempos del Antiguo Testamento, se ofrecían continuamente sacrificios de animales en el templo. Los sacrificios mostraban a los israelitas la seriedad del pecado: la sangre debía esparcirse para que se recibiera el perdón (Levítico 17:11). Pero en verdad la sangre de los animales no podía quitar el pecado (Hebreos 10:4). Los sacrificios representaban el sacrificio de Cristo, quien pagó el castigo de todos los pecados.
  Parece claro que lo que el apóstol tiene en su mente es la incapacidad de la ley para librarnos del dominio del pecado, La ley podía irritar nuestra naturaleza pecaminosa, para obrar de una manera más virulenta, pero no pudo lograr su propio cumplimiento. Es decir, por cuanto tenía que dirigirse a nosotros por medio de una naturaleza corrompida, tan potente que no se dejaba influir por meros mandamientos y amenazas. El sentido es, que mientras que la ley era impotente para lograr su propio cumplimiento por las razones dadas, Dios adoptó el método ahora a demostrarse para lograr dicho propósito. Esta y expresiones similares dan a entender que Cristo era Hijo de Dios antes que lo enviara: esto es, en su propia Persona, e independientemente de su misión y aparición en la carne Gálatas 4; 4 y si así es, no sólo tiene la misma naturaleza de Dios, así como un hijo tiene la naturaleza del padre, sino que es esencialmente del Padre, aunque sea en un sentido demasiado misterioso para que lenguaje alguno nuestro lo defina debidamente. Y esta relación peculiar se menciona aquí para encarecer la grandeza y definir la naturaleza de la liberación provista, como que venía desde más allá de los límites de la humanidad pecaminosa, y sin duda, de la misma Divinidad.
Fué hecho en la realidad de nuestra carne, pero sólo a semejanza de nuestra condición pecaminosa. Él tomó nuestra naturaleza tal como está en nosotros, rodeada de enfermedades, sin nada que le distinguiese como hombre de entre los hombres pecadores, salvo el que era sin pecado. Ni significa que tomase nuestra naturaleza con todas sus propiedades menos una; porque el pecado no es propiedad de la humanidad, sino solamente el estado desordenado de nuestras almas por pertenecer a la familia caída de Adán; desorden que afecta y penetra toda nuestra naturaleza pero desorden solamente nuestro propio. El fin de este pasaje no es hablar de la misión de Cristo para expiar el pecado, sino en virtud de aquella propiciación, destruir el dominio del pecado y extirparlo del todo de los creyentes. En este glorioso sentido nuestro Señor dice de su muerte que se acercaba (Juan 12:31): “Ahora es el juicio de este mundo: ahora el príncipe de este mundo será echado fuera;” y otra vez ( Juan 16:11): “Cuando viniere (el Espíritu), redargüirá al mundo de … juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado;” esto es, condenado a dejar su dominio de los hombres, quienes por la cruz serán emancipados para gozar de libertad, para llegar a ser santos.
8.5, 6 Pablo divide a la gente en dos categorías: los que son de la carne y los que son del Espíritu Santo. Los hombres tenemos que estar bajo la influencia o del uno o del otro de estos dos principios, y según el uno o el otro predominen, así será la inclinación de nuestra vida, el carácter de nuestras acciones. Todos estaríamos en la primera categoría si Jesús no nos hubiera ofrecido una vía de escape. Una vez que aceptamos a Jesús, le seguimos porque su senda nos brinda vida y paz. Cada día debemos decidir a conciencia centrar nuestras vidas en Dios. Usemos la Biblia para ver los mandatos de Dios y sígamolos. Preguntémonos en cada situación dudosa: "¿Qué quiere Jesús que hagamos?" Cuando el Espíritu Santo nos muestre lo que es bueno, hagamoslo con entusiasmo. Nuestra vieja naturaleza se opone a nuestra nueva vida en Cristo, Romanos 6.6-8; Efesios 4:22-24; Colosenses 3:3-15.
8; 7 El deseo y el logro de los fines carnales son un estado de enemistad contra Dios, totalmente incompatible con la verdadera vida y paz en el alma. “Porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” Es decir, en tal estado de mente no hay ni puede haber el más mínimo sometimiento a la ley de Dios. Se pueden hacer muchas cosas que la ley exige, pero nada se hace ni se puede hacer porque la ley de Dios lo requiera, ni sencillamente para agradar a Dios.
8; 8 Viven bajo el gobierno de la carne, sin principios obedenciales, ni deseos de agradar a Dios.
8.9 Esto no significa: “si la disposición o la mente de Dios mora en nosotros,” sino “si el Espíritu Santo mora en nosotros” De aquí pues concluímos que el estar “en el espíritu” significa estar bajo el dominio de nuestra propia mente renovada; porque la inmanencia del Espíritu de Dios se da como evidencia de que nosotros estamos “en el espíritu.” Es en su carácter de “Espíritu de Cristo” como el Espíritu Santo toma posesión de los creyentes, engendrando en ellos el espíritu o la disposición mansa y humilde que también le caracterizaba a él. Así pues, si el corazón de alguno carece, no de tales disposiciones, sino del bendito Autor de las mismas, “el Espíritu de Cristo,” el tal no es de él, aunque esté intelectualmente convencido de la verdad del cristianismo, y en un sentido general influído por el espíritu de él. ¡Qué declaración tan aguda y tan solemne es ésta! 
¿Me he preguntado alguna vez si soy cristiano de verdad o no? Cristiano es todo el que tiene el Espíritu de Dios morando en El. Si he confiado sinceramente en Cristo como Salvador y lo he reconocido como Señor, el Espíritu Santo ha entrado a mi vida y ya soycristiano. Uno no sabe que ha recibido el Espíritu Santo porque haya sentido ciertas emociones, sino porque Jesús lo ha prometido. Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros, creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que la vida eterna se obtiene a través de El (1Juan 5:5); empezamos a actuar bajo la dirección de Cristo (Romanos 8:5; Gálatas 5:22-23); encontramos ayuda en los problemas cotidianos y en la oración (Romanos 8:26-27); podemos servir a Dios y hacer su voluntad (Hechos 1:8; Romanos 12:6 ); y somos parte del plan de Dios para la edificación de su Iglesia (Efesios 4:12-13).
8.10-11 La frase “a la verdad” tiene la idea de conceder razón: “Es verdad que el cuerpo está muerto, y en consecuencia su redención está incompleta, pero” es decir, “Si Cristo está en vosotros por su Espíritu inmanente, aunque vuestros cuerpos tienen que pasar por la experiencia de la muerte como consecuencia del pecado del primer Adán, vuestro espíritu está henchido de “vida” nueva e inmortal, implantada por la “justicia” del segundo Adán.”
“Vuestro cuerpo a la verdad no está libre de la muerte que el pecado introdujo; pero vuestro espíritu aun ahora tiene en sí una vida inmortal. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, aun este cuerpo vuestro, aunque cede al último enemigo y su polvo vuelve al polvo de donde vino, aun ha de experimentar la misma resurrección como la de su Cabeza viviente, en virtud de la inmanencia en vosotros del mismo Espíritu que le vivificó a él.”
El Espíritu Santo es promesa de Dios o garantía de vida eterna para quienes creen en El, en Jesucristo. El Espíritu está ahora en nosotros por fe y por fe estamos seguros de que viviremos con Cristo por la eternidad.  Podemos corroborar en la Palabra de Dios en la Biblia en: Romanos 8:23; 1Corintios 6:14; 2Corintios 4:14; 1Timoteo 4:14.
8; 12 En un tiempo estábamos vendidos a sujeción bajo el Pecado; pero ya que hemos sido libertados de aquel duro amo, y llegado a ser siervos (esclavos) de la Justicia  , nada debemos a la carne, desconocemos sus injustas pretensiones y hacemos caso omiso de sus imperiosas demandas.” ¡Glorioso sentimiento!
8.13 El apóstol no se contenta sólo con asegurarnos que no estamos bajo obligaciones algunas hacia la carne para escuchar sus sugestiones, sino que también nos recuerda el resultado de ello si lo hacemos; y emplea la palabra “mortificar” (matar) para hacer una especie de juego de palabras con el término “moriréis” que antecede: “Si vosotros no matáis al pecado, el pecado os matará a vosotros.” Pero esto lo templa con una alternativa halagüeña: “Si por el Espíritu mortificáis las obras del cuerpo, tal curso infaliblemente resultará en ‘vida’ eterna”. Y esto guía al apóstol a una línea nueva de pensamiento, que introduce su tema final: la “gloria” que espera al creyente justificado. "Hacéis morir las obras de la carne" significa dar por muerto el poder del pecado en nuestro cuerpo (Romanos 6.11; Gálatas 5:24). Cuando nos consideramos muertos al pecado, podemos rechazar la tentación. “No puede haber seguridad, santidad o felicidad alguna, para los que no están en Cristo: ninguna seguridad, porque los tales están bajo la condenación de la ley; ninguna santidad, porque sólo aquellos que están unidos a Cristo tienen el Espíritu de Cristo; ninguna felicidad, porque la “mentalidad carnal es muerte”. La santificación de los creyentes, por cuanto tiene toda su base en la muerte expiatoria, así también tiene su fuente viviente en la inmanencia del Espíritu de Cristo.  “La inclinación de los pensamientos, afectos, y ocupaciones es la única prueba decisiva del carácter.
Ningún refinamiento de la mente carnal la hará espiritual, ni compensa por la falta de la espiritualidad. “La carne” y “el espíritu” son esencial e inmutablemente contrarios; así pues la mente carnal, como tal, no puede sujetarse a la ley de Dios. Por tanto, el alejamiento de Dios y del pecador es mutuo, porque la condición de la mente del pecador es “enemistad contra Dios” , y así esta condición “no puede agradar a Dios” Puesto que el Espíritu Santo se llama indistintamente, a la vez, “el Espíritu de Dios,” “el Espíritu de Cristo,” y “Cristo” mismo (como una vida inmanente en los creyentes), la unidad esencial y, con todo, la distinción personal del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en una sola adorable Divinidad, debe ser creída, como la única explicación consecuente de tal lenguaje. La conciencia de la vida espiritual en nuestra alma renovada es una gloriosa garantía de la vida resurreccional del cuerpo también, en virtud del mismo Espíritu vivificador que ya mora en nosotros.  Sea cual fuere la profesión de vida religiosa que los hombres hagan, consta eternamente que “si vivimos conforme a la carne, moriremos,” y solamente “si por el Espíritu mortificamos las obras del cuerpo, viviremos”
8.14-17 Pablo toma la adopción para ilustrar la nueva relación del creyente con Dios. En la cultura romana, la persona adoptada perdía todos sus derechos en su familia anterior y ganaba los derechos de un hijo legítimo en su nueva familia. Se convertía en heredero de las posesiones de su nuevo padre. Asimismo, cuando uno acepta a Cristo, gana todos los privilegios y responsabilidades de un hijo en la familia de Dios. Uno de estos privilegios notables es recibir la dirección del Espíritu Santo (Gálatas 4:5-6). Quizás no sintamos siempre que pertenecemos a Dios, pero el Espíritu Santo es nuestro testigo. Su presencia en nosotros nos recuerda quiénes somos, y nos anima con su amor divino (Gálatas 5:5).
  Ya no somos esclavos temerosos y viles. Ahora somos hijos del Amo. ¡Qué privilegio! Debido a que somos hijos de Dios, disfrutamos de grandes riquezas como coherederos. Dios ya nos ha dado sus mejores regalos: su Hijo, perdón, vida eterna; y nos anima a pedirle todo lo que necesitemos.
  Identificarse uno con Jesús tiene un precio. Junto con las grandes riquezas que menciona, Pablo habla de los sufrimientos que los cristianos enfrentaremos. ¿Qué clase de sufrimientos serán? Para los creyentes del primer siglo hubo consecuencias sociales y económicas, y muchos enfrentaron persecución y muerte. Nosotros también debemos pagar un precio por seguir a Jesús. En muchos lugares del mundo actual, los cristianos enfrentan presiones tan severas como las de los primeros seguidores de Cristo. Aun en países donde el cristianismo se tolera o alienta, los cristianos no debemos bajar la guardia. Vivir como Cristo lo hizo (servir a otros, renunciar a nuestros derechos, resistir las presiones para conformarnos al mundo) siempre exige un precio. Nada que suframos, sin embargo, podrá compararse al gran precio que Jesús pagó por nosotros para salvarnos.