8.19- Es
decir: “Verdad es que debemos padecer con Cristo, si queremos participar de su
gloria; pero ¿qué importa? Pues si se comparamos tales padecimientos con la
gloria venidera, llegan a ser insignificantes.
Los
cristianos vemos al mundo tal como es: decadente en lo físico e infectado por
el pecado en lo espiritual. Sin embargo, los cristianos no debemos ser
pesimistas, porque tenemos la esperanza de un futuro glorioso. Miramos hacia
los nuevos cielos y tierra que Dios prometió y esperamos el nuevo orden que
librará al mundo de pecado, enfermedades y maldad. Mientras tanto, salimos con
Cristo al mundo a sanar cuerpos y almas enfermas y luchar contra los efectos
malignos del pecado.
8.21
Es decir, la creación misma será, en un sentido glorioso, librada para gozar de
aquella libertad sobre la debilidad y la corrupción en la que los hijos de
Dios, resucitados en gloria, se espaciarán. Si sólo por causa del hombre la
tierra fue maldecida, no puede sorprendernos el que debiera ella participar en
la redención de él. Si así es, el representarla como compadeciéndose de las
miserias del hombre, y anhelando la completa redención de él para lograr su
propia emancipación de su actual condición manchada por el pecado, es un
pensamiento hermoso que está en armonía con la enseñanza general de las
Escrituras al respecto.
8.23
Resucitaremos con cuerpos glorificados semejante al que Cristo posee ahora en
el cielo (1Co_15:25-58). Tenemos las "primicias", el adelanto
del Espíritu Santo como garantía de nuestra vida resucitada ( 2Co_1:22; 2Co_5:5;
Efe_1:4).
8.24, Es
natural que los hijos confíen en sus padres a pesar de que estos algunas veces
fallan al cumplir con sus promesas. Nuestro Padre celestial, sin embargo, nunca
promete algo que después no cumpla. No obstante, su plan puede demorar más de
lo que esperábamos. En lugar de actuar como niños impacientes mientras
esperamos que se revele la voluntad de Dios, debiéramos confiar en la bondad y
sabiduría del Señor.
8.25
En Romanos, Pablo presenta la idea de que la salvación es pasado, presente y
futuro.
Es pasado
porque fuimos salvos en el
momento en que creímos en Jesucristo como Señor y Salvador (Rom 3.21-26;
5.1-11; 6.1-11, 22, 23); nuestra vida nueva (vida eterna) comenzó en ese
momento.
Es presente
porque nos estamos salvando; o
sea, estamos en proceso de santificación. Pero al mismo tiempo, es futuro, pues no recibimos por
completo los beneficios y bendiciones de la salvación que recibiremos cuando el
reino de Cristo se establezca definitivamente. Esa será nuestra salvación
futura. Aunque estamos seguros de nuestra salvación, seguimos mirando con
esperanza y confianza hacia aquel cambio completo de cuerpo y personalidad que
nos espera más allá de esta vida, cuando seamos como El es (1Juan_3:2).
8.26,
27
Como creyentes, no estamos abandonados a nuestra suerte para enfrentar los
problemas. Aun cuando no sepamos las palabras adecuadas cuando oramos, el
Espíritu Santo ora con y por nosotros, y Dios contesta. Con la ayuda de Dios al
orar, no debemos temer estar ante su
presencia. Pidamos que el Espíritu Santo interceda en nuestro favor
"conforme a la voluntad de Dios". Luego, cuando presentemos nuestras
peticiones a Dios, confiemos en que El siempre nos dará lo mejor. No es que los
creyentes nos confundamos con respecto a lo que debemos pedir, ya que se nos
han dado indicaciones extensas sobre este particular; sino lo difícil que es
pedir lo que conviene “como se debe”. Esta dificultad surge en parte a causa de
lo oscuro de nuestra visión espiritual en nuestra condición velada actual,
mientras tengamos que “andar por fe, no por vista” ( 1Co_13:9; 2Co_5:7),
y en parte, por la gran mezcla de ideas y sentimientos que se origina al
reconocer que lo que se aprecia con los sentidos es algo pasajero, la cual aún
existe en nuestra naturaleza renovada y en nuestros mejores conceptos y
afectos; parcialmente también por la inevitable imperfección que hay en el
lenguaje humano para expresar los más sutiles sentimientos del corazón. En
tales circunstancias, ¿cómo es posible que no haya mucha incertidumbre en
nuestros ejercicios espirituales, y que, en nuestra mejor comprensión de
nuestro Padre celestial y en las fervientes oraciones de nuestros corazones a Éll,
no nazcan dudas en nosotros de si nuestra actitud mental en tales ejercicios
sea del todo provechosa para nosotros y agradable a Dios? Tampoco menguan estas
preocupaciones, antes se agrandan, con la profundidad y la madurez de nuestra
experiencia espiritual.
¡Qué
ideas tan sublimes y conmovedoras hallamos en este pasaje! La idea es que
“mientras luchamos por expresar en palabras los deseos de nuestro corazón y
hallamos que nuestras emociones más profundas son lo más inexpresables,
“gemimos” bajo esta sentida incapacidad. Pero no en vano son estos gemidos,
pues “el Espíritu mismo” está en ellos, dando a las emociones que él mismo ha
encendido el solo lenguaje de que son capaces. Así que, aunque los gemidos
emitidos de nuestra parte son el fruto de la impotencia para expresar lo que
sentimos, son al mismo tiempo la intercesión del Espíritu mismo a nuestro
favor.
Dios,
el Escudriñador de corazones, mira las emociones que surgen dentro de nosotros
al dirigirnos a Él en oración, y sabe perfectamente lo que el Espíritu quiere
decir con los gemidos que Él evoca en nuestro interior, porque el bendito
Intercesor pide para nosotros sólo lo que Dios se propone impartirnos.
¿Somos los creyentes “guiados por el Espíritu de
Dios”? ¡Cuán cuidadosos debiéramos ser para no “contristar al Espíritu Santo de
Dios” (Efesios_4:30)! Salmos_32:8-9
: “Te guiaré con mis ojos; no seas (pues) como el caballo o como el mulo
…” “El espíritu de servidumbre,” al que
muchos hombres están “por toda la vida sujetos,” son aquí reprochados, pues están en directo y
penoso contraste con aquel “espíritu de adopción,” y aquel testimonio del
Espíritu, juntamente con el nuestro, de la verdad de nuestra adopción, de la
cual, según se dice aquí, los hijos de Dios, como tales, gozamos .
Como el
padecimiento con Cristo es la preparación que tendremos para poder participar
en esta gloria, la insignificancia de dicho padecimiento comparado con la
felicidad eterna, no puede sino aliviar el sentido del mismo por penoso y
prolongado que fuere.
El corazón de
todo cristiano inteligente no puede sino ensancharse al pensar en que, si la
naturaleza externa ha sido misteriorsamente afectada para mal por la caída del
hombre, sólo espera su completo restablecimiento con la resurrección, para
experimentar una correspondiente emancipación de la nefasta condición de ella a
fin de gozar de una vida inmarcesible y poseer una hermosura que no se
marchita.
No es cuando
los creyentes, “apagando al Espíritu” con nuestros pecados, tenemos menos y más
oscuros vistazos del cielo, cuando gemimos más fervorosamente por estar allá;
antes, al contrario, cuando por la libre operación del Espíritu en nuestros corazones las “primicias” reveladas son gustadas más
amplia y frecuentemente, entonces, y precisamente por esa razón, “gemimos muy dentro nuestro” por alcanzar la plena
redención. Porque razonamos de esta manera: Si así son las gotas, ¿cómo será el
océano? Si es tan dulce “mirar por un espejo oscuramente”, ¿que será el mirar
“cara a cara”? Si cuando “mi Amado está tras la pared, mirando por la ventana,
asomándose por la celosía” (Cantares 2:9)—aquel fino velo que separa lo
visible de lo invisible—si aun así me parece “más hermoso que los hijos de los
hombres,” ¿cuál no será, cuando aparezca ante mi visión inofuscable como el
unigénito del Padre, en mi propia naturaleza, y cuando yo sea como él es, pues
le veré tal cual es?
La “paciencia
de la esperanza” (1Tesalonicneses_1:3) es la debida actitud de los que tenemos
el conocimiento de que ya estamos “salvos” (2Ti_1:9; Tit_3:5), pero que, con
todo, tenemos también el penoso conocimiento de que no lo somos sino en parte; o “que siendo
justificados por la gracia de Él somos hechos herederos conforme a la
esperanza de la vida eterna”. Tit_3:7.
Como la oración es la respiración de la vida
espiritual, y el único alivio eficiente del creyente, quien aún tiene adherida
a sí la “flaqueza” en toda su condición terrenal, ¡cuán animador es que se nos
asegure que el bendito Espíritu, conocedor de toda ella, acude en nuestro
socorro; y en particular, cuando los creyentes, impotentes para articular nuestro
caso delante de Dios, no podemos a veces hacer otra cosa sino quedarnos
“gimiendo” ante el Señor, qué consolador es saber que estos gemidos
inarticulados son el vehículo mismo del Espíritu para poner “en los oídos del Señor
nuestra causa completa, y ascienden ante el que escucha las oraciones como la
misma intercesión del Espíritu a nuestro favor, y que son reconocidos por el
que está sentado en el trono precisamente como la misma expresión de lo que su
propia “voluntad” predeterminó impartirnos!
¡Qué
revelación nos dan estos dos versículos (26, 27) de las relaciones existentes
entre las Personas Divinas en la dispensación de la gracia, y de la armonía que
hay entre sus respectivas operaciones en el caso de cada uno de los redimidos!
8.28 Dios hace
posible que "todas las cosas", no solo incidentes aislados, redunden
en nuestro bien. Esto no significa que todo lo que nos pasa es bueno. Lo malo
sigue prevaleciendo en nuestro mundo caído, pero Dios es capaz de cambiar todas
las circunstancias a nuestro favor. “Sabemos que a los que a Dios aman
(1Co_2:9; Efesíos 6:24; Santiago_1:12; Santiago_2:5) todas las cosas cooperan para bien, (es a saber) a
los que son llamados conforme al propósito (eterno suyo).” ¡Gloriosa seguridad!
Y ésta parece que era “una expresión familiar” cosa “conocida” entre los
creyentes.
Para nosotros
es asunto muy natural que todas las cosas obran para el bien de “los que a Dios
aman,” porque tales almas, estando ciertas de que aquel que dió a su propio
Hijo por nosotros no puede más que procurarns el bien en todo lo que Él haga,
aprendemos así a recibir de él todo lo que él nos envíe, por más penoso que
fuere: y a los que son llamados, conforme al “propósito de Él,” todas las cosas
en alguna forma inteligible “obran juntas para bien;” porque, aun cuando “él
haya pasado por el torbellino,” “el interior de su carroza está enlosado de
amor” (Cantares 3:10). Y sabiendo que es en el cumplimiento de un “propósito” eterno de amor por
lo que hemos sido “llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo” (1Co_1:9),
naturalmente decimos para nuestros adentros: “No puede ser que aquel de quien,
y por quien, y para quien son todas las cosas, permita que dicho propósito sea
frustrado por cosa alguna que nos sea contraria, y que no haga que todas las
cosas, las obscuras como las claras, las torcidas como las derechas, cooperen
para el adelanto y para la final consumación de su alto designio”.
Tengamos
presente que Dios no está ocupado en hacernos felices, sino en cumplir sus
propósitos. Sabemos asimismo que esta promesa no es para todos. Es solo para
los que aman a Dios y forman parte de los planes divinos. Los
"llamados" son todos los que el Espíritu Santo convence y permite que
reciban a Cristo. Estas personas tienen una nueva perspectiva, una nueva
mentalidad en la vida. Confían en Dios, no en los tesoros de la vida; buscan su
seguridad en el cielo, no en la tierra; aprenden a aceptar el dolor y la
persecución, no a lamentarlos, porque Dios está con ellos.
8.29
La meta suprema de Dios en cuanto a nosotros es hacernos semejantes a Cristo (1Juan_3:2).
A medida que vamos siendo como El, descubrimos lo que en realidad somos, las
personas para lo cual fuimos creados. ¿Cómo podemos ser conformados a la imagen
de Cristo? Leyendo, prestando atención, y obedeciendo a la Palabra de Dios,
estudiando su vida en la tierra a través de los Evangelios, llenándonos con el
Espíritu Santo y haciendo la obra de Dios en la tierra.
Algunos creen que estos versículos dicen que,
antes de la fundación del mundo, Dios determinó quiénes habrían de recibir la
salvación. Señalan pasajes como Efesios_1:11, que dice: "Habiendo
sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el
designio de su voluntad". Otros dicen que Dios sabía quiénes
responderían positivamente, y sobre ellos puso su marca (predestinó).
“A los que Él sabía anteriormente que se
arrepentirían,” contestan los pelagianos, de toda edad y de toda raza. Pero
esto es incluir en el texto lo que es contrario a todo el espíritu, y aun a la
letra de la enseñanza del apóstol. En el cap. 11:2 y en el Salmo_1:6, el
“conocimiento” de Dios de su pueblo no puede ser restringido a la mera
previsión de eventos futuros, ni al conocimiento de lo que está pasando acá
abajo. ¿Significan la misma cosa “los que antes conoció,” y “los que
predestinó”? Apenas lo podemos creer, porque se mencionan las dos cosas,
“presciencia,” y “predestinación,” y la una es la causa de la otra. Es difícil
por cierto a nuestra limitada mente clasificarlas como estados de la mente divina
con respecto a los hombres; especialmente por cuanto en Hechos_2:23 “el
consejo” de Dios se coloca antes de su “providencia” (en griego:
“prognosis,” es decir, presciencia), mientras que en 1Pe_1:2
se dice que la “elección” es “según la presciencia de Dios.” Pero probablemente
la presciencia de Dios con referencia a su pueblo significa su peculiar
complacencia en ellos, llena de gracia, mientras que la “preordenación,” o
“predestinación” de ellos significa el propósito
firme de Dios como consecuencia de aquella complacencia, de “salvarlos y
llamarlos con vocación santa” (2Ti_1:9) para
que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo.
Es decir, para que fuesen hechos hijos suyo conforme
al molde, modelo, o imagen, de su Hijo al tomar nuestra naturaleza. Para que Él sea el primogénito entre muchos
hermanos “El Primogénito, el Hijo de Dios según las leyes naturales; sus
“muchos hermanos,” hijos por adopción. Él, al tomar la humanidad del Unigénito
del Padre, llevó nuestros pecados sobre el maldito árbol; nosotros al poseer la
humanidad de meros hombres, estabamos a punto de perecer a causa del pecado,
pero fuimos redimidos de la condenación y de la ira, y transformados a la
semejanza de Él. Él es “el Primogénito de entre los muertos;” ellos, los que
duermen en Jesús, serán en su debido tiempo “traídos a Él.” “El Primogénito,”
ahora es “coronado de gloria y honra;” sus “muchos hermanos,” cuando Él
aparezca, “serán como Él es, porque le verán tal cual es.”
Lo que está claro es que el propósito de Dios en cuanto al hombre
no fue producto de un pensamiento tardío, sino que se determinó antes de la
fundación del mundo. La humanidad se creó para servir y glorificar a Dios.
Si
has aceptado a Cristo, regocíjate porque Dios siempre te ha conocido. Su amor
es eterno. Su sabiduría y poder son supremos. El te guiará y te protegerá hasta
el día en que llegues a su presencia.
8.30 Y—o “Ahora bien,” como una explicación
del versículo anterior: es decir, al predestinarnos para ser “hechos conformes
a la semejanza de su Hijo” en la gloria final, él dispuso todos los pasos
sucesivos para su realización. Así que—a
los que predestinó, a éstos también llamó—El vocablo “llamó”Llamó significa convocó o invitó
nunca se aplica en las epístolas del Nuevo Testamento solamente a la invitación
externa del Evangelio (como en Mat_20:16; Mat_22:14). Siempre
tiene el sentido de “llamar interna, eficiente, y salvadoramente.” Denota el primer gran paso de la salvación
personal, y corresponde a la “conversión.” Solamente que la palabra conversión expresa el carácter del
cambio que tiene lugar, mientras que esta “vocación” expresa el origen divino del cambio, así como el
soberano poder por el cual
somos llamados—como Mateo y como Zaqueo—fuera de nuestra antigua condición
nefasta de perdidos a una nueva vida segura de bienaventuranza. Y a los que [así] llamó, a éstos también justificó— [introdujo
al estado definido de reconciliación ya tan detalladamente descrito], y a los que justificó, a éstos también
glorificó—Es decir, llevó a la gloria final. ¡Qué noble culminación, y
cuán poéticamente es expresada! Y todo esto se contempla como algo que ya ha
pasado: porque, comenzando desde el decreto pretérito de la “predestinación de
ser hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios,” de la que los demás pasos
no son sino desenvolvimientos sucesivos: todo se contempla como una sola
salvación completa, eternamente perfeccionada.
8.31 Si Dios está resuelto y ocupado en llevarnos hasta alcanzar la meta, todos nuestros enemigos deben ser enemigos suyos, y “¿quién pondrá
espinos y abrojos en batalla contra Él?” (Isa_27:4). ¡Qué consuelo más
eficaz hallamos aquí! Y no sólo esto: también la gran promesa ya está dada;
pues,
¿Crees
que por no ser suficientemente bueno Dios note salvará? ¿Piensas o sientes que
la salvación es para todos menos para ti? Entonces estos versículos te vienen
muy bien. Si Dios entregó a su Hijo por ti, ¡no va a quitarte la salvación! Si
Cristo dio su vida por ti, ¡no va cambiar de opinión ni condenarte! La epístola
de Romanos, más que una explicación teológica de la gracia redentora de Dios,
es una carta de consuelo y aliento dirigida a ti.
8.32
Esta expresiva frase, así como todo el pensamiento, es sugerida por Gen_22:12,
donde el conmovedor encomio que hace Jehová a la conducta de Abrahán respecto a
su hijo Isaac, parece que se usa aquí para dar un vistazo al carácter de su
propio acto al entregar a su mismo Hijo. “Toma ahora (dijo el Señor a Abrahán)
a tu hijo, tu único… a quien amas” (Gen_22:2); y sólo cuando Abrahán hubo hecho
todo, menos consumar aquel gran acto de abnegación, el Señor se interpuso,
diciendo: “Ya conozco que temes a Dios, pues que no me has rehusado tu hijo, tu
único.”
A la luz de este incidente y de este lenguaje,
nuestro apóstol no se propone expresar cosa menor que esto: que Dios, al “no
reservarse a su propio Hijo, sino entregarlo,” consumó, en su carácter
paternal, un misterioso acto de abnegación que, aunque no envolvía nada del dolor ni nada de la pérdida que son
inseparables de la misma idea de abnegación de nuestra parte, no fué menos
real, sino, al contrario, tanto trascendió a todos los actos nuestros como
trasciende su naturaleza a la de la criatura. Pero esto es inconcebible si Cristo
es “el mismo Hijo” de Dios, partícipe de la naturaleza misma de Dios, tan
verdaderamente como Isaac lo era de la de Abrahán su padre. En este sentido,
por cierto, los judíos acusaron a nuestro Señor de hacerse “igual a Dios”, lo
cual Él respondiendo luego se puso, no a desmentir, sino a ilustrar y a
confirmar. Antes le entregó—no a
la muerte meramente, pues eso sería una idea demasiado limitada, sino
que “le entregó” en el sentido más completo; Juan_3:16: “Dios amó al mundo de
tal manera que dio a su unigénito Hijo ” por todos nosotros—Esto es, por todos los creyentes por igual. ¿Cómo [es posible pensar que] no nos dará también con él todas las cosas?—Pues
que todos los demás dones son de valor incomensurablemente inferior a este Don
de los dones, y en él están virtualmente incluídos.
8.34 Pablo dice que
Jesús ruega a Dios por nosotros en el cielo. Dios nos absolvió y quitó nuestro
pecado y culpa; es Satanás, no Dios, el que nos acusa. Cuando esto sucede,
Jesús es el abogado que está a la diestra de Dios para defendernos. ¿Quién acusará a [presentará
acusación alguna contra] los escogidos
de Dios? etc. —Esta es la primera vez en esta Epístola que a los
creyentes se les llama “los escogidos” (“electos”). El sentido en que se
entiende aquí este término aparecerá en el capítulo siguiente. Cristo es el que murió; más aún, el que
también resucitó—para confirmar los propósitos de su muerte. Aquí, como
en otros casos, el apóstol con gusto se corrige (Gal_4:9), no queriendo
decir que la resurrección de Cristo fuese de más valor salvador que su muerte,
sino que “habiendo él quitado el pecado con el sacrificio de sí mismo”—el que
nos es precioso a nosotros, pero fué de indecible amargura para él—era
incomparablemente más placentero pensar que ya vivía de nuevo, y que
vivía para ver la eficacia de su muerte en nuestro provecho. Quien además está a la diestra de Dios—La
diestra del rey era antiguamente el puesto de honor (1Samuel_20:25; 1Reyes_2:19;
Salmos_45:9), y significaba participación en el poder y gloria reales (Mat_20:21).
La literatura clásica tiene alusiones similares. Conformemente, el que Cristo
esté sentado a la diestra de Dios (que fué predicho en el Salmos_110:1 y fué
aludido históricamente en Mar_16:19; Hechos_2:33; Hechos7:56; Efesios_1:20;
Col_3:1; 1Pe_3:22; Apoc_3:21), significa la gloria del ensalzado Hijo
del hombre, y el poder en la gobernación del mundo, en la que él
participa. Por eso es que se dice “sentado a la diestra de la potencia”
(Mat_26:64), y “sentado a la diestra de la majestad en las alturas”
(Heb_1:3). El que también intercede por nosotros—usando de su ilímite
influencia ante Dios a nuestro favor. Esto es el cenit del clímax. “El estar sentado a la diestra de Dios
denota su poder para salvarnos; su intercesión indica su voluntad para
hacerlo”. Pero ¿cómo hemos de entender
esta intercesión? Por cierto no como quien suplica “hincado de rodillas, con
los brazos extendidos ” . Ni tampoco es una mera intimación figurativa de que
el poder de la redención esté en acción continuamente ni simplemente para demostrar el fervor y la
vehemencia de su amor por nosotros. No
se puede creer que signifique menos que esto: que el glorificado Redentor,
consciente de sus derechos, expresamente manifiesta
su voluntad de que la eficacia de su muerte cumpla su absoluto propósito,
y la pronuncia en algún estilo real tal como el que le vemos emplear en aquella
maravillosa oración de intercesión cuando hablaba como si fuera de dentro del velo (Juan_17:11-12):
“Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo, donde yo estoy” Juan_17:24
. Pero en qué forma esta
voluntad se expresa es indiscernible así como de poca importancia.
8.35, ¿Quién nos apartará del amor de Cristo?—Esto no
significa “de nuestro amor por Cristo,” como si dijese el apóstol, “¿quién nos
impedirá amar a Cristo?, sino “del amor de Cristo por nosotros,” como está
claro en las palabras concluyentes del capítulo, las que se refieren al mismo
tema. Ni armonizaría el otro sentido con el tenor de todo el capítulo, el que
es para exhibir la amplia base de la confianza del creyente en Cristo. “No es
ninguna base de confianza el afirmar, ni aun el sentir, que nunca jamás
abandonaremos a Cristo; antes la roca más firme de nuestra seguridad es el
convencimiento de que su amor nunca cambiará.”
Tribulación? etc.—Vale
decir que “ninguna de estas cosas, ni todas ellas en conjunto, por más
terribles que sean a la carne, son señales de la ira de Dios, ni son motivo
alguno para dudar de su amor.”
¿De quién mejor vendría tal pregunta que de uno
mismo que había soportado tanto por amor a Cristo? (2Co_11:11-33; 1Co_4:10-13.)
El apóstol no dice “¿qué?” sino “¿quién nos apartará?”, como si todas las
criaturas y todas las aflicciones fuesen gladiadores armados en contra de los
cristianos. Como está escrito: Por causa… Aquí se cita el Salmos_44:22 como descriptivo
de lo que los cristianos pueden esperar de parte de sus enemigos en cualquier período, cuando se
despierte el odio a la justicia y no haya nada que lo impida (Gal_4:29).
Estas palabras se escribieron a una iglesia
que muy pronto estaría bajo una terrible persecución. En pocos años más, la
situación hipotética de que Pablo hablaba se convertiría en una realidad
dolorosa. Este pasaje reafirma el amor profundo de Dios por su pueblo. No
importa lo que pase ni dónde estemos, su amor nunca nos dejará. El sufrimiento
no nos separará de Dios, sino que nos ayudará a identificarnos con El mucho más
y permitirá que su amor nos alcance y nos sane.
Estos versículos contienen una de las promesas
más reconfortantes de todas las Escrituras. Los creyentes siempre han tenido
que enfrentar dificultades de diversas formas: persecución, enfermedad,
prisión, aun muerte. Esto podría hacerles creer que Cristo los había
abandonado. Pero Pablo exclama que es imposible que algo nos separe de
Cristo. Su muerte a nuestro favor es prueba de su amor inquebrantable. Nada
impedirá su presencia constante con nosotros. Dios nos dice cuán grande es su
amor para que nos sintamos bien seguros en El. Si tenemos esta seguridad
sorprendente, no temeremos.
Esta potestades son fuerzas invisibles
de maldad en el universo, fuerzas como Satanás y sus ángeles caídos (Efesios_6:12).
En Cristo somos más que vencedores y su amor nos protegerá de cualquier
potestad.
8.37.
Antes, en todas estas cosas hacemos más
que vencer por medio de aquel que nos amó—Esto no significa que “estemos
tan lejos de ser vencidos por ellas, que en vez de hacernos daño nos hagan
bien”; porque aunque sea verdad esto, la palabra significa sencillamente:
“vencemos, o somos vencedores preeminentemente.” Y tan lejos están ellas de “separarnos del
amor de Cristo”, que justamente “por medio de aquel que nos amó” somos victoriosos
sobre ellas.
8. 38, 39. Por lo cual estoy cierto [“persuadido”] que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades—sean
buenos o malos. Pero como no se llama malos a “los ángeles,” ni a “los
principados, ni a las potestades,” salvo con algún calificativo que especifique
tal sentido (Mat_25:41; Col_2:15; Efesios_6:12; 2Pe_2:4—con excepción acaso de
1Co_6:3), probablemente se entiende aquí “los buenos,” pero solamente en el
sentido, como el apóstol supone, de que un ángel del cielo predicase un
evangelio falso. ni lo presente, ni lo porvenir—Es
decir, ninguna condición de la vida presente, ni cosa alguna de las
posibilidades incógnitas de la vida venidera. ni ninguna criatura [más bien, “cosa creada,” es decir cosa alguna
de todo el universo creado de Dios] nos
podrá apartar—“Todos los términos aquí han de ser entendidos en su
sentido más general, y no necesitan de definición más completa. Las expresiones
indefinidas tienen por fin denotar todo lo que se puede pensar de la totalidad,
y no son sino paráfrasis de dicho concepto
del amor de Dios, que es en
Cristo Jesús Señor nuestro—De esta manera pues este maravilloso capítulo
con que concluye en forma debida el argumento de la Epístola, nos deja a los
que somos“justificados por la fe”, en los brazos del eterno Amor, de donde
ningún poder hostil ni evento concebible alguno jamás nos podrá arrancar. “He
aquí ¿qué suerte de amor es éste?” Y, ¿“cómo deberíamos ser” los que así somos
“bendecidos de toda bendición espiritual en Cristo”?
(1)
Hay una gloriosa compatibilidad entre los eternos propósitos de Dios y el libre
albedrío de los hombres, aunque el eslabón de enlace está más allá de la
comprensión humana (v. 28).
(2) ¡Cuán ennoblecedor el pensamiento de que los
complicados movimientos del gobierno divino están todos coordinados
expresamente para procurar el “bien” de los elegidos de Dios (v. 28)!
(3) En cuanto al grado a que serán elevados al fin
los creyentes para ser hechos conformes al Hijo de Dios en dignidad y en gloria
será el gozo de cada uno de ellos el que, como es lo más propio, “en todas las
cosas tenga él el primado” (Col_1:18) (v. 29). (4) “Así como hay bella armonía
y necesaria relación entre las varias doctrinas de la gracia, así debe haber
armonía similar en el carácter del cristiano. El no puede experimentar el gozo
y la confianza que manan de su elección, si no tiene la humildad que la
consideración del carácter gratuito de ella debe producir; ni puede tener la
paz de uno que ha sido justificado si no posee la santidad de uno que ha sido
salvo” (vv. 29, 30).
(5) Por más
difícil que sea a las mentes finitas comprender las emociones de la mente
divina, no dudemos nunca por un momento de que Dios, “al no retener a su propio
Hijo” “entregándole antes por todos nosotros,” hizo un sacrificio verdadero de todo
lo que era más caro a su corazón, y que al hacerlo. quiso asegurar a su pueblo
para siempre que todo lo demás que ellos necesitasen—por cuanto no es nada en
comparación con este don, sino que es la necesaria consecuencia del mismo—en su
debido tiempo será proporcionado (v. 32).
(6) En recompensa por semejante sacrificio de parte
de Dios, ¿qué podría considerarse como un sacrificio demasiado grande de parte
nuestra?
(7) Si pudiera haber duda alguna en cuanto al
significado de la importante palabra “JUSTIFICACION” usada en esta epístola: “la absolución, o remisión, o el declarar justos a los culpables,
el v. 33 debería aquietar toda duda semejante. Porque la pregunta del apóstol
aquí es: “¿quién presentará acusación alguna contra los elegidos de Dios?”—en
otras palabras, ¿“quién los declarará.” o “los tendrá por culpables”? puesto
que “Dios los justifica”: lo que demuestra que se entendía que “justificar”
expresaba precisamente lo contrario de “tener por culpable;” y por consiguiente significa “absolver de toda acusación de culpabilidad.”
(8) Si pudiera haber alguna duda razonable tocante a
la luz en que debiera contemplarse la muerte de Cristo en esta Epístola, el v.
34 debería tranquilizar del todo tal duda. Pues tenemos la pregunta del
apóstol: ¿quien condenará a los escogidos de Dios, puesto que “Cristo
murió” por ellos? lo que comprueba fuera de toda duda que fue el carácter expiatorio
de aquella muerte el que el apóstol tenía en su mente.
(9) ¡Qué idea tan afable del amor de Cristo se nos
revela aquí al saber que su gran intimidad con Dios y el poderosísimo interés
mutuo de ambos—al estar “sentado a la diestra” de Dios—se emplean en bien de su
pueblo sobre la tierra (v. 34)!
(10) “Todo el universo, con todo lo que hay en él,
mientras ello sea bueno, es amigo y aliado del cristiano; pero en cuanto sea
malo, es un enemigo más que vencido” ( 35-39).
(11) ¿Estamos
nosotros, los que hemos “probado que el Señor es bueno,” siendo “guardados por
el poder de Dios por la fe para la salvación” (1Pe_1:5), y también
rodeados por los brazos del invencible Amor? Por cierto entonces,
“edificándonos en nuestra santísima fe,” y “orando en el Espíritu Santo,” con
cuánta más razón debiéramos sentirnos constreñidos a “permanecer en el amor de Dios”, por la misericordia de nuestra
Señor Jesucristo, para vida eterna” (Judas_1:20-21).