Mateo 5; 3
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos.
¡Bendita la persona que es consciente de su total indefensión, y que
pone toda su confianza en Dios!
Para todos los que
profesamos ser cristianos toda palabra del Señor Jesús debe ser muy preciosa.
Es la voz del Pastor de los pastores. Es el mandato del gran Obispo y Jefe de
la iglesia. Es el Maestro que habla. Es la palabra de Aquel que "habló
como nunca jamás el hombre ha hablado," y por El todos seremos juzgados en el último día.
¿Quisiéramos saber
qué clase de gente debemos ser los cristianos? ¿Quisiéramos conocer el carácter
que los cristianos debemos buscar? ¿Quisiéramos conocer la conducta y el hábito interior de la mente que
corresponden al discípulo de Jesús? Entonces estudiemos frecuentemente el
Sermón del Monte. Reflexionemos a menudo
sobre cada frase, y por ella probemos a nosotros mismos. Sobre todo
consideremos frecuentemente quienes son aquellos llamados "
bienaventurados " “felices” “dichoso”
al principio del sermón. Aquellos a quienes el Gran Sumo Sacerdote bendice son
de veras bienaventurados.
Si una persona es consciente de su total destitución y ha puesto toda
su confianza en Dios, entrarán en su vida dos cosas que son como las dos caras
de la misma realidad. Estará totalmente desligado de las cosas, porque
sabrá que las cosas no tienen la capacidad de dar felicidad o seguridad; dependerá
totalmente de Dios, porque sabrá que sólo Dios puede darle ayuda, y
esperanza, y fuerza. La persona que es pobre en espíritu se ha dado cuenta de
que las cosas no quieren decir nada, y Dios quiere decir todo.
Las bienaventuranzas nos hablan de ese gozo que nos busca a través del
dolor, ese gozo que la tristeza y la pérdida, el dolor y la angustia, no pueden
afectar, ese gozo que brilla a través de las lágrimas, y que nada en la vida o
en la muerte puede arrebatar.
El mundo puede ganar sus goces, y los puede igualmente perder. Los
cambios de la fortuna, el colapso de la salud, el fracaso de un plan, la
desilusión de una ambición, hasta un cambio atmosférico pueden llevarse el gozo
frágil que el mundo puede dar. Pero el cristiano tiene el gozo sereno e
inalterable que viene de caminar para siempre en la compañía y en la presencia
de Jesucristo.
La grandeza de las bienaventuranzas es que no son vislumbres
imaginadas de alguna futura belleza; no son promesas doradas de alguna gloria
distante; son gritos triunfantes de bendición por un gozo permanente que nada
en el mundo puede arrebatar.
El Señor Jesús llama bienaventurados a los que son pobres
de espíritu. Quiere decir los humildes, que se miran con modestia y aun con
desprecio. Nos da a entender que son los
que hemos sido profundamente convencidos respecto de nuestra culpa a la vista
de Dios. No somos sabios en nuestra propia estimación ni santos a nuestra propia
vista. No somos " ricos ni prosperados en cuanto a nuestros bienes."
No abrigamos la desilusión de que no tenemos necesidad de nada. Nos consideran
como "cuitados, miserables, y
pobres y ciegos y desnudos." ¡Bienaventurados son todos de esta clase! La
humildad es la primera letra en el alfabeto del Cristianismo. Debemos
principiar de abajo si quisiéramos edificar muy alto.
Jesús fue enviado
«a llevar la buena nueva a los pobres» (Isaias_61:1).
En primer lugar, en el Antiguo Testamento no se tenía ninguna estima de los
pobres, antes bien las propiedades y las riquezas eran consideradas como signo
de la bendición de Dios. Sin embargo, en tiempo posterior se reconoce más
claramente que el indigente y desvalido puede estar especialmente cerca de
Dios. Debemos
tener cuidado con pensar que esta bienaventuranza considera una cosa buena la
actual pobreza material. La pobreza no es nada bueno. Jesús no habría llamado
nunca bendito a un estado en que las personas viven en chabolas y no tienen
suficiente de comer, y en que la salud se deteriora porque todo está en su
contra. Esa clase de pobreza es un mal que el Evangelio trata de eliminar.
Tampoco se refiere a ser pobres de espíritu en el sentido corriente de
ser faltos de carácter. La pobreza que es bendita es la pobreza en espíritu,
cuando la persona se da cuenta de su absoluta falta de recursos para
enfrentarse con la vida, y encuentra su ayuda y fuerza solamente en Dios.
Así puede haberlo
confirmado la experiencia de tales hombres. Así especialmente en los salmos
vemos representado al pobre, que es amado por Dios y está especialmente vinculado
a su benevolencia (Salmo_18:28; Salmo_41:17; Salmo_86:1).
Este «pobre» ha aprendido a ver de una forma nueva su destino. No se siente
como desatendido ni desamparado. Su carencia de bienes terrenos se le convierte
en riqueza de bienes espirituales, en libertad ante Dios, en humildad y
esperanza. Jesús se refiere a estos «pobres». No están descontentos con su
suerte ni traman una revolución violenta. No son tontos, de pocas luces o
ineptos, sino pobres «en el espíritu», su pobreza tiene una faceta espiritual.
Transfieren su modesta posición en la sociedad terrena a sus relaciones con
Dios. Todo lo esperan de él, no se fían de los propios bienes de justicia y
piedad. Por consiguiente toda su vida ha llegado a ser pobre, la vida terrena y
la vida espiritual. A estos pobres espirituales se promete el reino de Dios. Si
lo miramos bien, sólo ellos pueden entrar en posesión del reino de Dios, porque
no traen nada consigo, sino que todo lo esperan de arriba. Están libres de la carga
de los bienes terrenos y de la carga de la propia presunción, por eso también
están libres para Dios. Tienen que ser espiritualmente pobres todos los que
quieren entrar en posesión del reino de Dios, solamente a ellos se les puede
hacer donación de este reino. La
bienaventuranza que pertenece al cristiano no se pospone a algún futuro reino
de gloria; es una bienaventuranza que existe aquí y ahora. No es algo en lo que
el cristiano entrará; es algo donde ya ha entrado.
Es verdad que alcanzará su plenitud y su consumación en la presencia
de Dios; pero a pesar de eso es una realidad presente que se disfruta aquí y
ahora. Las bienaventuranzas dicen en efecto: " ¡Oh la bendición de ser
cristiano! ¡Oh el gozo de seguir a Cristo! ¡Oh la sublime felicidad de conocer
a Jesucristo como Maestro, Salvador y Señor!
No hay comentarios:
Publicar un comentario