} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL SERMÓN DEL MONTE 1

domingo, 1 de enero de 2017

EL SERMÓN DEL MONTE 1


Mateo 5; 3 Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.


¡Bendita la persona que es consciente de su total indefensión, y que pone toda su confianza en Dios!

Para todos los que profesamos ser cristianos toda palabra del Señor Jesús debe ser muy preciosa. Es la voz del Pastor de los pastores. Es el mandato del gran Obispo y Jefe de la iglesia. Es el Maestro que habla. Es la palabra de Aquel que "habló como nunca jamás el hombre ha hablado," y por El todos seremos  juzgados en el último día.
¿Quisiéramos saber qué clase de gente debemos ser los cristianos? ¿Quisiéramos conocer el carácter que los cristianos debemos buscar? ¿Quisiéramos conocer la  conducta y el hábito interior de la mente que corresponden al discípulo de Jesús? Entonces estudiemos frecuentemente el Sermón del Monte. Reflexionemos a  menudo sobre cada frase, y por ella probemos a nosotros mismos. Sobre todo consideremos frecuentemente quienes son aquellos llamados " bienaventurados  " “felices” “dichoso” al principio del sermón. Aquellos a quienes el Gran Sumo Sacerdote bendice son de veras bienaventurados.  
Si una persona es consciente de su total destitución y ha puesto toda su confianza en Dios, entrarán en su vida dos cosas que son como las dos caras de la misma realidad. Estará totalmente desligado de las cosas, porque sabrá que las cosas no tienen la capacidad de dar felicidad o seguridad; dependerá totalmente de Dios, porque sabrá que sólo Dios puede darle ayuda, y esperanza, y fuerza. La persona que es pobre en espíritu se ha dado cuenta de que las cosas no quieren decir nada, y Dios quiere decir todo.
Las bienaventuranzas nos hablan de ese gozo que nos busca a través del dolor, ese gozo que la tristeza y la pérdida, el dolor y la angustia, no pueden afectar, ese gozo que brilla a través de las lágrimas, y que nada en la vida o en la muerte puede arrebatar.
El mundo puede ganar sus goces, y los puede igualmente perder. Los cambios de la fortuna, el colapso de la salud, el fracaso de un plan, la desilusión de una ambición, hasta un cambio atmosférico pueden llevarse el gozo frágil que el mundo puede dar. Pero el cristiano tiene el gozo sereno e inalterable que viene de caminar para siempre en la compañía y en la presencia de Jesucristo.
La grandeza de las bienaventuranzas es que no son vislumbres imaginadas de alguna futura belleza; no son promesas doradas de alguna gloria distante; son gritos triunfantes de bendición por un gozo permanente que nada en el mundo puede arrebatar.

El Señor Jesús llama bienaventurados a los que son pobres de espíritu. Quiere decir los humildes, que se miran con modestia y aun con desprecio. Nos da a  entender que son los que hemos sido profundamente convencidos respecto de nuestra culpa a la vista de Dios. No somos sabios en nuestra propia estimación ni santos a nuestra propia vista. No somos " ricos ni prosperados en cuanto a nuestros bienes." No abrigamos la desilusión de que no tenemos necesidad de nada. Nos consideran como  "cuitados, miserables, y pobres y ciegos y desnudos." ¡Bienaventurados son todos de esta clase! La humildad es la primera letra en el alfabeto del Cristianismo. Debemos principiar de abajo si quisiéramos edificar muy alto.
Jesús fue enviado «a llevar la buena nueva a los pobres» (Isaias_61:1). En primer lugar, en el Antiguo Testamento no se tenía ninguna estima de los pobres, antes bien las propiedades y las riquezas eran consideradas como signo de la bendición de Dios. Sin embargo, en tiempo posterior se reconoce más claramente que el indigente y desvalido puede estar especialmente cerca de Dios. Debemos tener cuidado con pensar que esta bienaventuranza considera una cosa buena la actual pobreza material. La pobreza no es nada bueno. Jesús no habría llamado nunca bendito a un estado en que las personas viven en chabolas y no tienen suficiente de comer, y en que la salud se deteriora porque todo está en su contra. Esa clase de pobreza es un mal que el Evangelio trata de eliminar. Tampoco se refiere a ser pobres de espíritu en el sentido corriente de ser faltos de carácter. La pobreza que es bendita es la pobreza en espíritu, cuando la persona se da cuenta de su absoluta falta de recursos para enfrentarse con la vida, y encuentra su ayuda y fuerza solamente en Dios.
Así puede haberlo confirmado la experiencia de tales hombres. Así especialmente en los salmos vemos representado al pobre, que es amado por Dios y está especialmente vinculado a su benevolencia (Salmo_18:28; Salmo_41:17; Salmo_86:1). Este «pobre» ha aprendido a ver de una forma nueva su destino. No se siente como desatendido ni desamparado. Su carencia de bienes terrenos se le convierte en riqueza de bienes espirituales, en libertad ante Dios, en humildad y esperanza. Jesús se refiere a estos «pobres». No están descontentos con su suerte ni traman una revolución violenta. No son tontos, de pocas luces o ineptos, sino pobres «en el espíritu», su pobreza tiene una faceta espiritual. Transfieren su modesta posición en la sociedad terrena a sus relaciones con Dios. Todo lo esperan de él, no se fían de los propios bienes de justicia y piedad. Por consiguiente toda su vida ha llegado a ser pobre, la vida terrena y la vida espiritual. A estos pobres espirituales se promete el reino de Dios. Si lo miramos bien, sólo ellos pueden entrar en posesión del reino de Dios, porque no traen nada consigo, sino que todo lo esperan de arriba. Están libres de la carga de los bienes terrenos y de la carga de la propia presunción, por eso también están libres para Dios. Tienen que ser espiritualmente pobres todos los que quieren entrar en posesión del reino de Dios, solamente a ellos se les puede hacer donación de este reino. La bienaventuranza que pertenece al cristiano no se pospone a algún futuro reino de gloria; es una bienaventuranza que existe aquí y ahora. No es algo en lo que el cristiano entrará; es algo donde ya ha entrado.
Es verdad que alcanzará su plenitud y su consumación en la presencia de Dios; pero a pesar de eso es una realidad presente que se disfruta aquí y ahora. Las bienaventuranzas dicen en efecto: " ¡Oh la bendición de ser cristiano! ¡Oh el gozo de seguir a Cristo! ¡Oh la sublime felicidad de conocer a Jesucristo como Maestro, Salvador y Señor!  



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