Mateo 5; 4
Bienaventurados los que lloran (enlutados), porque ellos
recibirán consolación.
(La Biblia de Casiodoro de Reina
1569)
¡Bendita
la persona que ha soportado el dolor más amargo que puede producir la vida!
Así como el Mesías debe llevar la buena nueva a
los pobres, así también debe «curar a los de corazón lastimado» y proclamar la
hora en que se consolará «a todos los que lloran» (Isaías_61:1).
Los que lloran son bienaventurados. Parece ser aquí se trata esa tristeza santa
que obra verdadero arrepentimiento, vigilancia, mente humilde y dependencia
continua para ser aceptado por la misericordia de Dios en Cristo Jesús, con
búsqueda constante del Espíritu Santo para limpiar el mal residual. El cielo es
el gozo de nuestro Señor; un monte de gozo, hacia el cual nuestro camino
atraviesa un valle de lágrimas. Tales dolientes seremos consolados por Dios.
Los que lloran son aproximadamente los mismos que
los «pobres en el espíritu»: todos los que presentan a Dios su sufrimiento, la
inquietud silenciosa en el corazón, y el grito del dolor penetrante. Hay muchas
lágrimas en el mundo, un mar de lamentaciones y sufrimientos. Llanto por la
pérdida de un ser querido, de bienes o incluso de prestigio, por los desengaños
y reveses de fortuna, pero detrás de todo esto hay una gran tribulación. Es el
llanto por el estado perdido del mundo, en el que no son respetados Dios y su
ley; es el llanto inherente a toda pesadumbre particular. Es el llanto que
tiene toda persona que ve y está en vela. No sólo ve su propio destino personal
con sus miserias, sino lo general, todo el mundo en un estado de confusión y
sufrimiento. Pero los discípulos no debemos ser personas cuyos ojos parezcan
lúgubres y los rostros melancólicos; no hemos de llevar la cabeza gacha.
Aceptamos el dolor sin asustarnos, pero tampoco lo alejamos de nosotros a la
ligera. Abrimos nuestra alma oprimida a Dios. Y Dios nos consolará ya ahora,
cuando el esperado «consuelo de Israel» (Lucas_2:25)
manifiesta la promesa liberadora, pero sobre todo cuando Dios «enjugará toda
lágrima de sus ojos, y la muerte ya no existirá, ni llanto, ni lamentos, ni
trabajos existirán ya» (Apocalipsis_21:4)
La aflicción puede hacer dos cosas por nosotros. Puede mostrarnos,
mejor que ninguna otra cosa, la esencial amabilidad de nuestros semejantes, el
amor fraternal de la familia de la fe; y puede mostrarnos, mejor que ninguna
otra cosa, el consuelo y la compasión de Dios. Muchas y muchas personas a la
hora del dolor han descubierto a sus semejantes y a Dios como nunca antes.
Cuando todo nos va bien es posible vivir años en la superficie de las cosas;
pero cuando llega la aflicción le hace a uno profundizar en las cosas de la
vida, descubrir realmente quien está a tu lado de forma genuina y aquellos de
buenas intenciones nada más; y, si se acepta debidamente, produce una nueva
fuerza y belleza en el alma.
Este mundo habría sido un lugar mucho más pobre
si no hubiera habido en él personas que se interesaban intensamente por las
angustias y los sufrimientos de los demás. El Cristianismo es cuidarse de los demás. Lo que quiere decir
esta bienaventuranza es: ¡Bendito el que se interesa intensamente por los
sufrimientos, las angustias y las necesidades de otros!
Sin duda las dos ideas están en esta bienaventuranza, pero su
principal pensamiento es: Bendita la persona que está desesperadamente dolorida
por su propio pecado e indignidad.
Como ya hemos visto, el primer mensaje de Jesús fue: « ¡Arrepentíos!»
Arrepentirse quiere decir tener pesar por los pecados. Lo que realmente cambia
a una persona es el encontrarse de pronto cara a cara con algo que le abre los
ojos a lo que es y puede hacer el pecado. Un chico o una chica pueden vivir
a su aire sin pensar en los efectos o las consecuencias; pero cuando algún día
sucede algo y el chico o la chica ven la tristeza dolorida en los ojos de
su padre o su madre, entonces, de pronto, descubren lo que es el pecado.
Ese es el efecto que produce la Cruz en todos nosotros. Cuando miramos
a la Cruz, no tenemos más remedio que decir: «Eso es lo que el pecado puede
hacer. El pecado puede apoderarse de la vida más encantadora del mundo y
aplastarla en una Cruz.» Uno de los grandes efectos de la Cruz es abrirles los
ojos a hombres y mujeres al horror del pecado. Y cuando una persona ve el pecado
en todo su horror, no puede por menos de experimentar intenso pesar por su
pecado.
El Cristianismo empieza por un sentimiento de
pecado. Bendita la persona que está intensamente apesadumbrada por su pecado,
cuyo corazón llora y se quebranta al pensar en lo que Le ha hecho a Dios y a
Jesucristo, la persona que ve la Cruz y se siente oprimida por el estrago que
ha causado el pecado. Hay muchos motivos que llevan a los hombres a llorar; motivos de
temor, enojo, gozo, dolor, pérdida material. Pero el motivo aquí es un motivo
moral y espiritual, un reconocimiento de su pecado y ofensa ante Dios, dolor
por su desobediencia y fracaso (Lucas_22:62),
y compasión por la condición espiritual de los que nos rodean (Lucas_19:41). Los que lloran son los
pobres en espíritu quienes han llegado a ser agudamente conscientes de su
propia falta en cumplir la voluntad del Rey. Las lágrimas manifiestan un
sincero arrepentimiento y deseo de reconciliarse con su Señor. La persona que ha tenido esta
experiencia será, sin duda, consolada; porque los que lloran no son necesariamente los
agraviados, sino los que experimentan la pena del arrepentimiento esa experiencia es lo que
llamamos penitencia, y al corazón contrito y humillado Dios no
despreciará jamás (Salmo_51:17).
El camino que conduce al gozo del perdón pasa por el dolor desesperado del
corazón quebrantado.
Es una promesa firme del Rey. El verbo en tiempo
futuro no indica que tendrán que esperar para recibir la consolación, sino
expresa más bien certeza de que efectivamente reciben consuelo. No se menciona
el agente que produce la consolación, pero es evidente que el Consolador es
Jesús mismo por medio del Espíritu Santo (Juan
14-16). Es una perfecta consolación porque el Consolador es perfecto.
Para experimentar esta consolación que Jesús promete, primeramente es necesario
experimentar la aflicción y lágrimas que llevan al arrepentimiento y compasión.
La consolación prometida a Israel (Isaías_40:1-2;
Isaías_61:2-3) llega a los hombres en el Mesías y su reino.
¡Maranatha!
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