Mar 10:28 Entonces Pedro le dijo: "Nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido".
Mar 10:29 Jesús respondió: "Os aseguro que ninguno
que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, esposa o hijos, o
heredades, por causa de mí y del evangelio,
Mar 10:30 "dejará de recibir cien tantos ahora, en
este tiempo, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y heredades, con
persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna.
Mar 10:31 "Pero muchos primeros serán últimos, y
últimos, primeros". Tercer anuncio de la muerte y resurrección de Jesús
Pedro
había estado dándole vueltas a la cosa en su cabeza y, como le era
característico, no podía callar la boca. Acababa de ver a un hombre rechazar el
"¡Sígueme!» de Jesús. Acababa de oírle decir a Jesús que ese hombre, por
su reacción, se había excluido del Reino de Dios. Pedro no podía por menos de
trazar el contraste entre aquel hombre y él mismo y sus amigos. Al contrario de
lo que había hecho aquel hombre, que había rehusado la invitación de Jesús a
seguirle, él y sus amigos la habían aceptado; y Pedro, con esa casi silvestre
sinceridad suya, quería saber lo que él y sus amigos iban a sacar. La respuesta
de Jesús cae en tres secciones.
Lo primero que debe fijar nuestra atención
en estos versículos es la gloriosa promesa que en ellos se contiene. El
Señor Jesús dice a sus discípulos, "En
verdad os digo, que no hay hombre que haya dejado casa, o hermanos, o
hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o heredades, por amor mío y
del Evangelio, que no reciba
centuplicado, ahora en este tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e
hijos, y heredades, con persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna...
Jesús dijo que nadie renunciará nunca a nada por
causa de Él y de Su Buena Noticia que no lo recupere multiplicado por cien.
Aquello fue un hecho repetido en las vidas de muchos de los primeros
cristianos. La conversión al Cristianismo de un hombre le podía suponer la
pérdida de hogar y amigos y parientes, pero su entrada en la Iglesia Cristiana
le introducía en una familia mucho más amplia y numerosa unida por lazos
espirituales.
Lo vemos hecho realidad en la vida de Pablo. Sin
duda, cuando Pablo se hizo cristiano, le cerraron en la cara las puertas de su
propia casa, y su familia le proscribió. Pero igualmente sin duda hubo ciudad
tras ciudad, pueblo tras pueblo, aldea tras aldea en Europa y en Asia Menor
donde él podía encontrar un hogar donde se le esperara y una familia en Cristo
que le recibiera. Es curioso cómo usa los términos familiares. En Rom_16:13 ,
dice que la madre de Rufo había sido tan buena como una madre para él; en Filemón_1:10 habla de Onésimo como el hijo que le ha
nacido en la cárcel.
Así sucedería con todos los cristianos en los
primeros tiempos. Cuando su propia familia los excluía, entraban en la familia
más amplia de Cristo.
Cuando Egerton Young predicó por primera vez el
Evangelio a los amerindios de Saskatchewan, la idea de que Dios fuera Padre
fascinaba a hombres que hasta entonces no habían pensado en Dios nada más que
en relación con el trueno y el rayo y las tormentas. El viejo jefe le preguntó
a Egerton Young: «¿Te he oído bien llamar a Dios "Padre nuestro"?»
«Es verdad que lo he dicho» -le contestó el misionero. «¿Es Dios tu Padre?»
-preguntó de nuevo el jefe. "Sí» -contestó Egerton. "Y -prosiguió el
jefe-, ¿es Él también mi Padre?» "No te quepa la menor duda»- le contestó
Young. De pronto se le iluminó el rostro al jefe, y extendió los brazos
mientras decía como si hubiera hecho un descubrimiento maravilloso: "
¡Entonces, tú y yo somos hermanos!»
Una persona puede tener que sacrificar vínculos que
le son muy queridos al convertirse a Cristo; pero entonces se convierte en
miembro de una familia y de una fraternidad que abarca la Tierra y el Cielo.
Hay pocas promesas más extensas que ésta en la
Palabra de Dios. De cierto que no hay ninguna que dé más ánimo para aceptar la
vida actual. Contemplen esta promesa
todos los tímidos y flojos de corazón en el servicio de Cristo. Estudien bien
esta promesa, y beban en ella su consuelo todos los que están sufriendo trabajos y tribulaciones por causa
de Cristo.
A todos los que se sacrifican por el Evangelio,
Jesús promete resarcirles sus sacrificios " centuplicados, ahora en este
tiempo. “No solamente tendrán perdón y
gloria en el mundo venidero, sino que aquí, en la tierra, tendrán
esperanzas, y alegrías, y consuelos suficientes a compensar las pérdidas que
hayan sufrido.
Encontrarán en la comunión de los santos, nuevos
amigos, nuevos parientes, nuevos compañeros, más amantes, fieles y valiosos que
los que tuvieron antes de su conversión.
El verse recibidos en la familia de Dios será abundante recompensa por la
exclusión en que se encuentren de la sociedad de este mundo. Esto podrá resonar en muchos oídos como algo
increíble y sorprendente; pero muchos saben por experiencia que es verdad.
A todos los que se sacrifican por el Evangelio,
Jesús promete "vida eterna en el mundo venidero." Jesús añadió dos
cosas. La primera, añadió las sencillas palabras " y persecuciones.»
Automáticamente, estas palabras sacan todo el tema del mundo del quid pro quo.
Descartan la idea de una recompensa material por un sacrificio material. Nos
dicen dos cosas. Nos presentan la absoluta honradez de Jesús. Él no ofrecía
nunca gangas. Decía claramente que el ser cristiano es una cosa costosa. Jesús
nunca usó el soborno para invitar a que Le siguieran, sino el desafío. Es como
si dijera: " Puedes estar seguro de que recibirás Tu recompensa, pero
tendrás que mostrarte lo suficientemente grande y gallardo para obtenerla.» La
segunda cosa que Jesús añadió, fue la referencia al mundo venidero. Él nunca
prometió que habría en este mundo de espacio y tiempo una especie de revisión
final del ejercicio y cierre de cuentas. Jesús no llamaba a las personas a
ganar las recompensas del tiempo. Las llamaba a ganar las bendiciones de la
eternidad. Este no es el único mundo que Dios tiene para cumplir Sus
compromisos.
Tan pronto como abandonen su tabernáculo
terreno, comenzarán una existencia
gloriosa, y el día de la resurrección gozarán de honores y alegrías tales quo
exceden la comprensión humana. Sus ligeras
aflicciones de unos pocos años terminarán en recompensas eternas. Sus
combates y pesares mientras han estado en el cuerpo, se cambiarán en un
reposo perfecto y en una corona
triunfal. Vivirán en un mundo en que no hay muerte, ni pecado, ni diablo, ni
cuidados, ni lloros, ni separaciones, pues todas las cosas antiguas habrán pasado. Dios lo ha dicho, y
se verá que todo es verdad.
¿En dónde está el santo que se atreva a decir, oyendo estas gloriosas promesas, que no hay estímulos para servir a Cristo? ¿En dónde está el hombre o la mujer que en la carrera del cristiano siente que sus manos empiezan a caer y sus rodillas a flaquear? Que mediten este pasaje y cobren nuevo valor. El tiempo es corto; el fin es seguro; podrán sentirse pesados durante una noche, pero el gozo viene con la mañana. Confiemos pacientemente en el Señor.
Lo que, en segundo lugar, reclama nuestra
atención en estos versículos, es el solemne apercibimiento que contienen.
El Señor Jesús veía la presunción secreta
de sus discípulos, y quiso cortar el vuelo a sus altos pensamientos con
algunas palabras oportunas. "Muchos que son primeros serán últimos, y los
últimos primeros... Esta era en realidad una advertencia a Pedro. Puede
ser que por entonces Pedro estuviera calculando su propia valía y su propia
recompensa, y valorándolas bien alto. Lo que Jesús estaba diciendo era: "
El baremo definitivo del juicio es el de Dios. Muchos puede que ocupen una
buena posición en el juicio del mundo, pero el juicio de Dios trastocará el del
mundo. Todavía más: muchos puede que se consideren muy importantes a su propio
juicio, y descubran que la valoración que Dios hace de ellos es muy diferente.»
Es una advertencia contra el orgullo. Es la advertencia de que los juicios
definitivos son los de Dios, que es el único Que conoce la motivación de los
corazones humanos. Es una advertencia de que el juicio del Cielo puede que
trastrueque las dignidades de la Tierra.
¡Que verdad no encierran estas palabras aun
aplicadas a los doce apóstoles! Entre los que oían a nuestro Señor se
encontraba un hombre que por algún tiempo
pareció ser uno de los más preeminentes de los doce. Tenía a su cuidado
el tesoro y guardaba lo que en él se ponía; y, sin embargo, ese hombre cayó y
tuvo un fin desastroso. Se llamaba Judas
Iscariote. Por el contrario, entre los oyentes de nuestro Señor no se
encontraba aquel día uno que en época posterior hizo más por Cristo que todos los doce. Cuando nuestro
Señor hablaba así era aún un joven fariseo, que se educaba a los pies de
Gamaliel, y que por nada sentía tanto
celo como por la ley. Y, sin embargo, ese joven al fin fue convertido a
la fe de Cristo, no se quedó atrás de los principales de los apóstoles, y
trabajó más que todos. Su nombre era
Saulo. Con razón dijo nuestro Señor, "los primeros serán últimos, y los
últimos primeros...
¡Que verdaderas son esas palabras, cuando las
aplicamos a la historia de las iglesias cristianas! Hubo un tiempo que el Asia
Menor, la Grecia, y el África
Septentrional estaban llenas de cristianos, mientras que la Inglaterra y
la América eran países paganos. Dos mil años han producido un gran cambio.
Las iglesias de África y de Asia se han hundido en
una ruina completa, al mismo tiempo que las iglesias de Inglaterra y de América
están trabajando en extender por el mundo
el Evangelio. Con razón pudo decir nuestro Señor que "los primeros serán
los últimos, y los últimos primeros...
¡Cuán verdaderas parecen estas palabras a los
creyentes, cuando registran sus pasadas vidas y recuerdan todo lo que han visto
desde el día de su conversión! Cuantos
empezaron a servir a Cristo en la misma época que ellos y al parecer marcharon
bien por algún tiempo. ¿Pero en donde se encuentran ahora? El mundo ha cautivado a unos; falsas doctrinas
han extraviado a otros; un matrimonio malo ha echado a perder a un tercero; y
pocos son los creyentes que no puedan
recordar muchos casos parecidos. Pocos son los que al fin no descubren que
" los últimos son a menudo los primeros, y los primeros últimos.'
Aprendamos a pedir en nuestras oraciones humildad al leer textos como este. No es bastante comenzar bien; debemos
perseverar, y adelantar, y continuar en
nuestra buena conducta. No nos contentemos con las primeras flores
de algunas pocas convicciones religiosas, de alegrías, pesares, esperanzas y
temores.
Preciso es que
produzcamos los buenos frutos de hábitos sentados, y arrepentimiento, fe y
santidad. Feliz el que calcula el costo, y se decide, después de haber empezado a marchar por la senda estrecha, á
nunca separarse de ella apoyándose en la gracia de Dios.
Finalmente,
fijemos nuestra atención al leer este pasaje en la presciencia de nuestro Señor
respecte a sus propios sufrimientos y a su muerte. Habla tranquila y
deliberadamente a sus discípulos de su pasión que tendría lugar en
Jerusalén. Va describiendo una tras otra todas las principales circunstancias
que acompañarían su muerte. Nada
reserva, nada oculta.
Marquemos esto bien. No hubo nada de involuntario ni
imprevisto en la muerte de nuestro Señor. Fue
resultado de su propia elección libre, determinada y deliberada. Desde el principio de su
ministerio terrenal, vio siempre ante sí la cruz, y se dirigió a ella mártir
voluntario. Sabía que su muerte era la reparación necesaria que debía hacerse para reconciliar
al hombre con Dios. Él había pactado que su sangre seria el precio de esa
reparación y a ello se había obligado.
Cuando llegó el tiempo señalado, como fiador fiel, cumplió su
palabra, y murió por nuestros pecados en el Calvario.
Bendigamos a
Dios por el Evangelio que nos presenta tal Salvador, tan fiel a las condiciones
del pacto, tan dispuesto a sufrir, que
con tan buena voluntad se sometiese por nosotros a ser tenido por pecador y por
maldito. No dudemos que Aquel que
cumplió su promesa de sufrir, cumplirá también la de salvar a todos los que a
Él se acerquen. No lo
aceptemos regocijados tan solo como
nuestro Redentor y Abogado, sino que también pongamos con el mismo regocijo a
su servicio nuestras personas y todo lo
que poseemos. En verdad que si Cristo murió con tanto gusto por nosotros poco
es exigir de los cristianos que vivan
por El.
No hay comentarios:
Publicar un comentario