} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CRISTO NO QUEDA EN DEUDA CON NADIE

viernes, 28 de mayo de 2021

CRISTO NO QUEDA EN DEUDA CON NADIE

 

 

Mar 10:28  Entonces Pedro le dijo: "Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".

Mar 10:29  Jesús respondió: "Os aseguro que ninguno que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, esposa o hijos, o heredades, por causa de mí y del evangelio,

Mar 10:30  "dejará de recibir cien tantos ahora, en este tiempo, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y heredades, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna.

Mar 10:31  "Pero muchos primeros serán últimos, y últimos, primeros". Tercer anuncio de la muerte y resurrección de Jesús

            

          Pedro había estado dándole vueltas a la cosa en su cabeza y, como le era característico, no podía callar la boca. Acababa de ver a un hombre rechazar el "¡Sígueme!» de Jesús. Acababa de oírle decir a Jesús que ese hombre, por su reacción, se había excluido del Reino de Dios. Pedro no podía por menos de trazar el contraste entre aquel hombre y él mismo y sus amigos. Al contrario de lo que había hecho aquel hombre, que había rehusado la invitación de Jesús a seguirle, él y sus amigos la habían aceptado; y Pedro, con esa casi silvestre sinceridad suya, quería saber lo que él y sus amigos iban a sacar. La respuesta de Jesús cae en tres secciones.

  Lo primero que debe fijar nuestra atención en estos versículos es la gloriosa promesa que en ellos se contiene. El Señor Jesús dice a sus discípulos, "En  verdad os digo, que no hay hombre que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o heredades, por amor mío y del  Evangelio, que no reciba centuplicado, ahora en este tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y heredades, con persecuciones, y en el mundo  venidero la vida eterna...

Jesús dijo que nadie renunciará nunca a nada por causa de Él y de Su Buena Noticia que no lo recupere multiplicado por cien. Aquello fue un hecho repetido en las vidas de muchos de los primeros cristianos. La conversión al Cristianismo de un hombre le podía suponer la pérdida de hogar y amigos y parientes, pero su entrada en la Iglesia Cristiana le introducía en una familia mucho más amplia y numerosa unida por lazos espirituales.

Lo vemos hecho realidad en la vida de Pablo. Sin duda, cuando Pablo se hizo cristiano, le cerraron en la cara las puertas de su propia casa, y su familia le proscribió. Pero igualmente sin duda hubo ciudad tras ciudad, pueblo tras pueblo, aldea tras aldea en Europa y en Asia Menor donde él podía encontrar un hogar donde se le esperara y una familia en Cristo que le recibiera. Es curioso cómo usa los términos familiares. En Rom_16:13 , dice que la madre de Rufo había sido tan buena como una madre para él; en Filemón_1:10  habla de Onésimo como el hijo que le ha nacido en la cárcel.

Así sucedería con todos los cristianos en los primeros tiempos. Cuando su propia familia los excluía, entraban en la familia más amplia de Cristo.

Cuando Egerton Young predicó por primera vez el Evangelio a los amerindios de Saskatchewan, la idea de que Dios fuera Padre fascinaba a hombres que hasta entonces no habían pensado en Dios nada más que en relación con el trueno y el rayo y las tormentas. El viejo jefe le preguntó a Egerton Young: «¿Te he oído bien llamar a Dios "Padre nuestro"?» «Es verdad que lo he dicho» -le contestó el misionero. «¿Es Dios tu Padre?» -preguntó de nuevo el jefe. "Sí» -contestó Egerton. "Y -prosiguió el jefe-, ¿es Él también mi Padre?» "No te quepa la menor duda»- le contestó Young. De pronto se le iluminó el rostro al jefe, y extendió los brazos mientras decía como si hubiera hecho un descubrimiento maravilloso: " ¡Entonces, tú y yo somos hermanos!»

Una persona puede tener que sacrificar vínculos que le son muy queridos al convertirse a Cristo; pero entonces se convierte en miembro de una familia y de una fraternidad que abarca la Tierra y el Cielo.

Hay pocas promesas más extensas que ésta en la Palabra de Dios. De cierto que no hay ninguna que dé más ánimo para aceptar la vida actual. Contemplen  esta promesa todos los tímidos y flojos de corazón en el servicio de Cristo. Estudien bien esta promesa, y beban en ella su consuelo todos los que están  sufriendo trabajos y tribulaciones por causa de Cristo.

A todos los que se sacrifican por el Evangelio, Jesús promete resarcirles sus sacrificios " centuplicados, ahora en este tiempo. “No solamente tendrán perdón y  gloria en el mundo venidero, sino que aquí, en la tierra, tendrán esperanzas, y alegrías, y consuelos suficientes a compensar las pérdidas que hayan sufrido.

Encontrarán en la comunión de los santos, nuevos amigos, nuevos parientes, nuevos compañeros, más amantes, fieles y valiosos que los que tuvieron antes de  su conversión. El verse recibidos en la familia de Dios será abundante recompensa por la exclusión en que se encuentren de la sociedad de este mundo. Esto  podrá resonar en muchos oídos como algo increíble y sorprendente; pero muchos saben por experiencia que es verdad.

A todos los que se sacrifican por el Evangelio, Jesús promete "vida eterna en el mundo venidero." Jesús añadió dos cosas. La primera, añadió las sencillas palabras " y persecuciones.» Automáticamente, estas palabras sacan todo el tema del mundo del quid pro quo. Descartan la idea de una recompensa material por un sacrificio material. Nos dicen dos cosas. Nos presentan la absoluta honradez de Jesús. Él no ofrecía nunca gangas. Decía claramente que el ser cristiano es una cosa costosa. Jesús nunca usó el soborno para invitar a que Le siguieran, sino el desafío. Es como si dijera: " Puedes estar seguro de que recibirás Tu recompensa, pero tendrás que mostrarte lo suficientemente grande y gallardo para obtenerla.» La segunda cosa que Jesús añadió, fue la referencia al mundo venidero. Él nunca prometió que habría en este mundo de espacio y tiempo una especie de revisión final del ejercicio y cierre de cuentas. Jesús no llamaba a las personas a ganar las recompensas del tiempo. Las llamaba a ganar las bendiciones de la eternidad. Este no es el único mundo que Dios tiene para cumplir Sus compromisos.

Tan pronto como abandonen su tabernáculo terreno,  comenzarán una existencia gloriosa, y el día de la resurrección gozarán de honores y alegrías tales quo exceden la comprensión humana. Sus ligeras  aflicciones de unos pocos años terminarán en recompensas eternas. Sus combates y pesares mientras han estado en el cuerpo, se cambiarán en un reposo  perfecto y en una corona triunfal. Vivirán en un mundo en que no hay muerte, ni pecado, ni diablo, ni cuidados, ni lloros, ni separaciones, pues todas las cosas  antiguas habrán pasado. Dios lo ha dicho, y se verá que todo es verdad.

¿En dónde está el santo que se atreva a decir, oyendo estas gloriosas promesas, que no hay estímulos para servir a Cristo? ¿En dónde está el hombre o la mujer  que en la carrera del cristiano siente que sus manos empiezan a caer y sus rodillas a flaquear? Que mediten este pasaje y cobren nuevo valor. El tiempo es  corto; el fin es seguro; podrán sentirse pesados durante una noche, pero el gozo viene con la mañana. Confiemos pacientemente en el Señor.


 Lo que, en segundo lugar, reclama nuestra atención en estos versículos, es el solemne apercibimiento que contienen. El Señor Jesús veía la presunción secreta  de sus discípulos, y quiso cortar el vuelo a sus altos pensamientos con algunas palabras oportunas. "Muchos que son primeros serán últimos, y los últimos  primeros... Esta era en realidad una advertencia a Pedro. Puede ser que por entonces Pedro estuviera calculando su propia valía y su propia recompensa, y valorándolas bien alto. Lo que Jesús estaba diciendo era: " El baremo definitivo del juicio es el de Dios. Muchos puede que ocupen una buena posición en el juicio del mundo, pero el juicio de Dios trastocará el del mundo. Todavía más: muchos puede que se consideren muy importantes a su propio juicio, y descubran que la valoración que Dios hace de ellos es muy diferente.» Es una advertencia contra el orgullo. Es la advertencia de que los juicios definitivos son los de Dios, que es el único Que conoce la motivación de los corazones humanos. Es una advertencia de que el juicio del Cielo puede que trastrueque las dignidades de la Tierra.

¡Que verdad no encierran estas palabras aun aplicadas a los doce apóstoles! Entre los que oían a nuestro Señor se encontraba un hombre que por algún tiempo  pareció ser uno de los más preeminentes de los doce. Tenía a su cuidado el tesoro y guardaba lo que en él se ponía; y, sin embargo, ese hombre cayó y tuvo un  fin desastroso. Se llamaba Judas Iscariote. Por el contrario, entre los oyentes de nuestro Señor no se encontraba aquel día uno que en época posterior hizo más  por Cristo que todos los doce. Cuando nuestro Señor hablaba así era aún un joven fariseo, que se educaba a los pies de Gamaliel, y que por nada sentía tanto  celo como por la ley. Y, sin embargo, ese joven al fin fue convertido a la fe de Cristo, no se quedó atrás de los principales de los apóstoles, y trabajó más que  todos. Su nombre era Saulo. Con razón dijo nuestro Señor, "los primeros serán últimos, y los últimos primeros...

¡Que verdaderas son esas palabras, cuando las aplicamos a la historia de las iglesias cristianas! Hubo un tiempo que el Asia Menor, la Grecia, y el África  Septentrional estaban llenas de cristianos, mientras que la Inglaterra y la América eran países paganos. Dos mil años han producido un gran cambio.

Las iglesias de África y de Asia se han hundido en una ruina completa, al mismo tiempo que las iglesias de Inglaterra y de América están trabajando en  extender por el mundo el Evangelio. Con razón pudo decir nuestro Señor que "los primeros serán los últimos, y los últimos primeros...

¡Cuán verdaderas parecen estas palabras a los creyentes, cuando registran sus pasadas vidas y recuerdan todo lo que han visto desde el día de su conversión!  Cuantos empezaron a servir a Cristo en la misma época que ellos y al parecer marcharon bien por algún tiempo. ¿Pero en donde se encuentran ahora? El  mundo ha cautivado a unos; falsas doctrinas han extraviado a otros; un matrimonio malo ha echado a perder a un tercero; y pocos son los creyentes que no  puedan recordar muchos casos parecidos. Pocos son los que al fin no descubren que " los últimos son a menudo los primeros, y los primeros últimos.' Aprendamos a pedir en nuestras oraciones humildad al leer textos como este. No es bastante comenzar bien; debemos perseverar, y adelantar, y continuar en  nuestra buena conducta. No nos contentemos con las primeras flores de algunas pocas convicciones religiosas, de alegrías, pesares, esperanzas y temores.

Preciso es que produzcamos los buenos frutos de hábitos sentados, y arrepentimiento, fe y santidad. Feliz el que calcula el costo, y se decide, después de haber  empezado a marchar por la senda estrecha, á nunca separarse de ella apoyándose en la gracia de Dios.

Finalmente, fijemos nuestra atención al leer este pasaje en la presciencia de nuestro Señor respecte a sus propios sufrimientos y a su muerte. Habla tranquila y  deliberadamente a sus discípulos de su pasión que tendría lugar en Jerusalén. Va describiendo una tras otra todas las principales circunstancias que  acompañarían su muerte. Nada reserva, nada oculta.

Marquemos esto bien. No hubo nada de involuntario ni imprevisto en la muerte de nuestro Señor. Fue resultado de su propia elección libre, determinada y  deliberada. Desde el principio de su ministerio terrenal, vio siempre ante sí la cruz, y se dirigió a ella mártir voluntario. Sabía que su muerte era la reparación  necesaria que debía hacerse para reconciliar al hombre con Dios. Él había pactado que su sangre seria el precio de esa reparación y a ello se había obligado.

Cuando llegó el tiempo señalado, como fiador fiel, cumplió su palabra, y murió por nuestros pecados en el Calvario.

Bendigamos a Dios por el Evangelio que nos presenta tal Salvador, tan fiel a las condiciones del pacto, tan dispuesto a  sufrir, que con tan buena voluntad se sometiese por nosotros a ser tenido por pecador y por maldito. No dudemos que  Aquel que cumplió su promesa de sufrir, cumplirá también la de salvar a todos los que a Él se acerquen. No lo aceptemos  regocijados tan solo como nuestro Redentor y Abogado, sino que también pongamos con el mismo regocijo a su servicio  nuestras personas y todo lo que poseemos. En verdad que si Cristo murió con tanto gusto por nosotros poco es exigir de los  cristianos que vivan por El.

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