Mar 10:13 Y le presentaban
niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los
presentaban.
Mar 10:14 Viéndolo Jesús, se
indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque
de los tales es el reino de Dios.
Mar 10:15 De cierto os digo,
que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.(E)
Mar 10:16 Y tomándolos en los
brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.
Era natural que las madres judías
quisieran que un gran rabino distinguido bendijera a sus hijos. Especialmente
traían a sus hijos a una persona así en su primer cumpleaños. Así fue como Le
trajeron a Jesús a los niños aquel día.
Entenderemos más plenamente la conmovedora
belleza de este pasaje si recordamos cuándo sucedió. Jesús iba de camino a la
Cruz y lo sabía. Su sombra cruel puede que no se apartara nunca de Su mente.
Fue en un momento así cuando tuvo tiempo para los niños. Aun con tal tensión en
Su mente, estuvo dispuesto a tomarlos en Sus brazos, y sonreírles de corazón, y
puede que hasta jugar con ellos.
Los discípulos no eran unos antipáticos ni
unos amargados. Sencillamente querían proteger a Jesús. No comprendían del todo
lo que estaba pasando, pero presentían claramente la tragedia que los esperaba,
y podían percibir la tensión que
embargaba a Jesús. No querían que se Le molestara. No podían figurarse que Él
pudiera querer tener niños a Su alrededor en tal ocasión; pero Jesús les dijo:
«¡Dejad que vengan a Mí los chiquillos y no tratéis de impedírselo!»
Incidentalmente, esto nos dice un montón
acerca de Jesús. Nos dice que era la clase de Persona a la Que Le importan los
niños, y Que importa a los niños. No puede haber sido una persona sombría y
desagradable. Tiene que haber habido una amable luminosidad en Él. Tiene que
haberle resultado fácil sonreír y reír de alegría.
George Macdonald dice en algún sitio que no
cree en el Cristianismo de una persona a cuya puerta no hay nunca niños
jugando. Este breve, precioso incidente arroja un torrente de luz sobre la
clase de Persona humana Que era Jesús.
" De los tales -dijo Jesús- es el Reino
de Dios." ¿Qué hay en un niño que a Jesús le gustara y que valorara tanto?
(i) Está
la humildad del niño. Hay niños exhibicionistas, pero son raros, y casi
siempre son el producto del trato equivocado de los adultos. Lo normal es que a
un niño le cohíba la prominencia y la publicidad. Todavía no ha aprendido a
pensar en términos de nivel y orgullo y prestigio, ni a descubrir la
importancia del yo.
(ii) Está
la obediencia del niño. Es verdad que un niño es a veces desobediente;
pero, aunque parezca una paradoja, su instinto natural le mueve a obedecer.
Todavía no ha aprendido el orgullo y la falsa independencia que separan a un
hombre de sus semejantes y de Dios.
(iii) Está
la confianza del niño. Esto se ve en dos cosas.
(a) Se
ve en la manera que tiene un niño de aceptar la autoridad. Hay un tiempo
cuando cree que su padre lo sabe todo y siempre tiene razón. Para nuestra
vergüenza, pronto supera esa etapa. Pero el niño se da cuenta instintivamente
de su propia ignorancia y de su propia indefensión, y confía en los que él cree
que saben.
(b) Se
ve en la confianza que tiene un niño en otras personas. No supone que nadie
pueda ser malo. Se hace amigo de un perfecto extraño. Un gran hombre dijo una
vez que el más grande elogio que se le había dirigido jamás fue el de un
chiquillo que se le dirigió, a un completo extraño, y le pidió que le atara el
zapato. El niño no ha aprendido todavía a sospechar que el mundo es malo.
Todavía cree lo mejor de los demás. Algunas veces esa misma confianza le
conduce a peligros, porque hay algunos que son totalmente indignos de ella y
que abusan de ella; pero esa confianza es algo precioso.
(iv) El
niño tiene una memoria muy corta. Todavía no ha aprendido a guardar rencor
ni a abrigar resentimiento. Hasta cuando se le trata injustamente -y cuál de
nosotros no es a veces injusto con sus hijos-, olvida, y tan totalmente que no
necesita ni perdonar.
Sin duda, de los tales es el Reino de Dios.
La escena que nos presentan estos cuatro versículos
es interesante en extremo. Vemos que presentan a Cristo unos niños "para
que los toque," y a los discípulos
reñir a los que los habían traído. Se nos dice que Jesús vio aquello "muy
disgustado," y reconvino a sus discípulos con palabras muy notables.
Finalmente se nos relata, "que tomándolos en
sus brazos, puso sus mano sobre ellos, y los bendijo...
Aprendamos, ante todo, en este pasaje, cuanta
atención debe la iglesia de Cristo prestar a las almas de los niños. La Gran
Cabeza de la Iglesia tuvo tiempo para
ocuparse de ellos, aunque le era tan precioso mientras estuvo en la tierra, y
aunque había tantos hombres y tantas mujeres que por todas partes perecían por falta de conocimiento, no creyó que era
de poca importancia ocuparse de los niños. En su corazón infinito había lugar
también para ellos, y manifestó la buena
voluntad que les tenía con sus hechos y con sus acciones; y lo que no es menos,
ha dejado consignadas respecto á ellos unas palabras que nunca olvidará su iglesia, "De tales es el
reino de Dios...
No vayamos ni por un momento a imaginarnos que se
puede con seguridad dejar abandonadas las almas de los niños. El carácter que
en ellos se desarrolla y los distingue
durante la vida depende muy mucho de lo que han visto y oído durante sus siete
años primeros. Nunca son demasiado jóvenes para aprender el mal y el pecado; nunca tampoco lo son para
recibir impresiones religiosas. Piensan a su manera, puerilmente, en Dios, y en
sus almas y en un mundo venidero, más
pronto y con más profundidad que lo que se imaginan muchos. Saben responder con
más prontitud de lo que algunos piensan a los
llamamientos que se dirigen a sus sentimientos de lo bueno y de lo malo;
tienen conciencia. Dios en su misericordia no los ha dejado sin un testigo en
sus corazones, aunque sus naturalezas
estén corrompidas por la caída. Tienen un alma que vivirá eternamente en el
cielo o en el infierno. Nunca es demasiado
pronto para empezar a guiarlos a Cristo.
Estas verdades deben ser profundamente meditadas por
todos los que forman la iglesia de Cristo. Es deber preeminente de toda
congregación cristiana ocuparse de la
educación religiosa de los niños y proveer medios para ello. Los niños de ambos
sexos de todas las familias deben ser enseñados tan pronto como puedan aprender, conducidos al culto
público tan pronto como puedan estar en él con respeto, pues debe mirárseles
con interés y afecto como la
congregación futura que ocupará los lugares que dejemos vacíos con
nuestra muerte. Esperemos confiados que Cristo bendiga todos los esfuerzos
que hagamos en hacer bien a los niños.
Ninguna iglesia puede considerarse en una condición
moralmente saludable que descuida a sus niños y jóvenes, y excusa su pereza alegando "que los jóvenes
tienen que ser jóvenes," y que es inútil empeñarse en hacerles bien; tal
iglesia muestra claramente que no ha
comprendido el espíritu de Cristo. Una congregación que no se compone sino de
personas crecidas, cuyos hijos están
holgazaneando en casa o corriendo por campos y por calles, es el espectáculo
más deplorable y más poco satisfactorio
que se puede contemplar. Los miembros de congregaciones tales podrán estar
orgullosos por su número o por la
ortodoxia de sus creencias; estar satisfechos con las repetidas aserciones de
la imposibilidad de cambiar el corazón de
sus hijos, y que Dios los convertirá el día que así lo juzgue
conveniente; pero sepan que tienen aún que aprender que Cristo, los mira como infractores de un deber
solemne, y que los cristianos que no emplean todos los medios de que pueden disponer para conducir sus hijos a
Cristo están cometiendo un pecado muy grave.
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