Mar 9:43 Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado,
Mar 9:44 donde el gusano de ellos no muere, y el fuego
nunca se apaga.
Mar 9:45 Y si tu pie te fuere ocasión de caer,
córtalo; mejor te es entrar a la vida cojo, que teniendo dos pies ser echado en
el infierno, al fuego que no puede ser apagado,
Mar 9:46 donde el gusano de ellos no muere, y el fuego
nunca se apaga.
Mar 9:47 Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo;
mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser
echado al infierno,
Mar 9:48 donde el gusano de ellos no muere, y el fuego
nunca se apaga.
Este pasaje establece
gráficamente a la manera característica del Oriente la verdad fundamental de
que hay una meta en la vida por la que hay que sacrificar cualquier cosa. En
las cuestiones naturales puede que una persona tenga que sacrificar un miembro
o una parte del cuerpo para conservar la vida. La amputación de un miembro o la
escisión quirúrgica de alguna parte del cuerpo es a veces la única manera de
conservar la vida. En la vida espiritual puede suceder la misma clase de cosa.
Los rabinos judíos tenían dichos basados en la
manera en que las distintas partes del cuerpo se pueden prestar al pecado. «Los
ojos y el corazón son los dos agentes del pecado.» «El ojo y el corazón son las
dos criadas del pecado.» «Las pasiones moran solamente en aquel que ve.» "
¡Ay de aquel que va donde le llevan sus ojos, porque los ojos son adúlteros!»
Hay ciertos instintos humanos y ciertas partes de la constitución física de la
persona que sirven al pecado. Este dicho de Jesús no ha de tomarse
literalmente, pero es una manera gráfica oriental de decir que hay una meta en
la vida a la que vale la pena sacrificarlo todo.
En este pasaje se hacen repetidas referencias
a la guéenna. En el Nuevo Testamento se habla de la guéenna en Mat_5:22;
Mat_5:29-30 ; Mat_10:28 ; Mat_18:9 ; Mat_23:15; Mat_23:33 ; Luk_12:5 ; Stgo_3:6
. Esta palabra se traduce generalmente por infierno. Es una palabra con
historia. Deriva del hebreo de Antiguo Testamento, donde aparece como
gué-hinnom, que quiere decir el valle de Hinnom, que era un torrente en las
afueras de Jerusalén. Había tenido un pasado deplorable.
Fue el valle en el que Acaz, en la antigüedad,
había instituido el culto del fuego y los sacrificios de niños en el fuego.
«Quemó también incienso en el valle de los hijos de Hinom, e hizo pasar a sus
hijos por fuego conforme a las abominaciones de las naciones que el SENOR había
arrojado de delante de los israelitas» (2Cr_28:3 ). Manasés siguió este
terrible culto pagano (2Cr_33:6 ). El valle de Hinnom, por tanto, fue la escena
de una de las más terribles recaídas de Israel en las costumbres paganas. En
sus reformas, Josías lo declaró lugar inmundo. «Asimismo profanó el Tofet, que
está en el valle de los hijos de Hinom, para que ninguno pasara a su hijo o a
su hija por fuego como una ofrenda a Moloc» (2Rey_23:10 ).
Cuando el valle se declaró inmundo y se
profanó, se dedicó a basurero e incinerador de basuras de Jerusalén. En
consecuencia, se convirtió en un lugar inmundo y asqueroso, en el que unos
gusanos repulsivos se criaban en la basura, y que estaba siempre ardiendo y
echando humo como un gran incinerador. La frase concreta acerca del gusano que
nunca muere y del fuego que nunca se apaga viene de una descripción del destino
de los enemigos de Israel en Isa_66:24 .
A causa de todo esto, la guéenna (en español
gehena, D R.A E.) se había convertido en una especie de figura o símbolo del
infierno, el lugar donde las almas de los malvados serían torturadas y
destruidas. Así se usa en el Talmud: «El pecador que se resiste a las palabras
de la Ley acabará por heredar la Guéenna." Así que guéenna representa el
lugar del castigo, y la palabra sugeriría a las mentes de todos los israelitas
las ideas más tenebrosas y terribles.
Pero, ¿cuál era la meta por la que valía la
pena sacrificarlo todo? Se describe de dos maneras. Dos veces se la llama la
vida, y una vez el Reino de Dios. ¿Cómo podemos definir el Reino de Dios?
Podemos encontrar nuestra definición en la Oración Dominical. En esa oración
encontramos dos peticiones en paralelo. «Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad en
la Tierra como en el Cielo." El recurso literario más característico del
estilo hebreo es el paralelismo. En él se colocan dos frases juntas, la segunda
de las cuales, o repite lo de la otra o lo amplía, explica y desarrolla.
Cualquier versículo de los Salmos puede servirnos de ejemplo. Así pues, podemos
considerar que en la Oración Dominical una petición es la explicación y
ampliación de la otra. Cuando las colocamos juntas obtenemos la definición de
que "el Reino del Cielo es una sociedad en la Tierra en la que la voluntad
de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo." De ahí podemos pasar
a decir sencillamente que el hacer perfectamente la voluntad de Dios es ser
ciudadanos del Reino del Cielo. Y si lo tomamos así y lo aplicamos al pasaje
que estamos estudiando ahora, querrá decir que vale la pena cualquier
sacrificio y cualquier disciplina y cualquier autonegación el hacer la voluntad
de Dios. Y solamente haciendo esa voluntad se posee la vida verdadera y una paz
definitiva y que satisface plenamente.
Orígenes tomaba esto simbólicamente. Decía que
puede que sea necesario cortar algún hereje o alguna mala persona de la
comunión de la Iglesia a fin de mantener la pureza del Cuerpo de Cristo. Pero
este dicho ha de aplicarse personalmente. Quiere decir que puede que sea
necesario cortar algún hábito, abandonar algún placer, renunciar a alguna
amistad, cortar y excluir alguna cosa que nos ha llegado a ser muy querida, a
fin de ser totalmente obedientes a la voluntad de Dios. Esta no es una cuestión
que ninguno puede tratar de aplicarle a otro. Es solamente un asunto de la
competencia individual de cada persona; y quiere decir que si hay algo en
nuestra vida que está interponiéndose entre nosotros y la perfecta obediencia a
la voluntad de Dios, aunque haya llegado a ser parte de nuestra vida por hábito
o costumbre, debe ser desarraigada. El desarraigo puede que sea tan doloroso
como una operación quirúrgica, puede parecerse a cortar una parte de nuestro
propio cuerpo, pero si hemos de conocer la vida real, la verdadera felicidad y
la verdadera paz, hay que renunciar a aquello. Esto puede que suene serio y
sombrío, pero en realidad consiste simplemente en enfrentarnos con los Hechos
de la vida.
Vemos además en estos versículos
la necesidad en que estamos de renunciar a todo lo que se atraviesa entre
nosotros y la salvación de nuestras almas. La
"mano" y el "pié" deben ser cortados y el " ojo
" sacado, si ofenden, o son ocasiones de pecar. Debemos renunciar a todo
lo que nos es querido, como los ojos,
los pies y las manos, y alejarlo de nosotros si daña nuestras almas,
cualquiera que sea el sacrificio o el dolor que nos cause.
Es una ley esta que parece a primera vista
dura y severa en extremo, pero no sin causa la promulga nuestro amoroso
Maestro. Cumplir con ella es
absolutamente necesario, puesto que el infringirla es caminar de seguro
al infierno. Nuestros sentidos corporales son los canales por donde se
introducen en nosotros las tentaciones
más formidables. Nuestros miembros son instrumentos dispuestos al mal, aunque
lentos para el bien. El ojo, el pié, y la mano son siervos buenos cuando están bien dirigidos,
pero preciso es vigilarlos de continuo, pues si no, nos conducen al pecado.
Decidámonos con la gracia de Dios a hacer uso
práctico de la orden solemne que en este pasaje nos da nuestro Señor.
Considerémosla como la prescripción de
un médico sabio, el consejo de un padre tierno, o el apercibimiento de un
amigo. Aunque los hombres nos ridiculicen por lo estricto y cumplidos que seamos, sea en nosotros un hábito
"crucificar nuestra carne con sus afectos y concupiscencias."
Neguémonos todo goce antes de exponernos al peligro de pecar contra Dios. Sigamos las huellas de
Job, cuando dice: "He hecho un pacto con mis ojos." Job 31.1.
Recordemos a Pablo; dice, "Sujeto mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre; no sea que predicando a
los otros, no me vea yo mismo reprobado." 1 Cor. 9.27.
Vemos, finalmente, en estos versículos, la
realidad, el horror, y la eternidad del castigo futuro. El Señor Jesús habla
tres veces del "infierno." Menciona tres veces el "gusano que nunca muere."
Tres veces dice que " el fuego no se apagará." Estas son expresiones terribles, que invitan a
reflexionar más que a explicar. Medítenlas, considérenlas y recuérdenlas todos
los que profesan ser cristianos.
Poca diferencia hace que las tomemos por
figuradas o emblemáticas; si lo son, una cosa por lo menos es muy clara, que el
gusano y el fuego son emblemas de
realidades; que hay un infierno verdadero, y un infierno que es eterno.
No es mostrar misericordia el no tocar ante los hombres la cuestión del
infierno; por lo mismo que es tan
horrible y tan tremendo, debemos imprimirla en todas las almas como una de las
grandes verdades del Cristianismo. Nuestro Salvador que es tan amoroso habla frecuentemente de él, y
el apóstol Juan lo describe más de una vez en el libro de la Revelación; así es
que los siervos de Dios no deben en
nuestros días avergonzarse de confesar que en él creen. Si no hubiera en Cristo
una misericordia infinita para todos los que en El creen, podríamos con razón evitar la consideración de tan horrible
idea. Si no tuviéramos la sangre preciosa de Cristo que lava todos nuestros
pecados, bien podríamos guardar silencio
respecto a la ira venidera. Pero hay misericordia para todo el que la pide en
nombre de Cristo; hay una fuente abierta para todo pecado. Aseguremos pues franca y decididamente que hay infierno,
y supliquemos a los hombres que huyan de él, antes que sea muy tarde. "Conociendo
los terrores del Señor," el gusano,
y el fuego, "persuadamos a los hombres." 2 Cor. 5.11. Posible es que
no se hable bastante de Cristo, pero sí es posible que se diga poco del
infierno.
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