Mar
10:1 Levantándose de allí, vino a la región de
Judea y al otro lado del Jordán; y volvió el pueblo a juntarse a él, y de nuevo
les enseñaba como solía.
Mar
10:2 Y se acercaron los fariseos y le
preguntaron, para tentarle, si era lícito al marido repudiar a su mujer.
Mar
10:3 El, respondiendo, les dijo: ¿Qué os
mandó Moisés?
Mar
10:4 Ellos dijeron: Moisés permitió dar
carta de divorcio, y repudiarla.
Mar
10:5 Y respondiendo Jesús, les dijo: Por
la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento;
Mar
10:6 pero al principio de la creación, varón
y hembra los hizo Dios.
Mar
10:7 Por esto dejará el hombre a su
padre y a su madre, y se unirá a su mujer,
Mar
10:8 y los dos serán una sola carne; así
que no son ya más dos, sino uno.
Mar
10:9 Por tanto, lo que Dios juntó, no lo
separe el hombre.
Mar
10:10 En casa volvieron los discípulos a
preguntarle de lo mismo,
Mar
10:11 y les dijo: Cualquiera que repudia
a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella;
Mar
10:12 y si la mujer repudia a su marido
y se casa con otro, comete adulterio.
El primer
versículo de este pasaje muestra la paciencia y perseverancia de nuestro Señor
Jesucristo como maestro. Se nos dice que vino "a los términos de la Judea al otro lado del Jordán; y el pueblo
volvió a juntársele; y, como de costumbre, le enseñaba...
A donde quiera que nuestro Señor iba, se ocupaba
siempre de los negocios de su Padre, predicando, enseñando, y tratando de hacer
bien a las almas. No perdía ninguna
oportunidad. En toda la historia de su ministerio terrestre no vemos que ni un
día permaneció ocioso. De Él puede en verdad decirse que ''sembraba sobre las aguas," y que "por
la mañana sembraba la semilla, y por la noche no paraba su mano." Isaías
32.20; Ecles. 11.6.
Y, sin embargo, nuestro Señor conocía los corazones
de los hombres. Sabía muy bien que una gran proporción de sus oyentes era
empedernida e incrédula.
Sabía al hablar que la mayor parte de sus palabras
caían al suelo sin que de ellas se cuidasen ni ocupasen, y que la mayor parte
de las veces vano era el trabajo que se
tomaba por la salud de las almas. Todo esto lo sabía, y, sin embargo,
continuaba trabajando.
Debemos ver en este hecho un modelo perpetuo para
todos los que tratan de hacer el bien, cualquiera que sea su empleo. No lo
borren de su memoria los ministros y los
misioneros, los profesores, los maestros de escuelas dominicales, los
visitadores domiciliarios y agentes laicales, las cabezas de familia que presiden al culto doméstico, y las nodrizas
que tienen niños a su cargo; que todos recuerden el ejemplo que les da Cristo y
traten de seguirlo. No hemos de
abandonar la enseñanza porque no palpemos el bien que produce; no
debemos disminuir nuestros esfuerzos porque no veamos el fruto de nuestro
trabajo.
Trabajemos con constancia, teniendo siempre presente
el gran principio, que nuestro es el deber, y los resultados son de Dios.
Preciso es que haya aradores y
sembradores así como segadores y otros que amarren las gavillas. El amo
honrado paga a sus labradores según es la obra que hacen, y no según las mieses
que crecen en sus campos. Nuestro Señor
tratará de la misma manera el día final a todos sus servidores. Sabe que no
llevan el éxito en sus manos; sabe que no
pueden cambiar corazones, y los premiará según haya sido su trabajo, y
.no por lo que este haya producido. No es al "siervo bueno y afortunado,"
sino al "siervo bueno y fiel" a
quien dirá: "Entra en el gozo de tu Señor." Mat. 25.21.
La mayor parte de este pasaje tiene por objeto
mostrarnos la dignidad y la importancia del matrimonio. Es sabido que las
opiniones dominantes entre los judíos
respecto a este particular, cuando nuestro Señor estuvo en la tierra, eran muy
laxas y vulgares en extremo. No reconocían el carácter obligatorio del vínculo matrimonial. Permitido era y muy
común el divorcio por causas ligeras y aun triviales; y como una consecuencia
muy natural, no se comprendían bien cuáles
eran los deberes de los maridos para con sus esposas, ni recíprocamente los de
estas para con aquellos.
El verdadero escollo de la cuestión era la
interpretación de la ley de Deu_24:1 . Allí se establece que un hombre puede
divorciar a su mujer si encuentra en ella alguna cosa indecente. ¿Cómo se debía
interpretar esa frase? Sobre este asunto había dos escuelas de pensamiento.
Estaba la escuela de Shammay, que interpretaba el
asunto con el máximo rigor: «alguna cosa indecente» se refería al adulterio
sola y exclusivamente. Aunque la mujer fuera tan mala como Jezabel, a menos que
fuera culpable de adulterio no se la podía divorciar.
La otra escuela era la de Hillel, que interpretaba
la frase conflictiva tan ampliamente como se pudiera imaginar. Decían los de
esta escuela que podía querer decir si la mujer le estropeaba la comida, si
hablaba en la calle, si hablaba con un extraño, si hablaba irrespetuosamente de
los parientes de su marido en su presencia, si era pendenciera (lo que se
definía como que se la oyera en la casa de al lado). Rabí Aqiba llegaba aún más
lejos al decir que quería decir que un hombre podía divorciar a su mujer si
encontraba otra que le pareciera más bonita que ella.
Teniendo en cuenta cómo es la naturaleza humana,
está claro que fue la interpretación más laxa la que prevaleció. En
consecuencia, que se llegara al divorcio por las razones más triviales o sin
razón alguna era trágicamente comente. A tal punto habían llegado las cosas en
tiempos de Jesús que las mujeres se resistían a casarse en vista de lo inseguro
que era el matrimonio. Cuando Jesús dijo esto, Se estaba pronunciando sobre un
asunto que era un tema candente, y estaba rompiendo una lanza a favor de las
mujeres y tratando de restaurar el matrimonio a la posición que debería tener.
Se han de notar ciertas cosas. Jesús citó la Ley
mosaica, pero dijo que Moisés había concedido aquello solamente " para
salir al paso de la dureza de vuestros corazones.» Eso podía querer decir una
de dos cosas. Podía querer decir que Moisés lo estableció porque era lo mejor
que se podía esperar de aquellos para los que estaba legislando. O puede que
quiera decir que Moisés lo estableció con la intención de tratar de controlar
una situación que, aun entonces, se estaba degenerando; que de hecho no se
trataba de una concesión al divorcio, sino un intento de controlarlo, de
reducirlo a alguna especie de ley y hacerlo un poco más difícil.
En cualquier caso, Jesús dejó bien claro que Él
consideraba que Deu_24:1 se había
establecido para una situación determinada, y que no se aplicaba con un
carácter permanentemente vinculante. Las autoridades que Jesús citó se
remontaban a mucho más atrás que Moisés. Como Su autoridad Se remontó a la
historia de la Creación, y citó Gen_1:27
y 2:24. Su punto de vista era que, según la misma naturaleza, el
matrimonio era una unión permanente de carácter indisoluble de dos personas, de
tal manera que el vínculo no se podía romper nunca por leyes o disposiciones
humanas. Estaba convencido de que, en la misma constitución del universo, el
matrimonio estaba destinado a ser una unión absoluta y permanente, y ninguna
disposición mosaica que tratara de una situación temporal podría alterarlo.
La dificultad está en el relato paralelo de Mateo,
en el que hay una diferencia. En Marcos, la prohibición de Jesús del divorcio y
del casarse de nuevo es absoluta, mientras que en Mat_19:3-9 , Jesús aparece
prohibiendo absolutamente el matrimonio posterior, pero permitiendo el divorcio
sobre la única base del adulterio. Casi podemos asegurar de que la versión de
Mateo es correcta, y así se implica en Marcos. Era la ley judía que el
adulterio disolvía obligatoriamente cualquier matrimonio. Y lo cierto es que la
infidelidad disuelve de hecho el vínculo del matrimonio. Una vez que se ha
cometido el adulterio, la unidad se ha roto en cualquier caso, y el divorcio no
hace más que confirmar el hecho.
La verdadera esencia del pasaje es que Jesús
insistió en que la inmoralidad sexual de su tiempo tenía que corregirse. Había
que recordar a los que buscaban el matrimonio solamente por el placer que el
matrimonio también es responsabilidad. A los que consideraban el matrimonio
simplemente como un medio de gratificar sus pasiones físicas había que
recordarles que era también una unidad espiritual. Jesús estaba levantando una
defensa en torno al hogar.
Nunca se podrá exagerar la importancia de la
cuestión que en este lugar decide nuestro Señor. Mucho debemos agradecerle que
haya sido tan explícito y tan completo
en la manifestación de su modo de pensar respecto a ella. El matrimonio es el
fundamento del sistema social de las naciones; la moralidad pública, y la felicidad privada de las familias están
profundamente interesadas en la cuestión de la ley sobre matrimonios. La
experiencia de todas las naciones confirma
de una manera notable lo sabio de la decisión de nuestro Señor en este
pasaje. Es un hecho comprobado, que la poligamia, y el permiso de obtener
divorcios por motivos ligeros, tienen
una tendencia directa a engendrar la inmoralidad. En una palabra, cuanto más se
acerquen las leyes de un país sobra el matrimonio a la ley de Cristo, resultará que es más
elevado el tono moral que reine en él. Todos los que están casados, o se
proponen casarse, deben meditar bien en lo que el Señor Jesucristo nos enseña
en este pasaje. De todas las relaciones de la
vida ninguna debe mirarse con más reverencia, ninguna contraerse con más
cautela que la de marido y mujer. En ninguna otra se puede hallar más
felicidad terrena si se contrae con
discreción, cordura y temor de Dios; pero en ninguna otra tampoco pueden
originarse más desgracias si se emprende ligera, necia y desacertadamente. No hay ningún acto en la
vida que tanto beneficio pueda hacer al alma, si las voluntades y las manos se
unen "en el Señor;" ninguno la
perjudica más, si el capricho, la pasión, o cualquier otro motivo
mundano es la única causa que produce la unión. Salomón fue el más sabio de los
hombres, y "sin embargo aún a él lo
hicieron pecar las mujeres extranjeras." Neh. 13.26.
Hay desgraciadamente demasiada necesidad de imprimir
estas verdades en el corazón de los hombres. Es una verdad muy triste que pocas determinaciones se toman en
la vida, con tanta ligereza, tanto capricho y tal olvido de Dios como la
de casarse. Pocos son los jóvenes que
piensan en invitar a Cristo a sus bodas. Es un hecho melancólico pero cierto
que los matrimonios desgraciados son una
de las principales causas de las miserias y de las desgracias que tanto abundan
en el mundo. Tarde descubren que se han
equivocado, y llenan de amargura el resto de sus días. Felices los que al
pensar en casarse observan estas tres
reglas:
La primera, casarse en el Señor y
después de pedir en sus oraciones la aprobación y la bendición del. Señor ; la segunda, no
esperar demasiado de su cónyuge, recordando que el matrimonio es la unión de
dos pecadores, y no la de dos ángeles ;
y la tercera, empeñarse primero y antes que todo en santificarse mutuamente.
Los que más santamente se casan, son
siempre los más felices: "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo
por ella, para santificarla." Ef. 5;25
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