Mar 10:17 Al salir Jesús para seguir su camino, un hombre llegó corriendo, e hincándose ante él, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?"
Mar 10:18 Jesús respondió: "¿Por qué me llamas
bueno? Ninguno es bueno, sino sólo uno, Dios.
Mar 10:19 "Ya sabes los Mandamientos. No cometas
adulterio, no mates, no hurtes, no digas falso testimonio, no defraudes, honra
a tu padre y a tu madre".*
Mar 10:20 Entonces el hombre respondió: "Maestro,
todo eso guardé desde mi juventud".
Mar 10:21 Entonces Jesús lo miró con amor, y le dijo:
"Una cosa te falta. Ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y
tendrás tesoro en el cielo. Luego ven, y sígueme".
Mar 10:22 Pero al oír esto, se apenó, y se fue triste,
porque tenía muchas posesiones. Peligro de las riquezas
Mar 10:23 Entonces Jesús, miró alrededor, y dijo a sus
discípulos: "¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que
tienen riquezas!"
La historia que acabamos de leer se relata nada menos que tres veces en
el Nuevo Testamento. Mateo, Marcos y Lucas fueron todos inspirados por el
mismo Espíritu al escribirla para
nuestra enseñanza. No debe dudarse que hay un propósito muy sabio en la triple
repetición de los mismos hechos y de hechos tan
sencillos. El objeto es indicarnos que las enseñanzas que se desprenden
del pasaje merecen una atención particular de la iglesia de Cristo.
Aprendamos, ante todo, en este pasaje, la
ignorancia que tiene el hombre de sí mismo.
Se nos habla de uno que ''vino corriendo"
a donde estaba nuestro Señor, y que "se arrodilló ante Él y le
dirigió" la solemne cuestión, "¿Qué haré para heredar la vida eterna?" A primera vista había
mucho en el hombre que prometía bien. Se ocupaba de cuestiones espirituales,
cuando la mayor parte de los que lo
rodeaban estaban descuidados e indiferentes. Mostraba disposición a
reverenciar a nuestro Señor arrodillándose ante El, mientras que los escribas y
los fariseos lo despreciaban. Sin
embargo, este hombre ignoraba completamente el estado de su corazón. Oye a
nuestro Señor recitar los mandamientos que fijan nuestros deberes respecto al prójimo, e
inmediatamente declara, "Todos esos los ha observado desde mi
juventud." La naturaleza íntima de la ley moral, su aplicación a nuestros pensamientos, a
nuestras palabras y acciones son puntos de que está completamente ignorante.
Es, por desgracia, muy común la ceguedad
espiritual de que aquí se da muestra. Millares de los que se llaman cristianos
en el día de hoy no tienen la más remota idea
de su pecabilidad y de sus culpas ante los ojos de Dios. Se lisonjean de
no haber hecho nada malo. No han asesinado, ni robado, ni cometido adulterio,
ni han sido testigos falsos; por tanto,
no pueden correr mucho peligro de dejar de ir al cielo. “Olvidan la santidad
del Dios con quien tienen que tratar; olvidan las repetidas veces que violan su ley de
pensamiento o intención, aunque su conducta externa sea muy arreglada. Nunca
estudian algunas partes de la Escritura,
por ejemplo, el capítulo quinto de S. Mateo, o si lo hacen es como si
tuvieran un velo tupido sobre sus corazones, y no se los aplican. El resultado
es que marchan envueltos en su propia
rectitud. Como la iglesia de Laodicea están "ricos y abundan en bienes, y
de nada necesitan." Apoc_3:17. Viven satisfechos de sí mismos, y así con frecuencia mueren.
Guardémonos
de ese estado del alma.
Mientras creemos que podemos guardar la ley de Dios, Cristo de nada nos
aprovecha. Pidamos a Dios el don de
conocernos. Pidamos al Espíritu Santo que nos convenza de pecado, que
nos muestre nuestros corazones, la santidad de Dios, la necesidad en que
estamos de Cristo. Feliz el que ha
aprendido por experiencia el significado de estas palabras de Pablo, "Así
que yo sin la ley vivía en un tiempo; mas venido el mandamiento, el pecado revivió, y yo
morí." Rom_7:9 Marchan unidas la
ignorancia de la Ley y la del Evangelio. Aquel cuyos ojos se han abierto
realmente a la espiritualidad de los
mandamientos, no descansará hasta no encontrar a Cristo.
Aprendamos,
además, en este pasaje, el amor de Cristo a los pecadores.
Es esta una verdad que pone en relieve la
expresión que usa S. Marcos, cuando en su narración de la historia del hombre
dice, que "Jesús, fijando en él la
vista, lo amó." Ese amor, sin duda, era piedad y compasión. Nuestro
Señor observó compadecido la extraña mezcla de fervor e ignorancia que tenía en
su presencia. Vio lleno de piedad
aquella alma luchando en toda la debilidad y miseria que la caída produce, vio
aquella conciencia inquieta con la convicción de necesitar ayuda, vio aquella inteligencia
rodeada de tinieblas y ciega sin ver los primeros rudimentos de la religión
espiritual. Así como contemplamos un
noble edificio en ruinas, destechado, cuarteadas sus paredes, e inútil,
mostrando aún muchas señales de la habilidad con que fue ideado y fabricado,
así nos imaginamos que Jesús con tierna
solicitud contemplaba el alma de este hombre.
No debemos olvidar que Jesús ama y compadece
las almas de los impíos; indudable es que siente un amor especial hacia los que
oyen su voz y lo siguen; son las ovejas
que el Padre le ha dado. Y las vigila con especial cuidado. Son su Esposa, enlazados a El por un pacto
eterno, y les son caros como partes de El
mismo. El corazón de Jesús
es un corazón muy grande: en él abundan la piedad, la compasión, y un tierno
interés por los que están hundidos en el pecado y esclavizados al mundo. Aquel que
lloró por la incrédula Jerusalén es siempre el mismo; aún desea recoger en su
seno al ignorante y al que se cree justo, al
infiel y al impenitente, con tal que deseen ser recogidos. Mat. 23.37.
Podemos decir con confianza al pecador más empedernido que Cristo lo ama. Hay salvación preparada para el peor de los
hombres, si quiere dirigirse a Cristo. Si los hombres permanecen perdidos, no
es porque Jesús no los ame, ni esté
dispuesto a salvarlos. Palabras
solemnes que Él ha pronunciado nos revelan ese misterio: "Los hombres aman
la oscuridad más que la luz." "No queréis; venir a mí para que tengáis vida." Jn_3:19; Jn_5:40.
Aprendamos,
finalmente, en este pasaje, el gran peligro del amor del dinero. Es una lección que se nos inculca dos veces.
Una vez se desprende de la conducta del
hombre cuya historia se nos relata aquí. Con todo el deseo que manifestaba de
conseguir la vida eterna, amaba más su dinero que su alma. "Partió afligido." Y por segunda vez se proclama
en las solemnes palabras que nuestro Señor dirigió a sus discípulos, " Que
difícil es que los que tienen riquezas
entren en el reino de Dios." "Es más fácil que un camello pase
por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios." El
día final tan solo probará de una manera
completa '.la verdad de estas palabras.
Pongámonos en guardia contra el amor del oro;
es un lazo para el pobre lo mismo que para el rico. Lo que pierde el alma, no
es tanto poseer riquezas como confiar en
ellas. Pidamos a Dios el sentirnos satisfechos con lo que poseemos. La
sabiduría más elevada es pensar con S. Pablo, cuando dice, "He aprendido a estar contento con el estado en que me
encuentro, cualquiera que este sea." Filip. 4:11.
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