} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL AMOR DE CRISTO A LOS PECADORES

martes, 25 de mayo de 2021

EL AMOR DE CRISTO A LOS PECADORES

 Mar 10:17  Al salir Jesús para seguir su camino, un hombre llegó corriendo, e hincándose ante él, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?"

Mar 10:18  Jesús respondió: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno, sino sólo uno, Dios.

Mar 10:19  "Ya sabes los Mandamientos. No cometas adulterio, no mates, no hurtes, no digas falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre".*

Mar 10:20  Entonces el hombre respondió: "Maestro, todo eso guardé desde mi juventud".

Mar 10:21  Entonces Jesús lo miró con amor, y le dijo: "Una cosa te falta. Ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven, y sígueme".

Mar 10:22  Pero al oír esto, se apenó, y se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Peligro de las riquezas

Mar 10:23  Entonces Jesús, miró alrededor, y dijo a sus discípulos: "¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!"

 

           La historia que acabamos de leer se relata nada menos que tres veces en el Nuevo Testamento. Mateo, Marcos y Lucas fueron todos inspirados por el mismo  Espíritu al escribirla para nuestra enseñanza. No debe dudarse que hay un propósito muy sabio en la triple repetición de los mismos hechos y de hechos tan  sencillos. El objeto es indicarnos que las enseñanzas que se desprenden del pasaje merecen una atención particular de la iglesia de Cristo.

Aprendamos, ante todo, en este pasaje, la ignorancia que tiene el hombre de sí mismo.

Se nos habla de uno que ''vino corriendo" a donde estaba nuestro Señor, y que "se arrodilló ante Él y le dirigió" la solemne cuestión, "¿Qué haré para heredar  la vida eterna?" A primera vista había mucho en el hombre que prometía bien. Se ocupaba de cuestiones espirituales, cuando la mayor parte de los que lo  rodeaban estaban descuidados e indiferentes. Mostraba disposición a reverenciar a nuestro Señor arrodillándose ante El, mientras que los escribas y los  fariseos lo despreciaban. Sin embargo, este hombre ignoraba completamente el estado de su corazón. Oye a nuestro Señor recitar los mandamientos que fijan  nuestros deberes respecto al prójimo, e inmediatamente declara, "Todos esos los ha observado desde mi juventud." La naturaleza íntima de la ley moral, su  aplicación a nuestros pensamientos, a nuestras palabras y acciones son puntos de que está completamente ignorante.

Es, por desgracia, muy común la ceguedad espiritual de que aquí se da muestra. Millares de los que se llaman cristianos en el día de hoy no tienen la más remota idea  de su pecabilidad y de sus culpas ante los ojos de Dios. Se lisonjean de no haber hecho nada malo. No han asesinado, ni robado, ni cometido adulterio, ni han  sido testigos falsos; por tanto, no pueden correr mucho peligro de dejar de ir al cielo. “Olvidan la santidad del Dios con quien tienen que tratar; olvidan las  repetidas veces que violan su ley de pensamiento o intención, aunque su conducta externa sea muy arreglada. Nunca estudian algunas partes de la Escritura,  por ejemplo, el capítulo quinto de S. Mateo, o si lo hacen es como si tuvieran un velo tupido sobre sus corazones, y no se los aplican. El resultado es que  marchan envueltos en su propia rectitud. Como la iglesia de Laodicea están "ricos y abundan en bienes, y de nada necesitan." Apoc_3:17. Viven satisfechos de  sí mismos, y así con frecuencia mueren.

Guardémonos de ese estado del alma. Mientras creemos que podemos guardar la ley de Dios, Cristo de nada nos aprovecha. Pidamos a Dios el don de  conocernos. Pidamos al Espíritu Santo que nos convenza de pecado, que nos muestre nuestros corazones, la santidad de Dios, la necesidad en que estamos de  Cristo. Feliz el que ha aprendido por experiencia el significado de estas palabras de Pablo, "Así que yo sin la ley vivía en un tiempo; mas venido el  mandamiento, el pecado revivió, y yo morí."  Rom_7:9 Marchan unidas la ignorancia de la Ley y la del Evangelio. Aquel cuyos ojos se han abierto realmente  a la espiritualidad de los mandamientos, no descansará hasta no encontrar a Cristo.

Aprendamos, además, en este pasaje, el amor de Cristo a los pecadores.

Es esta una verdad que pone en relieve la expresión que usa S. Marcos, cuando en su narración de la historia del hombre dice, que "Jesús, fijando en él la  vista, lo amó." Ese amor, sin duda, era piedad y compasión. Nuestro Señor observó compadecido la extraña mezcla de fervor e ignorancia que tenía en su  presencia. Vio lleno de piedad aquella alma luchando en toda la debilidad y miseria que la caída produce, vio aquella conciencia inquieta con la convicción de  necesitar ayuda, vio aquella inteligencia rodeada de tinieblas y ciega sin ver los primeros rudimentos de la religión espiritual. Así como contemplamos un  noble edificio en ruinas, destechado, cuarteadas sus paredes, e inútil, mostrando aún muchas señales de la habilidad con que fue ideado y fabricado, así nos  imaginamos que Jesús con tierna solicitud contemplaba el alma de este hombre.

No debemos olvidar que Jesús ama y compadece las almas de los impíos; indudable es que siente un amor especial hacia los que oyen su voz y lo siguen; son  las ovejas que el Padre le ha dado. Y las vigila con especial cuidado. Son su Esposa, enlazados a El por un pacto eterno, y les son caros como partes de El  mismo. El corazón de Jesús es un corazón muy grande: en él abundan la piedad, la compasión, y un tierno interés por los que están hundidos en el pecado y  esclavizados al mundo. Aquel que lloró por la incrédula Jerusalén es siempre el mismo; aún desea recoger en su seno al ignorante y al que se cree justo, al  infiel y al impenitente, con tal que deseen ser recogidos. Mat. 23.37. Podemos decir con confianza al pecador más empedernido que Cristo lo ama. Hay  salvación preparada para el peor de los hombres, si quiere dirigirse a Cristo. Si los hombres permanecen perdidos, no es porque Jesús no los ame, ni esté  dispuesto a salvarlos. Palabras solemnes que Él ha pronunciado nos revelan ese misterio: "Los hombres aman la oscuridad más que la luz." "No queréis; venir  a mí para que tengáis vida." Jn_3:19;  Jn_5:40.

Aprendamos, finalmente, en este pasaje, el gran peligro del amor del dinero. Es una lección que se nos inculca dos veces. Una vez se desprende de la conducta  del hombre cuya historia se nos relata aquí. Con todo el deseo que manifestaba de conseguir la vida eterna, amaba más su dinero que su alma. "Partió  afligido." Y por segunda vez se proclama en las solemnes palabras que nuestro Señor dirigió a sus discípulos, " Que difícil es que los que tienen riquezas  entren en el reino de Dios." "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios." El día final tan solo  probará de una manera completa '.la verdad de estas palabras.

Pongámonos en guardia contra el amor del oro; es un lazo para el pobre lo mismo que para el rico. Lo que pierde el alma, no es tanto poseer riquezas como  confiar en ellas. Pidamos a Dios el sentirnos satisfechos con lo que poseemos. La sabiduría más elevada es pensar con S. Pablo, cuando dice, "He aprendido a  estar contento con el estado en que me encuentro, cualquiera que este sea." Filip. 4:11.

No hay comentarios:

Publicar un comentario