Nadie puede dudar, mejor dicho ningún cristiano genuino puede poner en
duda el poder del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, y la
gracia capacitante que opera en los nacidos de nuevo para modelarnos según la
Voluntad de Dios Padre. Para llevar a cabo la Gran Comisión son necesarios
hombres de Dios “tocados” por el Señor para esa misión. Dios conoce nuestros
corazones y sabe quienes son válidos para su obra. La elección además derrama
la gracia capacitante necesaria para lanzarse a la predicación del Evangelio de
Jesús. Me llama sobremanera la atención como se produjo la elección de aquellos
que iban a emprender el primer viaje misionero. Podemos verlo en Hechos 13; 1-3
1 Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía,
profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene,
Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo.
2 Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu
Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.
3 Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos
y los despidieron.
Qué equipo tenemos aquí! Vemos en estos nombres
que el Señor levanta instrumentos para su obra de diversos lugares y estados
sociales; el celo por su gloria induce a los hombres a renunciar a relaciones y
perspectivas halagadoras para fomentar su causa. Abandonan trabajos muy bien
remunerados con espectativas de ascenso, para adentrarse por selvas y caminos
llenos de peligros; pero como dicen la mayoría: “Cuando sientes la llamada
obedeces sin rechistar”. Son movidos por el Espíritu a predicar allí donde son
guiados. Los ministros de Cristo están capacitados y dispuestos para su
servicio por su Espíritu, y se les retira de otros intereses que les estorban.
Los ministros de Cristo deben dedicarse a la obra de Cristo y, bajo la
dirección del Espíritu, actuar para la gloria de Dios Padre. Son separados para
emprender trabajos con dolor y no para asumir rangos.
Buscaron la bendición para Pablo y Bernabé en su presente empresa,
para que fuesen llenos con el Espíritu Santo en su obra. No importa qué medios
se usen o que reglas se observen, solo el Espíritu Santo puede equipar a los
ministros para su importante obra, y llamarlos a ella.
El nexo común de estos cinco
hombres fue su gran fe en Cristo. Nunca debemos excluir a aquel que Cristo
llama para seguirle.
La iglesia apartó a Pablo y
Bernabé para la obra que Dios tenía para ellos. Apartar significa
separar con un propósito especial. Nosotros también debemos dedicar a nuestros
pastores, misioneros y obreros cristianos para sus tareas. Podemos también
dedicarnos con nuestro tiempo, dinero y talentos para la obra de Dios. Preguntemosle
a Dios qué quiere que le dediquemos al Señor; Él conoce mejor que nadie para
que podemos servir en su Plan Divino.
Este fue
el comienzo del primer viaje misionero del apóstol Pablo. La iglesia se
involucró al enviar a Pablo y Bernabé, pero el Plan era de Dios. ¿Por qué Pablo
y Bernabé fueron a esos lugares? El Espíritu Santo los condujo. Siguieron las rutas de comunicación del
Imperio Romano, esto facilitó el viaje. Visitaron poblaciones clave y centros
culturales para alcanzar tanta gente como fuera posible. Fueron
a las ciudades con sinagogas, hablando primero a los judíos con la esperanza de
que vieran a Jesús como el Mesías y que ayudaran a esparcir las buenas nuevas a
todos.
Aunque el cristianismo ya se había extendido más
allá de los confines de Palestina, la iglesia siguió siendo aún ajena a todo
esfuerzo misionero formal. Los acontecimientos casuales, en particular
la persecución en Jerusalén (Hechos 8:2), hasta aquí habían contribuído a la
difusión del evangelio. Pero fué desde Antioquía de donde fueron enviados
primero doctores que fuesen con el propósito definido de extender el
cristianismo y de constituir iglesias con sus instituciones regulares (Hechos 14:23).
Había profetas y doctores: lo que sugiere que había otros más que los aquí
mencionados estaban en la iglesia de Antioquía como profetas y enseñadores. Simón Niger
del cual nada se sabe. A Simeón
no se le menciona en ningún otro lugar de la Biblia. Algunos comentaristas
especulan que puede haber sido Simón de Cirene, el hombre que llevó la cruz de
Jesús. Lucio Cireneo se le menciona en Romanos 16:21, como pariente
de Pablo. Manahén nombre de uno
de los reyes de Israel (2Reyes 15:14)
que
había sido criado con (o,
hermanastro de]) Herodes el tetrarca
o, sea, Antipas, el cual “fue criado con cierta persona privada en Roma”.
¡Cuán distintamente resultaron estos dos
hermanastros, el uno, entregado a la lujuria y manchado con la sangre del más
distinguido de las profetas de Dios, pero no sin períodos de reformación y
remordimiento; el otro, consagrado discípulo del Señor Jesús y profeta de
Antioquía!
Si el cortesano, a cuyo hijo moribundo nuestro
Señor sanó (Juan 4:46), pertenecía al establecimiento de Herodes, y el marido
de Susana (Lucas 8:3) era su procurador, el que su hermanastro llegase a ser
cristiano y profeta, es cosa notable. Y
Saulo el último de todos, pero pronto a llegar a ser el primero. De aquí
en adelante este libro se ocupa de él casi exclusivamente; la impresión que
dejó en el Nuevo Testamento, en el cristianismo y en todo el mundo es
trascendental.
La palabra denota el desempeño de deberes
oficiales de cualquier especie, y se usaba para expresar las funciones
sacerdotales del Antiguo Testamento. Aquí significa las ministraciones
correspondientes a la iglesia cristiana. Dijo el Espíritu Santo por medio de
alguno de los profetas mencionados apartadme así como en Romanos 1:1
por alguna comunicación, tal vez,
a ellos hecha; en el caso de Saulo a lo menos, tal designación estaba indicada
desde el principio (Hechos 22:21). Debemos prestar atención a que
mientras la personalidad del Espíritu
Santo es manifiesta por medio de este lenguaje, su suprema divinidad
aparecerá igualmente por la comparación con Hebreos 5:4. “Los encomendaron a la gracia de Dios para
la obra que habían de cumplir” con el doble llamamiento: del Espíritu
primero, y luego de la iglesia. Así investidos ellos, su misión se
describe como: “enviados así por el Espíritu Santo”. Este es el ordenamiento
por el Espiritu Santo para todos los tiempos para enviar obreros a su obra. Los
líderes de la iglesia primitiva tomaron decisiones importantes únicamente
después de ayunar y de orar. En Antioquia, los profetas y maestros ayunaron y
oraron en busca de la dirección de Dios para la iglesia. Y mientras esperaban
en Dios, el Espíritu Santo les instruyó. Así fue cómo se inició la obra
misionera, mediante la cual, finalmente, el evangelio se ha ido predicando a
todo el mundo. Los líderes piadosos esperan que Dios les instruya y dote sus
vidas y ministerios con el poder del Espíritu Santo. La práctica disciplinada
del ayuno, y la oración constante, son medios puestos ya a prueba con ese fin,
y como tales, obligatorios en las vidas de los líderes (Mateo 9:15).
El
ministerio de señales y prodigios de Pablo y Bernabé tuvo su comienzo porque
los dirigentes de la iglesia oraron, ayunaron y buscaron al Señor. Después de
que el Espíritu Santo mismo había llamado a estos dos hombres, los líderes
pusieron las manos sobre ellos y les enviaron a la obra misionera (Hechos 13;1-14).
Algún tiempo después, Pablo y Bernabé siguieron el mismo plan y viajaron de
ciudad en ciudad confirmando a los discípulos y ordenando ancianos en las
iglesias (Hechos 14; 22, 23). Cada ministro enviado es un intercesor de Dios
que se mueve entre la superabundancia de Dios y la superabundante necesidad de
la humanidad. Por consiguiente, quienes les envían deben sentirse movidos por
el Espíritu Santo a través de la oración, no por sus propios espíritus, a fin
de mandar hombres y mujeres a quienes Dios ha ungido y llamado a hacer la obra
misionera en el mundo. Cuando la iglesia de hoy descubra el camino a seguir y
haga avanzar todo el ministerio por medio de la oración, veremos de nuevo como
la oposición y la incredulidad se doblegan ante nosotros. Dios confirma su
Palabra con señales y maravillas.