14.1
¿Quién es débil y quién es fuerte en la fe? Todos somos débiles en algunos
puntos y fuertes en otros. Nuestra fe es sólida en un asunto si podemos
sobrevivir al contacto con el pecado sin caer en él. Es débil si es necesario
evitar ciertas actividades o lugares a fin de proteger nuestra vida espiritual.
Es importante que nos autoanalicemos a fin de descubrir dónde somos débiles y
dónde fuertes. Siempre que dudemos debemos preguntarnos: "¿Puedo hacerlo
sin caer en pecado? ¿Puedo influir en otros para bien, antes que ellos influyan
en mí para mal?"
En puntos
fuertes, no debemos temer que el mundo nos afecte. Más bien debemos ir y servir
a Dios. En los débiles, sin embargo, necesitamos actuar con cuidado. Si tenemos
una fe sólida y la escondemos, no cumplimos con la obra de Cristo en el mundo.
Si tenemos una fe débil y la mostramos, somos demasiado tontos.
Este versículo da por sentado que habrá
diferencias de opinión en la iglesia (asuntos discutibles de segundo orden).
Pablo dice que no debemos contender sobre cosas que son cuestiones de opinión.
Las diferencias no deben temerse ni evitarse, sino aceptarse y tratarse con
amor. No esperemos que todos, ni aun en la mejor iglesia, estén de acuerdo en
cada asunto. Al exponer nuestras ideas podemos llegar a una comprensión más
amplia de lo que la Biblia enseña. Aceptemos, escuchemos y respetemos a los
demás. Las diferencias de opinión no deben causar división. Pueden llegar a ser
una fuente de aprendizaje y enriquecimiento en nuestras relaciones.
¿Qué es un débil
en la fe? Pablo se refiere a la fe inmadura, la que no ha desarrollado aún
músculos que le permitan ponerse en pie en contra de las presiones externas.
Por ejemplo, si una persona que adoraba ídolos acepta a Cristo, entenderá a la
perfección que el Señor la ha salvado mediante la fe y que los ídolos no tienen
poder. Sin embargo, debido a sus relaciones pasadas, quizás le moleste comer
carne utilizada en la adoración a los ídolos como parte de un ritual pagano. Si
una persona que antes adoraba a Dios en los días solemnes requeridos de los
judíos se convierte, sabe muy bien que Cristo la salvó mediante la fe, no por
guardar la Ley. A pesar de todo, cuando llegan los días festivos quizás se
sienta vacía e infiel si no los dedica a Dios.
Pablo responde
con amor a los hermanos débiles. Actúan de acuerdo a sus conciencias, pero sus
escrúpulos sinceros no deben convertirse en reglas para la iglesia. Sin duda,
algunos asuntos son básicos a la fe y por ellos vale la pena luchar, pero
muchos se basan en opiniones individuales y no debieran legalizarse. Alguien ha
dicho que un principio general en estos asuntos es este: "En lo esencial,
unidad; en lo que no es esencial, libertad; en todo, amor".
14.2
"Comer de todo" quizás se refiera a no tener restricciones dietéticas
o tal vez a comer carne ofrecida a los ídolos, mientras que el débil en la fe
solo come vegetales y se niega a comer carne sacrificada a los ídolos. Pero,
¿cómo los cristianos pueden terminar comiendo carne ofrecida a los ídolos? El
sistema antiguo de sacrificio era el centro de la vida religiosa, social y
nacional del mundo romano. Después que se presentaba el sacrificio a un dios en
un templo pagano, solo se quemaba una parte de él. Lo que quedaba, a menudo, se
enviaba al mercado para la venta. Para los cristianos pudo haber sido muy
fácil, aun a sabiendas, comprar dicha carne en el mercado o comerla en la casa
de algún amigo. ¿Debiera el cristiano preguntar acerca del origen de esta
carne? Algunos pensaron que no había nada malo en comer carne ofrecida a los
ídolos, ya que estos no eran dioses verdaderos. Otros con cuidado averiguaban
el origen de la carne o simplemente no la usaban, para evitar una conciencia de
culpa. El problema era serio sobre todo para los cristianos que alguna vez adoraron
ídolos. Para ellos, el recuerdo firme de sus días paganos pudo haber debilitado
su nueva fe.
14.4“Pero
será afirmado (se le hará estar en pie), porque el Señor puede afirmarlo;” esto
es, justificará la posición de él, no en el día del juicio, sino en la
verdadera comunión de la iglesia aquí, a pesar de tus censuras. Sobre
este pasaje tocante a la observancia de días festivos, tal lenguaje no podría
haberse usado si la ley sabática hubiese estado en vigencia en alguna
forma bajo el evangelio. Ciertamente, no podía haberse usado si el sábado fuera
meramente uno de los días festivos judaicos; pero esto no puede darse por
sentado meramente porque se observara bajo el sistema mosaico. Se usó
pues, porque el sábado era más antiguo que el judaísmo; y aun bajo el judaísmo,
estaba incrustado entre las eternas santidades del Decálogo; y fué pronunciado,
como ninguna otra parte del judaísmo, ante el temor reverente del pueblo en el
Sinaí; y si el Legislador mismo dijo de él cuando en la tierra estaba: “El Hijo
del hombre es Señor aun del sábado” (Marcos 2:28)
será difícil probar que el apóstol hubiese querido decir que sus lectores
debieran catalogarlo entre los espirados días festivos judaicos, tocante a los
cuales sólo los más débiles podían imaginarse que estaban aún en vigor; nos
enseña que a esos con debilidad, los que
más luz tenían debían tolerar por amor.
14.6
El uno daba gracias a Dios por la carne que el otro por escrúpulo no comía; y
éste hacía lo mismo por las legumbres que, a causa de la conciencia, se
limitaba a comer.
14.7-8
Ni
la más vívida explicación de estas notables palabras podría hacerlas
soportables al oído de cualquier cristiano, si Cristo fuese una mera criatura; ya que Cristo se
presenta aquí como el Objeto supremo de la vida del cristiano, y de su muerte
también. Y así es presentado por aquel hombre cuyo horror al culto a la
criatura era tal, que cuando aquellos habitantes de aquella región de Asia
Menor quisieron rendirle culto a él, se precipitó en medio para impedir
semejante hecho, ordenándoles adorar al solo “Dios vivo,” el único legítimo
Objeto de adoración (Hechos 14:15). No es el propósito de Pablo enseñar
esta verdad aquí sino más bien invocarla
como un hecho conocido y reconocido, del que sólo recordaría a sus lectores. Y
aunque el apóstol, cuando escribió estas palabras, nunca había estado en Roma,
sabía que los cristianos romanos asentirían a este concepto de Cristo ya que
era la enseñanza común de todos los
predicadores acreditados del cristianismo, y la común fe de todos los
cristianos.
14.9
El gran propósito de la muerte de Jesús fué para adquirir el señorío de aquellos a quien Él había redimido, tanto
en el vivir como en el morir, porque le pertenecían en derecho propio.
14.10-12
Cada persona es responsable ante Cristo, no ante otros. Aunque la iglesia no
debe transigir en cuanto a las actividades expresamente prohibidas por las
Escrituras (adulterio, homosexualidad, homicidio, hurto), tampoco debe crear
reglas adicionales ni regulaciones que se consideren al mismo nivel que la Ley
de Dios. Muchas veces los cristianos basan sus juicios morales en opiniones,
aversiones personales y prejuicios culturales antes que en la Palabra de Dios.
Cuando hacen esto, muestran la debilidad de su fe. Piensan que Dios no tiene
suficiente poder para guiar a sus hijos. Cuando estemos ante la corte de
justicia de Dios (el tribunal de Cristo), no tendremos que preocuparnos de lo
que nuestro vecino cristiano haya hecho ( 2Corintios 5:10).
14.13
Tanto el fuerte como el débil pueden causar tropiezo en los hermanos. El
cristiano fuerte pero insensible puede alardear de su libertad y a propósito
molestar la conciencia de otro. El cristiano escrupuloso pero débil puede
tratar de imponer a los demás normas y regulaciones piadosas, y causar
disensión. Pablo quiere que sus lectores no solo sean fuertes en la fe, sino
también sensibles a las necesidades de otros. Al ser fuertes en algunos puntos
y débiles en otros, necesitamos constantemente evaluar los efectos de nuestra
conducta en los demás.
Algunos cristianos sacan a relucir a un
invisible hermano débil para apoyar sus opiniones, prejuicios o normas.
"Debes vivir de acuerdo a estas normas", dicen, "o vas ofender
al hermano débil". Muchas veces la persona que se puede ofender es
precisamente la que así habla. Aunque Pablo nos urge a tener en cuenta a los
débiles en todo lo que hacemos, no debemos sacrificar nuestra libertad en
Cristo solo para satisfacer los motivos egocéntricos de quienes tratan de
imponernos su opinión. No los tema ni los critique, sino siga fielmente a
Cristo.
14.14
En el concilio de Jerusalén (Hechos 15) la
iglesia judía en Jerusalén pidió a la iglesia gentil en Antioquía que no
comiera carne sacrificada a los ídolos. Pablo asistió al concilio de Jerusalén
y aceptó esta petición no porque pensara que esta práctica fuera en sí mala,
sino porque podía afectar seriamente a muchos judíos creyentes. Pablo consideró
que el asunto no tenía tanta importancia como para dividir la iglesia. Su deseo
era promover la unidad.
Todo
lo que tiende a hacer que uno viole su conciencia, también tiende a la
destrucción de su alma; y el que facilita aquello, a sabiendas o no, es
culpable también de ayudar a que esto último se realice.
14.16-17
Una
división hermosa y comprensiva del cristianismo vivo. Lo primero—“la
justicia”—tiene referencia a Dios, y denota aquí “la rectitud,” en su
sentido más amplio (Mateo 6:33); lo segundo—“la
paz”—tiene referencia a nuestros prójimos, y denota “la concordia” entre
los hermanos (Efesios 4:3; Colosenses 3:14-15);
lo tercero—“el gozo en el Espíritu Santo”—tiene referencia a nosotros
mismos. La frase “gozo en el Espíritu Santo,” representa a los cristianos
como quienes piensan y sienten bajo los impulsos del Espíritu Santo de tal modo
que su gozo no se considera que es de ellos sino del bendito Consolador. (1Thimoteo 1:6).
14.20 El pecado no es solo un asunto privado. Todo
lo que hacemos afecta a otros y a menudo debemos pensar en esto. Dios nos ha
creado como seres interdependientes, no independientes. Los que somos fuertes
en la fe, sin orgullo ni altivez, debemos tratar a otros con amor, paciencia y
dominio propio. El apóstol ve en todo aquello que tiende a violentar la
conciencia de un hermano, la destrucción incipiente de la obra de Dios
(lo cual es todo convertido) —bajo el mismo principio, como aquél que Cristo
declaró: “El que aborrece a su hermano es homicida”
1Juan 3:15
14.21
Estos
tres términos, alguien ha notado, son cada uno intencionalmente más débil que
el otro; como si se dijera: “Bueno es no hacer nada que haga tropezar al
hermano, o que acaso obstruya su adelanto espiritual, o, aun cuando ni aquello
ni esto pase, que le haga continuar siendo débil. Pero este mandamiento de
abstenerse de la carne, de la bebida, y de todo lo que dañe la conciencia de un
hermano, debe ser entendido debidamente. Manifiestamente, el apóstol está
tratando aquí tocante a la regulación de la conducta del cristiano, con
referencia a los prejuicios que tienen los débiles en la fe; y sus indicaciones
no han de tenerse por prescripciones
para todo el tiempo que dure nuestra vida, ni siquiera para promover el
bien de los hombres en escala mayor: sino sencillamente como advertencias en
contra del uso excesivo de la libertad cristiana en aquellos asuntos en que
otros cristianos, por su debilidad, no están persuadidos de que tal libertad
sea permitida por Dios. Hasta qué punto puede ser extendido este principio, no
inquirimos aquí; pero antes de considerar dicha pregunta, es muy importante que
nos demos cuenta de su extensión, y cuál es la naturaleza precisa de las
ilustraciones que aquí se dan de él.
14.22 Esta es una frase
importantísima. El apóstol no se refiere a la sinceridad, ni a la opinión
privada, sino a la convicción tocante a lo que es la verdad y la voluntad de
Dios. Si tú te has formado esta convicción delante de Dios, permanece con este
criterio a los ojos de Dios. Por supuesto no se ha de insistir en esto en
demasía, como si fuese malo del todo discutir tales puntos con nuestros
hermanos débiles. Todo lo que aquí se condena es que el celo por causa de
asuntos pequeños, haga peligrar el amor cristiano.
14.23
Como es lógico, procuramos huir de hacer cosas que las Escrituras prohíben,
pero algunas veces la Biblia no dicen nada. Será necesario seguir nuestra
conciencia. "Todo lo que no proviene de fe, es pecado" significa que
ir en contra de una convicción dejará a una persona con conciencia de culpa o
intranquila. Cuando Dios nos muestra que algo es malo para nosotros, debemos
evitarlo. Sin embargo, no debemos despreciar a otros cristianos que hacen uso
de su libertad en esos aspectos.
Esta
es una máxima de indecible importancia en la vida cristiana.
Como resumen de
este capítulo podemos decir qué:
(1) Hay algunos
puntos del cristianismo que no son esenciales a la comunión cristiana; de modo
que aunque uno esté en error tocante a los mismos, no por eso ha de ser
excluído ni de la comunión de la iglesia, ni de la plena confianza de los que
tienen mayor luz. Esta distinción entre las verdades esenciales y las no
esenciales es rechazada por algunos que aparentan tener un celo extraordinario
por el honor y la verdad de Dios.
(2) Nuestra
aceptación delante de Dios es la única regla que nos permite participar de la
comunión cristiana. A aquellos que Dios recibe, los hombres no pueden
lícitamente rechazar (3, 4).
(3) Como hay mucha tendencia a la complacencia
propia al determinar los estrechos ídeales de la comunión cristiana, uno de los
mejores preservativos en contra de esta tendencia, es el recordar continuamente
que CRISTO es el único Objeto por el que los cristianos viven y por el cual
todos los cristianos mueren. Este será un vínculo de unión tan vivo y tan noble
que superará todas sus diferencias menores y poco a poco las absorberá (7-9).
(4) El pensar en el tribunal común delante del
cual tendrán que comparecer juntos los fuertes y los débiles, será otro
preservativo en contra de la disposición impropia de hacerse juez el uno del
otro (10-12).
(5) ¡Con cuánta
claridad se presenta en este capítulo la divinidad de Cristo! La misma
exposición hace inútil toda ilustración adicional.
(6) Aunque la
tolerancia es un gran deber cristiano, no se fomenta aquí la indiferencia en
cuanto a lo que es verdad y lo que es error. Esta última es practicada por los
cristianos flacos. Pero nuestro apóstol, al enseñar que “los fuertes” deben
sobrellevar a “los débiles,” repetidamente insinúa en este capítulo en lo que
radica la verdad tocante a esta cuestión, y llama “los débiles” a aquellos que
adoptaban el lado erróneo de ella.
(7) ¡Con qué
celo santo debe guardarse la pureza de la conciencia, por cuanto toda violación
deliberada de ella es perdición incipiente. ! Algunos, que parecen ser más
celosos por el honor de ciertas doctrinas que por el alma de los hombres,
enervan esta terrífica verdad con preguntar cómo puede estar de acuerdo con la
“perseverancia de los santos;” pensando algunos de los que defienden esta
doctrina que es necesario hacer a un lado lo que se quiere decir por las
expresiones: “destruir la obra de Dios” ( 20), y “destruir a aquel por el cual
Cristo murió” (15), por temor a las consecuencias resultantes de entenderlo tal
como está escrito. Los opositores de dicha doctrina están prontos a preguntar:
¿Cómo podría el apóstol haber usado semejante lenguaje si él hubiese creído
imposible tal catástrofe? La contestación correcta a ambas preguntas está en
desechar las mismas como impertinentes. El apóstol está enunciando un gran
principio eterno en la ética cristiana: que la violación voluntaria de la
conciencia tiene en sí la semilla de la destrucción; o para expresarlo de
otro modo, que para que se realice la destrucción total de la obra de Dios en
el alma renovada, y consiguientemente, la perdición de aquella alma por la
eternidad, no se requiere más que se lleve a pleno efecto tal violación de la
conciencia. Si tales efectos en realidad ocurren, el apóstol no da aquí ni la
más remota intimación; y, por lo tanto, esa cuestión tiene que ser resuelta en
otro pasaje. Pero, fuera de toda duda, como la posición que hemos asentado está
expresada enfáticamente por el apóstol, así los intereses de todos los que se
llaman cristianos deben ser proclamados y recalcados en toda ocasión oportuna.
(8) El celo por los puntos comparativamente
pequeños de la verdad, no puede substituir a las realidades substanciales,
inclusivas y perdurables de la vida cristiana (17, 18).
(9) “La paz” que
gozan los discípulos de Cristo es una bendición demasiado preciosa para ellos,
y muy importante como testimonio para los que no gozan de ella; por tanto, no
debe ser quebrantada por bagatelas, aun cuando en ellas se encierren verdades
de menos importancia (19, 20). Haciendo esto, las verdades menospreciadas no
peligran, sino que son ratificadas.
(10) Muchas
cosas que son lícitas, no son convenientes. En el empleo de la libertad, pues,
nuestra pregunta debiera ser, no simplemente si es lícito, sino, siendo lícito,
si se puede practicar sin peligro para la conciencia de algún hermano. “¿Cómo
afectará al alma de mi hermano (21)?” debiera ser la pregunta de todo
cristiano, y no decir como Caín: “¿Soy yo el guardador de mi hermano?” (Génesis 4:9.)
(11) Siempre que
estemos en duda tocante a un punto de deber—donde la abstinencia es
manifiestamente lícita, y el acceder a ello no es claramente permisible—se debe
optar siempre por el camino seguro, porque el hacer lo contrario es en sí
pecaminoso.
(12) ¡Cuán
exaltada y excelente es la ética del cristianismo, la cual nos enseña, en pocos
pero importantes principios, cómo dirigir nuestro curso en medio de las
dificultades, teniendo consideración igualmente a la libertad, al amor, y a la
confianza cristiana!
¡Maranatha! ¡Si,
ven Señor Jesús!