Levítico
16:15 Después degollará el
macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás
del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la
esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio.
En este versículo se tipifican los dos grandes privilegios del evangelio,
el de la remisión del pecado y el acceso a Dios, los cuales debemos a nuestro
Señor Jesús. Cristo es a la vez el
Ejecutor y la Sustancia de la expiación, porque es el Sacerdote, el Sumo
Sacerdote, que hace reconciliación por los pecados del pueblo. Y como Cristo es
el Sumo Sacerdote, también es el sacrificio con el cual se hace la expiación;
porque Él es todo en todo en nuestra reconciliación con Dios. Así, Él fue
prefigurado por los dos machos cabríos. El animal sacrificado era el tipo de
Cristo que muere por nuestros pecados;
el chivo enviado al desierto era el tipo de Cristo resucitado para nuestra justificación. Se dice que la expiación
se completaba depositando los pecados de Israel sobre la cabeza del animal que
era enviado al desierto, una tierra no habitada; el envío del animal
representaba la remisión completa y gratuita de los pecados. Él llevará las
iniquidades de ellos. Así, Cristo, el Cordero de Dios, quita el pecado del
mundo llevándolo sobre sí mismo, Juan 1, 29. La
entrada al cielo, que Cristo hizo por nosotros, la tipificaba la entrada
del sumo sacerdote al Lugar Santísimo. Hebreos 9, 7. El sumo sacerdote salía de nuevo, pero
nuestro Señor Jesús vive eternamente, intercede, y siempre comparece ante Dios
por nosotros.
Aquí
se tipifican los dos grandes deberes
del evangelio, la fe y el arrepentimiento. Por la fe imponemos las manos sobre la cabeza de la ofrenda,
confiamos en Cristo como el Señor nuestra Justicia, nos acogemos a la
satisfacción hecha por Él, como el único capaz de expiar nuestro pecado y
procurarnos el perdón. Por el
arrepentimiento afligimos nuestra alma; no sólo ayunamos por un tiempo
de las delicias del cuerpo, sino sintiendo interiormente pesar por el pecado, y
llevando una vida de abnegación, y asegurándonos que, si confesamos nuestros
pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad. Por la expiación recibimos reposo para nuestra alma y todas las
libertades gloriosas de los hijos de Dios.
Pecador,
consigue que la sangre de Cristo sea eficazmente aplicada a tu alma; de lo
contrario nunca verás el rostro de Dios con consuelo o aceptación. Toma la
sangre de Cristo, aplícatela por fe y ve cómo hace expiación para con Dios.
Redención
se refiere a que Cristo libra a los pecadores de la esclavitud del pecado. En
los tiempos del Antiguo Testamento, a una persona con deudas podían venderla
como esclava. Luego el pariente más cercano podía redimirla comprando su
libertad. Cristo compró nuestra libertad. El precio fue su vida.
En
el primer siglo referirse a la sangre de Jesús era una forma importante de
hablar sobre la muerte de Cristo. Su muerte señala dos verdades maravillosas:
redención y perdón. Redención
era el precio pagado para obtener la libertad de un esclavo (Levítico 25:47-54). A través de su muerte, Jesús pagó
el precio para liberarnos de nuestra esclavitud al pecado. El perdón se garantizaba en los tiempos
del Antiguo Testamento en base a la sangre vertida de animales (Levítico 17:11). Ahora recibimos perdón en base al
derramamiento de la sangre de Jesús, porque murió y fue el sacrificio perfecto
y verdadero. (Romanos 5:9; Efesios 2:13; Colosenses 1:20;
Hebreos 9:22; 1 Pedro 1:19.)
La gracia es el favor voluntario y amoroso que
da Dios a los que salva. No lo podemos ganar, no lo merecemos. Ningún esfuerzo
moral ni religioso lo puede ganar, viene solo por la misericordia y el amor de
Dios. Sin la gracia de Dios, nadie puede salvarse. Para recibirlo debemos
reconocer que no podemos salvarnos a nosotros mismos, que solo Dios puede
hacerlo y que solo hay un camino, el amoroso favor es a través de la fe en
Cristo.
La
habilidad y la sabiduría no hacen que una persona entre al reino de Dios, una
fe sencilla sí lo hace. Dios lo planeó de esta manera para que nadie se gloríe
de que sus logros le permitieron asegurar la vida eterna. No hay nada
que podamos hacer para ganar nuestra salvación, sólo necesitamos aceptar lo que
Jesús ya hizo por nosotros.
Dios es la fuente y la razón de nuestra
personal y viva relación con Cristo. Nuestra unión e identificación con Cristo
nos llevó a alcanzar sabiduría y conocimiento (Colosenses
2:3), buena posición ante Dios (justicia, 2 Corintios 5:21) y santidad (1 Tesalonicenses
4:3-7), y a que Jesucristo pagara nuestras culpas (redención, Marcos 10:45).
¡Maranatha!