} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: REDIMIDOS Y JUSTIFICADOS

lunes, 22 de febrero de 2016

REDIMIDOS Y JUSTIFICADOS

  

Levítico 16:15  Después degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio.

 En este versículo se tipifican los dos grandes privilegios del evangelio, el de la remisión del pecado y el acceso a Dios, los cuales debemos a nuestro Señor Jesús.   Cristo es a la vez el Ejecutor y la Sustancia de la expiación, porque es el Sacerdote, el Sumo Sacerdote, que hace reconciliación por los pecados del pueblo. Y como Cristo es el Sumo Sacerdote, también es el sacrificio con el cual se hace la expiación; porque Él es todo en todo en nuestra reconciliación con Dios. Así, Él fue prefigurado por los dos machos cabríos. El animal sacrificado era el tipo de Cristo que muere por nuestros pecados; el chivo enviado al desierto era el tipo de Cristo resucitado para nuestra justificación. Se dice que la expiación se completaba depositando los pecados de Israel sobre la cabeza del animal que era enviado al desierto, una tierra no habitada; el envío del animal representaba la remisión completa y gratuita de los pecados. Él llevará las iniquidades de ellos. Así, Cristo, el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo llevándolo sobre sí mismo, Juan 1, 29.  La entrada al cielo, que Cristo hizo por nosotros, la tipificaba la entrada del sumo sacerdote al Lugar Santísimo.  Hebreos 9, 7. El sumo sacerdote salía de nuevo, pero nuestro Señor Jesús vive eternamente, intercede, y siempre comparece ante Dios por nosotros.
Aquí se tipifican los dos grandes deberes del evangelio, la fe y el arrepentimiento. Por la fe imponemos las manos sobre la cabeza de la ofrenda, confiamos en Cristo como el Señor nuestra Justicia, nos acogemos a la satisfacción hecha por Él, como el único capaz de expiar nuestro pecado y procurarnos el perdón. Por el arrepentimiento afligimos nuestra alma; no sólo ayunamos por un tiempo de las delicias del cuerpo, sino sintiendo interiormente pesar por el pecado, y llevando una vida de abnegación, y asegurándonos que, si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Por la expiación recibimos reposo para nuestra alma y todas las libertades gloriosas de los hijos de Dios.
Pecador, consigue que la sangre de Cristo sea eficazmente aplicada a tu alma; de lo contrario nunca verás el rostro de Dios con consuelo o aceptación. Toma la sangre de Cristo, aplícatela por fe y ve cómo hace expiación para con Dios.
Redención se refiere a que Cristo libra a los pecadores de la esclavitud del pecado. En los tiempos del Antiguo Testamento, a una persona con deudas podían venderla como esclava. Luego el pariente más cercano podía redimirla comprando su libertad. Cristo compró nuestra libertad. El precio fue su vida.
En el primer siglo referirse a la sangre de Jesús era una forma importante de hablar sobre la muerte de Cristo. Su muerte señala dos verdades maravillosas: redención y perdón. Redención era el precio pagado para obtener la libertad de un esclavo (Levítico 25:47-54). A través de su muerte, Jesús pagó el precio para liberarnos de nuestra esclavitud al pecado. El perdón se garantizaba en los tiempos del Antiguo Testamento en base a la sangre vertida de animales (Levítico 17:11). Ahora recibimos perdón en base al derramamiento de la sangre de Jesús, porque murió y fue el sacrificio perfecto y verdadero. (Romanos 5:9; Efesios 2:13; Colosenses 1:20; Hebreos 9:22; 1 Pedro 1:19.)

  La gracia es el favor voluntario y amoroso que da Dios a los que salva. No lo podemos ganar, no lo merecemos. Ningún esfuerzo moral ni religioso lo puede ganar, viene solo por la misericordia y el amor de Dios. Sin la gracia de Dios, nadie puede salvarse. Para recibirlo debemos reconocer que no podemos salvarnos a nosotros mismos, que solo Dios puede hacerlo y que solo hay un camino, el amoroso favor es a través de la fe en Cristo.
La habilidad y la sabiduría no hacen que una persona entre al reino de Dios, una fe sencilla sí lo hace. Dios lo planeó de esta manera para que nadie se gloríe de que sus logros le permitieron asegurar la vida eterna. No hay nada que podamos hacer para ganar nuestra salvación, sólo necesitamos aceptar lo que Jesús ya hizo por nosotros.

  Dios es la fuente y la razón de nuestra personal y viva relación con Cristo. Nuestra unión e identificación con Cristo nos llevó a alcanzar sabiduría y conocimiento (Colosenses 2:3), buena posición ante Dios (justicia, 2 Corintios 5:21) y santidad (1 Tesalonicenses 4:3-7), y a que Jesucristo pagara nuestras culpas (redención, Marcos 10:45).


¡Maranatha!