} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ROMANOS 12; 1-21

domingo, 14 de febrero de 2016

ROMANOS 12; 1-21




12.1 Cuando se sacrificaba un animal de acuerdo a la Ley de Dios, el sacerdote daba muerte al animal, lo cortaba en pedazos y lo ponía sobre el altar. El sacrificio era importante, pero aun en el Antiguo Testamento Dios aclara que la obediencia de corazón es mucho más importante (1 Samuel_15:22; Salmo_40:8; Amos_5:21-24). Dios desea que nos ofrezcamos a nosotros mismos en sacrificio vivo, no animales. Cada día debemos echar a un lado nuestros deseos y seguirle, poniendo todas nuestras energías y recursos a su disposición y confiando en su dirección. Lo hacemos en gratitud porque nuestros pecados han sido perdonados.
 Dios tiene planes buenos, agradables y perfectos para sus hijos. El quiere transformarnos en un pueblo con una mente renovada, vivos para honrarle y obedecerle. Debido a que El solo quiere lo mejor para nosotros y por haber dado a su Hijo para que tengamos vida nueva, deberíamos ofrecernos con gozo en sacrificio vivo para su servicio. Es decir, en glorioso contraste con los sacrificios legales, que eran sacrificios muertos. La muerte del “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo,” ha barrido del altar de Dios todas las víctimas muertas, para dar lugar a los redimidos mismos como “sacrificios vivos” para aquel que “hizo pecado por nosotros;” mientras que toda expresión de alabanza de sus corazones agradecidos y todo acto impulsado por el amor a Cristo, es en sí un sacrificio a Dios de perfume dulce”

12.2 Los cristianos tenemos este llamado: "No os conforméis a este siglo". No hemos de estar conformes con la conducta y costumbres de este mundo, que por lo general son egocéntricas y a menudo corruptas. No por una mera desconformidad exterior para con el mundo impío, muchas de cuyas acciones podrán ser en sí virtuosas y dignas de alabanza; antes por una transformación interior espiritual tal que haga nueva toda la vida: nueva en sus motivos y fines, aun cuando las acciones en nada difieran de las del mundo; nueva, considerada como un todo, y en tal sentido, inalcanzable salvo por el poder constreñidor del amor de Cristo.
 Muchos cristianos dicen sabiamente que la conducta mundana se extralimita demasiado. Nuestro rechazo a formar parte del mundo, sin embargo, debe ir más allá del nivel de conducta y costumbres. Debe estar firmemente arraigado en nuestras mentes: "Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento". Es posible evitar muchas de las costumbres mundanas sin dejar de ser orgullosos, codiciosos, egoístas, obstinados y arrogantes. Solo cuando el Espíritu Santo renueva, reeduca y reorienta nuestra mente somos en verdad transformados.
 Pero está comprobado que la voluntad de Dios es “buena,” por cuanto demanda solamente lo que es esencial e inmutablemente bueno; es “agradable,” en contraste con todo lo que es arbitrario, por cuanto demanda solamente lo que goza de la eterna complacencia de Dios ( Jeremías_9:24); y es “perfecta,” por cuanto refleja la misma perfección de Dios. Tal es pues el gran deber general de los redimidos: LA CONSAGRACION COMPLETA, de todo nuestro espíritu, alma y cuerpo, a aquel que nos ha llamado a la comunión de su Hijo Jesucristo. Luego siguen los deberes específicos, principalmente los sociales, empezando con la humildad, la primera de todas las gracias.


12.3 Es importante tener una buena autoestima porque algunos nos tenemos muy en poco; por otro lado, algunos nos sobreestimamos. La clave de una evaluación honesta y fiel es conocer las bases de nuestra valía: nuestra nueva identidad en Cristo. Separados de El, no somos muy competentes según las normas eternas. En El, somos valiosos y capaces de un servicio digno. Cuando uno se evalúa con las normas mundanas del logro y el éxito puede dar demasiada importancia al valor que tiene ante los ojos de los demás y perder su verdadero valor ante los ojos de Dios. La fe aquí se contempla como la vía de acceso a toda otra gracia, y por tanto, como la facultad receptiva del alma regenerada. En otras palabras: “Así como Dios ha dado a cada uno la capacidad particular de recibir los dones y las gracias que Él dispone para el bien general”.


12.4  Pablo usa el concepto del cuerpo humano para enseñar cómo los cristianos deben vivir y trabajar juntos. Así como las diferentes partes del cuerpo actúan bajo la dirección del cerebro, los cristianos deben hacerlo bajo la autoridad y mandato de Jesucristo (1Corintios_12:12-31; Efesios_4:1-16). La misma diversidad y la misma unidad que hay en el cuerpo de Cristo, del que todos los creyentes son las partes generales, así las hay en el cuerpo natural.


12.5 Dios nos ha dado dones a fin de que podamos edificar la iglesia. Para usarlos con eficacia, debemos: (1) tener en cuenta que todos los dones y habilidades vienen de Dios; (2) comprender que no todos tienen el mismo don; (3) saber quiénes somos y qué hacemos mejor; (4) dedicar nuestros dones al servicio de Dios y no a nuestro éxito personal; (5) estar dispuestos a ponerlos al servicio de Dios con generosidad y sin exclusión.

12.6 Los dones de Dios difieren en naturaleza, poder y eficacia de acuerdo con su sabiduría y gracia, no de acuerdo con nuestra fe. La "medida de fe" (12.3) o la proporción de fe significa que Dios le dará el poder espiritual adecuado y necesario para llevar a cabo cada responsabilidad. No podemos por voluntad o esfuerzo propio producir más fe y llegar a ser maestros o siervos más competentes. Dios es el que da dones a su iglesia y otorga fe y poder de acuerdo con su voluntad. Nuestra función es ser fieles y buscar la manera de servir a otros con lo que Cristo nos ha dado.

12.6 El don de profecía en las Escrituras no significa siempre predecir el futuro. A menudo denota predicar el mensaje de Dios (1Corintios_14:1-3).

12. 8 Miremos esta lista de dones e imaginemos los tipos de personas que podrían poseerlos. Los profetas poseen, por lo general, denuedo y oratoria. Los que sirven (los que ministran) son fieles y leales. Los que enseñan son pensadores claros. Los que exhortan saben cómo motivar a otros. Los que reparten son generosos y confiables. Los que presiden son buenos organizadores y directores. Los que tienen misericordia son amorosos y se sienten muy felices cuando dan su tiempo a otros. Sería muy difícil que una sola persona acaparara todos estos dones. Un profeta positivo quizás no sea necesariamente un buen consejero y uno que reparte a lo mejor falla como administrador. Cuanto usted identifica sus dones (y esta lista está lejos de ser completa), pregúntese cómo puede utilizarlos para edificar la familia de Dios. Al mismo tiempo, acepte que sus dones no pueden llevar a cabo todo el trabajo de la iglesia. Sea agradecido con quienes tengan dones diferentes a los suyos. Procure que sus puntos fuertes equilibren las debilidades que otros tengan y agradezca que las habilidades de ellos le ayuden a superar sus deficiencias. Juntos pueden edificar la Iglesia de Cristo.

12.9 La mayoría hemos aprendido a fingir que amamos a los demás. Sabemos cómo hablar con bondad, evitando herir sentimientos y aparentando interés en los demás. Podemos aun fingir que nos llenamos de compasión cuando oímos de las necesidades de otros o de indignación cuando nos enteramos de alguna injusticia. Pero Dios nos llama a sentir el verdadero amor que va más allá de las emociones y conducta superficiales. El amor sincero requiere concentración y esfuerzo. Incluye hacer algo para que otros sean mejores. Demanda tiempo, dinero y participación personal. Ninguna persona tiene los recursos necesarios para amar a toda una comunidad; pero una iglesia, el cuerpo de Cristo en su ciudad, lo puede hacer. Piense en personas que necesitan su amor en acción y considere los medios que usted y los demás miembros pueden usar para unirse y mostrar amor por su comunidad en el nombre de Cristo. ¡Qué expresión tan elevada de principios y sentimientos morales! No se dice: Absteneos de lo uno y haced lo otro; ni: Apartaos de lo uno y allegaos a lo otro; sino: Aborreced lo uno, y asíos, de la manera más armoniosa, de lo otro.


12.10 Podemos honrar a los demás de dos maneras. Una encierra motivos ocultos. Honramos a nuestros jefes a fin de que después nos recompensen, a nuestros empleados para que trabajen más, a los ricos para que contribuyan a nuestra causa, a los poderosos para que utilicen su poder a nuestro favor y no en nuestra contra. La otra manera de Dios encierra amor. Como cristianos, honramos a las personas porque fueron creadas a la imagen de Dios, porque son nuestros hermanos en Cristo, porque estamos agradecidos por la forma en que contribuyen a la edificación del cuerpo de Cristo.
Mejor dicho: “En el amor fraternal sed cariñosos los unos con los otros; y en cuanto a dar honor procurando superarse los unos a los otros.” La expresión “Previniéndoos” significa “yendo a la cabeza,” esto es, “dando buen ejemplo.” ¡Cuán contrario es esto a la moral predominante en el mundo pagano! Y aun cuando el cristianismo ha cambiado el espíritu de la sociedad, de tal manera que se nota cierto desinterés y cierta abnegación de parte de algunos que están parcialmente. si acaso lo están, bajo el poder transformador del evangelio, son sólo aquellos a quienes “el amor de Cristo los constriñe a no vivir a sí mismos,” los que son capaces de obrar del todo de acuerdo con el espíritu de este precepto.
 ¿Nos parece demasiado difícil para nuestra naturaleza competitiva la manera en que Dios honra a los demáss? ¿Por qué no intentar superarnos mutuamente en cuanto a honrar a los demás? ¡Pongamos a otros en primer lugar!

12.12 “En la esperanza, regocijándoos; en la tribulación, soportándoos; en la oración, perseverando.” Cada uno de estos ejercicios ayuda al otro. Si nuestra “esperanza” de la gloria está tan asegurada que es una esperanza que causa gozo, entonces, con naturalidad poseeremos el espíritu de “la constancia en la tribulación”; pero por cuanto es la “oración” la que fortalece a la fe que engendra esperanza y la eleva hasta una expectativa segura y gozosa, y por cuanto con esto se alimenta nuestra paciencia en la tribulación, se verá que todo depende de nuestra “perseverancia en la oración.”

12.13 Ofrecer hospitalidad cristiana no es lo mismo que recibir visitas. Cuando se recibe visitas, el foco de atención es la familia anfitriona: el hogar debe estar impecable, los alimentos deben estar bien preparados y abundantes, los de la casa deben parecer descansados y de buen humor. La hospitalidad, en cambio, se concentra en los visitantes. Sus necesidades tienen prioridad: hay que darles un lugar donde estar, alimentos nutritivos, oído atento o aceptación. La hospitalidad puede brindarse en un hogar desordenado. Puede brindarse alrededor de una mesa en la que el plato principal sea una sopa. Hasta puede ser que el anfitrión y los visitantes realicen tareas en conjunto. No tema ofrecer hospitalidad porque está demasiado cansado, ocupado o pobre para atender adecuadamente a los visitantes.
Esto es, dando hospedaje a los extranjeros. En tiempos de persecución, y cuando aún no se habían generalizado las casas de hospedaje, la importancia de este precepto se entendería en seguida. En el Oriente, donde son raras tales casas, este deber se consideraba como de un carácter sagrado.

12.15 ¡Qué hermoso espíritu de simpatía ante los goces y las tristezas ajenos se presenta aquí! Pero es solamente una de las encantadoras fases del carácter abnegado que posee todo aquel que practica el cristianismo vivo. ¡Qué mundo tan feliz será el nuestro cuando éste llegue a ser el espíritu dominante en él! De las dos cosas, sin embargo, es más fácil simpatizar con las tristezas de otro que con sus goces, porque en aquel caso él necesita de nosotros; en éste no. Pero por esta razón el segundo caso es más desinteresado, y por tanto, más noble.

12.16 El sentir el vínculo común que une a todos los cristianos unos a otros, sea cual fuere la diversidad de posición social, de erudición, de temperamento, o de dones que existiere entre ellos, es la cosa de más valor. No alentéis propósitos y deseos ambiciosos. Como tal sentimiento nace de la separación egoísta de nuestros propios intereses y motivos de los de nuestros hermanos, así es bastante incompatible con el espíritu recomendado en la frase anterior.


12.17  Estos versículos resumen el meollo de la vida cristiana. Si amamos a alguien de la misma manera que Cristo nos ama, estaremos dispuestos a perdonar. Si hemos experimentado la gracia de Dios, anhelaremos que otros también la disfruten. Y recuerde, la gracia es un favor inmerecido. Cuando damos de beber a un enemigo, no excusamos sus errores. Los reconocemos, los perdonamos y amamos a la persona a pesar de sus errores, tal como Cristo lo hizo con nosotros.

12.18 Se insinúa la imposibilidad de practicarlo en algunos casos, para animar el corazón de aquellos que, habiendo hecho lo mejor posible para vivir en paz, sin tener éxito, cediesen a la tentación de creer que el fracaso fuese debido necesariamente a ellos. Pero ¡con cuánto énfasis se expresa el mandamiento de no permitir que nada de nuestra parte lo evite! ¡Ojalá que fuesen los cristianos sin culpa en este respecto!

12.19-21 En estos días de constantes pleitos e incesantes demandas en busca de derechos legales, el mandato de Pablo suena casi imposible de aceptar. Cuando alguna persona nos hiere profundamente, en lugar de reaccionar como merece, Pablo dice que hay que ser amistoso. ¿Por qué nos dice Pablo que debemos perdonar a nuestros enemigos?
(1) El perdón puede romper un ciclo de represalias y guiar a una mutua reconciliación. (2) Puede lograr que el enemigo se avergüence y cambie de conducta.
(3) Por contraste, devolver mal por mal nos hiere tanto a nosotros como a nuestro enemigo. Aunque nuestro enemigo nunca se arrepienta, al perdonarlo nosotros nos sentiremos libres del gran peso de la amargura.

  El perdón incluye tanto actitudes como acción. Si considera difícil que la persona que lo hirió le pida perdón, procure responder con acciones bondadosas. Si es apropiado, dígale que le agradaría mejorar sus relaciones. Bríndele ayuda. Envíele un regalo. Sonríale. Muchas veces descubrirá que las buenas acciones conducen a sentimientos sinceros.

  ¿Qué significa "ascuas de fuego" sobre la cabeza de alguien? Esto quizás se refiera a una tradición egipcia de llevar un recipiente de carbón encendido sobre la cabeza en señal de arrepentimiento público. En alusión a este proverbio, Pablo dice que deberíamos tratar a nuestros enemigos con amabilidad para que se avergüencen y se vuelvan de sus pecados. La mejor manera de eliminar al enemigo es convertirlos en amigos.
Resumiendo podriamos decir qué:
(1) La misericordia redentora de Dios en Cristo es, en el alma de los creyentes, la fuente viva de toda obediencia santa.
(2) Así como la redención bajo el evangelio no es por medio de víctimas irracionales, como lo era bajo la ley, sino “por la preciosa sangre de Cristo” (1Pedro_1:18-19) y por consiguiente, no es ritualista sino real, así los sacrificios que los cristianos ahora han de ofrecer son todos “sacrificios vivos;” y éstos resumidos en la consagración de la persona al servicio de Dios son “santos y aceptos a Dios,” y juntos componen “nuestro servicio racional” .
(3) En esta luz, ¿qué hemos de pensar del así llamado “sacrificio incruento de la misa, ofrecido continuamente a Dios como una propiciación por los pecados, así de los vivos como de los muertos,” el cual se enseña a los adherentes de la corrupta fe de Roma, que es el acto supremo y más santo del culto cristiano—en oposición diametral a la enseñanza sublimemente sencilla que los primeros cristianos de Roma recibieron.     (4) Los cristianos no deben sentirse libres para conformarse al mundo con sólo evitar lo que sea manifiestamente pecaminoso; antes bien, entregándose al poder transformador de la verdad como está en Jesús, debieran esforzarse por exhibir ante el mundo una entera renovación de sus vidas.
 (5) Lo que Dios quisiera que los hombres fuesen en toda su hermosura y grandeza, se aprende en verdad por vez primera cuando está “escrito no con tinta, sino por el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón,” 2Corintios_3:3 .
(6) La suficiencia egoísta y la sed de poder, son especialmente desagradables en los vasos de misericordia, cuyos respectivos dones y gracias son todo un legado divino en bien del cuerpo común y de la humanidad en general.
(7) Así como el olvido de esto ha sido la causa de innumerables e indecibles males en la iglesia de Cristo, el ejercicio fiel, de parte de todo cristiano, de su propio oficio y de sus dones peculiares, y el amoroso reconocimiento de ellos por sus hermanos, quienes se consideran de igual importancia en sus respectivos lugares, daría a la iglesia visible un nuevo cariz, para el vasto beneficio y consuelo de los cristianos mismos y para el mundo que los rodea.
(8) ¡Qué sería el mundo si estuviese lleno de cristianos que no tuviesen sino un objeto en la vida, y que éste fuese supremo sobre todo otro: el de “servir al Señor,” y que pusieran en este servicio alacridad en el desempeño de sus deberes, reteniendo “el calor del espíritu” !
(9) ¡Ay, cuán lejos está aún la iglesia viviente de exhibir todo el carácter y el espíritu tan hermosamente descrito en los últimos versículos de este capítulo! ¡Cuánta falta hace un nuevo bautismo del Espíritu para que esto acontezca! Y ¡Cuán hermosa cual la luna, brillante cual el sol, y terrible cual ejército abanderado,” ha de ser la iglesia, cuando sea animada y movida por el Espíritu! ¡El Señor apresure tal día!


¡Maranatha! ¡Si, ven Señor Jesús!