} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL PROPIO ENGAÑO DEL PECADOR

lunes, 6 de enero de 2020

EL PROPIO ENGAÑO DEL PECADOR



1 Juan 1:8-10

Si decimos que no hay pecado en nosotros, nos engañamos a nosotros mismos y en nosotros no está la verdad. Si reconocemos nuestros pecados, podemos fiarnos de que Él, en Su justicia, nos perdone nuestros pecados y nos deje limpios de toda injusticia.

Si decimos que no hemos hecho nada malo, Le dejamos a Él por mentiroso, y Su Palabra no tiene cabida en nosotros.



En este pasaje Juan describe y condena otros dos errores fatales de pensamiento.
    (i) Hay personas que dicen que no tienen pecado. Eso puede querer decir una de dos cosas.
     Puede que describa al hombre que dice que no tiene responsabilidad por su pecado. Es bastante fácil encontrar excusas tras las cuales uno trata de esconderse. Podemos echarle las culpas de nuestros pecados a nuestra herencia biológica, a las circunstancias, a nuestro temperamento, a nuestra condición física.

Podemos pretender que fue otro el que nos indujo a pecar, y nos descarrió. Es característico de la naturaleza humana el tratar de sacudirse la responsabilidad por el pecado. O puede que describa al hombre que pretende que puede cometer pecado sin sufrir las consecuencias.

Juan insiste en que, cuando una persona ha pecado, sus excusas y justificaciones son irrelevantes. La única actitud que nos permite hacer frente a la situación es la confesión humilde y penitente a Dios y, si es necesario, a los hombres.

A continuación dice Juan una cosa alucinante. Dice que podemos depender de que Dios, en Su justicia, nos perdone si confesamos nuestros pecados. A primera vista habríamos pensado que Dios, en Su justicia, estaría más dispuesto a castigar que a perdonar. Pero el hecho es que Dios, porque es justo, nunca quebranta Su palabra; y la Escritura está llena de promesas de misericordia para con la persona que acude a Dios con un corazón arrepentido. Dios ha prometido no despreciar nunca el corazón contrito, y no va a quebrantar Su palabra. Si confesamos nuestros pecados con humildad y arrepentimieento, Él nos perdonará. El mismo hecho de presentar excusas y de tratar de autojustificarnos nos excluye de recibir el perdón, porque nos excluimos del arrepentimiento; el mismo hecho de la confesión humilde es el que abre la puerta para el perdón, porque solamente el que tiene un corazón arrepentido puede reclamar las promesas de Dios.

(ii) Hay personas que dicen que realmente no han pecado. Esa actitud no es ni mucho menos tan infrecuente como podríamos pensar. Incontables personas no creen realmente que han pecado, y hasta se ofenden que se las llame pecadoras. Su equivocación es que creen que el pecado es sólo la clase de cosa que sale en los periódicos. Olvidan que pecado es hamartía, que quiere decir literalmente no dar en el blanco. Dejar de ser tan buen padre, madre, esposo, esposa, hijo, hija, obrero, persona como podríamos ser es pecar; y eso nos incluye a todos.

En cualquier  caso, el que dice que no ha pecado está realmente nada menos que dejando a Dios por mentiroso, porque, según las Escrituras, Dios ha dicho claramente que todos hemos pecado.

Así es que Juan condena al que pretende estar  tan avanzado en el conocimiento y en la vida espiritual que el pecado ha dejado de afectarle. Condena al que se exime de la responsabilidad por su pecado, o que mantiene que el pecado no le afecta lo más mínimo. Condena al que ni siquiera se ha dado cuenta de que es un pecador. La esencia de la vida cristiana es, en primer lugar, darnos cuenta de nuestro pecado; y, seguidamente, acudir a Dios para recibir ese perdón que puede borrar el pasado y esa limpieza que puede hacer nuevo el futuro.

 ¡Maranatha!



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