Son demasiados los que no tienen interés alguno en los temas de los cuales he estado
escribiendo. Su tesoro está aquí en la tierra. Todo su interés está en las cosas del mundo.
No les importa en absoluto los conflictos, luchas, problemas, dudas y temores del
creyente.
Les importa poco si Cristo hizo milagros o no. Para ellos, todo esto es cuestión de
palabras, nombres y procedimientos que no les conciernen. Están sin Dios en este mundo.
Si acaso es usted uno de estos, sólo puedo advertirle seriamente que su trayectoria actual no puede durar. No vivirá para siempre. Habrá un final. Las canas, la vejez, les enfermedades, la declinación y la muerte son partes de la vida que un día todos tendremos que enfrentar. ¿Qué hará usted cuando le llegue ese día? Recuerde mis palabras hoy. No tendrá consolación cuando enfrente la enfermedad y la muerte, a menos que Jesucristo sea su amigo. Descubrirá, para su tristeza y confusión, que no importa cuánto digan y se enaltezcan los hombres, no pueden arreglárselas sin Cristo cuando están en su lecho de muerte. Pueden mandar a buscar al ministro de Dios y pedirle que les lea oraciones y les den la eucaristía, o buscar al sacerdote para que les lean oraciones y les den la extrema unción. Puede usted participar de cada rito y ceremonia religiosa. Pero si insiste en seguir viviendo una vida mundana y despreocupada, despreciando a Cristo en la mañana de su vida, no se sorprenda si Cristo no está con usted en sus últimos momentos. ¡Ay! Éstas son palabras solemnes y, con frecuencia, tristemente ciertas: “También yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis” (Pr. 1:26). Venga pues hoy y reciba el consejo de alguien que ama su alma. Deje de hacer el mal. Aprenda a hacer lo bueno. Apártese de las cosas intrascendentes y tome el sendero del entendimiento. Eche fuera ese orgullo en su corazón y busque al Señor Jesús mientras puede ser hallado. Eche fuera la indolencia que ha paralizado su alma y decídase a tomar en serio su Biblia, sus oraciones y sus domingos. Apártese de un mundo que nunca lo satisfará y busque ese tesoro único que es verdaderamente incorruptible. ¡Oh, quiera el Señor que sus palabras conmuevan su corazón! “¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores desearán el burlar, y los insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros” (Pr. 1:22, 23). Creo que el peor pecado de Judas Iscariote fue que no buscó perdón y no se volvió a su Señor. Tenga cuidado de no cometer el mismo error. (b) Este escrito quizá caiga en las manos de algunos que aman al Señor Jesús y creen en él, pero quieren amarlo más. Si usted es uno de ellos, acepte esta exhortación y aplíquela a su corazón. Para empezar, tenga siempre presente como verdad sempiterna que el Señor Jesús es realmente una Persona viva y trátelo como tal. Es lamentable ver que, en la actualidad, muchos que profesan ser creyentes no tienen una idea cabal de la personalidad de nuestro Señor. Hablan más de salvación que del Salvador, de redención más que del Redentor y más de la obra de Cristo que de la persona de Cristo. Esto es un gran error y eso explica el carácter desabrido y trivial de muchos que profesan el cristianismo. Si anhela crecer en la gracia y tener gozo y paz en sus creencias, tenga cuidado de no caer en este error. Deje de considerar al evangelio sólo como una colección de doctrinas prohibicionistas. En cambio, considérelo como la revelación de un ser poderoso y viviente bajo cuya mirada amorosa usted vive todos los días. Deje de considerarlo sólo como una serie de proposiciones abstractas y reglas y principios obtusos. En cambio, haga de cuenta que le presentaron a Jesús como un Amigo glorioso y personal. Ésta es la clase de evangelio que predicaban los apóstoles. No iban por el mundo de aquí para allá hablando a la gente abstractamente del amor, la misericordia y el perdón. El tema principal de todos sus mensajes era el amor de un Cristo real y vivo. Ésta es la clase de evangelio que promueve la santificación y la idoneidad para la gloria. No hay nada que nos prepare mejor para ese cielo que gozar de comunión con Cristo como una Persona real y viviente aquí en la tierra. Si gozamos de esa comunión desde ahora, estaremos preparados para estar donde la presencia personal de Cristo lo será todo y en esa gloria donde veremos a Cristo cara a cara. Hay una diferencia fundamental entre una idea y una persona. Además, procure recordar siempre como una verdad permanente que el Señor Jesús no cambia. El Salvador en quien usted confía es el mismo ayer, hoy y por los siglos. En él “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). Aunque está sentado a la diestra de Dios en las alturas, tiene el mismo corazón que tenía hace casi 2000 años aquí en la tierra. Recuerde esto y andará bien. Trace todos los viajes de Jesús por Palestina. Tome nota de cómo recibía a todos y no rechazaba a nadie. Subraye cómo él prestaba oído a todas las historias de dolor, extendía una mano para ayudar a todos los angustiados y cómo su corazón se conmovía ante todo el que necesitaba compasión. Dibuje un cuadro de este Jesús en su mente y dígase: “Este mismo Jesús es mi Señor y Salvador. El lugar y el tiempo no lo han cambiado en absolutamente nada. Lo que era, hoy es, y lo será siempre”. Quiera Dios que este pensamiento dé vida y realidad a la práctica cotidiana de su fe. Quiera Dios que este pensamiento dé sustancia y forma a su expectativa de lo bueno por venir. Quiera el Señor que el hecho de haber leído acerca de Aquel que anduvo treinta y tres años sobre la tierra y cuya vida es relatada en los Evangelios, provoque en usted una gozosa reflexión. Él es el mismo Salvador en cuya presencia pasaremos la eternidad. Las últimas palabras de este capítulo serán igual que las primeras. Quiero que las personas lean los Evangelios más de lo que lo hacen. Quiero que sepan más de Cristo. Quiero que el inconverso conozca a Jesús para que, por él, tenga vida eterna. Quiero que los creyentes conozcan mejor a Jesús para que sean más felices, más santos y más dignos de recibir la herencia de los santos. El más santo de los hombres es el que puede decir con Pablo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21).
Romanos 5:1-2 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; 2 por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. (Libre copia)
jueves, 9 de enero de 2020
LLAMADO DE ATENCIÓN
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