Jeremías 23:29 ¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová,
y como martillo que quebranta la piedra?
Colosenses 3:16 La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros,
enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia
en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales
2 Timoteo 3; 16-17
16 Toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, 17 a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
Hebreos 4; 12
Porque la palabra de Dios es viva y
eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el
alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos
y las intenciones del corazón.
2ª Pedro 1; 19 Y tenemos algo más firme, la palabra
profética, a la que hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que brilla
en lugar oscuro hasta que amanezca el día y se levante el lucero de la mañana
en vuestros corazones.
En los estudios
anteriores hemos procurado indicar algunas de las maneras en que podemos
discernir si nuestra lectura y estudio de las Escrituras ha sido de bendición o
no para nuestras almas. Muchos se engañan en este asunto, confundiendo un deseo
para adquirir conocimiento con un amor espiritual de la Verdad (2ª Tesalonicenses 2:10 y
con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron
el amor de la verdad para ser salvos.), no dándose cuenta de que la
adición de conocimiento no es lo mismo que
el crecimiento de la gracia. Gran parte depende del objetivo que nos
proponemos cuando nos dirigimos a la Palabra de Dios. Si es simplemente el
familiarizarnos con su contenido para estar mejor versados en sus detalles, es
muy probable que el jardín de nuestras almas permanezca sin flores; pero si es
el deseo, en oración, de ser corregidos y enmendados por la Palabra, de ser
escudriñados por el Espíritu, de ser conformados en nuestro corazón por sus
santos requerimientos, entonces podemos esperar una bendición divina.
En
los estudios precedentes nos hemos esforzado para indicar las cosas vitales por
medio de las cuales podemos descubrir qué progreso estamos haciendo en nuestra
piedad personal. Se han dado varios criterios, los cuales han de ser usados,
por el que escribe y por el lector sinceramente, para medirse con ellos. Hemos
insistido en pruebas como: ¿Crece en mí el aborrecimiento al pecado, y la
liberación práctica de su poder y contaminación? ¿Estoy progresando en
la intensidad el conocimiento de Dios y de Jesucristo? ¿Es mi vida de
oración más sana? ¿Son mis buenas obras más abundantes? ¿Es mi
obediencia más fácil y alegre? ¿Vivo más separado del mundo y sus afectos y
caminos? ¿Estoy aprendiendo a hacer un uso recto y provechoso de las promesas
de Dios, me deleito en El, y es su gozo mi fuerza cada día? A menos que pueda decir que estas cosas son
mi experiencia, por lo menos en cierta medida, es de temer que mi estudio de
las Escrituras no me beneficia poco ni mucho. No parecería apropiado
terminar estos estudios sin dedicar uno a la consideración del amor cristiano.
La extensión en la cual cultivo esta gracia espiritual me ofrece todavía un
modo de medir hasta qué punto mi lectura de la Palabra de Dios me ha ayudado
espiritualmente. Nadie puede leer las Escrituras con un poco de atención sin
descubrir lo mucho que tienen que decir sobre el amor, y por tanto nos
corresponde a cada uno el discernir, con cuidado y en oración, si hay en
nosotros realmente amor espiritual, y si su estado es sano y es ejercido
propiamente. El tema del amor cristiano es demasiado extenso para que lo
podamos considerar en sus varias fases dentro de este último estudio.
Deberíamos
empezar, propiamente contemplando el ejercicio de nuestro amor hacia Dios y
hacia Cristo, pero esto ya lo hemos tocado, por lo menos, en los temas
precedentes, y no vamos a insistir. Se puede decir mucho, también, acerca de la
naturaleza del amor natural que debemos a lo que pertenecen a la misma familia
que nosotros pero, hay menos necesidad de hablar de esto que de otro tema, o
sea, el del amor espiritual a lo hermanos, los hermanos en Cristo.
1. Nos beneficiamos de
la Palabra, cuando percibimos la gran importancia del amor cristiano.
En ninguna parte se hace más énfasis sobre esto que en el capítulo trece de 1ª
Corintios. Allí el Espíritu Santo nos dice que aunque un cristiano profeso
pueda hablar con elocuencia de las cosas divinas, si no tiene amor, es como un
címbalo que retiñe, o sea un ruido, sin vida. Que aunque pueda profetizar,
comprender los misterios y tener sabiduría, y tenga fe para obrar milagros, si
carece de amor, espiritualmente es como si no existiera. Es más, si con
altruismo diera todas sus posesiones para alimentar a los pobres, si entregara
su cuerpo a una muerte de mártir, con todo, si no tiene amor, no le aprovecha
para nada. ¡Cuán alto es el valor que se pone sobre el amor, y cuán esencial
para mí es el poseerlo! Dijo nuestro Señor: «En esto
conocerá el mundo que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros»
(Juan 13:35). Por el hecho de que Cristo
hiciera del amor la marca distintiva del discipulado cristiano podemos darnos
cuenta de la gran importancia del amor. Es una prueba esencial de autenticidad
en nuestra profesión: no podemos amar a Cristo a menos que amemos a los
hermanos, porque todos estamos atados en el mismo «haz de vida» (1ª Samuel 25:29 Aunque
alguien se haya levantado para perseguirte y atentar contra tu vida, con todo,
la vida de mi señor será ligada en el haz de los que viven delante de Jehová tu
Dios, y él arrojará la vida de tus enemigos como de en medio de la palma de una
honda.) con El. El amor a aquellos
que Él ha redimido es una evidencia segura del amor espiritual y sobrenatural
al Señor Jesús mismo. Donde el Espíritu Santo ha obrado el nacimiento
sobrenatural, El sacará esta naturaleza para que se ejercite, producirá en los
corazones, vida y conducta de los santos las gracias sobrenaturales, una de las
cuales es amar a los que son de Cristo, por amor a Cristo.
2. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando
discernimos las distorsiones del amor cristiano.
Como el agua no puede levantarse por sí sola del nivel en que se encuentra, el
hombre natural es incapaz de comprender, y aún menos apreciar, lo que es
espiritual (1ª Corintios 2:14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se
han de discernir espiritualmente.).
Por tanto no debernos sorprendernos cuando hay predicadores no regenerados que confunden
el sentimentalismo humano y los placeres de la carne con el amor espiritual. Pero,
es triste ver que algunos del pueblo de
Dios viven en un plano tan bajo que confunden la amabilidad y afabilidad
humanas con la reina de las gracias cristianas. Aunque es verdad que el amor espiritual se caracteriza por la
mansedumbre y la ternura, sin embargo es algo muy diferente y muy
superior a la cortesía y delicadezas de la carne.
¡Cuántos
padres que idolatraban a sus hijos les han evitado la vara de la corrección,
bajo la falsa idea de que el afecto real y el disciplinarlos eran algo
incompatible! ¡Cuántas madres imprudentes han desdeñado el castigo corporal y
proclamado que el «amor» es la norma de su hogar! Una de las experiencias más
tristes que he tenido ha sido ver en
lugares de culto en que los hijos eran mimados hasta el absurdo. Es una nociva
perversión de la palabra «amor» el aplicarla a la flojedad y laxitud moral por
parte de los padres. Pero, esta misma perniciosa idea rige en la mente de
muchas personas en otros aspectos y relaciones. Si un siervo de Dios reprime los caminos de la carne y del mundo, si
insiste en los derechos estrictos de Dios, se le acusa de «carecer de amor». ¡Oh,
cuán terrible que haya multitudes engañadas por Satán en este importante punto!
3. Nos hemos
beneficiado de la Palabra, cuando nos ha enseñado la verdadera naturaleza del
amor cristiano. El amor cristiano es una gracia espiritual que permanece en
las almas de los santos junto con la fe y la esperanza (1ª Corintios 13:13
Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos
tres; pero el mayor de ellos es el amor.). Es una santa disposición
obrada en los que han sido regenerados (1ª Juan 5:1Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de
Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido
engendrado por él. ). No es nada
menos que el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
(Romanos 5:5 y la
esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.). Es un principio de
rectitud que busca el mayor bien posible para los otros. Es exactamente lo
opuesto al principio del egoísmo y la indulgencia en favor de uno mismo. No es
sólo una mirada afectuosa a todos los que llevan la imagen de Cristo, sino
también un deseo poderoso de fomentar su bienestar. No es un sentimiento
frívolo que se ofende fácilmente, sino una fuerza dinámica que «las muchas
aguas» de la fría indiferencia, ni las «avenidas» de los ríos no podrán apagar
ni ahogar (Cantares 8:7 Las muchas aguas no podrán apagar el amor, Ni lo ahogarán los
ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, De cierto lo menospreciarían.). Aunque
en un grado menos elevado es en esencia el mismo amor del que leemos: «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora
había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. » (Juan 13:1). No hay una manera más segura de
formarse un concepto claro de la naturaleza del amor cristiano que estudiándolo
en su perfecto ejemplo, en Cristo y por Cristo. Cuando decimos un «estudio
concienzudo» queremos decir que hacemos un reconocimiento de todo lo que los
cuatro Evangelios nos dicen de Él, y no nos limitamos a unos pocos pasajes o
incidentes predilectos. Cuando hacemos esto nos damos cuenta que este amor no
sólo era benevolente y magnánimo, dulce y cuidadoso, generoso y dispuesto al
sacrificio, paciente e inmutable, sino que había aún muchos otros elementos en
él. Era amor que podía negar una petición urgente (Juan
11:6 Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se
quedó dos días más en el lugar donde estaba.), echar
mano de un azote (Juan 2: 15 Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a
todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y
volcó las mesas;), regañar
severamente a sus discípulos que dudaban (Lucas
24:25), apostrofar a los hipócritas (Mateo
23:13-33 13
Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el
reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis
entrar a los que están entrando. 14 ¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las
viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor
condenación. 15 ¡Ay de vosotros,
escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un
prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros.
16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos! que
decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro
del templo, es deudor. 17 ¡Insensatos y
ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro?
18 También decís: Si alguno jura por el
altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es
deudor. 19 ¡Necios y ciegos! porque
¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? 20 Pues el que jura por el altar, jura por él, y
por todo lo que está sobre él; 21 y el
que jura por el templo, jura por él, y por el que lo habita; 22 y el que jura por el cielo, jura por el trono
de Dios, y por aquel que está sentado en él. 23
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la
menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la
justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer
aquello. 24 ¡Guías ciegos, que coláis el
mosquito, y tragáis el camello! 25 ¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del
vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.
26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de
dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. 27 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la
verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos
y de toda inmundicia. 28 Así también
vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por
dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. 29 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los
monumentos de los justos, 30 y decís: Si
hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus
cómplices en la sangre de los profetas. 31
Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de
aquellos que mataron a los profetas. 32
¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! 33 ¡Serpientes, generación de víboras!(I) ¿Cómo
escaparéis de la condenación del infierno?). Era amor severo a veces (Mateo 16:23 Pero él,
volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres
tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los
hombres. ), incluso airado (Marcos 3:5 Entonces,
mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones,
dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada
sana.). El amor espiritual es algo
sagrado: es fiel a Dios; no hace componendas con nada malo.
4. Nos beneficiamos de
la Palabra, cuando descubrimos que el amor cristiano es una comunicación divina:
«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la
vida, en que amamos a los hermanos» 1ª Juan
3:14). «El amor a los hermanos es
el fruto y efecto de un nacimiento nuevo y sobrenatural, obrado en nuestras
almas por el Espíritu Santo, es una bendita evidencia de que hemos sido
escogidos en Cristo por el Padre Celestial, antes que el mundo fuese. El
amar a Cristo y a los suyos, nuestros hermanos en El, es congruente con lo que
la divina naturaleza que ha hecho que seamos partícipes de su Santo Espíritu...
Este amor a los hermanos debe ser un amor peculiar, tal, que sólo los
regenerados pueden participar en él, y que sólo ellos pueden ejercitar, pues de
otro modo el apóstol no lo habría dicho así de un modo particular; es tal que
aquellos que no lo tienen no han sido aún regenerados; de lo que se sigue que
«el que no ama a su hermano no vive en Cristo.
El
amor a los hermanos es muchísimo más que el encontrar agradable la compañía de
aquellos cuyos temperamentos son similares a los nuestros y con los cuales nos
avenimos. Pertenece no ya a la mera naturaleza, sino que es
algo espiritual, sobrenatural. Es el corazón que, es atraído hacia aquellos en
los cuales percibimos haber algo de Cristo. Por ello es mucho más que un
espíritu de congregación o compañía; abarca a todo! aquellos en los que
vemos la imagen del Hijo de Dios. Por tanto, es amarlos por amor de Cristo por
lo que vemos en ellos de Cristo. Es el
Espíritu Santo que me atrae para juntarme con los hermanos y hermanas en los
que Cristo vive. De modo que el amor cristiano real no es sólo un don divino,
sino que depende totalmente de Dios
para su vigor y ejercicio. Hemos de orar diariamente para que el
Espíritu Santo lo ponga en acción y manifestación, hacia Dios y hacia su
pueblo, este amor que él ha derramado en nuestro corazón.
5. Nos beneficiamos de
la Palabra, cuando ponemos en práctica rectamente el amor cristiano. Esto
se hace no tratando de complacer a los hermanos o congraciándonos con ellos,
sino cuando verdaderamente procuramos su bien. «En esto
conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus
mandamientos » (1ª Juan 5:2). ¿Cuál
es la prueba real de mi amor personal a Dios? El guardar sus mandamientos (Juan 14:15 Si me amáis,
guardad mis mandamientos, 21El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me
ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré
a él., 24 El
que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía,
sino del Padre que me envió; Juan 15: 10 Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así
como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor., 14 Vosotros sois mis
amigos, si hacéis lo que yo os mando.).
La autenticidad y la fuerza de mi amor a
Dios no han de ser medidas por mis palabras, ni por lo robusto y sonoro de mis
cánticos de alabanza, sino por la obediencia a su
Palabra. El mismo principio es válido en mis relaciones con mis
hermanos. «En esto se conoce que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a
Dios, y guardamos sus mandamientos.» Si estoy haciendo comentarios sobre las
faltas de mis hermanos y hermanas, si estoy andando con ellos en un curso en
que trato de darles satisfacción, esto no significa que «los amo». «No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu
prójimo, para que no participes de su pecado. » (Levítico 19:17). El amor ha de ser practicado de una manera
divina, y nunca a expensas de mi amor a Dios; de hecho, sólo
cuando Dios tiene el lugar apropiado en mi corazón puede ser ejercido el amor
espiritual hacia los hermanos. El
verdadero amor no consiste en
darles satisfacción, sino en agradar a
Dios y ayudarlos; y sólo puedo ayudarlos en el camino de los mandamientos de
Dios. El halagar a los hermanos no es amor fraternal; el exhortarse uno a
otro, instando a proseguir adelante en la carrera que tenemos delante, las
palabras que animan a «mirar a Jesús» (corroboradas por el ejemplo de nuestra
vida diaria) son de mucha más utilidad. El
amor fraternal es algo santo, no un sentimiento carnal o una indiferencia
en cuanto al camino que siguen. Los mandamientos de Dios son expresiones de su
amor, así como de su autoridad, y el no hacer caso de ellos, aun cuando sea por
cariño o afecto al otro, no es «amor» en absoluto. El ejercicio del amor ha de
conformarse estrictamente a la voluntad de Dios revelada. Hemos de amar «en
verdad» (3 Juan l Pues
mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu
verdad, de cómo andas en la verdad. ).
6. Nos beneficiamos de
la Palabra, cuando nos enseña las manifestaciones variadas del amor cristiano.
El amar a los hermanos y manifestarles el amor en su variadas formas es nuestro
deber. Pero, en ningún momento podemos hacer esto de modo más verdadero y
efectivo, y con menos afectación y ostentación que cuando tenemos comunión con
ellos en el trono de la gracia. Hay
hermanos y hermanas en Cristo en los cuatro costados de la tierra, de cuyas
tribulaciones, conflictos, tentaciones y penas, yo no sé nada; a pesar de ello
puedo expresar mi amor hacia ellos, y derramar mi corazón ante Dios en favor
suyo, mediante la súplica y la intercesión. De ninguna otra manera puede el
cristiano manifestar su cuidado y afecto hacia sus compañeros de peregrinación
mejor que usando todos sus intereses en el Señor Jesús en favor suyo,
suplicando su misericordia en favor de ellos. «Pero el
que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra
contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos
de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1ª Juan 3:17, 18). Muchos hijos de Dios son muy
pobres en bienes de este mundo. Algunas veces se preguntan por qué es así; es
una gran prueba para ellos. Una razón
por la que Dios permite esto es que otros de sus santos puedan tener compasión
de ellos y ministrar a sus necesidades temporales de la abundancia de la que
Dios les ha provisto a ellos. El
amor real es intensamente práctico; no considera ninguna tarea
demasiado baja; ninguna faena humillante, si por medio de ella puede aliviar
los sufrimientos del hermano. ¡Cuando el Señor del amor estaba en la tierra,
pensaba en el hambre física de las multitudes y en la comodidad de los pies de
los discípulos! Pero hay algunos de los hijos de Dios que son tan pobres que no
pueden compartir lo poco que tienen con nadie. ¿Qué pueden, pues, hacer éstos?
¡Pueden hacerse cargo de las preocupaciones espirituales de todos los santos;
interesarse en favor de ellos delante del trono de la gracia! Conocemos por
cuenta propia los sentimientos, aflicciones y quejas de que otros santos se
quejan, por haber atravesado sus mismas circunstancias. Sabemos por
experiencia propia cuán fácil es dar lugar al espíritu de descontento y de
murmuración. Pero también sabemos, que cuando hemos clamado al Señor que
ponga su mano calmante sobre nosotros, y cuando nos ha recordado alguna
preciosa promesa, ¡qué paz y sosiego ha venido a nuestro corazón! Por tanto
pidamos a Dios que dé su gracia también a todos sus santos en aflicción. Procuremos hacer nuestras sus cargas,
llorar con los que lloran, así como gozarnos con los que se gozan. De esta
manera expresaremos nuestro amor real por sus personas en Cristo, rogando al
Señor suyo y nuestro que se acuerde de ellos en su misericordia sempiterna.
Esta es la manera en que el Señor Jesús manifiesta ahora su amor por sus
santos: «por lo cual puede también salvar perpetuamente
a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.»
(Hebreos 7:25). Cristo hace de la causa
de ellos la suya, y ruega al Padre en favor suyo. Cristo no olvida a nadie:
toda oveja perdida se halla cargada en el corazón del Buen Pastor. Así,
expresando nuestro amor a los hermanos en oraciones diarias suplicando por sus
varias necesidades, somos llevados a la comunión con nuestro Sumo Sacerdote. No
sólo esto, pero también sus santos se nos harán más queridos por ello: nuestro
mismo rogar por ellos como amados de Dios, aumentará nuestro amor y nuestra
estima en favor de los tales. No podemos
llevarlos en nuestro corazón ante el trono de la gracia sin tener en lo profundo
de nuestro corazón un afecto real por ellos. La mejor manera de vencer
el espíritu de amargura contra un hermano que nos ha ofendido es ocuparnos en
orar por él.
7. Nos beneficiamos de
la Palabra, cuando nos enseña la manera apropiada de cultivar el amor cristiano.
Sugerimos tres reglas para ello.
Primero:
reconocer desde el principio que tal como hay en ti (en mí) mucho que ha de ser
una prueba severa para el amor de los hermanos, habrá también mucho en ellos
que va a hacer difícil nuestro amor a ellos. «Soportándoos
con paciencia los unos a los otros con amor» (Efesios
4:2) es una gran amonestación sobre este tema que ninguno de nosotros
debería olvidar. Es sin duda singular que la primera cualidad del amor
espiritual que se menciona en 1ª Corintios 13; 4 El amor es sufrido, es
benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
Segundo:
la mejor manera de cultivar cualquier virtud o gracia es ejercitarla. El
hablar teorizar sobre ella no sirve para mucho, a menos que se ponga en acción.
Muchas son las quejas que se oyen hoy en día sobre la escasez de amor evidente
en muchos lugares: ¡ésta es una razón más para que procuremos nosotros dar un
mejor ejemplo! Que la frialdad y desinterés de los otros no diluyan tu amor,
sino «vence con el bien el mal» (Romanos 12:21
No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el
mal.). Considera en oración 1ª Corintios 13 por lo menos una vez cada
semana.
Tercero:
por encima de todo procura que tu propio corazón se recree en la luz y calor
del amor de Dios. Cuanto más te ocupes del amor de Cristo para ti, invariable,
incansable, insondable, más se sentirá tu corazón atraído en amor a aquellos
que son suyos. Una hermosa ilustración de esto se halla en el hecho que el
apóstol particular que escribió más acerca del amor fraternal fue el que
reclinó su cabeza sobre el pecho del Maestro.
El
Señor conceda la gracia necesaria al lector y al que escribe (que tiene de ello
más necesidad que nadie), de observar estas reglas, para la alabanza y gloria
de su gracia, y para el bien de su pueblo.
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