} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CONVERSIÓN (FE Y ARREPENTIMIENTO)

sábado, 18 de mayo de 2024

CONVERSIÓN (FE Y ARREPENTIMIENTO)

 

 

 ¿Qué es el verdadero arrepentimiento?  ¿Qué es la fe que salva? ¿Pueden las personas recibir a Jesús como Salvador y no como Señor?

 

I.                   EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA

 

En la publicación anterior hemos explicado cómo Dios mismo (por la predicación humana de la palabra) nos extiende el llamado del evangelio y, por la obra del Espíritu Santo, nos regenera, nos imparte una nueva vida espiritual por dentro.

En esta publicación examinaremos nuestra respuesta al llamado del evangelio. Podemos definir la conversión como sigue: La conversión es nuestra respuesta espontánea al llamado del evangelio, en la cual nos arrepentimos sinceramente de los pecados y ponemos nuestra confianza en Cristo para la salvación.

La palabra conversión en sí misma significa «volverse»; y aquí representa un giro espiritual, un volverse del pecado a Cristo. El volverse del pecado se llama arrepentimiento, y el volverse a Cristo se llama fe. Podemos mirar a cada uno de estos elementos de la conversión, y en cierto sentido no importan cuál veamos primero, porque ninguno puede tener lugar sin el otro, y deben sucederse juntos cuando tiene lugar la verdadera conversión. Para propósitos de este estudio examinaremos primero la fe que salva y luego el arrepentimiento.

 A. La verdadera fe que salva incluye conocimiento, aprobación y confianza personal

1. El conocimiento solo no basta.

 La fe personal que salva, según la entienden las Escrituras, incluye más que solo conocimiento. Es necesario que tengamos algún conocimiento de quién es Cristo y lo que él ha hecho, porque ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? (Romanos 10:14).

Pero el conocimiento de los hechos de la vida de Jesús, su muerte y resurrección por nosotros no bastan, porque la gente puede saber los hechos y rebelarse contra ellos o no gustarles. Por ejemplo, Pablo dice que muchos saben las leyes de Dios pero no les agradan: «quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.» (Romanos 1:32). Incluso los demonios saben quién es Dios y saben los hechos de la vida y obras salvadoras de Jesús, porque Santiago dice: «¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan» (Santiago 2:19). Pero ese conocimiento no significa que los demonios son salvos.

 2. El conocimiento y la aprobación no bastan.

Es más, solo saber los hechos y aprobarlos o convenir en que son verdad no basta. Nicodemo sabía que Jesús había venido de Dios, porque leemos que le dijo: «Rabí, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él» (Juan 3:2). Nicodemo había evaluado los hechos, incluyendo la enseñanza de Jesús y sus asombrosos milagros, y de esos hechos había sacado la conclusión correcta: Jesús era un maestro que había venido de Dios. Pero esto por sí solo no significa que Nicodemo tenía la fe que salva, porque todavía le faltaba poner su confianza en Cristo en cuanto a la salvación; todavía tenía que «creer en él».

El rey Agripa provee otro ejemplo de conocimiento y aprobación sin fe que salva. Pablo se dio cuenta de que el rey Agripa sabía y evidentemente veía con aprobación las Escrituras judías (lo que nosotros conocemos como Antiguo Testamento). Cuando enjuiciaban a Pablo ante Agripa, este le dijo: ¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. » (Hechos 26:27 ). Sin embargo Agripa no tenía la fe que salva, porque le dijo a Pablo: «Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano. » (Hechos 26:28).

 3. Tenemos que decidirnos a depender de Jesús para que nos salve individualmente.

Además de conocer los hechos del evangelio y aprobarlos, a fin de ser salvo, tenemos que decidirnos a depender de Jesús para que nos salve. Al hacer esto, pasa de ser observadores interesados en los hechos de la salvación y en las enseñanzas de la Biblia a ser personas que entran en una nueva relación con Jesucristo como persona viva.

 Podemos, por consiguiente, definir la fe que salva de la siguiente manera: La fe que salva es confiar en Jesucristo como persona viva en cuanto al perdón de pecados y la vida eterna con Dios. Esta definición enfatiza que la fe que salva no es simplemente creer en hechos sino una confianza personal en Jesús para que nos salve. Como explicaremos en publicaciones siguientes, en la salvación interviene mucho más que simplemente el perdón de pecados y la vida eterna, pero alguien que acude a Cristo rara vez se da cuenta al principio del alcance de las bendiciones de la salvación que vendrán.

Lo principal que le interesa al que no es creyente que acude a Cristo es el hecho de que el pecado le ha separado de la comunión con Dios para la que fuimos creados. El que no es creyente se acerca a Cristo buscando que le quite el pecado y la culpa, y poder entrar en una genuina relación con Dios que dure para siempre. Podemos apropiadamente resumir que las dos principales cosas que interesan a la persona que confía en Cristo son «perdón de pecados» y «vida eterna con Dios». La definición enfatiza la confianza personal en Cristo, no simplemente creer en los hechos acerca de Cristo. Debido a que la fe que salva según la Biblia incluye esta confianza personal, confiar es una palabra mejor en la cultura contemporánea que la palabra fe o creer. Esto se debe a que podemos «creer» que algo es verdad sin ningún compromiso ni dependencia de por medio. Puedo creer que Camberra es capital de Australia o que 7 por 6 es 42 pero sin entrar en ningún compromiso ni dependencia de nadie por el simple hecho de creer eso.

La palabra fe por otro lado a veces se usa hoy para referirse a un compromiso casi irracional con algo a pesar de la fuerte evidencia hacia lo contrario, una especie de decisión irracional a creer algo que estamos casi seguros que no es verdad. (Si su equipo de fútbol favorito continúa perdiendo partidos, alguien podría animarle a usted a «tener fe» aunque los hechos apuntan en dirección opuesta.) En estos dos sentidos populares, creer y fe tienen un sentido contrario al sentido bíblico.

La palabra confiar se acerca más a la idea bíblica, puesto que sabemos bien lo que es confiar en las personas en la vida cotidiana. Mientras más conocemos a una persona, y más vemos en ella un patrón de vida que inspira confianza, más nos hallamos dispuestos a depositar confianza en que esa persona hará lo que promete, o que actuará de maneras confiables. Este sentimiento más completo de confianza personal se indica en varios pasajes de la Biblia en los que se habla de la fe inicial que salva en términos muy personales, a menudo usando analogías derivadas de relaciones personales.

Juan dice: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; » (Juan 1:12,). Tal como recibiríamos a un visitante en casa, Juan habla de recibir a Cristo. Juan 3:16 dice «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.». Aquí Juan usa una frase sorprendente al no decir simplemente «todo el que le cree» (es decir, cree que lo que él dice es verdad y se puede confiar en eso), sino más bien, «todo el que cree en él». La frase griega pisteuo eis autón se pudiera traducir también «cree en él» con el sentido de confianza que va a Jesús y descansa en Jesús como persona.

  Tal expresión era rara o tal vez no existente en el griego secular fuera del Nuevo Testamento, pero se brindaba muy bien para expresar la confianza personal en Cristo que va incluida en la fe que salva. Jesús habla de «ir a él» en varios lugares. Dice: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37). También dice: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”. (Juan 7:37). De modo similar dice: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana» (Mateo 11:28-30).

En estos pasajes tenemos la idea de acudir a Cristo y pedir aceptación, agua viva, descanso e instrucción. Todo esto da un cuadro intensamente personal de lo que va incluido en la fe que salva. Con esta comprensión de la fe según el Nuevo Testamento, ahora podemos apreciar que cuando una persona llega a confiar en Cristo deben estar presentes estos tres elementos. Tiene que haber algún conocimiento básico o comprensión de los hechos del evangelio. Tiene que haber aprobación o asentimiento a estos hechos. Tal acuerdo incluye una convicción de que los hechos de que habla el evangelio son ciertos, especialmente el hecho de que somos pecadores que necesitan salvación y que sólo Cristo ha pagado la pena de nuestro pecado y nos ofrece salvación. También incluye percatarnos de que necesitamos confiar en Cristo en cuanto a la salvación y que él es el único camino a Dios y el único medio provisto para nuestra salvación.

Esta aprobación de los hechos del evangelio también incluirá el deseo de que Cristo nos salve. Pero todo esto todavía no es una verdadera fe que salva. Esta resulta sólo cuando tomamos una decisión espontánea de depender de Cristo, o de poner nuestra confianza en Cristo como nuestro Salvador. Esta decisión personal de poner nuestra confianza en Cristo es algo que hacemos de corazón, facultad central de nuestro ser que hace los compromisos personales por nosotros como persona integral.

 

B. La fe y el arrepentimiento deben presentarse juntos

 

Podemos definir el arrepentimiento como sigue: El arrepentimiento es tristeza de corazón por el pecado, renuncia al pecado y propósito sincero de olvidarlo y andar en obediencia a Cristo.

Esta definición indica que el arrepentimiento es algo que sucede en un punto determinado del tiempo y no es equivalente a señales de cambio en el patrón de vida de una persona. El arrepentimiento, como la fe, es una comprensión intelectual (de que el pecado es maldad), una aprobación emocional de las enseñanzas bíblicas respecto al pecado (sentir tristeza por el pecado y aborrecerlo), y una decisión personal de apartarse de él (renunciar al pecado y una decisión espontánea de abandonarlo y llevar una vida de obediencia a Cristo).

No podemos decir que uno tiene que vivir una vida cambiada por un período de tiempo antes de que el arrepentimiento sea genuino, porque en ese caso el arrepentimiento se convertiría en una especie de obediencia que pudiéramos hacer para merecer la salvación. Por supuesto, el arrepentimiento genuino resultará en una vida cambiada. Es más, una persona verdaderamente arrepentida empezará de inmediato a vivir una vida cambiada, y podemos llamar a esa vida cambiada fruto del arrepentimiento. Pero nunca debemos intentar exigir que haya un período de tiempo en el que la persona en realidad viva una vida cambiada antes de darle seguridad de perdón.

El arrepentimiento es algo que ocurre en el corazón e incluye a la persona total en una decisión de apartarse del pecado. Es importante que nos demos cuenta de que un simple pesar por lo que hemos hecho, o incluso un hondo remordimiento por nuestras acciones, no constituye arrepentimiento genuino a menos que vaya acompañado de una decisión sincera de abandonar el pecado que se comete contra Dios. El arrepentimiento genuino incluye un profundo sentido de que lo peor respecto al pecado de uno es que ha ofendido a un Dios santo.

 Pablo predicó «Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío» (Hechos 20:21,). Dice que se regocijaba por los corintios: «Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; … Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte» (2 Corintios 7:9-10,).

Una tristeza del tipo del mundo puede incluir gran tristeza por las acciones de uno y probablemente también miedo al castigo pero no una genuina renunciación al pecado ni un propósito firme de abandonarlo. Hebreos 12:17 (Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas) nos dice que Esaú lloró por las consecuencias de sus acciones, pero no se arrepintió verdaderamente. Todavía más, como indica 2 Corintios 7:9-10 (Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte), incluso la aflicción genuina según Dios es apenas un factor que lleva al arrepentimiento genuino, pero tal aflicción en sí misma no es una decisión sincera del corazón en la presencia de Dios que produce arrepentimiento genuino.

La Biblia pone al arrepentimiento y a la fe juntos como aspectos diferentes de un mismo acto de venir a Cristo para salvación. No es que la persona primero se vuelve de su pecado y luego confía en Cristo, o que primero confía en Cristo y luego se vuelve del pecado, sino más bien que ambas cosas suceden al mismo tiempo. Cuando acudimos a Cristo en busca de salvación de nuestros pecados, simultáneamente estamos alejándonos de los pecados de los cuales estamos pidiéndole a Cristo que nos salve. Si esto no fuera verdad, acudir a Cristo para salvación del pecado difícilmente podría ser acudir a él y confiar en él en el genuino sentido de esas palabras. El hecho de que el arrepentimiento y la fe son simplemente dos diferentes lados de la misma moneda, o dos aspectos diferentes de un mismo evento de conversión.

En la persona que genuinamente acude a Cristo para salvación debe al mismo tiempo dejar el pecado al que se ha estado aferrando y alejarse de él a fin de acudir a Cristo. Así que ni el arrepentimiento ni la fe vienen primero, sino que deben producirse juntos. John Murray habla de «fe arrepentida» y «arrepentimiento con fe».

 Por consiguiente, es claramente contrario a la evidencia del Nuevo Testamento hablar de la posibilidad de tener fe que salva sin tener arrepentimiento genuino por el pecado. También es contrario al Nuevo Testamento hablar de la posibilidad de que alguien acepte a Cristo «como Salvador» pero no «como Señor», si eso quiere decir simplemente depender de él en cuanto a salvación pero no proponerse uno abandonar el pecado y ser obediente a Cristo desde ese punto y en adelante.

Cuando Jesús invita a los pecadores diciéndoles: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso», de inmediato añade: «Carguen con mi yugo y aprendan de mí» (Mateo 11:28-29). Ir a él incluye tomar sobre nosotros su yugo, someternos a su dirección y guía, aprender de él y serle obedientes. Si no estamos dispuestos a proponernos eso, no hemos puesto realmente nuestra confianza en él.

Cuando la Biblia habla de confiar en Dios o en Cristo frecuentemente conecta tal confianza con el arrepentimiento genuino. Por ejemplo, Isaías da un elocuente testimonio que es típico del mensaje de muchos de los profetas del Antiguo Testamento: Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar (Isaías 55:6-7).

Aquí se habla de arrepentirse del pecado y acudir a Dios para recibir perdón. En el Nuevo Testamento Pablo describe así su ministerio evangelizador: « testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.» (Hechos 20:21).

El autor de Hebreos incluye como los dos primeros elementos en una lista de doctrinas elementales «Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, » (Hebreos 6:1).

Por supuesto, a veces se menciona a la fe sola como lo necesario para venir a Cristo para salvación (Juan 3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.; Hechos 16:31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.; Romanos 10:9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.; Efesios 2:8-9 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe., etc).

Estos son pasajes conocidos, y los recalcamos a menudo cuando les explicamos a otros el evangelio. Pero lo que a menudo no nos damos cuenta es que hay muchos otros pasajes en donde se menciona sólo el arrepentimiento, porque sencillamente se da por sentado que el verdadero arrepentimiento también incluye la fe en Cristo para perdón de pecados. Los autores del Nuevo Testamento estaban tan claro en cuanto a que el arrepentimiento genuino y la fe genuina tenían que ir juntos que a menudo solo mencionaban el arrepentimiento con el sobreentendido de que la fe también estaba incluida, porque alejarse de verdad del pecado es imposible sin acudir a Dios como se debe.

Por tanto, poco antes de ascender al cielo, Jesús les dijo a sus discípulos: «y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.» (Lucas 24:46-47).

 La fe que salva queda implícita en la frase «perdón de pecados», pero no se menciona explícitamente. La predicación que se registra en el libro de Hechos muestra el mismo patrón. Después del sermón de Pedro en Pentecostés, la multitud preguntó: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?» Pedro les contestó: «Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo» (Hechos 2:37-38).

 En su segundo sermón, Pedro habló a sus oyentes de una manera similar: «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,» (Hechos 3:19). Más tarde, cuando los apóstoles fueron enjuiciados ante el sanedrín, Pedro dijo de Cristo: «Por su poder, Dios lo exaltó como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hechos 5:31).

Cuando Pablo estaba predicando en el Areópago en Atenas a una asamblea de filósofos griegos, dijo: «Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hechos 17:30). También en sus epístolas dice: «  ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? (Romanos 2:4), y habla de que «Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. » (2 Corintios 7:10).

Cuando nos percatamos de que la fe genuina que salva debe ir acompañada por un genuino arrepentimiento del pecado, entendemos por qué parte de la predicación del evangelio tiene resultados tan inadecuados hoy. Si no hay mención de la necesidad del arrepentimiento el mensaje del evangelio puede volverse solamente: «Cree en Jesucristo y serás salvo», sin ninguna mención del arrepentimiento. Pero esta versión diluida del evangelio no pide una consagración de todo corazón a Cristo; y la consagración a Cristo, si es genuina, debe incluir un compromiso para alejarse del pecado.

 Predicar la necesidad de fe sin arrepentimiento es predicar sólo la mitad del evangelio. Resultará en que muchos se engañen, pensando que han oído el evangelio cristiano y lo han probado, pero nada ha sucedido. Incluso pudieran decir algo así como: «Acepté a Cristo como Salvador muchas veces, y nunca sirvió». Sin embargo, nunca recibieron en realidad a Cristo como Salvador, porque él viene a nosotros en su majestad y nos invita a recibirle también como lo que él es: el que merece ser, y exige ser, absoluto Señor de nuestras vidas.

Finalmente, ¿qué diremos de la práctica común de pedir que la gente ore recibiendo a Cristo como Salvador y Señor? Puesto que la fe en Cristo debe incluir una decisión verdaderamente espontánea, a menudo es muy útil expresar esa decisión en palabras, y estas pudieran muy naturalmente tomar forma de una oración a Cristo en la que le decimos nuestra tristeza por el pecado, nuestro propósito de abandonar el pecado, y nuestra decisión de poner de veras nuestra confianza en él. Tal oración en voz alta en sí misma no salva, pero la actitud de corazón que representa en efecto constituye una verdadera conversión, y la decisión de pronunciar esa oración puede ser a menudo el punto en que la persona verdaderamente abraza la fe en Cristo.

 

C. Tanto la fe como el arrepentimiento continúan toda la vida

 

 Aunque hemos estado considerando la fe y el arrepentimiento como dos aspectos de la conversión al principio de la vida cristiana, es importante darnos cuenta de que la fe y el arrepentimiento no están confinados al comienzo de la vida cristiana. Más bien son actitudes del corazón que continúan durante toda nuestra vida como creyentes. Jesús les dice a sus discípulos que oren todos los días: « Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. » (Mateo 6:12), oración que, si es genuina, incluirá un lamento diario por el pecado y arrepentimiento genuino.

El Cristo resucitado le dice a la iglesia de Laodicea: «Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. » (Apocalipsis 3:19; 2 Corintios 7:10 Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte).

Con respecto a la fe, Pablo nos dice: «Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.» (1 Corintios 13:13). Con certeza que quiere decir que estas tres permanecen durante todo el curso de esta vida, pero probablemente también quiere decir que permanecen por toda la eternidad. Si la fe es confiar en que Dios suple todas nuestras necesidades, esta actitud nunca cesará, ni siquiera en la era venidera. Pero en todo caso el punto se indica claramente de que la fe continúa durante toda esta vida. Pablo también dice: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).

Por consiguiente, aunque es cierto que la fe inicial que salva y el arrepentimiento inicial tiene lugar sólo una vez en nuestra vida, y cuando ocurren constituyen verdadera conversión, las actitudes del corazón de arrepentimiento y fe apenas empiezan en la conversión. Estas mismas actitudes deben continuar durante todo el curso de nuestra vida cristiana.  Cada día debe haber arrepentimiento de corazón por los pecados que hemos cometido, y fe en que Cristo ha de suplir nuestras necesidades y ha de darnos poder para vivir la vida cristiana.

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