} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: "Conferencias sobre el calvinismo" por Abraham Kuyper (13)

domingo, 5 de mayo de 2024

"Conferencias sobre el calvinismo" por Abraham Kuyper (13)

 

La soberanía en la iglesia


Como tercera y última parte de esta exposición, nos queda discutir una pregunta aún más difícil que la anterior: cómo debemos entender la soberanía de la Iglesia en el Estado. Lo llamo un problema difícil, no porque estuviera en duda acerca de las conclusiones, ni porque dudaría de vuestro consentimiento con estas conclusiones. Porque en cuanto a la vida americana (en Estados Unidos), toda incertidumbre se acaba con lo que vuestra Constitución declaró originalmente y que más adelante fue modificado en vuestras Confesiones acerca de la libertad del culto y la coordinación de Iglesia y Estado. Y en cuanto a mi persona, hace más de cuarto siglo escribí sobre mi revista semanal el lema: "Una iglesia libre en un Estado libre". La dificultad de este problema está en otro lado. La dificultad está en la hoguera de Serveto. Está en la actitud de los presbiterianos contra los independientes. Está en las restricciones de la libertad del culto y en las "incapacidades civiles" bajo las cuales aún en Holanda sufrieron los católicos romanos. La dificultad está en que un artículo de nuestra antigua Declaración de Fe calvinista encarga al gobierno con la tarea "de defender en contra de, y de extirpar, toda forma de idolatría y de religión falsa, y de proteger el servicio sagrado de la Iglesia."

La dificultad está en el consejo unánime y uniforme de Calvino y de sus seguidores, que exigieron la intervención del gobierno en los asuntos de la religión. Entonces, sería natural acusarnos de que al defender la libertad religiosa, no nos estamos poniendo del lado del calvinismo, sino que lo oponemos directamente. Para protegerme contra esta sospecha, voy a adelantar la regla de que un sistema no se distingue por lo que tiene en común con los sistemas precedentes; sino que se distingue por aquello en que difiere de estos sistemas precedentes.

El deber del gobierno de extirpar toda forma de religión falsa e idolatría, no es un hallazgo del calvinismo, sino data desde Constantino, y fue la reacción contra las persecuciones horribles de sus antecesores paganos contra los cristianos. Desde aquel día, este sistema fue defendido por todos los teólogos romanos y fue aplicado por todos los príncipes cristianos. En los tiempos de Lutero y Calvino, fue una convicción universal de que este sistema era el verdadero. Todos los teólogos famosos de aquel período, Melanchthon como primero, aprobaron la muerte de Serveto; y el patíbulo que fue erigido por los luteranos en Léipzig para Krell, el calvinista convencido, era mucho más repudiable desde un punto de vista protestante. Pero mientras los calvinistas, en la época de la Reforma, fueron víctimas, por decenas de miles, de sus perseguidores (las víctimas de los luteranos y de los católicos romanos ni valen la pena contarlas), la historia fue culpable de esta injusticia de echarles siempre en su cara esta única ejecución por fuego de Serveto, como un crimen nefandum. Con todo esto, yo desapruebo completamente aquella ejecución, pero no como si fuera una expresión de una característica especial del calvinismo, sino al contrario, como el efecto tardío de un sistema antiguo que existía antes del calvinismo, bajo el cual había crecido el calvinismo, y del cual todavía no se había liberado completamente.

Si yo quiero saber qué conclusiones sacar al respecto desde los principios específicos del calvinismo, entonces tengo que hacer una pregunta muy diferente. Entonces tenemos que ver y reconocer que este sistema de traer diferencias religiosas bajo la jurisdicción criminal del Estado, resultaba directamente de la convicción de que la Iglesia de Cristo en la tierra podía expresarse en una sola forma y bajo una sola institución. Esta única iglesia, en la Edad Media, era considerada la Iglesia de Cristo, y todo lo que se veía diferente, fue considerado enemigo de esta única iglesia. El gobierno, por tanto, no fue llamado a juzgar o decidir por sí mismo. Había una sola Iglesia de Cristo en la tierra, y era la tarea del gobierno proteger esta Iglesia de las divisiones, herejías y sectas. Pero rompamos esta Iglesia en fragmentos, admitamos que la Iglesia de Cristo puede manifestarse en muchas formas, en diferentes países; incluso dentro del mismo país en una multiplicidad de instituciones; e inmediatamente desaparece de la vista todo lo que fue deducido de aquella unidad de la iglesia visible. Y por tanto, si no podemos negar que el mismo calvinismo ha roto la unidad de la Iglesia, y que en los países calvinistas se manifestó una amplia variedad de todos tipos de iglesias, entonces concluimos que no debemos buscar la verdadera característica calvinista en lo que retuvo, por un tiempo, del sistema antiguo, sino en lo que salió, nuevo y fresco, de su propia raíz. Los resultados demostraron que aun después de tres siglos, en todos los países distintivamente católicos, aun en las repúblicas sudamericanas, la iglesia católica romana es y permanece la Iglesia Estatal; igualmente como lo es la iglesia luterana en países luteranos. Y las iglesias libres florecieron exclusivamente en aquellos países que recibieron el aliento del calvinismo, o sea, en Suiza, Holanda, Inglaterra, Escocia, y los Estados Unidos. En los países católicos romanos, se sigue manteniendo la identificación de la iglesia invisible y visible, bajo la unidad papal. En los países luteranos, con la ayuda del "cuius regio eius religio", la confesión del gobierno ha sido impuesta monstruosamente sobre el pueblo como la confesión del país; allí se trató duramente a los calvinistas, fueron exiliados y perseguidos como enemigos de Cristo. En la Holanda calvinista, al contrario, todos los que fueron perseguidos por causas religiosas encontraron refugio. Los judíos fueron recibidos amablemente; los luteranos eran honrados; los menonitas florecieron; y aun a los arminianos y a los católicos romanos se les permitía el libre ejercicio de su religión en casa y en iglesias apartadas. Los independientes, cuando fueron expulsados de Inglaterra, encontraron descanso en la Holanda calvinista; y desde este mismo país, la "Mayflower" viajó con los Padres Peregrinos a su nueva tierra. Entonces, no estoy buscando subterfugios, sino estoy apelando a hechos históricos. Y repito, la característica básica del calvinismo no debemos buscar en lo que adoptó del pasado, sino en lo nuevo que creó. Es notable, en este respecto, que desde el mismo inicio, nuestros teólogos y abogados calvinistas defendieron la libertad de la conciencia contra la inquisición. Roma percibió muy claramente como la libertad de la conciencia iba a sacudir los fundamentos de la unidad de la iglesia visible, y por tanto se opuso a ella. Pero por el otro lado, tenemos que admitir que al exaltar a voz alta la libertad de la conciencia, el calvinismo abandonó por principio toda característica absoluta de la iglesia visible. Tan pronto como dentro de un mismo pueblo, la conciencia de una mitad testificó contra la otra mitad, se hizo una brecha. Tan temprano como en 1649, se declaró que la persecución por causas de la fe era "un asesinato espiritual, un asesinato del alma, una rabia contra Dios mismo, el más horrible de los pecados." Y es evidente que Calvino mismo escribió las premisas de la conclusión correcta cuando reconoció que contra los ateos, incluso los católicos son nuestros aliados; cuando reconoció abiertamente la iglesia luterana; y todavía más enfáticamente en su declaración: "Scimus tres esse errorum gradus, et quibusdam fatemur dandam esse veniam, aliis modicam castigationem sufficere, ut tantum manifesta impietas capitali supplitio plectatur." (Existen tres grados de desviaciones de la verdad cristiana: una leve, que debemos dejar sola; una moderada, que es restaurada por un castigo moderado; y solo la impiedad manifiesta debe recibir la pena capital.) Admito que esta es una decisión severa; pero sin embargo una decisión donde se abandonó el principio de la unidad visible; y donde esta unidad es quebrantada, la libertad amanecerá en el curso natural de los eventos. Es que aquí está la solución: En Roma, el sistema de persecución surgió de la identificación de la iglesia visible con la iglesia invisible. De esta línea peligrosa, Calvino se apartó. Pero él todavía defendía la identificación de su Confesión de la verdad con la Verdad absoluta; y solo con más experiencia salió a la luz que también esta proposición (tan verdadera como sea en nuestra convicción personal) nunca se debe imponer a la fuerza sobre otras personas.

Hasta aquí los hechos. Ahora probaremos nuestra teoría y examinaremos sucesivamente los deberos de los gobernantes en asuntos espirituales:

1. hacia Dios,

2. hacia la iglesia,

y 3. hacia las personas individuales.

En cuanto al primer punto, los gobernantes son y permanecen "los siervos de Dios". Ellos tienen que reconocer a Dios como el gobernante supremo, del cual ellos derivan su poder. Ellos tienen que servir a Dios, gobernando al pueblo según Sus ordenanzas. Ellos tienen que restringir la blasfemia donde adquiere directamente el carácter de una afrenta contra la Majestad Divina. Y se debe reconocer la soberanía de Dios al confesar Su nombre en la Constitución como fuente de todo poder político, al mantener el día de reposo, al proclamar días de oración y de acción de gracias, y al invocar Su bendición divina. Por tanto, para que gobiernen según Sus ordenanzas santas, cada gobernante es obligado a investigar las leyes de Dios, tanto en la vida natural como en Su Palabra. No para sujetarse a alguna iglesia, sino para que él mismo, como gobernante, reciba la luz que necesita para conocer la voluntad de Dios. Y en cuanto a la blasfemia, el derecho del gobierno para restringirla descansa sobre la conciencia de Dios que es innata en cada hombre; y el deber de ejercer este derecho fluye del hecho de que Dios es el gobernador supremo y soberano sobre todo estado y toda nación. Pero por esta razón, el hecho de blasfemia se establece solamente cuando la intención es aparente, de afrentar esta majestad de Dios como gobernante supremo del Estado. Entonces, lo que se castiga no es la ofensa religiosa, ni el sentimiento impío, sino el ataque contra el fundamento de la ley pública, sobre el cual descansan el Estado y su gobierno. En este respecto existe una diferencia notable entre estados que son gobernados por un monarca, y estados que son gobernados de manera constitucional, y más todavía repúblicas que son gobernadas por una asamblea extensa. En el monarca absoluto, la conciencia y la voluntad personal son una, y por tanto, esta única persona es llamada a gobernar su pueblo según su propio concepto personal de las ordenanzas de Dios. Cuando, al contrario, operan la conciencia y la voluntad de muchos, se pierde esta unidad, y el concepto subjetivo de las ordenanzas de Dios, en estos muchos, se puede aplicar solo indirectamente. Pero sea que se trate de la voluntad de una sola persona, o de la voluntad de muchos que llegan a una decisión por votación, el gobierno debe siempre juzgar y decidir de manera independiente. No como un apéndice de la iglesia, ni como su alumno. La esfera del Estado está directamente bajo la majestad del Señor. Entonces, en esta esfera se mantiene una responsabilidad hacia Dios independiente. La esfera del estado no es "profana". Pero ambos, la iglesia y el estado, tienen que obedecer a Dios y servir Su honor, cada uno en su propia esfera. Y para este fin, en cada esfera tiene que gobernar la Palabra de Dios, pero en la esfera del Estado solamente por medio de la conciencia de las personas en autoridad. Lo primero es que todas las naciones deben ser gobernadas de una manera cristiana; o sea, de acuerdo con los principios que fluyen desde Cristo para toda política. Pero esto se puede realizar solamente por medio de las convicciones subjetivas de aquellos en autoridad, según sus percepciones personales de las exigencias de este principio cristiano en cuanto al servicio público.

El segundo asunto es muy diferente, la relación entre el gobierno y la iglesia visible. Si hubiera sido la voluntad de Dios mantener la unidad formal de la iglesia visible, entonces tendríamos que dar una respuesta muy diferente de lo que es ahora el caso. Es natural que al principio se buscaba esta unidad. La unidad religiosa tiene gran valor para la vida de un pueblo y es atractiva. También se puede entender que al inicio se establecía esta unidad. Lo más bajo que una nación se encuentra en la escala del desarrollo, menos diferencias de opinión se manifiestan. Por tanto, vemos que casi todas las naciones empiezan con una unidad religiosa. Pero es igualmente natural que esta unidad se divide donde la vida individual, en el proceso del desarrollo, gana fuerza, y donde la multiformidad se hace necesaria para un desarrollo más avanzado. Entonces nos enfrentamos al hecho de que la iglesia visible es dividida, y que en ningún país se puede seguir manteniendo la unidad absoluta de la iglesia visible. ¿Cuál es entonces el deber del gobierno? ¿Tiene que hacer un juicio individual, para determinar cuál de las muchas iglesias es la verdadera? ¿Y tiene que mantener a ésta en contra de las demás? ¿O es el deber del gobierno suspender su juicio propio y considerar que el complejo multiforme de todas estas denominaciones es la totalidad de la manifestación de la Iglesia de Cristo en la tierra? Desde un punto de vista calvinista, tenemos que decidir en favor de la última sugerencia. No por una falsa idea de neutralidad, ni como si el calvinismo tuviera que ser indiferente en cuanto a lo que es verdadero y lo que es falso; pero porque el gobierno no tiene los datos para un tal juicio, y porque todo juicio gubernamental aquí infringe la soberanía de la iglesia.

De otra manera, si el gobierno fuera una monarquía absoluta, tendríamos el "cuius regio eius religio" de los príncipes luteranos.

Como tercera si el gobierno descansa en una pluralidad de personas, la iglesia que ayer fue considerada la falsa, hoy se considera la verdadera, según la decisión por voto; y así se pierde la continuidad de la administración del estado y de la posición de la iglesia. Por tanto, los calvinistas han siempre luchado tan orgullosa y valientemente por la libertad, o sea, por la soberanía, de la iglesia dentro de su propia esfera; en distinción contra los teólogos luteranos. En Cristo, dijeron ellos, la Iglesia tiene su propio Rey. Su posición en el estado no es asignada por el gobierno, sino iure divino. La iglesia tiene su propia organización. Tiene sus propios oficiales. Y tiene sus propios dones para distinguir la verdad. Por tanto, es su privilegio, y no del estado, determinar sus propias características como iglesia verdadera, y proclamar su propia confesión como la confesión de la verdad. Si en esta posición se le oponen otras iglesias, entonces luchará contra ellas su batalla espiritual, con armas espirituales y sociales; pero niega el derecho de cualquiera, incluso del gobierno, de sentarse como un poder por encima de estas diferentes instituciones y de forzar una decisión entre ella y sus iglesias hermanas. El gobierno lleva la espada con heridas; no la espada del Espíritu que decide en asuntos espirituales. Y por esta razón, los calvinistas siempre han rehusado asignar al estado una patria potestad. Por cierto, un padre gobierna en su familia sobre la religión de su familia. Pero cuando se organizó el gobierno, la familia no fue puesta a un lado; y el gobierno recibió solamente una tarea limitada, que es definida por la soberanía en la esfera individual, y por la soberanía de Cristo en Su Iglesia. Solo cuidémonos aquí contra un puritanismo exagerado y no rehusemos, por lo menos en Europa, reconocer los efectos de las condiciones históricas. Es algo muy diferente si alguien levanta un edificio nuevo sobre un terreno vacío, o si uno tiene que restaurar una casa que ya existe. Pero esto no puede quebrantar la regla fundamental de que el gobierno tiene que honrar el complejo de iglesias cristianas como la manifestación multiforme de la Iglesia de Cristo en la tierra. Que el gobierno tiene que respetar la libertad, o sea, la soberanía, de la Iglesia de Cristo en la esfera individual de estas iglesias. Que las iglesias florecen más cuando el gobierno les permite vivir en sus propias fuerzas por el principio de voluntarios. Y que por tanto ni el cesaropapismo del Zar de Rusia, ni la sujeción del Estado bajo la Iglesia que enseña Roma, ni el "cuius regio eius religio" de los abogados luteranos, ni el punto de vista neutral irreligioso de la Revolución Francesa, pero solo el sistema de una iglesia libre en un estado libre, puede ser honrado desde un punto de vista calvinista. La soberanía del estado y la soberanía de la iglesia existen lado a lado, y se limitan mutuamente. De una naturaleza muy diferente es la última pregunta que mencioné, el deber del gobierno en cuanto a la soberanía de la persona individual.

En la segunda parte de esta exposición, ya indiqué que el hombre desarrollado posee también una esfera individual de vida, con una soberanía en su propio círculo. Aquí no me refiero a la familia, pues este es un lazo social entre varios individuos. Me refiero a lo que expresa el profesor Weitbrecht: "Por medio de su conciencia, cada uno es un rey, un soberano, por encima de toda responsabilidad." O lo que Held formuló de esta manera: "De cierta manera, cada hombre es un soberano, pues cada uno debe tener y tiene una esfera propia, en la cual él es superior." Con esto no quiero sobreestimar la conciencia, pues a cada uno que quiere liberar la conciencia aun de Dios y de Su Palabra, yo me le opondré. Pero aun así mantengo la soberanía de la conciencia como fortaleza de toda libertad personal, en este sentido: que la conciencia nunca es sujeta a un hombre, sino siempre y solamente al Dios Todopoderoso. Esta necesidad de la libertad de la conciencia, sin embargo, no se manifiesta inmediatamente. No se expresa con énfasis en un niño, sino solamente en un hombre maduro; y de la misma manera, está dormitada en pueblos no desarrollados, y es irresistible solo entre naciones muy desarrolladas. Un hombre maduro en su desarrollo preferirá ir al exilio, sufrir el encarcelamiento, incluso sacrificar su vida, a tolerar restricciones en cuanto a su conciencia. Y la repugnancia contra la inquisición, que duró tres largos siglos, vino de la convicción de que sus prácticas violaban y asaltaban la vida humana en el hombre. Esto impone al gobierno una doble obligación. En primer lugar, tiene que hacer que la iglesia respete esta libertad de la conciencia, y en segundo lugar, el mismo gobierno tiene que dar lugar a la conciencia soberana. En cuanto a lo primero, la soberanía de la iglesia encuentra su límite natural en la soberanía de la persona libre. Soberana dentro de su propio dominio, no tiene poder sobre aquellos que viven afuera de esta esfera. Y dondequiera que ocurriera una transgresión de su poder, en violación de este principio, el gobierno tiene que proteger a cada ciudadano. La iglesia no puede ser obligada a tolerar entre sus miembros a alguien a quien se siente obligada expulsarlo; pero por el otro lado, ningún ciudadano del estado puede ser obligado a permanecer en una iglesia la cual su conciencia le obliga abandonar. Lo que el gobierno exige de parte de las iglesias en este respecto, lo tiene que practicar él mismo, dando a cada ciudadano la libertad de conciencia, como el primer e inajenable derecho de todos los hombres.   Ha costado una lucha heroica, arrancar esta libertad humana más grande de las manos del despotismo; y ríos de sangre humana han sido derramados antes que la meta fue alcanzada. Pero por esta misma razón, cada hijo de la Reforma pisotea la honra de sus padres, si no defiende diligentemente y sin retractarse esta fortaleza de nuestras libertades. Para poder gobernar a hombres, el gobierno tiene que respetar este poder ético más profundo de nuestra existencia humana. Una nación que consiste en ciudadanos con una conciencia quebrantada, es ella misma quebrantada en su fuerza nacional. Y aun si estoy obligado a admitir que nuestros padres, en la teoría, no tenían la valentía de llegar a las conclusiones que siguen de esta libertad de la conciencia: la libertad de la expresión, y la libertad del culto; aun si estoy consciente de que ellos hicieron un esfuerzo desesperado para impedir la propagación de literatura que no les gustaba - todo esto no anula el hecho de que la libre expresión del pensamiento, por la palabra hablada y escrita, alcanzó su victoria por primera vez en la Holanda calvinista. Cualquiera que estaba restringido en otro lugar, pudo por primera vez disfrutar de la libertad de las ideas y de la prensa en suelo calvinista. Entonces, el desarrollo lógico de lo que contiene la libertad de la conciencia, y esta misma libertad, bendijeron al mundo por primera vez desde el lado del calvinismo. Es cierto que en los países católicos, el despotismo espiritual y político ha sido vencido finalmente por la Revolución Francesa, y que esta revolución también empezó promoviendo la causa de la libertad. Pero si nos enteramos de la historia de que la guillotina, en toda Francia, por años y años no pudo parar de ejecutar a aquellos que tenían una mente diferente; si nos recordamos cuan cruelmente se mató al clero católico romano porque rehusaron violar su conciencia con un juramento impío; y si conocemos, como yo mismo por una triste experiencia, la tiranía espiritual que el liberalismo y el conservadurismo han aplicado en el continente europeo, y siguen aplicando - entonces tenemos que admitir que la libertad en el calvinismo y la libertad en la Revolución Francesa son dos cosas muy diferentes. En la Revolución Francesa es una libertad civil para cada cristiano estar de acuerdo con la mayoría incrédula; en el calvinismo, una libertad de la conciencia, que permite a cada hombre servir a Dios de acuerdo con su propia convicción y el dictado de su propio corazón.  

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